martes, 24 de diciembre de 2019
ANNA KAVAN
Cuando descubres de repente a una gran escritora siempre se te abre un mundo nuevo. La sorpresa y el agradecimiento se mezclan a partes iguales. Sabes que estará contigo hasta el último día. Como me sucedió con Virginia Woolf a los dieciocho años.
En este mes de septiembre la editorial Navona Ficciones ha publicado El descenso. Su título original es Asylum Piece. La autora lo escribió en 1940. La traducción de Ainize Salaberri es soberbia.
Hay libros que te llaman. No sabes porqué, pero ocurre. Me gusta dejarme atrapar.
Comparto el departamento con Filosofía. Dos días antes de terminar el curso algún compañero -tal vez la jefa de departamento- había dejado separado del resto este libro, en el borde del anaquel. Quizá con las prisas no había tenido tiempo de colocarlo en su lugar. Lo siento. No pude evitarlo. Lo cogí y me lo llevé prestado.
Lo he estado leyendo. A ratos. Son episodios independientes, aunque tengan un denominador común: la locura. Su forma de escribir es simple, llana, directa. Sabe describir con pocas palabras una emoción o un personaje. Unos pocos gestos le bastan para definir un carácter. Unas pocas frases para mostrar un ambiente.
Es desesperado, brutal, terrible. Y tierno, sensible, generoso. Pocas veces había visto un estilo como el de Anna Kavan.
Su vida fue un reflejo de su obra; entre el sueño y la pesadilla. Dos matrimonios; una depresión; la estancia en un centro psiquiátrico; la dependencia durante treinta años a la heroína; y la muerte por sobredosis. Y, por supuesto, la escritura como terapia y como grito sordo; dolor que no tiene curación.
De entre estos episodios me gusta, sobre todo, el que empieza así:
Tuve un amigo, un amante. ¿Acaso lo soñé? Hoy en día se me amontonan tantos sueños que apenas puedo discernir entre lo que es verdad y mentira: sueños en los que la luz está presa en cuevas de mineral brillante; sueños calurosos y pesados; sueños de la Edad Media de Hielo; sueños como máquinas en la cabeza. Me acuesto entre la pared desnuda y la medicina amarga con su poso que aguarda en el diminuto vaso e intento recordar el sueño...
Y el sueño se nos cuenta; como recuerdo perdido. Pero, es inevitable; vuelve la pesadilla...
Pero ahora estoy acostada en una cama solitaria. Estoy débil y confusa... Fue él quien me trajo a este lugar... Luego me dijeron que se había ido. Durante mucho tiempo no lo creí. Pero el tiempo pasa y no llegan las palabras... Espero, espero, entre la pared y la amarga medicina del vaso... Durante toda la noche el ojo imparcial de la luz me observa. En la oscuridad hay sonidos extraños. Espero, espero, quizá a los sueños, que tan cerca están ya de mí.
Tuve un amigo, un amante. Fue un sueño.
Esta es Anne Kavan. Como diría Nietzsche, una flecha lanzada a nuestro presente. A nuestro incierto futuro. El arte nos salva, nos abre caminos, nos descubre a nosotros mismos.
martes, 19 de noviembre de 2019
CHANTAL AKERMANN Y PINA BAUSCH: LA DESESPERACION Y EL DESEO DE LOS CUERPOS
Chantal Akerman rodó un documental sobre Pina Bausch en los años 80 tras estrenar un musical, Golden eighties, precisamente: rareza en la filmografiia de Akerman. La acompañó durante cinco semanas en una gira.
No creo que sea casualidad. Tampoco que ambas hayan sido redescubiertas en la segunda década del siglo XXI, tras sus muertes.
Hay en Akerman desde sus comienzos en los años 70 una constante: la presencia del cuerpo, elemento indispensable de su narrativa. Cuerpos que se encuentran y se separan; y junto a ellos, la desesperación, como si fueran conscientes de su finitud y soledad. Lo veo en gran parte de sus películas. Nuit et jour es un buen ejemplo.
Akerman es más compleja, sin duda. Hay un feminismo vivido intensamente, presente, distante, independiente, mezclado con unas ansias de libertad que van más allá de las limitaciones sociales y, además, un encuentro con el espacio, el de la casa, cerrado, opresivo - como en La-bas donde el exilio es interior, el pasado que se recupera no ofrece más alternativa que la decepción-
Chantal se suicidó en el 2015, unos meses después de la muerte de su madre, otro de sus temas recurrentes. Muy presente en News from home, donde la lectura de las cartas de su progenitora tiene como único fondo visual las calles y el metro de Nueva York, sus gentes, su entorno. El final es todo un homenaje a una de sus ciudades, entre las que están también, por supuesto, Bruselas o París.
En su última película había documentado con una sinceridad brutal el deterioro mental y físico de su madre. El final de su filmografia: el plano secuencia de un espacio vacío, el interior de una casa. Antes hemos visto un cuerpo que se muere; una mente, vacía de recuerdos. Los que hemos ido escuchando a lo largo del metraje y que adquieren todo su sentido con ese último plano.
En la filmoteca de Madrid tenemos la oportunidad de ver toda su filmografia en noviembre y diciembre.
Como Pina Bausch estuvo experimentando, buscando, reinterpretandose a sí misma constantemente. Y ambas nos han dejado una huella y una herencia de la que muchos no somos conscientes. Pero está ahí. Con nosotros. Dentro de nosotros.
jueves, 7 de noviembre de 2019
CUANDO DESCUBRÍ QUÉ SIGNIFICA LEER
Tendría ocho, diez años quizá.
Mi madre se acababa de apuntar al Círculo de Lectores.
Creo que entonces comprar libros, leerlos, -aunque, como sucedía con mi madre, no hubieras terminado más que la educación primaria y te pusieras a trabajar enseguida-, significaba otra cosa.
Era una manera de promoción social. Pertenecer a la nueva clase media con todas las de la ley, -a pesar de que fueras, como ella, una currante que estaba fuera de casa todo el día-, no te lo daba sólo el tener dinero. También necesitabas la cultura para alcanzar ese estatus.
En fin, los tiempos han cambiado, me parece.
Por eso en mi barrio, en mi ciudad, que era Móstoles, durante los años ochenta, la generación de nuestros padres tenía en las estanterías diccionarios y enciclopedias que no leían; libros que sólo servían de telón, meramente decorativos.
Mi madre, es cierto, no era una gran lectora, pero intentaba y se esforzaba en ampliar su escasa cultura. Y nos facilitaba que nosotros la adquiriéramos. A pesar de que cometía muchos errores al escribir cualquier nota o una carta, le agradaba leer, aunque fuera a ratos. Era curiosa; no se conformaba con quedarse parada, sin hacer nada, como si sucedía, en cambio, con mi padre. Por eso, se sacó el carné de conducir o se divorció, entre otras cosas. Y también, por supuesto, leía.
Cuando fui creciendo le pedía otros libros, libros que ella nunca hojearía. Obras de Borges, Nietzsche, Virginia Woolf, James Joyce, Dostoievski, Ray Bradbury...
Cuando crecí llegamos a un acuerdo. Al venir el señor del Círculo de Lectores con la revista -creo que sucedía cada tres meses; era un hombre de mediana edad, rondaría los cuarenta, cincuenta años-, yo podría elegir uno o dos libros que no fueran muy caros. Asi que, cuando tenía la revista entre mis manos, por supuesto -lo recuerdo como si estuviera allí mismo, en la cocina o en la mesa de mi habitación-, me sentía transportado. Era un momento mágico que disfrutaba como pocas cosas a lo largo de mi vida. Todo era posible. Tenía delante de mí el mundo entero. Podría asegurar, incluso, que me sentía feliz. Lo difícil era descartar la cantidad de maravillas que encontraba entre sus páginas. Los que tenían una portada atractiva te atrapaban. A veces mi madre me regalaba alguno de estos, fuera por mi cumpleaños, o en Navidad, para Reyes.
