jueves, 31 de octubre de 2024

LA MUERTE Y EL SUICIDIO: HALLOWEEN, LITTLE GIRL BLUE Y PIZARNIK



En las fiestas que se han celebrado hoy en tantos institutos y colegios no encontraríamos, aunque lo intentáramos, nada más que banalidad. Ni siquiera muestran la muerte como una celebración de la vida. Nada tiene que ver con los bailes medievales o los rituales de otras culturas. No, es una forma de ocultar lo que la muerte es. Veremos solamente una representación mediocre, infantil, repetitiva; una torpe imitación, ridícula y lamentable: una memez.

Si lees una biografía de Pizarnik o ves el documental ligeramente ficcionado de Mona Achache, Little girl blue, llegarías a la misma conclusión. Es posible que hayan influido en mi perspectiva. 


El documental tiene como protagonista a su madre, Carole Achache, suicida como Pizarnik, interpretada por una inmensa Cotillard. Asistes a momentos conmovedores que te remueven por dentro. A veces, la madre se transforma en un alter ego de su propia hija; en otras, Mona consigue recuperar su fantasma, resucitarla, para poder abrazarla, perdonarla o, simplemente, escucharla. La voz grabada de la madre o sus fotografías encuentran un cuerpo real en la actriz y la actriz permite que su cuerpo sea poseído por una mujer escindida. 


Las dos mujeres, madre e hija, sienten que repiten los mismos patrones y no pueden evitarlo, como una maldición: son violadas o manipuladas por hombres con talento -entre los que destacan Juan Goytisolo y Jean Genet-; ambas detestan a sus madres, porque no se enfrentaron a ellos. 

Una amiga de la madre de Carole Achache, Marguerite Duras, dijo que cuando el vacío te arrastra y estás al borde del precipicio solo te quedan dos opciones: suicidarte o escribir. 

Nombrar a la muerte y llamarla por su verdadero nombre es un acto de valor. Halloween no deja de ser una cobardía colectiva, un suicidio social, que intenta suavizar lo que no debemos contar, porque no nos agrada la verdad, y lo políticamente correcto, ya se sabe, nos impone sus reglas. No es la ingenuidad de un niño lo que he visto esta mañana -así se engañan muchos, cuando se disfrazan y participan en esta gran chorrada y bobería- sino la estupidez de los adultos.

Como ya he dicho, la sombra de Pizarnik es alargada. 

Sí, los alumnos más interesantes, los que miran y mirarán el mundo de otra manera no estaban allí. Solitarios o solitarias que habían huido. Lo que yo también hubiera hecho, pero tenía que cumplir el horario. 

Por eso acabé hablando con un compañero en una sala de profesores vacía -mientras a unos metros se gritaba y se aplaudía- de Han Kang, de la obra de Ketchum, de la maldad, del terror real: el que está dentro de nosotros mismos, el que llevó al suicidio a Pizarnik y a Carole Achache, el que nos recuerda que la muerte no es una farsa, sino la vida misma. 

martes, 24 de septiembre de 2024

MI MADRE MURIÓ DOS VECES

Mi madre murió dos veces.

La primera vez ocurrió hace diez años: en Argentina, en un cama de un barrio de cuyo nombre no quiero acordarme.

Sin embargo, como sucedió con mi abuela, mucho tiempo después de esa muerte mi madre cocinaba, paseaba, iba de compras, hablaba conmigo, hacía un crucigrama, veía en la televisión su serie favorita. Y yo sabía que había muerto: lo decían los demás; los documentos oficiales lo confirmaban. Sin embargo, estos hechos cotidianos lo desmentían. Ella seguía viva.

Un día murió por segunda vez. No sé cuándo, cómo ni por qué...


Este sábado paseamos juntos por Pacífico. Hablamos de sus niñas, de las gemelas; me pedía que les escribiera una carta. Se lo prometí…

Hace unas horas he estado en una fiesta con ella; teníamos que subir a un avión a la mañana siguiente. Y pensaba que debía escribir esto en un blog, que mi madre está bailando, riendo, que está viva, aunque yo sé que murió hace mucho tiempo, aunque yo vi su cuerpo descomponiéndose.

Está cansada; quiere irse a dormir, como la primera vez que murió. Sé que tengo que abrazarla porque tal vez sea la última vez que pueda hacerlo. La beso en la mejilla; noto el tacto de su piel, el color de sus mejillas...

Hay vidas que una y otra vez se resisten a desaparecer de nuestra memoria.

domingo, 15 de septiembre de 2024

LIDDELL Y BERGMANN

 

Es la segunda vez que veo a Liddell en un escenario. Ya sabemos que nada de lo que hacemos o experimentamos es como la primera vez. 

La primera vez que se descubre a Liddell nos fijamos en su energía, su talento para llenar el escenario de un teatro, sus largos monólogos-homilías, el humor sarcástico en el que nadie sale bien parado -sobre todo, los críticos franceses porque "los españoles ni siquiera merecen que se les mencione"-. Ya se sabe, los españoles "solo entierran y destierran, entierran y destierran". "España es una enfermedad mental".

Sea porque es la segunda vez o porque Liddell ha cambiado el registro me he fijado en un aspecto que destaca mucho más en este "homenaje" a Bergmann: su extraordinario talento en la puesta en escena. 

Al principio de Dämon Liddell ofrece lo que su público espera: un acto de provocación. En esta obra se lava el coño, rellena un hisopo con el agua sucia y se la tira al público. Estaba en la fila cinco; pero el agua solo llegó a la fila tercera, así que no fui bendecido. 

Después viene la larga perorata en la que todos salimos mal parados -sobre todo los críticos-. 

Y hasta aquí la Liddell que se espera en un constante juego metalingüístico donde la lengua y el tema son ella misma. Es difícil que no te toque, sea con el humor o con el dolor. Puede cansar y aburrir, sin duda, y también puede impactar. ¿Quién no morirá cagándose, meándose? Sí, nuestros padres cuando mueren se cagaron y se mearon. Nosotros también lo haremos. Ese es el tono, pero Liddell combina, como siempre, lo escatológico y lo metafísico. Son sus reglas: o las aceptas o no. 

Sin embargo, el resto de la obra busca otros caminos. A partir de una duda lanzada al vacío "¿Cuál es la pregunta más importante?" pasa a una escena en la que persigue y es perseguida por unos hombres de negro que empujan una camilla, la misma que nos llevará al tanatorio. Y Liddell repite una y otra vez: "¿Habéis sentido algo? ¿Habéis sentido algo?"

Y a partir de aquí la creadora, la artista se convierte en una maestra de ceremonias donde el espacio, los objetos, los personajes mudos y el sonido son elementos indispensables para entender su mundo y, de manera paralela, el de Bergmann o Strindberg. Su talento es extraordinario. Sus temas, los de siempre: la religión, el arte, el miedo, el sexo y, sobre todo, la muerte. 

Pasadas estas escenas en las que se insinúa alguna referencia al director sueco -hay una parodia-homenaje con ancianos, un Papa casi en cueros, los cuatro hombres de negro, un hombre desnudo y cuatro jóvenes mujeres desnudas de la danza de la muerte que te recuerda a la de El séptimo sello 


"No siempre hay que alegrar a la gente; conviene asustarla de vez en cuando", nos dice el pintor de murales.

o asistimos a la interpretación sobria de una escena de una obra de Strindberg, la preferida por el director sueco; menciona Persona o la habitación roja de Gritos y susurros- Bergmann es enterrado en una ceremonia o representación convencional donde la música alta devora las palabras y el silencio. 

Y llega el final. Liddell se confiesa junto al féretro de Bergmann. Le pide matrimonio, reflexiona sobre la muerte: su propia muerte, nuestra muerte. 

Hay un momento en este último monólogo en que Liddell calla. Y alarga el silencio. 

No hay nada más revolucionario en un teatro ni más provocador que un largo silencio. 

Y Liddell lo sabe. 

Liddell se retira. Y el espacio, como al principio, se queda vacío. No hay personajes. Solo el féretro de Bergmann. La muerte nos ha dejado sin palabras. Solo nos queda el vacío. 



viernes, 6 de septiembre de 2024

VOLVERÉIS

 

Si algo define a Jonás Trueba es su originalidad. Rodeado de un cine español comercial de factura técnica intachable, pero que ha asumido determinados estereotipos en películas de género o productos mascados para contentar al gran público, este director ha sabido con su estilo contarnos de otra forma, "francesa" en el fondo y en la forma, las relaciones de pareja. 

Siempre me han agradado las películas de Jonás. No solo por su frescura sino, sobre todo, porque sabe con muy pocos medios contarnos historias sencillas y atractivas. No busca al gran público, sino a una minoría cinéfila, "cultureta", afrancesada que preferimos la elegancia y la inteligencia al exceso, lo superficial y convencional. 

Un buen ejemplo de esto último es Paco Roca y todas las adaptaciones de sus obras, incluida La casa. Acaban aburriéndome, porque no aportan nada nuevo y, además, caen en la sensiblería y el sentimentalismo. Quiero que me traten como un igual, no que me manipulen a la manera de Spielberg. 

