Inventamos los recuerdos, porque nos llegan troceados. Y mucho más, si estos ni siquiera los hemos vivido. Son otros los que construyen nuestra memoria, a partir de retazos que ellos mismos han transformado, sea por el paso del tiempo o por factores sociales o psicológicos.
Entiendo esa parte en la película de Carla Simon. La memoria, sea la nuestra o la de los demás, es un constructo, imaginado casi siempre, necesario para mantenernos conscientes, sin la cual sería imposible seguir caminando.
Sin embargo, como sucede con las películas de esta época tan cobarde y pusilánime en la que vivimos, suavizamos el pasado, lo convertimos en un juguete que no moleste demasiado.
Los padres de Carla Simon, drogadictos, murieron de SIDA, cuando ella ni siquiera tenía cinco años. La protagonista -un alter ego de la directora- a los dieciocho años decide conocer a su familia paterna y descubrir secretos de la memoria familiar.
Se pasa de la observación y la búsqueda de respuestas -que incluye la grabación con cámara de vídeo- a una "bajada" a los infiernos particular en la parte final, a una ensoñación -el viaje en barca por la ría es un trasunto de Caronte; la subida a la terraza, donde encontrará a sus padres, es una metáfora de ese viaje interior-; que la expresión formal elegida sea, de nuevo, una mezcla de los dos formatos -vídeo análogico y digital- encaja a la perfección.
Sí, si alguien espera un pero, ahora va a llegar. Carla Simon, como casi todos o todas en esta nueva generación de cineastas, edulcora la realidad. Y se contradice. Si la protagonista exige a sus abuelos en la penúltima escena que verbalicen y admitan oficialmente que sus padres murieron de SIDA, ¿por qué la propia directora no muestra esa realidad? Las imágenes que la protagonista decide inventar -sea con el diario en off o visualmente- a excepción de un plano medio en el que se chutan y otro en el que el padre rompe un vaso de cristal en la pared -que ni siquiera incomodan, porque estéticamente están demasiado cuidadas-, son, sobre todo, los momentos de felicidad de la pareja. ¿No es eso precisamente lo que Carla Simon critica de los personajes de las generaciones anteriores en su Romería y que no es capaz de ver en sí misma?
Me podría decir que mostrar la realidad brutal de toda esa generación ya lo han hecho otros. Sí, lo hicieron, sobre todo, gentes como Eloy de la Iglesia, un kamikaze del cine. No pido primeros planos de un tipo metiéndose una jeringuilla ni una escena con todo lujo de detalles en la que se nos muestre el cuerpo de un joven de treinta años al borde de la muerte, pero esa fue la realidad que vivieron miles de personas. Tampoco exijo que se hable del papel que tuvo la heroína para destruir a toda una generación y de cómo se utilizó socialmente para controlar determinadas actitudes críticas. La directora solo insinúa que los padres de la protagonista pudieron ejercer de traficantes ocasionales, sin ir más allá. Carla Simon no está interesada en esto. Lo entiendo. Sí, otros lo hicieron, pero los que ahora estrenan películas, la nueva hornada de mujeres que reciben premios a diestro y siniestro prefieren no contarlo así, ya sea porque perderían espectadores, si mostraran esa realidad, ya sea porque la estética amable, en el fondo, encubre una evidente falta de coraje.
No sé si soy demasiado duro con Carla Simon. No es tanto ella, sino el cine actual lo que me solivianta. Estéticamente, no tengo nada que objetar; incluso, algunas ideas son atractivas y podrían ser -¡quién sabe!- caminos que Carla Simon recorra con acierto en una nueva etapa de su carrera. El guion está bien construido y nos lleva a donde Carla Simon quiere. Es cierto, no logra emocionarme, pero, tal vez, sea porque la idealización del recuerdo ya no me dice -a estas alturas de la vida-, nada. A no ser que busque hacer estallar en mil pedazos nuestra percepción falseada, en vez de ablandarnos y agradarnos con un final feliz, como se hace en Romería.
En este aspecto reconozco que prefiero el final de Sirat -a pesar de sus defectos-.
Es posible que ahora busque en el cine planteamientos más radicales, más valientes. Y no los encuentre casi nunca.

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