Y al llegar, tras una espera intensa y nerviosa de días, los tenía, por fin, entre mis manos, y, es curioso, recuerdo que me encantaba su tacto. Antes de leerlos, necesitaba tocarlos. Y olerlos.
He releído muchos de ellos a lo largo de mi vida. Aún los tengo en casa. Todavía forman parte de mí.
Dicen que Círculo de Lectores desaparece. Los tiempos han cambiado, sin duda.
Sin embargo, no olvido que sin esa editorial nunca hubiera sentido la lectura ni la escritura como la siento.
Ha sido mi gran historia de amor. La amaré hasta que deje de respirar.
Gracias, mamá, por apuntarte a Círculo de Lectores. Nunca te lo agradecí. Lo sé; es demasiado tarde, lo siento.
Ahora, lo hago, con todas las letras que me enseñaste a amar.
Gracias.
Y gracias a Círculo de Lectores por darnos espíritu crítico y abrirnos a mundos a los que sólo podemos llegar con la imaginación.
Gracias.
LA DEMOCRACIA
"Y si todos los partidos son opuestos a tus ideales? Por ejemplo, si eres anarquista... O porque no crees en este modelo democrático que te venden cada cierto tiempo, cuando vas a votar lo que quieren que votes, es decir, a unos farsantes... Yo no votaré. Ya no me engañarán más. El problema es el sistema, un sistema democrático dirigido y controlado, muy deslegitimado y cada vez más autoritario. Como decía alguno... Si votar valiera para algo, sería delito. Como sucedió el 1 de octubre en tierras catalanas, en parte. Eso sí, todo el respeto a quienes creéis que votar a unos partidos sirve de algo. La democracia es otra cosa para mí. Puedo estar equivocado, pero no me dejan otra opción. Al menos, por el momento..."
Acabo de escribir esto en facebook. Me parece que resume bien mi posición. Era la respuesta a un "Ningún partido me representa del todo, pero si existen opuestos a mis ideales; así que deberías votar".
Hace seis meses mucha gente votó por miedo o rechazo a Vox. Entendí la reacción, pero, como se demostró más adelante, el PSOE, sobre todo, nos ha aclarado, por si existía alguna duda, que el problema no es Vox ni la extrema derecha; el problema son todos ellos. El problema no es el dedo, sino el lugar que señala...
Soy educador. O profesor de secundaria. Incluso estando en un buen centro -y creo que este año estoy en uno muy bien organizado y que funciona, bien integrado en el barrio-, tengo la sensación de que el esfuerzo que dedicamos a enseñarles -no sólo conocimientos, sino valores- está condenado al fracaso. Y además siempre he pensado que, en el fondo, los centros escolares -por lo menos, hasta que cumplen 16 años- son una especie de cárceles, más o menos suavizadas.
El sistema -que muchas veces no ofrece opciones de salida en barrios complicados- les mantiene encerrados con sus hormonas, sus conflictos, sus grandes o pequeñas tragedias en espacios cuya función principal -no nos engañemos- es prepararles para otras "cárceles", sean laborales o sociales.
Y ahí estamos los profesores, hablando con ellos, intentando marcar unos límites, una convivencia, agotándonos y de vez en cuando consiguiendo -aunque esto no lo sabrás o lo sabrás dentro de mucho tiempo- que algunos no sean carne de cañon. No acaben en la cárcel -en el peor de los casos- o explotados por una multinacional o adoctrinados y manipulados. Que sean críticos con el mundo que les ha tocado vivir. Y siendo muy optimistas, que tal vez, cuando tengan tus años, sean capaces de cambiarlo.
Sí, al final, me parece más importante el trabajo diario que hacemos todos los días en nuestro trabajo que votar cada seis meses o cada cuatro años a unos farsantes.
La democracia quizá sea eso. Está en las calles cuando sales a protestar; está en espacios donde conoces al tipo al que votas o eliges y sus intereses; no en el sitio que cuando votas, en realidad apoyas, sin saberlo o mirando a otro lado, a una empresa o a un medio de comunicación. Está en los lugares donde trabajas...
No votaré el 10N. Eso no es democracia.
Hay otra democracia, es decir, donde, ateniéndome a la etimología griega- el pueblo pueda tener capacidad de decisión, tenga el poder.
Y en esa siempre creeré, aunque sea tan difícil sacarla a la luz o distinguirla entre tanta podredumbre.
martes, 29 de octubre de 2019
LA TRINCHERA INFINITA: AMABILIDAD VERGONZANTE
Una película amable.
Parecerá extraño que una película que trata sobre un hombre que debe permanecer escondido más de treinta años en un agujero, en su propia casa, por miedo a ser fusilado, sea amable.
Es cierto que técnicamente no hay nada que objetar. El guion está bien construido y, si no profundizamos demasiado, mantiene nuestro interés. Dos actores maravillosos. Cuando llegamos a la parte final, nos emociona que la pareja pueda disfrutar de su libertad, unos últimos años, sin tanto miedo.
Pero, en un aspecto muy sutil, es una película cobarde. Hace años, Fernando Fernan Gómez escribió y dirigió Mambru se fue a la guerra, tratando un tema similar. A pesar de sus defectos era más contundente y valiente.
Lo que allí se convertía en una sátira, que criticaba el egoísmo de las nuevas generaciones y mostraba el miedo y la imposibilidad de adaptarse a la nueva realidad del exterior, en esta, sólo es una cáscara que prefiere centrarse en la psicología y crisis de identidad del protagonista. Con muchas convenciones y recursos, como el de un humor aséptico y correcto, que se veían venir ya, en Loreak o Handia, sus películas anteriores.
Y lo que queda de la parte política es lo que esperaríamos de unos creadores que no quieren molestar a nadie, que se sitúan en una equidistancia insultante, asumiendo, incluso, la propaganda franquista en algunos de los diálogos o discusiones, forzadas, para explicar los conflictos entre el protagonista, el hijo y su mujer.
Buscan un público mayoritario y, para eso, se traicionan a sí mismos. O, peor, es posible que asuman el discurso de la Transición: todos fueron culpables.
Y una mierda. 40 años de dictadura. 40 años de democracia a medias. El miedo hizo que mucha gente se callara. Unos, los vencedores, fueron honrados. Otros, aún continúan en las cunetas.
Y en esta película el final, tan amable, es una falsa moneda. El miedo seguía allí. Y con ese miedo se aceptó una Transición que, como se ve en la actualidad, dejó heridas y conflictos sin solucionar.
Y ahora, hemos vuelto al punto de partida... Pero sin el valor de muchos de los que hacían cine, entonces. Hay demasiados cobardes en la élite intelectual de este país, en sus artistas. La autocensura es más habitual de lo que creemos.
Así que gustará a los que prefieren no remover viejas historias. O a los que quieren contarlas para que lleguen al gran público, sin molestar demasiado. Pero podría haber sido mucho más contundente e intensa.
Es una película cobarde. Y eso me parece imperdonable.
domingo, 27 de octubre de 2019
CUARENTA Y OCHO HORAS EN BARCELONA
Se me ocurrió a última hora hacer un viaje a Barcelona; así, de repente. ¿Por qué no? Ya he dicho muchas veces que esta ciudad con sus defectos me ha atrapado. Quizás para siempre. De vez en cuando tengo que volver. No puedo evitarlo.