Así que aquí tenemos a Jonás; un Jonás que está orgulloso de las influencias recibidas: Truffaut o Godard o Rohmer, el gran cine francés. 

Y es aquí donde tal vez yo le pida más. En esta película, como en muchas de las últimas, además de contar una historia simple que parte de una idea excéntrica del tío Trueba -que interpreta al padre de la protagonista-, experimenta, juega con la "forma". Hay un doble juego de miradas, se divierte con las posibilidades del cine dentro del cine -Truffaut está ahí- o con el montaje discontinuo -Godard es la referencia, sin duda-. 

¿Y por qué no va más allá? Truffaut y Godard sí lo hicieron; sin embargo, Jonás Trueba, simplemente, se divierte. Me sorprende que no quiera explorar nuevos caminos. Tal vez haga bien; si alguien va más lejos, puede perderse. Y Jonás está a gusto moviéndose en su pequeño mundo. 

Sea como sea, frente a una industria del cine español que apuesta por más de lo mismo -señal de mediocridad-, Jonás Trueba propone otra manera de mirar. Y eso siempre lo agradeceré. 

sábado, 24 de agosto de 2024

GENA ROWLANDS Y ALAIN DELON

 

Esta semana fallecieron dos grandes actores. 

Una de ellas es más conocida por los cinéfilos, Gena Rowlands. Actriz de carácter y fuertes connotaciones teatrales hizo sus mejores interpretaciones en las décadas de los años sesenta y setenta, sobre todo, con su marido Cassavettes. Su cine -porque, aunque los guiones eran de Cassavettes, es difícil imaginar a otra actriz que no fuera Gena Rowlands- es el punto de partida de un manera de ver el mundo independiente de la gran maquinaría de Hollywood y encontró su público y dejó herederos en las generaciones posteriores. 

Actores desconocidos, escaso presupuesto, improvisación: aspectos que los relacionan con la Nouvelle Vague. 

Su película más conocida es Una mujer bajo la influencia, un papel enorme, lleno de aristas que cualquier actriz hubiera querido interpretar. Y ella lo hace magníficamente. 

Woody Allen la dirigió en Otra mujer. Es más, estoy seguro que escribió este papel a lo Bergmann para Gena Rowlands. Demuestra en esta escena con Mia Farrow por qué era una gran actriz. 

Por otro lado tenemos a Alain Delon. Sorprenderá a quien no me conozca que haya puesto como fotografía de entrada un fotograma de La piscina. Mi admiración por Romy Schneider supera el tiempo y el espacio y no podía dejar de mencionarla. Y esta es una de las pocas películas en las que coincidió una de las parejas más icónicas del cine. 

La piscina es una película de género -cine negro con un cielo azul y un verano tórrido- y cuatro personajes. Los dos devoran la pantalla y sus personajes se devoran mutuamente y destruyen lo que les rodea. Si esta película sigue atrayéndonos es gracias a ellos. 

Alain Delon tiene otras obras en su larga filmografía. Las mejores, en general, las hizo en los años sesenta. 

La mejor versión de Ripley -y la última es bastante digna- la interpretó Delon en una de sus primeras apariciones en la gran pantalla. A pleno sol juega con la ambigüedad que el actor sabía expresar a la perfección. 

Es difícil sospechar que bajo ese rostro tan atractivo se esconda un hombre retorcido y un asesino. Que lo haga creíble es la gran baza de esta película.

Rocco y sus hermanos le consagró, sin duda. Aquí interpreta su opuesto: un hombre bueno y generoso. Quizá una de las mejores escenas de la película es esta: dos personas perdidas, agotadas se descubren y sueñan; tal vez puedan tener un futuro mejor. Las palabras que dice Rocco son hermosas; la lágrima de ella, Annie Girardot, Nadia, esa que se resiste a caer, siempre me ha emocionado. 

En El gatopardo, también de Visconti, interpreta a un joven arribista que sustituirá a los amos de otros tiempos. El noble deja paso a los jóvenes cachorros para que todo cambie, para que todo siga igual. Claudia Cardinale es su pareja perfecta. 

Antonioni lo dirigió en El eclipse. Bajo la excusa de una relación de pareja la película habla de temas como la incomunicación o el vacío existencial. 


Añadimos un policiaco, El silencio de un hombre de Melville. Interpreta a un asesino a sueldo, frío y metódico. 


Alain Delon es uno de esos actores que se convirtieron ya hace mucho en mito. Su muerte no va a cambiar el lugar que ocupa en el imaginario de todos nosotros. 








LA IMATGE PERMANENT

 

Si el buen cine se distingue del mediocre es que arriesga o, al menos, cuenta las historias de siempre de una manera diferente. El nuevo cine catalán con directoras, la mayoría, que salen de la ESCAC, han conseguido el beneplácito de la crítica y un determinado público. 

El primer largometraje de Laura Ferrés va en esa línea. Planos largos, sobriedad expresiva y actores no profesionales, movimientos precisos, cierta sequedad para contar la relación de dos mujeres que podrían ser madre e hija o podrían también no serlo. Tal vez no importe tanto. 

Es posible que exista -y lo vemos en algunas escenas- un humor soterrado en esa actuación tan extraña para lo que estamos acostumbrados y que te puede hacer recordar a Tati. Es tal vez la parte menos interesante; la he visto antes en otros directores jóvenes y no me aporta nada. Por otro lado, los personajes secundarios no dejan de ser comparsas de las dos protagonistas, fantasmas que acompañan la historia central.

El tono general busca otra cosa, como si a través de ese planteamiento formal la directora quisiera profundizar en los gestos repetidos, esos que la vinculan a otro director francés, Bresson. 

Como no podía ser de otra manera las entrevistas a personas corrientes en las que se pregunta por el primer recuerdo cuando llegaron a Barcelona sirven de hilo conductor y construyen un cierto tono documental en una película inclasificable. 

Imagino que Laura Ferrés tendrá más oportunidades de bucear y experimentar visualmente en el futuro. 


jueves, 15 de agosto de 2024

DESCONOCIDOS

 

¿Es esta una historia de fantasmas? Sin duda, pero seguramente va más allá. En realidad, ya sabemos que las historias de fantasmas siempre sirven para hablar de otros temas. Por supuesto, de la muerte, pero también del pasado, de los traumas que no podemos superar, de la soledad, y del amor. 

Ya he mencionado un par de veces en este blog que para mí Otra vuelta de tuerca de Henry James y la adaptación de Jack Clayton Suspense es la obra fundacional en este sentido del género de fantasmas bajo un prisma moderno y psicológico -aunque siempre, incluso en la Antigüedad, haya habido historias de fantasmas y los japoneses tienen un amplio repertorio-.

Los cuentos de la luna pálida de agosto de Mizoguchi recoge, por ejemplo, esa tradición. No profundiza, como si hace Henry James, en las complejidades de la mente de la protagonista, pero, a cambio, nos descubre ese extraño y misterioso mundo paralelo: el que vivimos en los sueños. 

La adaptación de la novela de Taichi Yamada, Desconocidos, escrita en los años setenta, cambia dos detalles importantes, -además del final- dos detalles que curiosamente también Eloy de la Iglesia decidió incorporar en su adaptación de Otra vuelta de tuerca. Uno es que se desarrolla en Londres; el otro, la orientación sexual del protagonista, en este caso, homosexual. No son baladíes, porque con ellos se construye toda la trama, una trama que solo tiene cuatro personajes -el resto del mundo no existe o como si no existiera, el personaje no establece ninguna relación con nadie más; solo conoceremos su mundo interior-.

La historia se mueve entre lo real y lo imaginado, entre lo ficticio y lo soñado. ¿Es la historia de un hombre solitario que imagina, mientras la escribe -es guionista-, un encuentro con sus padres fallecidos y una primera historia de amor vivida con intensidad? ¿Es tal vez también él mismo un fantasma que, atrapado en un edificio vacío, necesita restañar heridas del pasado? ¿Es una mente enferma que necesita recuperar, en sueños o en una realidad alternativa, a su padre y a su madre? ¿No es el sueño el único lugar, el único tiempo en el que podemos recuperarlos, abrazarlos, decirles lo que no pudimos decirles en su momento?

El director Andrew Haigh crea un ambiente onírico, nos traslada a la mente del protagonista, que se descubre a sí mismo, que se libera de sus traumas. También hay una trama amorosa, sin duda, y cerrada de una manera muy diferente a la novela, y, sin embargo, bien traída y encajada, porque las mejores historias de amor -no todas, pero casi todas- son de amores imposibles o soñados o imaginados o irreales. 

No sabría decir si el final es feliz o desesperado. Estamos ante un personaje que ha logrado superar sus miedos, pero, a cambio, solo le es posible vivir plenamente, ser feliz en ese mundo irreal, imaginado o soñado que ha recreado a lo largo del metraje.

Así que, y esto es una certeza que no admite dudas, solo cuando nos encontramos entre el sueño y la realidad podemos saber realmente quiénes somos.

lunes, 12 de agosto de 2024

GUERRA CIVIL, LA PELÍCULA DEL REY, EL LIBRO DE LAS SOLUCIONES Y EL MAL HIJO DE SAUTET

 

El abrazo de un padre. Nunca fuimos capaces de decirnos lo que sentíamos. Siempre me quedará esa herida... 

