El mito de Ulises tal vez sea el más conocido por el gran público. Aunque un hombre o varios -o tal vez, según alguna interpretación moderna, una mujer- que llamamos tradicionalmente Homero recopilara en el siglo VIII a.C. una larga tradición que, como la de la Ilíada, se remonta a los tiempos micénicos, la figura de Odiseo, su nombre griego, es sin duda la más cercana a nosotros.
Odiseo no es, como Aquiles, el último representante de un mundo que va a desaparecer; es el primero de otro que está naciendo. Por eso, frente a tipos como Ajax de una sola pieza, Odiseo miente, manipula, sobrevive. Y esa es su manera de afrontar el mundo, la vida. Y, por eso, nos sentimos tan identificados con un personaje que representa lo que somos, aunque no queramos reconocerlo.
Muchas han sido y serán las versiones sobre este Ulises -a la espera de la de Nolan, que podría sorprendernos o decepcionarnos-, que, como bien lo describe Homero al principio de la Odisea, es un "hombre" -esa es la primera palabra del poema- de "multiforme ingenio"/"muchas tretas" que "vio a muchos hombres y conoció ciudades y sus costumbres"... Y esa es la mejor definición de un personaje complejo y de miles de rostros, digno émulo de Atenea, la diosa de la inteligencia.
Esta versión se ha realizado en el 2025, en pleno siglo XXI. El trailer no es un buen indicio del ritmo reposado y reflexivo que elige Uberto Pasolini -que nada tiene que ver con el gran Pasolini, pero sí con Visconti, ya que es su sobrino-
Hay quien ha dicho algo así como "me avergüenzo de un Ulises que pide perdón a Penélope". Es cierto que esa no es la visión que tuvo Homero; hasta los años sesenta sería impensable un Ulises que hiciera tal cosa. Ya no somos los mismos, sin duda. Afortunadamente. El nuevo Ulises debe aceptar que la mujer también debe ser respetada, que Penélope ha sacrificado mucho; que, ponerse en el lugar de la mujer, sometida durante milenios a los hombres, es un gesto necesario y obligado. Son nuevos tiempos: nuestros tiempos...
Imaginemos una comedia de situación. Penelope, que se habría buscado un amante, a todas horas le estaría machacando; a Telémaco no habría quien le echara de casa, no pararía con el móvil y los videojuegos y, si no se trae a las novietas a casa, se haría a todas horas pajas; Euriclea y el abuelo, habría que cuidarlos, porque no hay residencias en condiciones ni un sistema de salud eficiente y las visitas al psicólogo para superar el estrés postraumático no le ayudarían y tendría que empastillarse. Y todos recordándole que en otros tiempos fue un gran hombre. Tal vez al final este Ulises posmoderno vuelva a abandonar su hogar y se cambie el nombre. El de Nadie le vendría al pelo...
Los personajes femeninos ya tenían entidad en la obra original. Está Penélope que, como Ulises, también sabe sobrevivir, destejiendo por la noche lo que teje por el día, manteniendo una fortaleza y una dignidad que solo se exige a sí misma y al recuerdo de su marido. Está Euriclea, la nodriza de Ulises, la primera que le reconoce -después de Argos, su fiel perro; siempre emociona ese momento tan delicado: el de un animal que ha esperado el regreso de su amo para expirar ante él-. Tenemos, entre los masculinos, a Antinoo, que en las adaptaciones, más que el líder de los pretendientes se acaba convirtiendo en un hombre enamorado, que se mueve entre la hipocresía y la sutileza, que prefiere mirar a otro lado, mientras observa como el resto ejerce una violencia cruel y despreciable.
Destaca el peso que en esta versión adquiere Telémaco. Existe la Telemaquia en Homero; mucho menos conocida que la parte de las aventuras y, por supuesto, que el regreso a Ítaca, muchos se preguntan, cuando leen por primera vez la obra de Homero, tal como se escribió, el porqué de esa parte. Tiene mucho más sentido de lo que parece. Casi siempre se reduce, en las versiones, a la mínima expresión, porque la fuerza del personaje de Ulises es tan poderosa que todo lo demás queda eclipsado. Sin embargo, el genio de Homero -o la hija de Homero, si intervino alguna mujer en su creación- no deja hilo sin puntada. Telémaco es el hijo a la sombra de un héroe inmortal; y eso, bien lo saben los adolescentes, puede ser una carga insoportable. Aquí, Telémaco se rebela ante el mito, busca su camino, intenta encontrar respuestas. Un Telémaco del siglo XXI se enfrenta a un padre ausente. Como casi todos.
Una de las alumnas con las que esta mañana he visto esta nueva adaptación me ha mencionado un detalle fundamental. "Me faltan las aventuras". Tal vez Nolan nos las proporcione...
Sí, este Ulises es introspectivo; es el hombre que ha salido de una guerra, destrozado psicológicamente, que ha sufrido en sus viajes y llega a su Ítaca, quebrado por dentro. Tardará en curar esas heridas. Bloqueado, necesitará recuperar su identidad para reconquistar su tierra, su paternidad, su matrimonio, su reino.
Y, sin embargo, es cierto que echamos de menos a ese otro Odiseo, el que engaña al Cíclope, el que desea saber más y se ata al mástil para escuchar a las Sirenas, el que imagina trucos y trampas para alcanzar sus objetivos, el que despierta la pasión de Calipso o de Nausícaa, el que evita el hechizo de Circe, el que baja a los infiernos. Lo podemos encontrar en la versión que interpretó Kirk Douglas en los años cincuenta.
Aún así, lo intuímos también aquí en los ojos de Ralph Fiennes que, junto a Binoche interpretan a la perfección sus papeles. Es el Ulises viajero, el que ha visto demasiado y llega cansado al hogar. Y no encuentra más que miseria, crueldad y desolación.
Me gusta esa fisicidad, como contraste, del hombre que come, desesperado, la tierra, tantas veces deseada; la del que, antes de tensar el arco, huele la madera, siente su tacto y recuerda con esos gestos, una parte de sí mismo, una extensión de su propio cuerpo. Es un cuerpo que se reconoce, se revela en otros cuerpos.
Y ahí están Fiennes y Binoche. La película mantiene el interés, pero cuando aparecen los dos, no hay nada más que decir. El primer encuentro entre ellos nos emociona; Ulises calla y escucha las quejas y el dolor de Penélope, una Penélope airada. La angustia silenciosa de este Ulises se contrapone a la desesperación de una mujer en el filo de la navaja. Tras la matanza de los pretendientes, después de esa petición de perdón, llega la reconciliación, una reconciliación entre un hombre y una mujer en el siglo XXI, que se reconocen, que se recuerdan...
"Has de contarme muchas cosas... No querrás saberlas... Deberíamos olvidarlas... Tu pasado será el mío y el mío será el tuyo... Recordaremos juntos; olvidaremos juntos... "
Porque, seamos sinceros, si los mitos griegos nos sobrevivirán, es porque hablan de nosotros. Los tiempos cambian y el Ulises de hace tres mil años no es el mismo que el que contemplamos ahora. Y no debe serlo. El mito, como Odiseo, se adapta a la realidad que lo recrea y lo trae a la vida cotidiana de los hombres y mujeres que lo soñamos y lo hacemos nuestro, que lo soñaremos y lo mantendremos vivo, mientras existamos.
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