Así aprovechaba y veía a amigos. Con Cris no pudo ser; mientras ella aterrizaba en Tenerife, yo llegaba a Barcelona. Con Maricarmen y Rafael, sí. Tomamos un vermú enfrente de un gran centro comercial, la Maquinista. Antes era el lugar donde se hacían vagones: en otros tiempos, fábricas, trabajadores, grandes chimeneas. Ahora, un parque y el símbolo consumista por excelencia. Los nuevos tiempos; los viejos.
Siempre es un placer estar con ellos. Me parecen dos personas sensatas e inteligentes en un mundo cada vez más absurdo. Además, es como si volviera a tener, aunque sea por un rato, un pequeño trozo de mi madre. Son dos buenas razones. Acabé, tras dos vermús, con alegría en la sangre. También se agradece.
En cuanto al ambiente siempre es curioso, más allá de las manifestaciones, contemplar esta ciudad tan contradictoria. Miles de turistas, ajenos, en su mayoría, a los conflictos de esta sociedad; pagan más de veinticinco euros por ver la Sagrada Familia. Desahucios, turismo masificado que echa a los vecinos de sus casas y convierte a Barcelona en un parque temático, corrupción urbanística, centros comerciales, cines, tiendas, restaurantes al servicio de un capitalismo y consumismo ciego y acaparador.
Además, la vida cotidiana, más allá de las manifestaciones, sigue su ritmo y rutina habitual. No aparece en los medios, porque esa realidad no da titulares. Para mí, en cambio, me resulta de lo más interesante.
Un niño, en plaza Cataluña, delante de una estatua; aparece en una de las fotografías que hizo mi abuelo hace más de ochenta años, en plena guerra civil. ¿Qué le preguntará a la madre? "¿Quién es esa mujer? ¿Por qué está allí?" Tal vez las mismas preguntas que le haría mi tío, cuando tenía la edad de este niño.
En un paseo, dos parejas de ancianos hablan del carácter de una de ellas. Sentada en un banco, una mujer joven, de unos treinta años parece feliz, mientras los escucha. Como si, permaneciendo allí, tranquila, a la expectativa, fuera suficiente y no necesitara otra cosa; está a gusto y bien. Se siente viva. Deberíamos disfrutar más de esos pequeños placeres.
Un grupo de chinos ofrecen a los vecinos algunas de sus tradiciones ancestrales. Tres mujeres bailan; ¿o vuelan?
Sí, recordaré de este viaje dos chocolates mañaneros en Gracia que me supieron a gloria.
Por supuesto también asistí a manifestaciones.
Variadas. Un poco de todo. Como esta Barcelona.
Iré por orden cronológico.
El viernes, nada más llegar, unos dos mil o tres mil jóvenes delante de la comisaría de Vía Laietana. Después, se dirigieron al centro político de la ciudad, el antiguo foro de Barcino, Sant Jaume.
Algunos gritos de Buch, dimisió o Fora las forçes de ocupació. Al final, corrillos y tranquilidad.
Si había alguna diferencia con otras manifestaciones de años anteriores es que muchos de ellos llevaban un casco en la mochila o colgado; ninguno se cubría la cara, como si vería en algunos, la noche siguiente. No había demasiada tensión. Seriedad, sí, claro. Por esa zona, las manifestaciones pueden irse de las manos y descontrolarse en cualquier momento. Por si acaso, encuentras cada cien metros voluntarios enfermeros, por si hubiera cargas o heridos. Suelen recibir aplausos de los manifestantes, en cuanto llegan al lugar de la convocatoria.
Al día siguiente me pateé un camino que te lleva desde Torre Baró hasta Canyelles. El día era perfecto para pasearse por el campo. Desde Torre Baró la vista es espléndida.
Un anciano se había sentado en un banco, un poco antes de que yo llegara; me contó que vivía allí desde hace mucho tiempo. Más de cincuenta años. Que ahora el barrio había perdido su identidad; que las casas se construían mal y de manera atropellada. "Luego, vendrán las riadas y el desastre, pero estos son los tiempos que vivimos". Me hizo gracia cuando me dijo que sus vacaciones, entonces, cuando era pequeño, era ir al barrio de Nou Barris, que está al lado.
A unos veinte minutos, andando, a la altura de Canyelles, un monolito recordaba a un amigo perdido; tal vez en la montaña.
Llegó la gran manifestación independentista. Una hora antes de empezar, se cortó el tráfico en la calle Marina. Aproveché para tomar algo en uno de los bares. Está claro que los negocios, en cada manifestación, hacen caja. Si son de clase media -tanto unos como otros- las copitas, el vermú, el café, los menús. Me pareció que en la manifestación españolista del día siguiente había más gente en las calles aledañas tomando su carajillo, su cervecita y el aperitivo que apelotonados en el recorrido oficial.
Si son jóvenes, entran en los "chinos", -aunque aquí la mayoría los regenten pakistaníes- y se compran su botellita de agua, su lata de cerveza y la bolsa de patatas. Las tiendas venden banderas -la mayoría esteladas-. Para las españolas, no hay que preocuparse; están los ambulantes -pakistaníes también- que ofrecen a sus posibles compradores precios más baratos. Camisetas, pins, banderas en las mesas de Omnium.
En todas, vi a algún chico en bicicleta con la mochila de Glovo a sus espaldas, ajeno a lo que le rodeaba. El dinero manda.
Es difícil calcular cifras con tanta gente. ¿Eran 350.000 como dijo la Guardia Urbana? Puede que fueran más y llegarán al medio millón, pero está claro que eran muchos. El grito más repetido fue "Unitat". O "Llibertat, presos polítics". Abucheos, cuando el helicóptero de la policía vuela sobre la gente. Son manifestaciones, estas, controladas por Omnium. Muy transversales; la clase media que ha movido este país en los últimos años. No parece que haya marcha atrás.
Después del 1 de octubre, ya no es posible. Sólo aceptarán un referéndum, sea pactado o unilateral. El pujolismo y la corrupción -el pactismo- que les bastaba hasta el 2007 no es suficiente. Quieren otra cosa: mucho más.
Al día siguiente, en el otro lado, también había mucha gente. ¿Menos, a pesar de que muchos venían de los autobuses que les habían dejado en la Diagonal, a la altura del Camp Nou? 80000 me parecen pocos; 400000, una exageración. La mayoría me parecía de clase media alta; me los podría cruzar por Serrano. Algunos, estoy seguro, venían de allí mismo.
Conozco ese aire de camisa bien planchada; para uno de Móstoles o de Vallekas, que ha crecido en un ambiente completamente diferente, es fácil reconocerlos. También había gente mayor, inmigrantes, venidos de Extremadura, Andalucía, Galicia en los años cincuenta o sesenta; gente jubilada. Algún nazi, pero eran excepciones. La mayor parte de las banderas -o casi todas- eran constitucionales. El helicóptero era vitoreado. Los policías y Mossos, jaleados.
Estos jóvenes que veía aquí a mediodía no eran tan diferentes, físicamente, a los de la noche anterior.
10.000 se habían echado a la calle, delante de la comisaria de Vía Laietana. Pero, aunque sean tan parecidos, no tenían nada que ver.
Esa manifestación, la nocturna, era una mezcla extraña de independentistas y antifascistas. Sí, había cuarentones, viejos anarquistas de la vieja guardia, pero la mayoría eran veintañeros; incluso vi a algunos que no tendrían ni dieciséis años. Y muchas mujeres. Me sorprende lo involucradas que están, en todos los ámbitos, en todas las manifestaciones.