Tendría que buscar relación entre estas cuatro películas, ya que he decidido ponerlas en el mismo enlace, y alguna hay, sin duda. Por ejemplo, tanto El rey de la Araucania como la película de Gondry, El libro de las soluciones, se atienen al subgénero de "cómo hacer una película y sobrevivir". Que decidas que sea una comedia delirante y absurda, como hace Gondry, 

o un drama que se mueve con soltura entre el realismo y un cierto aire místico, como la película argentina, 

depende del punto de vista que elijas. En ambos casos hablamos de locura, porque hay que estar muy mal de la cabeza para poner en marcha una película, y todos los que lo hemos intentado lo sabemos. En ambas opciones la locura o la obsesión conduce al protagonista al desastre, a la soledad o al aislamiento, pero parece imprescindible para que los personajes, con toda su carga de genio romántico, se sientan vivos. La película del rey se centra en un rodaje condenado desde el principio; El libro de las soluciones está más interesado en el proceso de montaje y postproducción y en el mundo interior del director. El final de la película de Carlos Sorín es un guiño a Don Quijote y Sancho Panza donde el Sancho actual es un paciente director de producción. En Gondry la directora de producción huye, agobiada por las manías y locuras del protagonista que, tras ver el montaje en una sala de cine, acompañada de su pareja, con la que van a tener a un hijo, y su mejor amiga, la montadora, se volatiliza. 

De Guerra civil poco bueno que decir. Sí, claro, es una película de Hollywood, bien armada, que te arrastra; sin embargo, al terminar de ver la película te das cuenta de que te han querido contar una historia de aprendizaje en un viaje de cuatro personajes -reporteros de guerra- con un entorno violento. Bueno, puedes aceptarlo. Menos te gusta que esa violencia sea no solo justificada, sino convertida en un gran espectáculo, idealizada: fuegos de artificio superficiales en su tramo final que podrían haber transitado un camino diferente, mucho más interesante. 

Hay un discurso fascista que la película, tal vez sin proponérselo o sí, defiende. Lo que podía haber sido una reflexión sobre la violencia -y hay películas que lo han hecho a lo largo de la historia del cine de gran calidad-, deja de serlo cuando los conflictos y la complejidad desaparecen y solo encontramos un discurso simple y hueco: acción sin reflexión. Yo, al menos, no puedo entender a los personajes, pero mucho menos que lo interesante sea hacer una fotografía de acción de un soldado sin profundizar en la realidad que les rodea. Al final la ideología que hay detrás de esto es la que permite simplificar la realidad y cometer todo tipo de atrocidades. Y esta película las alienta y las justifica como tantas otras de Hollywood.

El mal hijo de Sautet, en cambio, tiene casi todo lo que busco en el cine: personajes interesantes y una historia que me emocione. 

No es nada original lo que cuenta: el conflicto entre un padre y su hijo, incapaces de expresar sus emociones. Cuesta ponerse en su lugar; es mucho más fácil cuando los personajes femeninos son el centro de la historia o si está Romy Schneider. Sin embargo, los actores cumplen su papel con solvencia y el guion esta construido milimétricamente desde el principio; por ejemplo, cuando descubrimos el conflicto del protagonista con dos preguntas rutinarias sobre la fecha de nacimiento de sus padres. 

Siempre lo mejor en Sautet son los detalles, porque lo más importante no es lo que se cuenta -casi siempre hablamos de lo mismo- sino cómo lo contamos. Sautet sabía convertir lo cotidiano, esos detalles, en una manera de profundizar en la vida y sus contradicciones. 

Aquí, el trabajo, las acciones diarias y repetitivas, los bares, las casas, los objetos, las miradas, los silencios tienen muchísima más intensidad que la violencia espectacular de la película anterior, deja mucho más poso, preparan el camino sutilmente, sin énfasis. 

¿Cómo olvidar la forma en que su padre le cuenta cómo murió su mujer? Es seca, brutal y, sin embargo, también íntima. Los intentos de acercamiento del hijo se mueven entre la torpeza y la incomodidad; el padre los recibe, tenso y rencoroso. Y, más allá de los diálogos, lo vemos en sus gestos, el tono de voz, las miradas. 

El final parece feliz: cierras tus propias heridas, aceptando a tu padre tal cómo es y aceptándote a ti mismo. Los personajes no pueden ir más allá. Sí, es demasiada cercana a mi propia experiencia y, por eso, me llega tanto. Pero también es un final abierto, porque la vida fluye y no puedes detenerla; no hay felicidad, sino fugacidad. Y eso Sautet lo sabía contar muy bien. 

miércoles, 7 de agosto de 2024

JUEGOS OLÍMPICOS: ENTRE EL NACIONALISMO, LA GUERRA FRÍA Y LAS LIMITACIONES HUMANAS

 

Los griegos hace casi tres mil años inventaron una manera de consolidar lo que les unía: los juegos panhelénicos. Entre ellos destacaban los de Olimpia. Así que decidieron bajo la protección de Zeus no matarse durante el periodo en el que sus atletas competían por su polis. 

Los juegos modernos heredaron esta idea, pero lo de la tregua olímpica no suele funcionar. En los juegos de Munich varios atletas israelíes fueron asesinados, si mal no recuerdo. En estas dos semanas Israel -que ha participado en las competiciones al contrario que Rusia y Bielorrusia, vetadas- ha matado a varios líderes de Hamas y, también, aunque no se hable de ellos, a cientos de palestinos, mujeres y niños. ¿Alguien les ha recordado durante los Juegos? Irán prepara su venganza en un plato frío. La guerra de Ucrania continúa, aunque parece que, aquí sí, han preferido intercambio de espías hasta el miércoles que abrieron un nuevo frente. En Venezuela Rusia y China apoyan a Maduro; Estados Unidos y sus aliados alientan un golpe de Estado. La segunda guerra fría está en marcha y no puede detenerse ni siquiera durante unos días.

Un buen reflejo de la realidad sociopolítica son estos juegos. Siempre son una borrachera de nacionalismo y patriotismo. Hitler supo aprovecharlo muy bien. Y no solo él. Rusia y Estados Unidos alimentaron a lo largo de la primera guerra fría un enfrentamiento deportivo. Bajo la protección del deporte con esos valores tan manoseados del esfuerzo y la superación de los límites, la impresionante inversión económica ha tenido siempre un objetivo fundamental: alimentar la intensidad emocional que permitirá con posterioridad más gasto militar, más guerras por el control de los recursos -sea el agua, el gas, el petróleo, el litio-. Los dos grandes bloques, liderados por China y Estados Unidos, y la geoestrategia de un mundo al borde del precipicio. Francia olvida sus disputas internas. Volverá a ellas, cuando terminen los juegos. Ha conseguido alejar a los mendigos del centro, militarizando la ciudad de la luz, mientras la xenofobia ha hecho acto de presencia en el país vecino, al otro lado del Canal de la Mancha. Objetivo cumplido: turismo de masas, dinero a espuertas. Y por aquí, más de lo mismo, aunque siempre está Puigdemont para recordarnos que somos un país contradictorio, absurdo y de pandereta. 

Como hay seres humanos, los Juegos también tienen una parte más interesante para un observador imparcial de la naturaleza humana. En algunos deportes, sobre todo en el fútbol, se impone la competitividad y la agresividad; nada queda de ese mantra: lo importante es participar. No, en este deporte con atletas de primera, entrenados con mucho dinero, ganar es lo primero. Tu país, lo segundo. El resto, depende. 

Hay amistades y solidaridad, por supuesto, entre los protagonistas de estas historias. La gimnasia, la natación y el atletismo me parecen los deportes más atractivos. Su belleza, su estética; cuerpos que se exigen límites imposibles. Llegan las lesiones o las retiradas antes de competir, los problemas mentales. Hay atletas de cuarenta años que no han sabido retirarse a tiempo. Biles entendió que es mejor sonreír a ganar más medallas: sabiduría oriental o epicúrea.

Duplantis salta 6,25 metros. Un nadador chino, Pan Zhanle recorre 100 metros en 44 segundos. Se duda. Poco. En los años 80 atletas de Alemania Oriental batían récords, que aún se mantienen, con ayudas extras. Todavía tenemos los records de Florence Griffith que murió prematuramente. Forzar los límites también tiene sus consecuencias. 

Estos héroes despiertan nuestra admiración porque superan nuestras propias limitaciones, pero también muestran su fragilidad, sus debilidades: su humanidad. 

Termina el espectáculo, la gran fiesta, el circo. ¿La última gran fiesta antes del desastre? Las bolsas del mundo han temblado. Terremoto doble en Tokyo. ¿Es un aviso?

