Recordar es elegir.
Un niño de once años encuentra a su padre muerto con un golpe en la cabeza. ¿Suicidio o asesinato cometido por su madre? Las pruebas son circunstanciales, pero el juicio, finalmente, se celebra. Y él será el testigo de cargo.
Es evidente que el título es un homenaje, nada velado, a Anatomía de un asesinato de Preminger. Las historias son muy diferentes. Las similitudes, si acaso, las encontramos en el juicio o en la ambigüedad de la acusada/o o, incluso, en las complejas relaciones de pareja.
Sin embargo, frente al juego de espejos entre la verdad y la mentira y un sentido del humor muy elegante del que disfrutamos en el clásico de Preminger, en la película que consiguió la Palma de Oro de Cannes de este año, Anatomía de una caída, se impone una mayor carga de profundidad psicológica.
Si no contamos con dos secundarios muy bien desarrollados en el guión (el personaje del abogado -enamorado de la protagonista- o el del fiscal -que consigue con escasas pruebas, mantener la atención en un juicio que cualquiera hubiera descartado llevar tan lejos-), tenemos, como material principal, las profundas heridas de tres personajes. La del hombre, atormentado por su impotencia creativa, obsesionado por la culpa tras el accidente que sufrió su hijo; la de la mujer, controladora en una relación de pareja que se derrumba y que, además, se siente aislada en un entorno hostil -habla inglés en un contexto francófono-; la del niño, que ha madurado a la fuerza y que -tal vez lo más importante-, necesita saber la verdad; una verdad que entre los recovecos de su memoria -ha perdido la vista, por culpa del accidente antes mencionado-, llega troceada e incompleta.
Casi al final de la cinta una mujer joven que se encarga -por orden de la jueza- de evitar que la madre pueda influir en su declaración, le da un consejo: "No debes inventar nada, sino elegir lo que quieres recordar".
Quizá lo importante no es tanto si fue un suicidio -lo más probable- o un accidente tras una discusión marital. Es el cómo y las razones que llevaron a los personajes a esta situación lo que a Justine Triet le interesa contar. Y se hace con rigor y precisión, sin cargar las tintas, manteniendo la distancia justa.
Recordar es elegir.
Y esa elección es fundamental para poder seguir viviendo ante uno mismo y con los demás.
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