Los griegos hace casi tres mil años inventaron una manera de consolidar lo que les unía: los juegos panhelénicos. Entre ellos destacaban los de Olimpia. Así que decidieron bajo la protección de Zeus no matarse durante el periodo en el que sus atletas competían por su polis.
Los juegos modernos heredaron esta idea, pero lo de la tregua olímpica no suele funcionar. En los juegos de Munich varios atletas israelíes fueron asesinados, si mal no recuerdo. En estas dos semanas Israel -que ha participado en las competiciones al contrario que Rusia y Bielorrusia, vetadas- ha matado a varios líderes de Hamas y, también, aunque no se hable de ellos, a cientos de palestinos, mujeres y niños. ¿Alguien les ha recordado durante los Juegos? Irán prepara su venganza en un plato frío. La guerra de Ucrania continúa, aunque parece que, aquí sí, han preferido intercambio de espías hasta el miércoles que abrieron un nuevo frente. En Venezuela Rusia y China apoyan a Maduro; Estados Unidos y sus aliados alientan un golpe de Estado. La segunda guerra fría está en marcha y no puede detenerse ni siquiera durante unos días.
Un buen reflejo de la realidad sociopolítica son estos juegos. Siempre son una borrachera de nacionalismo y patriotismo. Hitler supo aprovecharlo muy bien. Y no solo él. Rusia y Estados Unidos alimentaron a lo largo de la primera guerra fría un enfrentamiento deportivo. Bajo la protección del deporte con esos valores tan manoseados del esfuerzo y la superación de los límites, la impresionante inversión económica ha tenido siempre un objetivo fundamental: alimentar la intensidad emocional que permitirá con posterioridad más gasto militar, más guerras por el control de los recursos -sea el agua, el gas, el petróleo, el litio-. Los dos grandes bloques, liderados por China y Estados Unidos, y la geoestrategia de un mundo al borde del precipicio. Francia olvida sus disputas internas. Volverá a ellas, cuando terminen los juegos. Ha conseguido alejar a los mendigos del centro, militarizando la ciudad de la luz, mientras la xenofobia ha hecho acto de presencia en el país vecino, al otro lado del Canal de la Mancha. Objetivo cumplido: turismo de masas, dinero a espuertas. Y por aquí, más de lo mismo, aunque siempre está Puigdemont para recordarnos que somos un país contradictorio, absurdo y de pandereta.
Como hay seres humanos, los Juegos también tienen una parte más interesante para un observador imparcial de la naturaleza humana. En algunos deportes, sobre todo en el fútbol, se impone la competitividad y la agresividad; nada queda de ese mantra: lo importante es participar. No, en este deporte con atletas de primera, entrenados con mucho dinero, ganar es lo primero. Tu país, lo segundo. El resto, depende.
Hay amistades y solidaridad, por supuesto, entre los protagonistas de estas historias. La gimnasia, la natación y el atletismo me parecen los deportes más atractivos. Su belleza, su estética; cuerpos que se exigen límites imposibles. Llegan las lesiones o las retiradas antes de competir, los problemas mentales. Hay atletas de cuarenta años que no han sabido retirarse a tiempo. Biles entendió que es mejor sonreír a ganar más medallas: sabiduría oriental o epicúrea.
Duplantis salta 6,25 metros. Un nadador chino, Pan Zhanle recorre 100 metros en 44 segundos. Se duda. Poco. En los años 80 atletas de Alemania Oriental batían récords, que aún se mantienen, con ayudas extras. Todavía tenemos los records de Florence Griffith que murió prematuramente. Forzar los límites también tiene sus consecuencias.
Estos héroes despiertan nuestra admiración porque superan nuestras propias limitaciones, pero también muestran su fragilidad, sus debilidades: su humanidad.
Termina el espectáculo, la gran fiesta, el circo. ¿La última gran fiesta antes del desastre? Las bolsas del mundo han temblado. Terremoto doble en Tokyo. ¿Es un aviso?
Como sucedía con los griegos habrá Píndaros que, bien pagados por sus polis o Estados, escribirán poemas o, en nuestro caso, reportajes que loarán las virtudes de sus atletas. Y después se seguirán matando, como hacían los griegos. Somos humanos, ya se sabe.
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