Como sucedía con los griegos habrá Píndaros que, bien pagados por sus polis o Estados, escribirán poemas o, en nuestro caso, reportajes que loarán las virtudes de sus atletas. Y después se seguirán matando, como hacían los griegos. Somos humanos, ya se sabe. 

martes, 6 de agosto de 2024

INSTRUCCIONES DE USO PARA LA NOSTALGIA



NOSTALGIA 

Instrucciones de uso:

Si, escuchando una canción que le recuerda a un ser querido -El final del verano, por ejemplo, le puede recordar a su madre, como me sucede a mí- o contemplando por última vez lugares donde ha sido feliz o aceptando que nunca volverá a vivir ciertas experiencias; -así le ocurre al protagonista de El regreso de las golondrinas al final del metraje


o a mí mismo, cuando descubro que la felicidad frugal y sencilla, construida poco a poco, como la casa de adobe que levantan juntos, ligada a la tierra y a la naturaleza, y la intimidad de los dos personajes de esta película china, tan amables y bondadosos, es fugaz y efímera-; entonces, si siente que le cuesta respirar porque el dolor y la tristeza profunda que el recuerdo ha despertado en usted ha alcanzado un alto nivel de intensidad es recomendable seguir los siguientes pasos.


En primer lugar, tome aire, respire profundamente y cierre los ojos; a continuación ha de echar la cabeza hacia atrás. Conserve la calma y permita que el dolor siga su curso. Si necesita llorar, puede hacerlo. También puede sonreír. La nostalgia, que forma parte indisoluble de la vida, es amarga y dulce. 

Tenga en cuenta, además, que ese dolor es necesario. Sin él no seríamos nosotros, no estaríamos aquí. Sin él no tendríamos este presente, porque no habría ni pasado ni futuro. 

Posdata: 












miércoles, 31 de julio de 2024

OZU: UNA GALLINA EN EL VIENTO

 

Ozu la consideraba una película fallida. No deja de ser, es cierto, un melodrama convencional: una mujer se ve obligada a prostituirse para salvar la vida de su hijo; cuando su marido regresa, terminada la guerra, debe perdonarla para poder empezar de cero. Y sí, los personajes hablan a veces demasiado, hay mucha carga moral, un poco de sentimentalismo y un mucho de patriarcado tradicional. 

A pesar de estos mimbres, Ozu ya domina todos los recursos, ha creado un estilo propio que se encuentra a la justa distancia. El exceso y el melodrama simplón es transformado en sencillez y elegancia. 

Hay momentos en que sabe con muy pocos medios -un par de planos y gestos de una violencia extrema- describirnos una violación en un matrimonio o un "accidente" en el hogar. Es de tal brutalidad y simplicidad que nos deja helados. 

El mismo personaje masculino es también capaz de tener un gesto de ternura con una desconocida, otra prostituta a la que conoce, cuando va al lugar donde trabajó su mujer. ¿Por qué va allí? Para mí es evidente. Necesita estar en la habitación donde ella se prostituyó; ese espacio adquiere una entidad física y así, piensa, podrá descargar su rabia y su dolor. Sin embargo, la prostituta que le presentan, muy humana, comparte con él un recuerdo de infancia y, más tarde, en otro lugar -un descampado donde el protagonista busca estar solo y ella suele ir para comer- Ozu nos mostrará con delicadeza un encuentro, un instante de comprensión y entendimiento entre dos personas. 

Pero por encima de todo están esos planos "vacíos" o, más bien, sin personajes, pero llenos de un espíritu difícil de definir que forman parte del estilo de Ozu: el plano del lugar donde ella se ha prostituido -lo conocemos después de la acción, completamente elidida-; los planos de su casa, los del barrio, la casa de un amigo del marido, las nubes del cielo... Cada plano vacío nos cuenta una historia o muchas historias, las que allí han ocurrido, las que podrán suceder. 

Esos planos nos dicen lo más importante, lo que todas las historias cuentan, lo que todas tienen dentro de sí: el paso del tiempo. 



sábado, 27 de julio de 2024

NUNCA PASA NADA


Títulos de crédito: se escucha la tierna y elegante música de George Delerue mientras una mujer desde su asiento del autobús contempla un desolado páramo castellano. 


Desde el primer momento uno se pregunta cómo Bardem va a encajar cosas tan dispares. George Delerue representa como nadie el cine de la Nouvelle Vague; las imágenes de una Castilla seca y dura nos recuerdan, en cambio, la mirada de la generación del 98, la de Calle Mayor o Muerte de un ciclista, sus dos películas más reconocidas. 

Hay a veces un tono documental que podemos apreciar en esta secuencia en la que el personaje, una actriz francesa de variedades, hace compras, mientras es perseguida por las miradas entre curiosas e indiscretas, agresivas, muy sexualizadas de los habitantes de un pueblo por cuya calle mayor pasan de noche decenas de camiones.


A continuación, como se puede observar en las dos escenas siguientes, encuentra a dos personas que hablan francés. Un joven profesor, del que luego hablaré, y en el bar del pueblo a un camionero que estuvo en Francia en un campo de concentración en el 39. En realidad, como ella, dos inadaptados que no encajan en un lugar como este. 

Volvamos al meollo de la historia. 

Al principio los dos personajes centrales son una pareja casada desde hace más de veinte años. No se quieren, están solos, no son felices. Los interpretan con solvencia Julia Gutiérrez Caba y Antonio Casas. Torturados y oscuros. Representan el pasado. Es una sociedad hipócrita donde solo caben los rumores y las malas lenguas y una forma de pensar anclada en normas opresivas, sobre todo, para las mujeres.


Están condenados a vivir una vida incompleta, conscientes, al contrario que sus vecinos, de que han desaprovechado las pocas oportunidades que han tenido; aceptarán y asumirán, eso sí, el papel social que les corresponde, como siempre han hecho. Un buen reflejo de esto aparece en esta discusión en el que por primera vez se dicen claramente lo que piensan. Pertenece a otra época, afortunadamente, muy lejana. O tal vez, no tanto... 


Por otro lado, tenemos dos personajes que durante casi todo el metraje giran alrededor de los anteriores, interpretados ambos por actores franceses, mucho más cercanos; los entendemos, porque son como nosotros o como nos gustaría ser. Ella es una mujer libre, sin ataduras, que por una operación de apendicitis ha tenido que quedarse en este pueblo y que se liará con el marido; él, un chico joven, profesor de francés, poeta en sus ratos libres y amigo por carta de Vicente Alexandre, sensible e inseguro, enamorado de la mujer madura que interpreta Julia Gutiérrez Caba. Son la juventud, la esperanza de un futuro nuevo, la vitalidad.


Y es aquí donde reencontramos el tono lírico y tierno de Delerue. Aislados, el idioma francés es su forma de liberarse y entenderse. Las relaciones que mantienen con la pareja de casados no tienen salida, así que se comprende que en las últimas escenas ambos construyan una tierna complicidad, sus personajes adquieran más peso y sean capaces de compartir un amor y un afecto que ninguno de los demás personajes puede expresar. 

Así que, si una parte de la película te recuerda a Calle Mayor, opresiva y oscura, estos dos jóvenes te permiten pensar en un futuro diferente, más libre y feliz. 

Sí, al final, Delerue y el desolado páramo castellano han encajado. Y bastante bien. 


 

lunes, 22 de julio de 2024

POWELL Y PRESSBURGER: OBRAS MENORES

 

Powell y Pressburger formaron una pareja creativa a lo largo de más de una década, entre los años 40 y los 50. Pressburger trabajó en la UFA alemana hasta que Hitler llegó al poder; Powell colaboró con Hitchcock durante su etapa británica. Suyas son obras de una altísima calidad estética y visual: los cuentos de Hoffmann y, sobre todo, Las zapatillas rojas. 

Hay obras menores que merecen también ser tenidas en cuenta. 

Recuerdo con placer Vida y muerte del coronel Blimp, donde podemos encontrar otro de los aspectos que no han envejecido de sus películas: el de crear personajes muy cercanos con la inestimable ayuda y colaboración de actores ingleses de gran talento y acompañados de un humor británico elegante y sutil. 

A veces contaban con actores y dinero de Hollywood y lo aprovechaban para explotar visualmente todas las posibilidades del color como sucede en Narciso negro o Corazón salvaje. En esta última, una mezcla extraña entre Cumbres borrascosas y Duelo al sol, el paisaje adquiere tintes violentos y cuasi míticos dentro de una narración que recuerda y mucho a un cuento tradicional. La protagonista se debate entre lo civilizado y lo salvaje en un entorno configurado con elementos tradicionales y convencionales quebrados por una Naturaleza que es presentada con una fotografía y una estética brillantes. 

Hay una primera etapa de carácter propagandístico, rodadas, algunas de ellas, durante la segunda guerra mundial. Una de las primeras del tándem fue Paralelo 49. La idea no es nueva: un grupo de alemanes quedan aislados en Canada; su único objetivo será volver a casa. Lo encontramos ya en la Anábasis de Jenofonte. En la pantalla esa tensión del soldado que sobrevive en territorio enemigo se ha visto reflejada con gran acierto en obras como El submarino o En tierra hostil


En el primer caso también son alemanes, pero la tensión se incrementa al estar encerrados durante casi todo el metraje en un espacio tan claustrofóbico como un submarino. La otra es una película de Hollywood con todos los medios a su disposición. 

