La estrella azul tiene ideas muy interesantes. La primera es contar la historia de un tipo peculiar, Mauricio Aznar, integrante de un grupo de rock en los años noventa, que desapareció demasiado pronto. La segunda es intentar hacerlo de una manera diferente, intercalando elementos semi-documentales y rupturas de la cuarta pared. Y es aquí donde el atrevimiento no llega tan lejos y decepciona.
La parte ficcional se deja ver y es agradable, bien rodada y documentada, bien interpretada. Nos encontramos con un tono amable; no hay que herir sensibilidades y debes agradar al espectador medio. No criticas en exceso el entorno de las grandes discográficas; se idealiza el mundo de Santiago del Estereo como lo haría un europeo. Cuentas la vida de un personaje utópico e idealista. ¿Quién no se puede sentir cercano? Todo el mundo es bueno, ya se sabe. El director ha hecho su primera película; quiere rodar más, por supuesto.
Sin embargo, ¿por qué no va más lejos en el planteamiento documental? Solo rompe definitivamente con la cuarta pared al final, pero ¿podría haberlo hecho antes? Nos va preparando, por supuesto, por medio de diferentes ensoñaciones que tiene el protagonista -tal vez lo más valioso de la película-: entra en la televisión convirtiéndose en personaje de un reportaje, asegura que va a morir en tres escenas -como así será- y le pide al funcionario de turno que cambie sus prioridades, recibe un par de veces la visita de la Muerte -bajo diferentes formas, incluida la de una joven, tentación que no puede controlar, o difuminando la imagen con cámara subjetiva-.
En el epílogo descubrimos que algunos de los actores que han intervenido en la parte de Argentina, como era previsible porque se nota en el tono, lo conocieron; el director, aquí, se decide por una entrevista colectiva que intercala preguntas convencionales y previsibles. El baile final con el equipo técnico es amable y nos deja una sonrisa, pero... ¿Por qué no se ha decidido antes por presentárnoslos? ¿Por qué no ha roto antes con esa cuarta pared de manera radical, intercalando esta ficción con un documental, introduciendo la realidad, mezclándola desde el principio, confundiéndonos, arriesgando en el envite? Tenía muchas maneras de hacerlo, pero no ha tomado ese camino.
La estrella azul se queda en una idea atractiva que busca al gran público o, al menos, al público cinéfilo. Podría haber sido mejor, pero siempre hay prioridades.
Los hijos de los otros -estrenada hace dos años- encaja con un subgénero bien asentado: mujeres de clase media, trabajadoras, con más de cuarenta años, que tienen su última oportunidad de ser madres.
El tono y el planteamiento me recuerdan al de La peor persona del mundo. No creo que sea casualidad. Si en la película noruega de Trier hay una evolución a lo largo de dos décadas, en este caso, son solo unos meses el meollo de la historia.
Es realista, se realza lo cotidiano con diálogos y situaciones creíbles, plausibles. El personaje es complejo; debe enfrentarse a contradicciones diarias. Es cierto que, si tienes algún bagaje cinéfilo, piensas en las películas que Sautet hizo con la maravillosa Romy Schneider y esa influencia siempre va a ser productiva. Es evidente en el plano en que la protagonista cierra los ojos, disfrutando de un rayo de sol, como lo hace Romy en el final de Une historie simple. No he logrado encontrar ese final, pero aquí tenemos el principio para disfrutar de Romy. Hay pocas actrices que logren con un único plano decir tanto...
Lo irónico es que el personaje de Romy, al final, está embarazada y decidirá tenerlo; la de Los hijos de los otros no lo va a estar nunca y tendrá que aceptarlo.
Volviendo a Los hijos de los otros. Te crees lo que ves, porque tú mismo has vivido o conoces ese día a día. Es profesora de instituto y puedo asegurar que esas escenas y esos diálogos -sean en una junta o en una clase- se dan. E igual podríamos decir cuando la directora y guionista nos habla de la relación de pareja o de los lazos que se crean con una niña que no es tu hija.
El último plano -otro homenaje a Sautet-, como suele ser habitual en estos tiempos, es una mujer caminando hacia delante, sola, sin hijos, pero satisfecha con la vida que ha elegido. ¿Es un final feliz? ¿O podríamos hablar de un final ambiguo? Plantea preguntas, pero, como suele ocurrir en la vida o en el arte, nunca hay respuestas claras.
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