De noche, se mezclaban las consignas. A "Cataluña, antifascista" le seguían gritos de independencia. Después de cantar el Bella Ciao, los mismos jóvenes entonaban Els segadors. Los policías estaban mal situados -quizá adrede- y muy tensos. Sabías que tenían ganas de cargar y cualquier excusa les serviría. Hubo gritos a una periodista de TeleMadrid. Entre risas y algunas recriminaciones, "Prensa española, manipuladora", le dejaban hacer su trabajo. Exageraba su pose de víctima. En cuanto dejó de grabar, la olvidaron.
La primera carga fue a las 21.10. La segunda y definitiva, una hora después. Los mossos y policías querían limpiar la zona y lo hicieron a conciencia. Me pareció todo innecesario, como si fuera una representación para los medios, pero imagino que también querían demostrar que controlaban el centro. Sacar pecho. Unos cuantos heridos y detenciones. Mañana, más.
Cuando volvía, al día siguiente, a la estación de Sants, tras pasar por los murales de la cárcel de La Modelo, me encontré en la puerta con unos quinientos manifestantes.
Frente a ellos, decenas de antidisturbios sólo permitían el paso a los que teníamos billete. Cuando salían los turistas, una mujer les ofrecía un irónico recibimiento.
"Bienvenidos a Barcelona, la ciudad donde no se respetan los derechos humanos"
sábado, 19 de octubre de 2019
RETRATO DE UNA MUJER EN LLAMAS Y PARÁSITOS
Mientras en Cataluña las protestas continúan y las televisiones lo convierten en un gran espectáculo mi hermano y yo hemos disfrutado de dos grandes películas. Las dos llegan del festival de Cannes con premios. Y merecidos.
Retrato de una mujer en llamas es la mirada inteligente y sensible de su directora, una mujer con cuatro largometrajes a sus espaldas muy interesantes, Celine Sciamma.
Admito que me resultó difícil aceptar que estas mujeres tan valientes y conscientes de su identidad, las protagonistas de esta película, pertenezcan al siglo XVIII. Son del siglo XXI; de eso no tengo ninguna duda. Aunque todo -el guion, la dirección, la puesta en escena- funcione como un reloj, no dejo de pensar en ese pequeño detalle, que para mí no es baladí.
Y, aún así, es una película que hay que ver por muchas razones. Un guion preciso, sin ninguna debilidad. Una dirección elegante. Una puesta en escena cuidada. También hay una reflexión sobre el arte -una de ellas es pintora en un mundo de hombres-. No es casualidad que se mencione el mito de Orfeo y Eurídice; esta vez con una explicación del gesto de Orfeo, el artista, feminista.
Las mujeres, ya desde hace tiempo, sobre todo en el siglo XX, -siento una cercanía especial hacia Virginia Woolf o Chantal Akermann- quieren contar por sí mismas lo que sienten y viven. Y el arte es otra manera, quizá la más duradera, de expresar y decir alto y claro tras siglos de silencio impuesto: "Esta es mi mirada".
La directora ha recreado un mundo ideal, sin hombres. No quiso hablarnos de la opresión del mundo masculino que las obliga a aceptar unas normas injustas. Los sueños y deseos de dos mujeres se hacen realidad. Solidaridad, inteligencia, deseo, ternura.
El mundo real aparece al final; es inevitable. El último plano, mientras se escuchan las Cuatro Estaciones de Vïvaldi, cierra de manera impresionante una gran película.
Parásitos de Bong Joon-Ho es otra cosa. Y no sabría decir qué.
Podría ser una comedia salvaje o una película de terror. Pero, para mí, sobre todo, es una película política, en el sentido más amplio del término.
Enseguida piensas en Buñuel o en Chabrol. Y te das cuenta de que, aunque pueda parecer intrascendente en un principio, nos está hablando de la explotación, del capitalismo, de cómo hay gente que tiene que sobrevivir y es capaz de cualquier cosa para seguir adelante, como parásitos, y también de otros que viven en un mundo paralelo, ajenos al sufrimiento de los demás. Nos dice que el egoísmo y la insolidaridad nos enterrarán, que nos ahogaremos, como ellos, metafóricamente, cuando la lluvia, como un castigo divino, convierta nuestros ridículos sueños en pesadillas.
Esos personajes, patéticos, desesperados, sí, somos también nosotros.
Y quizá, en el futuro, ni siquiera nos queden sueños que nos puedan salvar.
HAN PERDIDO EL CONTROL
Día 5 de protestas.
Más de medio millón de personas se manifiestan en Barcelona. Pacíficamente.
A unos quince minutos a pie, muy cerca de la plaza Urquinaona, comienzan cargas contra un grupo que rondará los mil.
Ocho horas después, el lugar parece un campo de batalla: semáforos y señales de tráfico destrozados; contenedores quemados, piedras en lugar de aceras. Los policías han golpeado indiscriminadamente a la gente. Bolas de foam, pelotas de goma; heridos. Palizas innecesarias. Un periodista de El País detenido.
Han perdido el control. No sólo los policías; está claro. Se piden condenas a la violencia sin mencionar la que lleva a cabo la policía. Algunos o muchos -mandos y antidisturbios- pensarán que estos independentistas se merecen todos los palos. La mayoría de los policías, tras cinco días de protestas, estarán agotados. Falta de previsión, sin duda. Y manifestantes, muy bien preparados, que estaban dispuestos de manera pacífica y unos pocos, utilizando medios más combativos y agresivos, a protestar de manera continuada. Y este es el resultado. Pero los policías no son los principales culpables. Estoy hablando de los políticos.
Nunca ha quedado más claro la incompetencia de los que nos gobiernan. De los españoles, ¿qué se puede decir? La derecha, llamando a los catalanes independentistas, terroristas y violentos, cuando todos sabemos que en general han tenido una paciencia infinita. Y los medios de comunicación alimentando una realidad falsa y tergiversada. ¿Les han hecho caso después de más de una década pidiendo votar, simplemente? Como quien oye llover. Cientos de manifestaciones pacíficas y los han ninguneado. Y no sólo eso.
Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, por ser pacíficos, estarán 9 años en la cárcel. ¿Qué esperaban, que la gente ante esa injusticia, después de tanta humillación, protestaran un día y luego se fueran a su casa? Y la izquierda, si se la puede llamar así, mirando a otro lado, criticando a los que sí intentan cambiar las cosas, sin que ellos hayan hecho una mierda.
¿Y los políticos catalanes? Empezaron apoyando el movimiento, porque les venía bien, hasta que se dieron cuenta el 1 de octubre del 2017 que podían perder el control; se les había ido de las manos. Durante dos años se han movido entre la impotencia, la cobardía y los intereses partidistas de cada cual. Y ahora, con la gente enfadada, dejan hacer a los Mossos, su policía, justificándolos, permitiendo que sus propios votantes o los hijos de sus votantes reciban los golpes.
Es una vergüenza lo que está ocurriendo en este país.
Y es difícil saber qué pasará en los próximos días.
La solución es muy sencilla. Siempre ha sido la misma: un referéndum acordado. Pero empiezo a tener la sensación de que, si las cosas siguen así, se acabarán yendo, sin necesidad de tal referéndum. ¿Cómo quieres convencer a más de la mitad de los catalanes de que se queden en España? ¿Dándoles palos? ¿Prohibiendo derechos fundamentales o recortándolos? Sí, parece una manera muy inteligente de solucionar el problema.
Está en juego la democracia o lo poco que queda de ella. Y quien no quiera verlo, está ciego y sordo. Y mudo. Luego, vendrán a por nosotros. Y nos mereceremos lo que nos pase.