La película de Powell y Pressburger falla en este aspecto porque los personajes, a pesar de algún intento de matizarlos, no dejan de representar al nazismo en su versión más fanática y convencional y la parte propagandística lo devora todo. Sin embargo, puedes descubrir pequeños detalles en esa odisea que salvan el conjunto: el polvo de los caminos, el hambre que sienten delante de unos escaparates, el viaje en aeroplano, la tensión de ser descubiertos. 

Es una película tesis que opone los valores de la democracia al fascismo. Esos valores son representados por personajes tipo que reflejan dichos valores: la tolerancia entre diferentes, la libertad de culto, la civilización, la libertad de expresión. Lo que sobrevive a esos personajes son los actores que los interpretan -entre los que destacan Leslie Howard o Laurence Olivier-; transforman personajes que en un guión serían cartón y piedra en seres de carne y hueso, creíbles, cercanos. 

Sorprende encontrar entre estas obras menores una joya como The small black room. No es una película tan impresionante como las que harían en color, pero esa sencillez oculta mucho más talento de lo que parece, mucho más contenido de lo que podría pensarse de un primer vistazo.

Por un lado tenemos la historia de un personaje atormentado que no es capaz de superar sus problemas si no es bebiendo. Tal vez esta forma de contar una obsesión resulte arcaica y nadie utilizaría tales trucos técnicos en la actualidad, pero continúa manteniendo nuestra atención. Solo dos elementos: una botella y un reloj. Y un montaje asfixiante. 

Por el otro, tenemos una relación de pareja más compleja de lo que era habitual en este tipo de cine. Asombra que, no estando casados y siendo su noviazgo ocultado a los demás, se asuma con naturalidad que vivan juntos. Recordemos que es una película de los años cuarenta. El personaje femenino, es cierto, no deja de ser el apoyo del protagonista y gira a su alrededor, pero tiene una entidad y una fuerza mucho mayor de lo que aparenta. 

Finalmente la escena en la que debe demostrarse a sí mismo y a los demás que está a la altura se desarrolla en una playa. Es todo un tratado de cómo desmontar una bomba. Y se hace con sencillez y manteniendo la tensión. 

No falta el humor británico en detalles: cuando un ministro visita la sala de pruebas y demuestra su ignorancia delante de una calculadora o mostrando los ronquidos de un soldado o, por ejemplo, el ruido de unas obras que interrumpe constantemente a los personajes, mientras intentan explicar en una sala de juntas temas de gran importancia estratégica. 

Siendo una obra menor, es, seguramente, en estas creaciones donde podemos descubrir mucho mejor el talento de estos dos directores británicos, poco conocidos entre el gran público. 




domingo, 21 de julio de 2024

LA ESTRELLA AZUL Y LOS HIJOS DE LOS OTROS

 

La estrella azul tiene ideas muy interesantes. La primera es contar la historia de un tipo peculiar, Mauricio Aznar, integrante de un grupo de rock en los años noventa, que desapareció demasiado pronto. La segunda es intentar hacerlo de una manera diferente, intercalando elementos semi-documentales y rupturas de la cuarta pared. Y es aquí donde el atrevimiento no llega tan lejos y decepciona.

La parte ficcional se deja ver y es agradable, bien rodada y documentada, bien interpretada. Nos encontramos con un tono amable; no hay que herir sensibilidades y debes agradar al espectador medio. No criticas en exceso el entorno de las grandes discográficas; se idealiza el mundo de Santiago del Estereo como lo haría un europeo. Cuentas la vida de un personaje utópico e idealista. ¿Quién no se puede sentir cercano? Todo el mundo es bueno, ya se sabe. El director ha hecho su primera película; quiere rodar más, por supuesto.

Sin embargo, ¿por qué no va más lejos en el planteamiento documental? Solo rompe definitivamente con la cuarta pared al final, pero ¿podría haberlo hecho antes? Nos va preparando, por supuesto, por medio de diferentes ensoñaciones que tiene el protagonista -tal vez lo más valioso de la película-: entra en la televisión convirtiéndose en personaje de un reportaje, asegura que va a morir en tres escenas -como así será- y le pide al funcionario de turno que cambie sus prioridades, recibe un par de veces la visita de la Muerte -bajo diferentes formas, incluida la de una joven, tentación que no puede controlar, o difuminando la imagen con cámara subjetiva-. 

En el epílogo descubrimos que algunos de los actores que han intervenido en la parte de Argentina, como era previsible porque se nota en el tono, lo conocieron; el director, aquí, se decide por una entrevista colectiva que intercala preguntas convencionales y previsibles. El baile final con el equipo técnico es amable y nos deja una sonrisa, pero... ¿Por qué no se ha decidido antes por presentárnoslos? ¿Por qué no ha roto antes con esa cuarta pared de manera radical, intercalando esta ficción con un documental, introduciendo la realidad, mezclándola desde el principio, confundiéndonos, arriesgando en el envite? Tenía muchas maneras de hacerlo, pero no ha tomado ese camino.

La estrella azul  se queda en una idea atractiva que busca al gran público o, al menos, al público cinéfilo. Podría haber sido mejor, pero siempre hay prioridades. 

Los hijos de los otros -estrenada hace dos años- encaja con un subgénero bien asentado: mujeres de clase media, trabajadoras, con más de cuarenta años, que tienen su última oportunidad de ser madres.

El tono y el planteamiento me recuerdan al de La peor persona del mundo. No creo que sea casualidad. Si en la película noruega de Trier hay una evolución a lo largo de dos décadas, en este caso, son solo unos meses el meollo de la historia. 

Es realista, se realza lo cotidiano con diálogos y situaciones creíbles, plausibles. El personaje es complejo; debe enfrentarse a contradicciones diarias. Es cierto que, si tienes algún bagaje cinéfilo, piensas en las películas que Sautet hizo con la maravillosa Romy Schneider y esa influencia siempre va a ser productiva. Es evidente en el plano en que la protagonista cierra los ojos, disfrutando de un rayo de sol, como lo hace Romy en el final de Une historie simple. No he logrado encontrar ese final, pero aquí tenemos el principio para disfrutar de Romy. Hay pocas actrices que logren con un único plano decir tanto... 

Lo irónico es que el personaje de Romy, al final, está embarazada y decidirá tenerlo; la de Los hijos de los otros no lo va a estar nunca y tendrá que aceptarlo.

Volviendo a Los hijos de los otros. Te crees lo que ves, porque tú mismo has vivido o conoces ese día a día. Es profesora de instituto y puedo asegurar que esas escenas y esos diálogos -sean en una junta o en una clase- se dan. E igual podríamos decir cuando la directora y guionista nos habla de la relación de pareja o de los lazos que se crean con una niña que no es tu hija. 

El último plano -otro homenaje a Sautet-, como suele ser habitual en estos tiempos, es una mujer caminando hacia delante, sola, sin hijos, pero satisfecha con la vida que ha elegido. ¿Es un final feliz? ¿O podríamos hablar de un final ambiguo? Plantea preguntas, pero, como suele ocurrir en la vida o en el arte, nunca hay respuestas claras. 


martes, 9 de julio de 2024

APUNTES DE UN VIAJE

 

Un turista inglés, cuerpo sin alma, acaba de vomitar en la estación de tren de Chamartín. Nadie se sienta a su lado. Sus compañeros no saben qué hacer, piden disculpas a quienes los miran con desagrado, ponen la mano en el hombro del amigo. Es inútil. La felicidad se ha marchado.

Torrelavega. "La educación cambia a los que cambian el mundo". Frase escrita en los muros de un colegio. Cuando se escriben, el tópico y la utopía se vuelven ingenuos y ridículos. 

Niños jugando al escondite en pleno siglo XXI sin ningún tipo de tecnología; un gorrión muerto al borde de la carretera.

En los bares a veces ponen videoclips musicales como fondo, si no hay partidos de fútbol de la Eurocopa. Tienen muchos planos y el montaje es electrizante; no quieren que pienses. Hay excepciones: You`re beautiful de James Blunt me recuerda, salvando las distancias, al de Hardy. Solo tres planos de un muchacho joven y hermoso que a veces roza la abstracción. Con eso basta...

Viérnoles. Un jardín descuidado, abandonado; figuras mitológicas y un Neptuno, olvidado, rodeado de malas hierbas, se alza, orgulloso, sobre un mundo decadente. A unos metros, en el muro del patio de un instituto, una interpretación en clave feminista por parte de dos alumnas del mito de Medusa: rompe el tridente en pedazos, se rebela. Nos mira fijamente: "No, no soy un monstruo".

El Sardinero. Brisa del mar. Olor a salitre. La voz de un niño. Tiemblo; mis ojos enrojecen. Nostalgia de la infancia. Pies descalzos caminan sobre la arena, se mojan en la orilla, nadas; eres libre. Es suficiente estar aquí, escuchar el rumor de las olas, contemplar el infinito...

Un refugio entre los edificios de Torrelavega: bancos, mesas de madera, recipientes, plantas, dos puertas colocadas en el muro divisorio para darnos la impresión de que estamos en un hogar. Unos pocos vecinos han ocupado el solar. Antes este lugar fue un bar y aún se conservan sus baldosas; enfrente, había un prostíbulo. Esos clientes se fueron. Ahora es una empresa colectiva: desde hace nueve años. 

