El abrazo de un padre. Nunca fuimos capaces de decirnos lo que sentíamos. Siempre me quedará esa herida...
Tendría que buscar relación entre estas cuatro películas, ya que he decidido ponerlas en el mismo enlace, y alguna hay, sin duda. Por ejemplo, tanto El rey de la Araucania como la película de Gondry, El libro de las soluciones, se atienen al subgénero de "cómo hacer una película y sobrevivir". Que decidas que sea una comedia delirante y absurda, como hace Gondry,
o un drama que se mueve con soltura entre el realismo y un cierto aire místico, como la película argentina,
depende del punto de vista que elijas. En ambos casos hablamos de locura, porque hay que estar muy mal de la cabeza para poner en marcha una película, y todos los que lo hemos intentado lo sabemos. En ambas opciones la locura o la obsesión conduce al protagonista al desastre, a la soledad o al aislamiento, pero parece imprescindible para que los personajes, con toda su carga de genio romántico, se sientan vivos. La película del rey se centra en un rodaje condenado desde el principio; El libro de las soluciones está más interesado en el proceso de montaje y postproducción y en el mundo interior del director. El final de la película de Carlos Sorín es un guiño a Don Quijote y Sancho Panza donde el Sancho actual es un paciente director de producción. En Gondry la directora de producción huye, agobiada por las manías y locuras del protagonista que, tras ver el montaje en una sala de cine, acompañada de su pareja, con la que van a tener a un hijo, y su mejor amiga, la montadora, se volatiliza.
De Guerra civil poco bueno que decir. Sí, claro, es una película de Hollywood, bien armada, que te arrastra; sin embargo, al terminar de ver la película te das cuenta de que te han querido contar una historia de aprendizaje en un viaje de cuatro personajes -reporteros de guerra- con un entorno violento. Bueno, puedes aceptarlo. Menos te gusta que esa violencia sea no solo justificada, sino convertida en un gran espectáculo, idealizada: fuegos de artificio superficiales en su tramo final que podrían haber transitado un camino diferente, mucho más interesante.
Hay un discurso fascista que la película, tal vez sin proponérselo o sí, defiende. Lo que podía haber sido una reflexión sobre la violencia -y hay películas que lo han hecho a lo largo de la historia del cine de gran calidad-, deja de serlo cuando los conflictos y la complejidad desaparecen y solo encontramos un discurso simple y hueco: acción sin reflexión. Yo, al menos, no puedo entender a los personajes, pero mucho menos que lo interesante sea hacer una fotografía de acción de un soldado sin profundizar en la realidad que les rodea. Al final la ideología que hay detrás de esto es la que permite simplificar la realidad y cometer todo tipo de atrocidades. Y esta película las alienta y las justifica como tantas otras de Hollywood.
El mal hijo de Sautet, en cambio, tiene casi todo lo que busco en el cine: personajes interesantes y una historia que me emocione.
No es nada original lo que cuenta: el conflicto entre un padre y su hijo, incapaces de expresar sus emociones. Cuesta ponerse en su lugar; es mucho más fácil cuando los personajes femeninos son el centro de la historia o si está Romy Schneider. Sin embargo, los actores cumplen su papel con solvencia y el guion esta construido milimétricamente desde el principio; por ejemplo, cuando descubrimos el conflicto del protagonista con dos preguntas rutinarias sobre la fecha de nacimiento de sus padres.
Siempre lo mejor en Sautet son los detalles, porque lo más importante no es lo que se cuenta -casi siempre hablamos de lo mismo- sino cómo lo contamos. Sautet sabía convertir lo cotidiano, esos detalles, en una manera de profundizar en la vida y sus contradicciones.
Aquí, el trabajo, las acciones diarias y repetitivas, los bares, las casas, los objetos, las miradas, los silencios tienen muchísima más intensidad que la violencia espectacular de la película anterior, deja mucho más poso, preparan el camino sutilmente, sin énfasis.
¿Cómo olvidar la forma en que su padre le cuenta cómo murió su mujer? Es seca, brutal y, sin embargo, también íntima. Los intentos de acercamiento del hijo se mueven entre la torpeza y la incomodidad; el padre los recibe, tenso y rencoroso. Y, más allá de los diálogos, lo vemos en sus gestos, el tono de voz, las miradas.
El final parece feliz: cierras tus propias heridas, aceptando a tu padre tal cómo es y aceptándote a ti mismo. Los personajes no pueden ir más allá. Sí, es demasiada cercana a mi propia experiencia y, por eso, me llega tanto. Pero también es un final abierto, porque la vida fluye y no puedes detenerla; no hay felicidad, sino fugacidad. Y eso Sautet lo sabía contar muy bien.
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