Mañana será el sexto día de protesta.
domingo, 29 de septiembre de 2019
NARUSE: TORMENTO Y CUANDO UNA MUJER SUBE LAS ESCALERAS
Hace unos meses comencé a ver películas de Naruse. No es tan conocido como Kurasawa, Mizoguchi u Ozu, pero merece estar a su misma altura.
Hablé entonces de su última película, Nubes dispersas.
Imagino que ahora puedo decir que he visto sus mejores obras. Y entre ellas, sin duda, están Tormento y Cuando sube las escaleras.
En todas las películas de Naruse, el centro de la historia gira alrededor de una mujer.
Ellas siempre son más interesantes. De eso no me cabe duda.
Y las mujeres de Naruse, por supuesto, son modernas, toman decisiones, se arriesgan. Y, aunque fracasen, no se rinden. Tienen que continuar. Así son las reglas. Así es la vida.
Muchas de ellas son viudas; se casaron pronto. Y ahora, en un mundo en plena transformación -donde el dinero es el fin último de casi todas las relaciones-, tras un largo duelo, sienten la necesidad de empezar de nuevo. Se equivocan. Tienen miedo. Se arrepienten.
Son fuertes; los hombres de los que se enamoran, no tanto. Y aún así, los comprendemos. Las convenciones sociales pueden aplastarnos. Y ellos, en un mundo cambiante, no tienen tanta fortaleza ni capacidad de adaptación. Ni tanto valor.
En Tormento esas convenciones y sus dudas destruyen al hombre que ama, más frágil de lo que aparenta; y ella no podrá impedirlo.
En Cuando una mujer sube las escaleras hay tres hombres. El primero miente e inventa un mundo falso que se derrumba enseguida, como un castillo de naipes; otro sólo es capaz de idealizarla, inventa a una mujer que no existe; el último se debe a una familia a la que no puede abandonar.
El drama contado con elegancia, sin estridencias.
Naruse, sin duda, es uno de los grandes.
El drama contado con elegancia, sin estridencias.
Naruse, sin duda, es uno de los grandes.
LA POR I LA COVARDIA
Quan la por no és innocent, ja no és por, és covardia.
Joan Fuster.
Es un texto, este, el de Martin Niemöller, preciso, claro, revelador; tal vez porque sucede una y otra vez. Ahora mismo está ocurriendo, muy cerca de ti, aunque no lo sepas, aunque mires a otro lado...
La operación de la guardia civil contra el independentismo catalán, las manifestaciones y huelgas contra el cambio climático, las muertes en el Mediterráneo son un reflejo del mundo en el que vivimos. Y nos miramos en el espejo. Y sólo vemos miedo y cobardía. Somos así. Héroes y villanos, al mismo tiempo.
El capitalismo es un monstruo inteligente; o, al menos, quienes mueven sus hilos. ¿Que hay un problema global con el clima? Pues nada, unos lo negamos; otros, hacemos negocio con él. Las voces disidentes, como la de Greta Thunberg, se asimilan al discurso oficial, bien amparado por los medios de comunicación. Aunque, en el fondo, las medidas que se tomen no pondrán en peligro la esencia del modelo: explotación, consumismo, democracia dirigida.
Detener una maquinaria como esta es una empresa titánica. Sin embargo, hay que intentarlo. Los jóvenes deben hacerlo.
Recordemos que habrá quien vaya más allá y denuncie a los culpables; muchos, antes de Greta y ahora mismo, se atreven a dar nombres y señalarlos. Como Berta Cáceres. Y acaban en la cárcel o asesinados. Nadie habla de ellos.
Guardamos silencio. No protestamos.
Y a veces compramos en los negocios de sus asesinos.
Sobre el asunto catalán, dos historias paralelas.
En la primera, son terroristas. Sólo con filtraciones policiales y confesiones, que no sabemos cómo se han conseguido. Por el momento, no hay pruebas de peso. No hay bombas, no hay muertos. Sólo deseos y planes hipotéticos, inventados por no sabemos quién. Sin embargo, la propaganda ya los ha condenado.
Su objetivo es otro: provocar el miedo; controlar, mantener el modelo sin variaciones importantes. Engañarnos, para seguir haciendo lo mismo.
En la segunda, son víctimas, chivos expiatorios útiles. Ya sabes lo que te pasará si te atreves a enfrentarte a nosotros. Atente a las consecuencias.
¿Qué han hecho o dicho la gente de izquierda, preocupada por el Brexit, el cambio climático, críticos con Trump o Boris Johnson o con Vox o Salvini? Nada.
No es mi problema; no es asunto mío. Nos ponen en peligro... Son la derecha... Son egoístas, insolidarios... Hay que condenar la violencia... aunque no exista.
Guardamos silencio. No protestamos. Por miedo, por cobardía. O por egoísmo.
Mueren miles de personas en el Mediterráneo. Se les ponen trabas para llegar a la tierra prometida de Europa. Cientos mueren. Y cuando llegan, los esperan CIES, centros de detención, explotación laboral.
No es mi problema; no es asunto mío. Nos ponen en peligro... Se aprovechan de nosotros, nos quitan lo nuestro...
Guardamos silencio. No protestamos. O los olvidamos.
En un mes y pico se nos convoca para votar. ¿Votar para qué? Que no nos engañen. No es para parar a la derecha. No es para mejorar la política. No es para cambiar el mundo.
El sistema necesita consolidarse, aunque sus pies sean de barro. Y hará todo lo posible para que ocurra. Apoyando en los medios a un nuevo partido, el de Errejón; reforzando al PSOE o al PP; tomando las medidas oportunas -155, control de la información, vendiendo humo- para que no se desmande el problema catalán o cualquier otro.
El resultado debe consolidar el modelo. Ningún cambio. Monarquía privilegiada, los mismos en las estructuras judiciales, políticas y económicas; medidas al servicio de los grandes intereses.
Quizá haya alguno decorativo, como sacar a Franco del Valle de los Caídos.
La hipocresía no tiene límites.
"Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie".
"¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tentativas punteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual, pese a que todo habrá cambiado".
"Una de esas batallas que se libran para que todo siga como está".
Y si unos pocos acaban en la cárcel o mueren...
No es mi problema; no es asunto mío. Nos ponen en peligro...
Guardamos silencio. No protestamos.
... Cuando vinieron a buscarme, no había nadie que pudiera...
Aún depende de nosotros que eso no ocurra.
Todavía...
sábado, 21 de septiembre de 2019
LABORDETA Y UN PAÍS EN LA MOCHILA
Durante el mes de septiembre están reponiendo Un país en la mochila.
Veinte, treinta años nos separan.
Después Labordeta iría al Congreso, daría varias lecciones morales a unos políticos corruptos y soberbios y se retiraría para morir dos años después.
Hay en esta serie un aroma de vino añejo. De esos que dejan poso.
Técnicamente, por supuesto, se nota el paso del tiempo, pero, incluso eso se agradece. Las entrevistas duran muy poco y a veces los cortes son bruscos, pero, sin duda, sabe elegir a la persona adecuada. No son gente rica ni cultivada. Son personas normales: agricultores, pastores; jubilados, ancianas y ancianos. Parejas que huyen al campo para empezar una nueva vida. Jóvenes que heredan los oficios de sus mayores, pesimistas, la mayoría; adaptándose a los nuevos tiempos. Y con ellos bebe un vino, comparte un trozo de queso o, como invitado, come las migas que acaban de preparar.
Él es uno de ellos. Y ellos lo saben.