Contemplo una herida, la huella de una operación en la cabeza, una recta casi perfecta; el pelo que crece no la oculta. 

Los soportales de "Calle Mayor" se encuentran en Logroño. Planos fijos, fotografías convertidas en imágenes en movimiento; presente y pasado.  

"Las letras vuelan, se escapan", me asegura un vecino. Los franceses fracasaron y no conquistaron Logroño para que los turistas en sus calles se emborrachen con vinos y devoren tapas de diseño. 

Una escalera de color naranja que no lleva a ninguna parte. 

Garray: casas y fincas. Fervor constructivo. Dinero a espuertas, trabajadores y menús a quince euros. Excesos capitalistas a los pies de Numancia. Sus ruinas no protegen esta locura. El Duero es ajeno. 

Un hombre se arrodilla antes de entrar en la ermita del Mirón. Hay en Soria portadas románicas que lo merecen. No sería mala idea que todo turista lo hiciera y que, incluso, lamiera las piedras, mientras los demás les hacen fotografías. No descarto que alguien haga realidad algún día esta delirante ensoñación. 

Machado, a unos pasos, empujaba la silla de ruedas de Leonor. Un ganadero de la Mesta enriquecido, unos metros más abajo, construyó un palacio a imitación del Escorial que ocupa cientos de metros cuadrados. Mis dientes mastican los torreznos, los trituran. 

En el Duero un corzo se esconde entre las murallas; los arcos templarios de San Juan resisten el tiempo y el olmo reverdece. En la plaza Mayor la comunidad ecuatoriana celebra una fiesta: bailan, beben, comen y ríen. 

Cipreses enmarcan el cementerio de Las Casas, un barrio de Soria. En un muro de piedra fueron fusilados una decena de hombres en 1936, enterrados en una fosa común, desenterrados hace un año. En este tiempo ha crecido el trigo; oculta el muro. No quedan huellas, ni sangre, ni se escuchan voces ni gritos ni susurros. 

Suenan campanas. La llanura se extiende lejos, muy lejos. Campos segados o a punto de serlo. Nostalgia de mar. 



miércoles, 12 de junio de 2024

FRANÇOIS HARDY

 

Aunque hay muchos nombres en la canción francesa que nos devuelven la estética y el espíritu de los años sesenta -pienso en Brassens con sus letras políticas, en el sentido más amplio del término, o Aznavour o Piaf o Dassin o Gainsbourg o Brel-, sin duda fue Hardy quien lo representa mejor o, tal vez, quien nos lo trae de manera más amable, como una caricia que nos gustaría que durara mucho más tiempo.

Solo hace falta escuchar su primer gran éxito para encontrar todo lo que ella nos comunica: ternura, delicadeza, tristeza, vulnerabilidad... 

Sobre todo, incluso en sus canciones más alegres -y esta, en parte lo es-, lo que sentimos es nostalgia de un mundo que se fue y no volverá. 



Si nos centramos en la forma de rodar un videoclip no veremos la presencia omnipresente del montaje, que entrará visualmente en los años setenta con reglas que ahora asumimos con total normalidad. Aquí es más bien una cierta sencillez y algún efecto técnico que nos despierta ternura y una sonrisa comprensiva. 

No nos engañemos. Lo que no ha envejecido ni ha muerto es la mirada y la voz de esta mujer. La reconoceríamos en cualquier lugar. Y sabríamos que estamos de nuevo en esos tiempos.

No importa que, como en este videoclip rodado por Lea Seydoux hace unos años, la estética haya variado. Su voz influye en nuestra manera de mirar.


Por eso basta con su presencia para reconocerla. 


Y ese mundo vuelve a nosotros, lo recuperamos, idealizado, transformado por nuestros recuerdos. 


Sí, en eso consiste la nostalgia: una suave brisa, un rayo de sol que nos devuelve, mientras la escuchamos, lo que hemos perdido.





viernes, 7 de junio de 2024

SOPHIE SCHOLL Y ENEMIGOS DE HITLER

 

Enemigos de Hitler es una obra peculiar. Tendríamos que situarla en el género ensayístico e histórico, aunque también encontremos en ella reflexiones filosóficas y políticas. En más de 400 páginas el autor nos cuenta de manera extensa y pormenorizada quiénes fueron y qué hicieron los integrantes de La Rosa Blanca, un grupo insurgente, combativo y pacifista que desarrolló sus acciones en Munich durante el régimen nazi desde junio del 1942 hasta febrero del 1943, un mes después del final de la matanza de Stalingrado.

Es imposible no empatizar con unas personas así, no considerarlas héroes. Hicieron pintadas, divulgaron panfletos; ese fue su crimen. Fueron juzgados en dos horas; ejecutados, tres horas después. Guillermo García Domingo, su autor, tras años de investigación ha conseguido una obra muy completa. Si alguien quiere saber de estos jóvenes en lengua española deberá leerla.

No me disgusta la comparación que elige Guillermo con Campanilla, el capitán Garfio y Peter Pan; encaja bien, aunque, en su parte final muestre costuras. El autor, además, -y ese es su mayor acierto- dedica un espacio -el que merecen- a todos los personajes de esta historia, pero, sobre todo, queda claro que considera a Hans, el hermano de Sophie, el verdadero líder del grupo. Nos descubre a otros muchos que también arriesgaron y, al final, perdieron la vida, luchando por lo que consideraban justo. 

Solo veo unos cuantos defectos, muy pocos. 

El primero son varias erratas, escasas, que podrían solucionarse en una segunda edición, si tiene la posibilidad de hacerse. Las otras dos me parecen más importantes. 

Por un lado, la idea de incluir escenas ficticias con personajes más o menos inventados, que aparecen a lo largo de la narración, no es un gran acierto. Entiendo la intención del autor, pero pienso que no aportan nada a la trama ni a la historia que nos está contando; tampoco logran emocionarme. Son pocas páginas, es cierto, pero no me interesan. 

Por otro lado, en las últimas páginas el autor se deja llevar por una pasión muy comprensible, que, de alguna manera, se había ido construyendo desde el principio. De la mano de Guillermo García Domingo estas personas de carne y hueso se convierten en héroes frente a los villanos que representan los nazis. Sin embargo, todos, unos y otros, fueron también seres reales, con sombras y contradicciones. Y estas desaparecen casi del todo frente al malvado Capitán Garfio-Hitler. Es como si la seriedad histórica hubiera dado paso a la emoción de un cuento infantil, al simplista buenos contra malos. Y no me convence ese giro final.

Mi sensación es que algunos de los integrantes de la Rosa Blanca seguramente con el paso del tiempo y, si hubieran podido, habrían cometido acciones violentas. Tal vez no Sophie, pero en el caso de Hans y algunos de sus compañeros ese hubiera sido el siguiente paso. El autor lo soslaya -aunque es consciente de que pudiera haber sucedido, ya que otros sí eligieron ese camino-, como también intenta explicar la última decisión tomada, completamente absurda, que supuso la desarticulación del grupo. Fue un gran error; puede justificarse y así lo hace. Desde esa perspectiva hay algo de un último juego de ruleta que salió mal o del Destino... Pero el destino les convierte en dioses o héroes; el juego de ruleta en seres humanos... Me parece una equivocación elegir el primer camino y no el segundo, mucho más crítico, ya que esa decisión condenó a muerte no sólo a ellos mismos, sino también a sus compañeros. 

Por ejemplo, aunque los admiremos -porque fueron muy pocos los que dieron ese paso-, muchos se preguntan por qué tardaron tanto en reaccionar, por qué solo comenzaron a enfrentarse al régimen cuando este empezaba a perder la guerra. El autor asegura que sus acciones, aunque fueran silenciosas o simbólicas, ya se producían desde el 38, que el nazismo supo utilizar mecanismos -la pedagogía negra, tan bien reflejada en la película de Haneke, La cinta blanca-, 

que bloquearon el impulso rebelde de la juventud alemana. Y que sólo cuando la guerra fue insoportable -bombardeos, derrotas- tomaron conciencia y salieron de su espacio seguro y confortable. En parte, comparto esta argumentación. Se necesita madurez y reflexión -de ahí su pasión por los libros y la filosofía- para ser libre. Aún así, fue demasiado tarde y habría que haberlo dicho. 

Son pequeños detalles en una obra muy digna y que merece ser leída. 

Hace dos décadas se estrenó Sophie Scholl. Recuerdo que me gustó, pero había olvidado casi toda la película. Así que hoy he decidido volver a verla. Aquí está completa. 

Sin duda, deja un poso. Sigue fielmente todos los documentos del careo con el funcionario policía Mohr y el juicio farsa y los testimonios de las personas que los conocieron o les trataron durante esos días. 

El gran acierto de la película es no solo centrarse en esos últimos momentos, desde su última acción fallida hasta su ejecución, sino también elegir un único punto de vista: Sophie.

Si en el libro los detalles -cartas, las hojas que escribieron, los recuerdos de familiares y amigos- y las reflexiones del autor nos ayudan a comprenderlos, a entender por qué actuaron así, en cambio, la película -sintetizando en dos horas cientos y cientos de documentos- nos acerca a una mujer valiente y decidida, nos la sitúa en primer plano. Nos emociona su valor, su grandeza, su fuerza de ánimo. No dudo de que, aunque haya sido de manera inconsciente y recordándola, Guillermo ha puesto algo de ese tono que vislumbramos en la película.

