Sí, pero...
Hay películas u obras de teatro o de danza -estoy pensando en la última a la que asistí, el ballet de Lucia Lacarra, con unos últimos minutos impresionantes-, que, cuando las acabas de ver, te dejan una sensación como esta... Sí, está bien; incluso, yo diría que muy bien, pero... Y ese pero me despierta dudas...
Ambas ganarán premios y Oscars, seguro. Tendrán mucho público y emocionarán y entretendrán y ¿acaso no es eso lo que buscamos quienes intentamos o queremos contar historias?
Sí, pero...
La memoria infinita nos habla del lento declive de un hombre al que le han diagnosticado Alzheimer, pero no solo desde su punto de vista, sino también el de su pareja. El que ella fuera ministra de Cultura con Bachelet y, sobre todo, actriz y él, un periodista que durante la dictadura y, más tarde, al llegar la democracia, contara lo que nadie se atrevía a contar, no es un detalle sin importancia.
Alberdi sabe enlazar ambas memorias. La individual, que diluye su identidad, y la colectiva, que, en Chile, también, como en tantos otros sitios, prefiere la desmemoria. Es uno de sus grandes aciertos. Además, ambos nos regalan sus emociones; esa valentía, sin duda, nos acerca a ellos. Es una triste historia de amor, muy tierna y, sin embargo...
Pensé en Amor de Haneke.
¿Por qué esta me emocionó más? Sí, La memoria infinita nos ofrece momentos de ternura y amor; también de impotencia y dolor, cuando él se desespera, se pierde, no se reconoce a sí mismo y ella no sabe qué hacer. Sin embargo... No llega más allá.
Recuerdo que, cuando mi tía abuela o mi tío abuelo perdieron la memoria, lo más desgarrador para mí, no era tanto que no me reconocieran o no supieran ni dónde ni quiénes eran o éramos, sino el deterioro físico, el olor que desprendían al no poder retener sus esfínteres. Esa fisicidad, brutal, terrible no logro captarla en esta película.
¿Qué opciones tenía Alberdi, la directora de este documental, y la pareja del enfermo? ¿Mostrarlo directamente, sin tapujos, no suavizándolo, sin medias tintas? ¿Que asistiéramos a las reflexiones y los pensamientos de ella, las que no le puede contar a él, porque no le ayudarían, porque le harían daño o porque no la entendería -hay alguna escena que va en esa línea- y que, sin embargo, todo el que vive esta experiencia tiene la necesidad de compartir con alguien?
Es como si Maite Alberdi y, con ella, también los protagonistas, no hubieran querido ir más allá, porque hubiera sido demasiado doloroso o no hubiera gustado al gran público. Y, sin embargo, eso es lo que yo les pedía...
Sí, pero...
Scorsese mantiene el pulso. Tres horas y media de Los asesinos de la luna y ni nos enteramos. La historia está bien contada; Scorsese nos lleva en volandas; no aburre.
Los diálogos entre el tío y su sobrino y los que mantienen el sobrino y su mujer construyen relaciones de dependencia que, sin duda, son lo mejor de la película y lo hace a un ritmo pausado y bien trabado. El final -un programa de radio a la manera antigua- es una variante muy inteligente para contarnos lo que ocurrió después.
Sí, pero...
Esto podría ser una historia de gansters y no nos sorprenderíamos. Cambiamos algunos detalles y nos encontraríamos algo que ya conocemos, porque lo hemos visto muchas veces. No hay grandes novedades con respecto a sus últimas películas. No hay ningún riesgo y Scorsese lo sabe.
Tal vez me hubiera gustado también que me atraparan; que no solo me entretengan o me cuenten una historia desconocida u olvidada, sino que también me emocionen, me destrocen, me atraviesen las entrañas o que encuentren nuevas maneras de mostrarnos una realidad tan cruel como la que nos narran.
Tal vez sea yo... que les pido mucho más de lo que pueden darme.
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