¿Y qué decir de Labordeta? Con su cultura y curiosidad. Serio o sonriente, cuando habla con la gente. Irónico o crítico, cuando nos describe el abandono de algunos pueblos por los que pasa o la desidia de muchos políticos. Reflexivo. Sobre un puente o en una mina abandonada. Sentado en el banco de piedra o bebiendo agua de una fuente. A veces recita un poema; otras, canta una canción o escucha a quien entona una melodía perdida. Como en este capítulo, en el que un hombre, al principio, toca una dulzaina y, en la conclusión, él mismo, al borde de un acantilado, nos recuerda una de sus composiciones más conocidas.
SANTANDER
Hay gente que no muere; está viva, con nosotros.
Y lo que hicieron, no envejece, sino que conserva lo más importante: su esencia, su dignidad, su humanidad.
martes, 10 de septiembre de 2019
IÑIGO MUGURUZA Y CAMILO SESTO
No hubiera escrito nada, ni siquiera me hubiera planteado empezar esta entrada, si no hubiera sido por dos hechos que han sucedido esta mañana.
El primero fue la lectura de un texto de Carmen Rigalt, criticado muy duramente por una de mis "amistades" de facebook.
Melancolía de Carmen Rigalt.
Quizá pueda criticarse la falta de tacto de la periodista-escritora, pero la dureza de los comentarios me sorprendió. Entre otras cosas, porque casi todo lo que dice es verdad. Imagino que cuesta aceptar que nuestros mitos sean ridiculizados y mucho más con el cadáver presente, pero a algunos les falta el humor y el sentido crítico, cuando más conviene tenerlo. Y hay demasiada gente, aunque se digan de izquierdas, dispuesta a condenar a la hoguera a los demás,
Camilo Sesto es un mito, sobre todo, para la generación de mis padres. Hay varios nombres -sólo menciono los masculinos, porque hay muchos femeninos- que representan la canción melódica. Julio Iglesias, Raphael, Nino Bravo... Destaco al Dúo Dinámico por razones personales y sentimentales que bien conocen los que han leído este blog alguna vez.
Fue un cantante de masas, que alcanzó éxito y dinero. Y al contrario que Raphael que sí ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, los últimos años de Camilo Sesto fueron lamentables. Verle en una entrevista te provocaba pena y horror a partes iguales.
Fue uno de los cantantes de la "mayoría social" de este país.
Tanto que esta mañana, en el metro, cuando un tipo entró en el vagón con su guitarra, a todos nos pareció normal que cantara la archiconocida "Vivir así es vivir de amor" como homenaje.
Y entonces me hice una pregunta: ¿Este hombre se atrevería a cantar alguna de Iñigo Muguruza y hacerle otro merecido homenaje? Y me di cuenta de que sería imposible. Quizá en el metro de Bilbao o en el de Barcelona; con suerte... En el de Madrid, pocos le aplaudirían. Sobre todo, porque sus canciones están en euskera. Y si se atreviera a cantar Sarri, Sarri no creo que gustara a muchos de sus oyentes, si conocieran el origen de la canción. Es posible que en alguna casa okupada le aplaudieran, como mucho.
Vayamos al mundo de los Muguruza. Porque son tres hermanos. El más combativo, Fermín. El más "clásico", Jabier y el más rockero que fue Iñigo. Por poner etiquetas; que ya se sabe, las etiquetas no sirven casi nunca. Tal vez a los periodistas y a los políticos.
Los años ochenta en el País Vasco no se entenderían sin Kortatu o Negu Gorriak. Hay toda una generación, la nuestra, allí, en el Norte, que cantaba sus canciones reivindicativas. Y que las seguirá cantando. Con intentos de censura, incluso hace un año, por parte de la derecha española.
Es otro mito, sin duda, pero este pertenece a "la minoría social" de este país.
Visto así, alguien podría decir: Este país es plural.
¡Y una mierda!
Hay una España que cantará las melodías de Camilo Sesto. Y hay muchos vascos, muchos catalanes y algunos pocos españoles que bailarán las canciones de Iñigo Muguruza.
Y nadie en las necrológicas mencionará este detalle.
Un detalle que nos define mejor que ningún otro.
Lamentablemente. Trágicamente.
sábado, 31 de agosto de 2019
EL HOTEL JUNTO AL RÍO Y STONER: LA VIDA QUE PASA
Tanto en la recién estrenada Hotel by the river del director coreano Hong-Sang Soo, como en la novela de John Williams, Stoner, encuentro un vínculo, unos lazos que nos llevan de la mano, mucho más allá de lo que esperábamos al empezar.
En las dos la vida, simplemente, pasa.
Hay más, claro.
Desde el principio sabemos cómo terminará la historia: los protagonistas morirán. El final no nos sorprende; es el único posible, el que nos espera a todos.
La forma en que nos lo cuentan.
El director coreano, a su manera, con conversaciones entre los cinco personajes: dos amigas, por un lado, hablan de la ruptura de una de ellas; un padres y sus dos hijos, por el otro, aunque no sepan, se están despidiendo.
Stoner lo hace bajo una fina lluvia.
No ocurre nada extraordinario a lo largo de la vida de William Stoner. Sólo cuatro o cinco acontecimientos, vividos tal vez con mayor intensidad. Y una lejana indiferencia.
La pasión de los protagonistas.
En la película, por la poesía. En el libro, por la enseñanza y la literatura.
Poco a poco. Una lluvia fina. Pausado, gradual, paulatino.
El ritmo y el fluir de la vida.
¿No debe aspirar el arte y cualquier expresión artística a enseñárnoslo?
A veces se consigue.
Escribiendo un poema o acariciando un libro...
viernes, 30 de agosto de 2019
UNA FOTOGRAFÍA
Me gusta la sencillez.
Esta película lo es.
Si alguien viera el trailer de Una fotografía pensaría de inmediato: una película romántica melosa y sentimental. Y un servidor diría: ¡Paso, tengo cosas mejores que ver!
Se equivocaría.
La historia, sí lo sé, no es muy original. Veamos. Es el clásico chico conoce a chica; con una abuela que quiere casar al chico. Él decide pedirle a la chica que se haga pasar por su novia. Por supuesto, se enamoran durante el proceso. Nada que no hayamos visto antes en Hollywood. Como estamos en la India y siguiendo los cánones de Bollywood, el chico es pobre y la chica es universitaria y pertenece a la clase alta; es decir, un amor imposible. Y los matrimonios son concertados dentro de la misma clase social, no lo olvidemos. Visto así, lo normal es que alguien me preguntara: ¿Y estás escribiendo una entrada por esto?
Ya lo he dicho al principio. Es sencilla. Y me gusta que lo sea.
Y la forma, es decir, el ritmo y el tono lo cambian todo. No deberíamos olvidarlo.
El director, Ritesh Batra -que ha trabajado en Estados Unidos y Gran Bretaña-, se decide por la contención.
En los actores -gestos mínimos, miradas; palabras, las justas; emociones, controladas-. Los personajes no irán más allá de cogerse de la mano, una cita en el cine y otra, en casa de él, donde -no se imaginen otra cosa- sólo comerán un kebab del puesto de la esquina. Es la India y sus personajes aceptan las reglas de juego: las sociales, por supuesto.
En la forma también aparece esa contención -planos fijos en los personajes, mientras la realidad se mueve a su alrededor; se elimina lo superfluo con ayuda de elipsis inteligentes; los diálogos son simples, nos cuentan sólo lo que es necesario para que los personajes evolucionen-.
Tampoco es una obra de autor; no se confundan. El humor busca al gran público; no se pretende una profunda crítica social al sistema de castas o contarnos un amor trágico. La música acompaña las emociones de los personajes. Y los actores son conocidos en Bollywood. Ahí, está claro, perdemos guiños cinéfilos que en la India sí comprenderán.