La parte discursiva funciona, aunque es cierto que se podría haber prescindido de ella. El director elige que sea Mohr quien se convierta en el oponente de Sophie; humaniza al investigador que trabaja para el fascismo, que considera que la ley está por encima de todo. Sophie, sin embargo, piensa que nuestra conciencia no puede someterse a una ley injusta. Ahí está hablando Sócrates, como bien apunta Guillermo Domingo en su ensayo.

El juicio fue una farsa, una de las más lamentables que se hayan visto en un tribunal de justicia. Sigue al pie de la letra los documentos conservados. La cobardía de la mayoría, el fanatismo de un juez que humilla a quien no puede defenderse, el miedo de un padre de familia que quiere sobrevivir, la dignidad de los dos hermanos. 

Hay una imagen que se repite en todo el metraje. Sophie mira al cielo, un cielo que nunca volverá a ver. Una y otra vez, como una obsesión, lleva a cabo ese gesto sencillo. El cielo puede representar a Dios -casi todos eran creyentes-, pero también la libertad y el deseo de vivir. 

Escribí hace más de quince años en una primera novela un texto -siempre me pareció un buen final- en el que la protagonista, una Ana Frank, entre inventada y soñada, miraba al cielo en un viaje en tren que les llevaba al centro de internamiento, el primer paso antes de ser enviados a Auschwitz. Es un recuerdo de su padre que él mismo transcribió en sus memorias. A esa novela fallida, como tantas otras que he escrito, la llamé El cielo azul. 

"...Entraron en el vagón; se pusieron en la parte más cercana a la salida. Ana se sentó junto a la ventanilla; fuera, hacía calor... Cuando quiso abrirla, no pudo.

Otto, su padre, pidió permiso con un gesto al guardia que tenían asignado en el vagón; este se lo dio. Otto se levantó y consiguió forzar el cierre.

El tren se alejaba de Ámsterdam, de las gaviotas, del mar. Aunque parecía una excursión, todos sabían que les esperaba seguramente la muerte... Estaban en silencio.

Sin embargo, en ese momento, Ana disfrutaba del paisaje, observaba todo lo que le rodeaba con una sonrisa.

Los campos de trigo aún no se habían secado... Ana respiraba el aire fresco, disfrutaba del cosquilleo del sol en la cara. 

Una ligera brisa agitaba su pelo y el cielo, sin nubes, era azul... 

Esta Ana Frank podría ser Sophie Scholl. 

El final de la película también se abre a la esperanza. "No todo fue en vano", pero, de manera muy acertada, -al contrario que la opción elegida por Guillermo que considera que la Europa de los mercaderes fue el triunfo de estos jóvenes; algo muy discutible- el final no es ese. 

Las ejecuciones de los tres, Sophie, su hermano Hans y Probst, se nos cuenta de la manera que se debe contar: seca, dura, sobria. Si algo se aprende de los clásicos, como el No matarás de Kieslowski, es eso. La ejecución en la penúltima secuencia de esta película del director polaco es perfecta. 

También lo es la de Sophie Scholl. Dos planos, la última mirada de Sophie bajo la guillotina, un fundido en negro. Y con la pantalla en negro se escucha la caída de la guillotina; después, la llegada de Hans, su grito de libertad, cae de nuevo la guillotina; la llegada de Probst, cae de nuevo la guillotina. Silencio absoluto. 

¿Y si tuviéramos que defender nuestros derechos fundamentales frente a leyes que los pisotean? Tal vez no estemos tan lejos. Necesitaríamos a gente como Sophie Scholl que antepusiera su conciencia, su vida a todo lo demás. 

Sin ellos no habría humanidad; seríamos un desierto desolador. 

Gracias a ellos, mereceremos estar vivos. 

sábado, 4 de mayo de 2024

SOBRE LA HIERBA SECA

 

Empiezo por el final. 

La última secuencia de esta película de Ceylan -seguidor de Tarkovsky o Bergmann-, que se estrenará en tres semanas, sintetiza el resto: tres horas en las que se nos cuenta una historia muy simple y en la que aparecen pocos personajes. El protagonista, profesor trasladado y a disgusto con su profesión, después de cuatro años en un páramo nevado quiere regresar a Estambul. 

Las relaciones que establece con su entorno -nieve, frío son sus compañeros inseparables- son escasas: aparte de algún vecino y otros profesores, es, sobre todo un amigo y compañero de casa y trabajo; una mujer, otra profesora de un pueblo cercano, que perdió una pierna en un atentado y acabará siendo una fuente de conflicto con dicho amigo; una adolescente, enamorada del protagonista, y que le acusará falsamente de acoso. El personaje principal, además, retrata con una cámara fotográfica, a modo de transiciones, a las personas que encuentra, deteniéndolas en el tiempo, convirtiéndolas en recuerdo. 

La larga conversación sobre política entre la mujer y el protagonista, antes de acostarse, es un buen ejemplo de lo que decía un famoso guionista, Azcona: "un buen diálogo es cuando lo importante no se está diciendo". La ruptura, en esa misma escena, con la cuarta pared -vemos durante unos segundos un set de rodaje sin que el personaje deje de interpretar su papel- desconcierta y sorprende, pero encaja perfectamente con las emociones y sentimientos del protagonista.

Sin embargo lo que más me gusta es el final. 

Los dos amigos y la mujer visitan unas ruinas cercanas en verano, antes de que el protagonista se marche definitivamente a Estambul. Llegan hasta dos columnas, restos de una puerta o de un antiguo templo, a los pies de una colina. El protagonista comienza a subirla y, mientras lo hace, recuerda o imagina un momento que compartió con la adolescente -la observa con el pelo cubierto de escarcha; se tiran bolas de nieve; ¿será porque no hay nada que más nos acerque a la pureza de la infancia que ese gesto de tirar una bola o nada más liberador junto a nadar en el mar? -; piensa en ella, se pregunta cómo será su futuro, reflexiona sobre sí mismo y la hierba seca que oculta la nieve en invierno. Al llegar a la cima echa un vistazo al valle. Allí están la mujer y su amigo, muy lejos. Se fija en un pájaro posado en una rama; de repente levanta el vuelo y se aleja a toda velocidad; la cámara lo sigue. El último plano es un extraño contrapicado del protagonista: su mirada es ambigua. ¿Triste, escéptico, distante? Es difícil saber qué pasa por su cabeza.

En ese final está condensada toda la película. 

Sin embargo, necesitas ver esas tres horas para entender, para llegar a comprender la sensación de desolación y desarraigo que recorre esta obra, en la que las palabras no dicen nada y los silencios lo explican todo. 

miércoles, 1 de mayo de 2024

PAUL AUSTER

 


Pocos escritores me merecen dedicarle una entrada el día de su muerte. 

Paul Auster es uno de ellos, sin duda.

En Semana Santa leí su último libro, Baumgartner. Tardé solo tres horas en hacerlo. Tal vez no sea uno de sus mejores obras, pero aún así, tiene lo mejor de Auster. Siempre supo escribir tan bien que sus libros se leen con una sorprendente facilidad. Simple y elegante, porque estas dos cualidades siempre acompañan al gran escritor. Es curioso que sus últimas líneas escritas sean un final abierto. Puntos suspensivos... Todo final son unos puntos suspensivos... 

Mi primer encuentro con Auster fue gracias al cine. Escribió el guion de Smoke, una loa al placer de fumar y la amistad, cuando la primera empezaba a ser prohibida y la segunda no era el principal tema en el cine de Hollywood. En realidad, nunca lo ha sido.

La idea del azar o el paso del tiempo, temas centrales en Smoke, dejó su huella en ese joven veinteañero que empezaba a devorar cine: esa única manera que yo encontraba por entonces para sobrevivir.

Su recorrido en el cine fue breve, pero tuvo apuestas atractivas, que merecen ser mencionadas como Blue in the face o Lulu on the bridge o La vida interior de Martin Frost. Entre otras razones las comento porque gracias a estos experimentos irregulares, acompañadas de ideas geniales, me interesé por su literatura, que es de mucha mayor calidad. 

Sí, estamos ante uno de los grandes de la literatura. No ganó el Nobel, pero nunca hubiera podido conseguirlo; era demasiado independiente.

Durante tres décadas he disfrutado de sus obras que partían de una Nueva York reconocible, pero que iban mucho más allá. Su Trilogía de Nueva York marcó el punto de partida de sus temas obsesivos, esos que se siempre repiten en las obras de cualquier escritor. Los suyos eran: las relaciones de pareja, la casualidad como parte fundamental de la vida, la amistad, el paso del tiempo, la vejez y la enfermedad -sobre todo en sus últimas novelas-, la ética; las decisiones que, aunque no nos demos cuenta, marcan nuestras vidas.

4, 3, 2, 1, su última gran obra, construye un fresco vital con cuatro vidas posibles o hipotéticas. Todo está hilado; no hay puntada que se le escape. 

Me atrae Mr. Vertigo, porque el personaje, como muchos de Auster, vive al borde del precipicio. ¿No es así como todos nos encontramos en estos tiempos?

De todas sus novelas, sobre todo, me gusta Leviatán. En esa historia hay algo más: la tristeza del perdedor, tal vez también otra de sus obsesiones creativas, la toma de conciencia de que para el cambio y la transformación social no hay esperanza, que el individualismo utópico desemboca en violencia y aislamiento. 

Tal vez así se entiende que desde Smoke buscara una salida a sus personajes en el amor o la amistad. Nunca cayó en falsos sentimentalismos. La naturaleza humana es así: azarosa, contradictoria, extraña. 

Nadie como Auster supo describirla y contárnosla. 

Pasará el tiempo y seguiremos leyendo sus libros. 

Paul Auster ya es un clásico.

domingo, 28 de abril de 2024

LA VOLUNTAD DE CREER, EL MAL NO EXISTE Y OTRAS REFLEXIONES

 


Empecé el día asistiendo a unas conferencias en el Museo del Prado sobre didáctica y arte. 


Uno de los conferenciantes agradeció a casi todo el mundo -solo le faltaron su perro y su gato-. ¿A todos? No. Hubo una excepción. Mencionó todas, todas las asignaturas menos Latín y Griego. ¿Qué le habrá hecho? ¿Por qué ese olvido? Fue intencionado; no lo dudo. Para mí es un misterio. 

En cuanto a la propuesta, sí, era interesante, pero esos alumnos yo no los tengo. Tres o cuatro al año puede que hayan pasado por mis clases. Él tiene más suerte, según parece. Hay clases y clases... 

Por cierto, no hay que llenar de contenido una asignatura como Atención Educativa para ganarte el aplauso de tus compañeros. Hay que hacerla desaparecer. 


La propuesta de más contenido giraba en torno a la Shoa. Es un tema manido -no soporto la música de La lista de Schindler para hacernos llorar, lo admito, y siempre me falta en estos trabajos el papel de colaboradores necesarios que tuvieron muchos judíos o las diferencias de estatus entre los ricos y los pobres o su comportamiento en el campo, aunque, es cierto que todo esto casi siempre podamos entenderlo como una forma de supervivencia-. 

Sí, eso ya lo sabemos, pero el trabajo comparativo con las obras de arte del Prado de las dos compañeras y las actividades paralelas realizadas son excelentes. Me desagrada ver las letras fuera de sitio en un power point, pero como eso a menudo depende del ordenador que te toque, nada tengo que objetar. Sí pongo más peros a otro detalle. 

Cuando se estableció una relación con la actualidad -acertadísima la comparativa entre los prejuicios hacia los judíos antes y los inmigrantes ahora-, me faltó que se dijera con claridad una palabra: Gaza. Sí, es cierto que aparecían fotografías que todos identificamos con el sufrimiento del pueblo palestino y las frases que nos recuerdan que volvemos a repetir los mismos errores están ahí. Siempre me ha gustado las palabras finales del documental Noche y Niebla de Alain Resnais, aunque no aparezcan en este trabajo: "Y hacemos oídos sordos al grito que no calla". 

Sin embargo, decir que en Gaza mueren niños y mujeres de hambre; se les bombardea sin respetar sus derechos; a veces se ejecuta sin preguntar; hay fosas comunes... Parece un gran campo de concentración... Creo que decirlo es una obligación. Solo varía que quienes fueron perseguidos y asesinados durante siglos, ahora ejercen de verdugos.

Bueno, admito que quizá no fuera el lugar más adecuado para decirlo. 


La voluntad de creer es una propuesta que parte de un original literario de Kaj Munk y cinematográfico. Las pocas veces que he visto Ordet de Dreyer -una en el Doré- me ha conmovido, aunque el tema sea la fe y la religión y la muerte y, además, haya una resurrección. Es creíble y emocionante. 


Esta obra de teatro reflexiona sobre esos temas y algún otro como la maternidad o la pérdida o el vacío que supone la falta de hijos... Mi cuerpo no lo quiere... Se pasa de lo serio al humor con facilidad y, sin embargo, funciona muy bien. Quizá haya algún detalle como la relación entre las hermanas que queda sin desarrollar, pero la propuesta deja un poso muy profundo.
 

El mal no existe. Al menos, para la naturaleza. Eso parece decirnos la nueva película de Hamaguchi que se estrena este 1 de mayo. 


Nada que ver con Drive my car. Y, sin embargo, no desmerece en absoluto. Con un comienzo y un final hipnótico, acompañado por una música y un sonido ambiente que te atrapa desde el primer momento, la trama es sencilla: la historia de un grupo de personas que mantienen un contacto íntimo y respetuoso con la naturaleza -que no es un locus amoenus, porque puede ser salvaje e impredecible- y otras que llegan de la ciudad para montar su chiringuito, sean ignorantes. bienintencionados o explotadores sin escrúpulos. 

Quien vive con la Naturaleza tiene un tiempo muy diferente al que vive en la ciudad. Hamaguchi retrata, contempla ese ritmo. Sin embargo, el final, inesperado, descubre las aristas, la disonancia entre el hombre y su entorno. 


El mal existe. 

Bien lo supieron los judíos. Bien lo saben los gazatíes. 

Se encuentra dentro de nosotros mismos. 




jueves, 7 de marzo de 2024

JOCELYN HA MUERTO

 

Jocelyn, nuestra alumna, ha muerto...

Sabía que estaba en la UCI y Raquel me comentó que se encontraba entre la vida y la muerte, pero no me lo creí. Tiene dieciocho años; es fuerte, saldrá adelante, me dije. 


Pero ahora está escrito en un correo. Y lo escrito permanece. Esas palabras son una inscripción en piedra: definitivas.

No puedo seguir catalogando libros. Lo dejo todo y salgo para el tanatorio.

Me llevo un libro con las poesías de Pasolini para el camino, pero no puedo leerlas. La noticia me ha dejado impactado. Intento recordar su rostro, pero solo tengo en mente lo último que me escribió, el examen de Griego y Latín que hizo desde el hospital, su nota: 9,2. 

A medio camino me doy cuenta de que me dirijo al lugar equivocado: al Tanatorio de la M30. Reviso el mensaje. Sí, mi intuición es la correcta: Jocelyn está en el tanatorio de la M40. Voy al de la M30, porque allí velamos a mi padre y a mi madre. Ya se sabe, la fuerza de la costumbre.

Un hombre nos pide dinero en el vagón del metro. Tiene sentido del humor. "Todos jodidos, muy jodidos... ¡Y como venga la guerra!..."

Aún así, llego puntual: a las siete y media en punto. Ya hay mucha gente esperando a que abran la sala. Su hermano, D. se acerca a mí, me saluda, me agradece que haya venido. 

A., la amiga de Jocelyn, me da la mano. Ma. y M. también me agradecen que esté allí. El hermano me lleva a la sala, pero luego se olvida de mí. Observo los abrazos al padre, los encuentros, las lágrimas de la madre.

"... un virus... le afectó al cerebro... su sistema inmunológico no pudo aguantar... fue todo muy rápido... la vimos con los ojos abiertos... muerte cerebral..."

Las palabras no tienen sentido, no llegan a expresar el dolor... Los detalles no tienen importancia frente a la muerte. Los detalles solo forman parte de la vida. 

Se reparte un libro de condolencias. Escribo pocas palabras: tópicos, ideas simples: "Buena alumna, respetuosa... bella persona".

En la pantalla aparece su nombre y apellidos. La miro varias veces para cerciorarme de que no me hallo en un sueño. 

Han descorrido la cortina. Mucha gente se acerca y arremolina para dar el pésame a los padres. Es agobiante. Esperaré. 

Ma. ha roto a llorar un par de veces. Sus amigos le abrazan. El hermano de Jocelyn mantiene la compostura. Hay algunos adultos; la mayoría son jóvenes. 

Ha pasado hora y media desde que llegué. Ya hay menos gente en la sala; me decido a entrar. Echo un vistazo al féretro. Sí, es ella, pero no la reconozco, encajada en el centro, aplastada entre el blanco del sudario y el color de las flores, bajo esa luz artificial que lamina el contraste. No se nota el maquillaje, pero sabes que no está soñando. No te engañas. Así no duerme nadie. 

Saludo a los padres. Las palabras se ahogan, son inútiles. Al irme, escucho un "gracias por venir" de la madre. Cientos, miles de gracias... Las palabras se pierden... 


Ma. rompe a llorar por tercera vez. Los abrazos son más débiles. 

¿Pensarán en este momento dentro de diez o veinte años? Todos vivirán una vida que Jocelyn ya no tendrá. ¿La recordarán? ¿Se olvidarán de su rostro, de su voz? 

-¿Salimos a tomar el aire? -insinúa uno de ellos.


Hace un día frío; las manos se te congelan. Ya he olvidado el rostro de Jocelyn; no recuerdo su voz.

Pasa el tiempo. Las palabras vuelven a conformar el mundo, lo definen, lo explican.

Empiezo a leer un poema de Pasolini.

"El amar, el conocer cuenta; no el haber amado, no el haber conocido"