¿Y qué decir del final? Un acierto. Se evita lo que cualquier espectador esperaría. Deja a los personajes en un punto; han cambiado y lo saben. No hay un gran final. Y termina con un sencillo flashback.
Habrá a quien no le guste; en realidad, parece que no pase nada, pero es como la lluvia fina. Piensas que no te va a mojar, pero acabarás empapado.
No todos las películas deben transformarnos o cambiar el mundo; algunas se contentan con hacerlo más amable. Esta es una de ellas.
Y se agradece.
jueves, 29 de agosto de 2019
EL FINAL DEL VERANO
Aunque es cierto que Verano Azul ha tenido muchas reposiciones, esta -la que hoy acaba de terminar- ha coincidido con el cuarenta aniversario de su rodaje. Y 40 años es ese momento de la vida en la que tomas conciencia de que empieza el lento declive. Ya no eres tan joven; y pronto llegará la vejez y la muerte. El tiempo, cuando sientes que te encuentras intelectualmente en el mejor momento de tu vida, se te empieza a escapar de las manos. Muchas personas a las que quisiste han desaparecido; están muertas.
Te hallas, como diría el poeta, en la mitad del camino...
Verano Azul es una serie diferente en muchos sentidos. Hay tres formas de verla.
En primer lugar, estéticamente. Es evidente que en ese sentido ha envejecido. Cuarenta años después, nuestra visión ha cambiado. En el tratamiento fotográfico de las escenas, en el uso de la cámara fija o el zoom. Técnicamente nadie admitiría hoy la estética de Verano Azul; es otra época y su mirada es diferente.
Además, creo que no es la mejor serie de esa época, si me ciño al contenido. Creo que La huella del crimen es mucho mejor -tiene capítulos de gran calidad-; y fuera de España, Retorno a Bridshead o Yo, Claudio -aunque estas últimas parten de obras literarias de gran envergadura- tienen más calado; sin embargo, para mí es un buen ejemplo de serie familiar de la Transición.
Y con esto, me centro en el segundo aspecto.
La serie es el discurso oficial progresista de esa época, el correcto. No en el terreno político -que se evita de manera muy inteligente; si no, no hubiera tenido tanto éxito-, sino, más bien, en el sociológico.
Y dejo a un lado, la muerte de Chanquete, que fue un hito para nuestra generación. O el No nos moverán. Que todavía dan que hablar entre risas y lágrimas.
Desde esa perspectiva podemos contemplarnos a nosotros mismos y observar cómo hemos cambiado. No siempre a mejor.
Sin móvil. Alguien se imagina a Pancho escribiendo un wasap del tipo: Chanquete ha muerto? No sería lo mismo. Existía vida antes de la explosión tecnológica de las últimas décadas.
Entonces había más negocios a pie de calle; ahora, más centros comerciales. Aunque el lugar elegido intenta representar el pueblo que todavía no ha sido devorado por el turismo de masas, ya en los ochenta ese turismo estaba teñido de corrupción, pesadillas arquitectónicas y destrucción del medio ambiente. La masificación estaba a la vuelta de la esquina. Y no lo hemos parado.
Estaba el sueño de la segunda vivienda en la playa y el coche para la familia. Ahora mucha gente es desahuciada o tiene hipotecas de treinta años. Del "ponte a trabajar" de los padres a "no hay trabajo y con los que tienes no llegas a 1000 euros" de los jóvenes actuales.
No aparecen inmigrantes -como mucho, en uno de los capítulos, un grupo de hippies que van en moto-; y mucho menos, homosexuales; así que no hay opción para hablar de racismo o homofobia o violencia de género -aunque está todavía la educación "a base de hostias"-; sin embargo, hay cierto desprecio hacia el otro -expresiones como "el del pueblo", "la divorciada", "la pintora", "los barbudos"- en los personajes adultos -los padres- de la ciudad que deja traslucir esa capa de franquismo sociológico bien asentada tras cuarenta años de dictadura y reforzada, creo, tras cuarenta años de Transición, aunque ahora los objetivos a despreciar o perseguir sean otros.
Los protagonistas van en bicicleta, pero nadie más. Las familias representan más o menos los estereotipos que se esperan; los padres de Beatriz y Tito serían los más progresistas; los de Javi, conservadores -el padre es un nuevo capitalista, el individualista que se ha hecho a sí mismo-. Las mujeres son las señoras de la casa -no trabajan; no hay espacio para el feminismo todavía-. Encontramos, por supuesto al chico del pueblo, el currante, Pancho.
Julia y Chanquete serían, un poco, como la intelectual -con sus canciones amables- y el hombre del pueblo, sabio y sensato, aunque, en este caso, los guionistas y los actores -Ferrandis y María Garralón están maravillosos- saben crear personajes que van más allá de ese estereotipo inicial. Y por eso, siguen atrayéndonos.
Algunas expresiones lingüísticas -las de los adolescentes o niños que éramos- ya no se utilizan o nos hacen gracia; tiene un regusto a tiempos pasados.
El humor era indispensable. El dúo humorístico -el de Piraña y Tito- sigue siendo impagable. Estos no han envejecido.
Hay temas tratados por primera vez para la época en un estado muy embrionario: el ecologismo, la corrupción urbanística. Y otros, ya superados o en situaciones ya superadas: el divorcio, la sexualidad del adolescente, los extraterrestres, la violencia, la maternidad sin pareja, el conflicto generacional, el peso de la fama, los medios de comunicación.
La religión -la existencia de Dios o lo que hay más allá- es tratado con respeto; a veces, a través de cuentos o fábulas. Otras, en conversaciones razonadas y sencillas; con argumentos, no impuestas.
Siendo una serie familiar los temas no podían llegar más allá de un planteamiento que sirviera para darlo a conocer, sin molestar a nadie ni profundizar en exceso. Y así se hace. Se admite el discurso moral y comprensivo -sobre todo, cuando hablan Julia o Chanquete-, pero no desentona demasiado en el tono general de la serie.
También es cierto, como conclusión, que nosotros y la sociedad, en general, en estos 40 años hemos cambiado. Somos más cínicos, más escépticos. El futuro parece más oscuro.
Finalmente, en tercer lugar, está la parte emocional. Y esta, sí nos ha sobrevivido.
Sobre todo para aquel que la vivió como una parte de su infancia o educación sentimental. Recuerdo dónde y cuándo lo vi por primera vez; los domingos por la tarde en el salón de mi casa. El espacio -el de mi infancia- está indisolublemente unido a una emoción que va mucho más allá del valor intrínseco de la serie. Dos de las personas con las que vi Verano azul, ese primer Verano azul, en el otoño-invierno del 81-82 ya no están aquí.
Por eso continúo llorando, cuando muere Chanquete o cuando el verano se acaba al son del Dúo Dinámico, el grupo preferido de mi madre.
O me enternezco con la ingenua historia de amor entre Pancho y Beatriz. Ahora estarían follando y no pararían de soltar tacos y de drogarse, como en Euphoria.
Sus conflictos no se resolverían con una charla de Julia. Los tiempos han cambiado.
Visto ahora, tiene muchos defectos, como he dicho, pero con la mirada del adulto en que me he convertido, reconozco que hay un personaje que probablemente cuando se estrenó me resultó lejano. Chanquete era el mito. Los adolescentes o los niños éramos nosotros. ¿Y Julia? Es evidente que detrás de Julia estaban Mercero y sus guionistas. En el primer capítulo es ella quien con su voz en off nos habla del "mejor verano de su vida". En los mejores -que siguen funcionando muy bien-, Algo se muere en el alma, El final del verano o No nos moverán su papel es fundamental.
Tal vez lo que ocurre es que Julia ya soy yo mismo.
No puedo cerrar los ojos, cuando ellos piensan en Chanquete, después de enterrarle, porque no me puedo engañar.
Aunque no mueran del todo, como le dice Julia a Tito, ellos sí están muertos. No puedo verlos, no puedo oírlos, no puedo escuchar ni su acordeón, ni su voz ni su risa. Él no volverá a pescar en el mar. Él no volverá a traernos el pan. Ella no volverá a bañarse en la playa.
Y por eso, Julia tampoco cierra los ojos en ese plano final.
Aunque les diga, al final del verano, que tal vez se vuelvan a ver, todos sabemos que no ocurrirá. Olvidaremos. Nuestras vidas y las suyas se separarán.
Sin embargo, al final, entonces sí, después de ver imágenes del pueblo, desde el coche, Julia cierra los ojos.
Ha comprendido que ese verano ha pasado. Y sólo nos queda el recuerdo. Amable, triste, nostálgico. Agridulce.
"Aunque ya nada pueda devolver la gloria del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse; porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo..."
Visto ahora, tiene muchos defectos, como he dicho, pero con la mirada del adulto en que me he convertido, reconozco que hay un personaje que probablemente cuando se estrenó me resultó lejano. Chanquete era el mito. Los adolescentes o los niños éramos nosotros. ¿Y Julia? Es evidente que detrás de Julia estaban Mercero y sus guionistas. En el primer capítulo es ella quien con su voz en off nos habla del "mejor verano de su vida". En los mejores -que siguen funcionando muy bien-, Algo se muere en el alma, El final del verano o No nos moverán su papel es fundamental.
Tal vez lo que ocurre es que Julia ya soy yo mismo.
No puedo cerrar los ojos, cuando ellos piensan en Chanquete, después de enterrarle, porque no me puedo engañar.
Aunque no mueran del todo, como le dice Julia a Tito, ellos sí están muertos. No puedo verlos, no puedo oírlos, no puedo escuchar ni su acordeón, ni su voz ni su risa. Él no volverá a pescar en el mar. Él no volverá a traernos el pan. Ella no volverá a bañarse en la playa.
Y por eso, Julia tampoco cierra los ojos en ese plano final.
Aunque les diga, al final del verano, que tal vez se vuelvan a ver, todos sabemos que no ocurrirá. Olvidaremos. Nuestras vidas y las suyas se separarán.
Sin embargo, al final, entonces sí, después de ver imágenes del pueblo, desde el coche, Julia cierra los ojos.
Ha comprendido que ese verano ha pasado. Y sólo nos queda el recuerdo. Amable, triste, nostálgico. Agridulce.
"Aunque ya nada pueda devolver la gloria del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse; porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo..."
Y abrir los ojos de nuevo.
El final del verano, de nuestro verano ha llegado.
lunes, 12 de agosto de 2019
SERIES: CHERNOBIL, YEARS AND YEARS, MR. ROBOT, BETTER CALL SAUL
Es un hecho que desde hace más de una década las mejores ideas y algunas de las mejores historias están llegando de la televisión. Las cuatro series de las que voy a hablar -aunque lo hagan desde perspectivas que puedan parecer diferentes- son un buen ejemplo de cómo se reflejan nuestros miedos ante un presente y un futuro repleto de incognitas. Sobre todo, políticas. Y de estas voy a hablar.
Estética o artísticamente todas son de gran calidad. Los guiones son buenos, aunque haya aspectos de cierta fragilidad. Sobre todo, en la parte ideológica. Porque no lo olvidemos, toda obra artística conlleva un posicionamiento sobre la realidad. Que es también ideología y propaganda.
Por ejemplo, Years and years en el sexto y definitivo episodio no es capaz de llevar hasta las últimas consecuencias el discurso político que había iniciado. Son interesantes sus previsiones tecnológicas, pero, al final, comete varios errores de guion -sobre todo en este episodio final- que le lleva a buscar una "conclusión feliz" que no resulta creíble. Es decir, asume el discurso del sistema -los extremos se tocan- sin profundizar mucho más en los mecanismos del poder. O dicho de otra manera, promueve la equidistancia. En esto, Years and years es decepcionante.
La otra distopía, Mr. Robot, tiene más consistencia, aunque sitúa a China como el enemigo; seria una lucha de intereses en la que el sistema simplemente cambia de dueño. Nada se puede hacer para derribarlo; o, al menos, por el momento...
En ambas el planteamiento es muy similar: quien controle las nuevas tecnologías dominará el mundo. En Mr. Robot bajo el prisma de la locura del personaje -dividido en dos personalidades- es más oscura y enfermiza. Years and years, al contrario, resulta más convencional -la familia británica de clase media- y, si se aleja de su espacio, propone ideas ridículas -como que en España gobierne la extrema izquierda-. En el fondo, en una serie que critica el populismo y las políticas migratorias -la idea de los campos de concentración-, el cambio climático o la democracia, es incapaz de ir más allá, de atreverse a afrontar una visión apocalíptica o crítica hasta las raíces, sin límites que la coarten; y eso explica el decepcionante último episodio, más propio de una película americana de Hollywood que de una serie de calidad.
Mr. Robot, sin embargo, vuelve al punto de partida, como si todo hubiera sido un juego de ideas. Después de cuatro temporadas, el protagonista nos sitúa de nuevo en la casilla de salida; pero esta vez ya sabemos quién mueve los hilos. En Years and years no se habla de quién controla los mecanismos -mass media, multinacionales-; y ese es su mayor error.
Chernobil mira al pasado. Es una serie cuidada, muy bien escrita, con personajes consistentes, pero, al final, uno tiene la sensación de que sólo ha servido para justificar el uso de la energía nuclear; eso sí, con las medidas de protección adecuadas. O para reflejar el entorno comunista, en el que el miedo y la delación estaban a la orden del día. Y aquí la visión es parcial. ¿Accidentes como estos sólo pueden suceder si el sistema está esclerotizado y el miedo y las dificultades económicas impiden tomar decisiones de seguridad básicas? Es posible, pero se pierde una oportunidad para explicar más ampliamente y con seriedad el final del comunismo. Se simplifica desde la perspectiva occidental y eso siempre supone un error. Y no se atreve a afrontar que el capitalismo también podría llevarnos a ese desastre.
Better call Saul va en otra línea. Se centra en dos personajes secundarios de otra serie de éxito, Breaking bad. Gran parte del trabajo ya estaba hecho: había un entorno construido con anterioridad con la ciudad de Alburquerque como epicentro, en Nuevo México -de corrupción, droga, carteles-, y personajes atractivos. Los creadores de la serie juegan sobre seguro y sigue funcionando. Quizá lo que interesa ideológicamente de esta serie es la constatación -que se da una y otra vez en las series actuales- del nivel de corrupción, asumido y aceptado por la sociedad, como mal menor, y que, de manera más o menos sutil, se nos dice que la única posibilidad de sobrevivir para muchos es engañar; es decir, sólo nos queda manipular las reglas de juego, porque, en el fondo, éstas sólo sirven a unos pocos y consolidan un mundo injusto.
Y la respuesta, como en Mr. Robot, sólo puede ser la de utilizar esas reglas para intentar dinamitarlo. O para aprovecharse de él, sin importar las consecuencias éticas, en Better call Saul.
Las soluciones, en ambos casos, son individualistas. Y te condenan a la locura, la soledad o la autodestrucción. En Years and years, refugiarse en un pequeño entorno familiar o social que te proteja no resuelve los conflictos; sólo permite resistir durante más tiempo.
A no ser que sirvan para enfrentarse a ellos.
No es un presente ni un futuro muy halagüeño el que reflejan estas series.
Pero, según parece, es el que tenemos.
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