Tanto en la recién estrenada Hotel by the river del director coreano Hong-Sang Soo, como en la novela de John Williams, Stoner, encuentro un vínculo, unos lazos que nos llevan de la mano, mucho más allá de lo que esperábamos al empezar.
En las dos la vida, simplemente, pasa.
Hay más, claro.
Desde el principio sabemos cómo terminará la historia: los protagonistas morirán. El final no nos sorprende; es el único posible, el que nos espera a todos.
La forma en que nos lo cuentan.
El director coreano, a su manera, con conversaciones entre los cinco personajes: dos amigas, por un lado, hablan de la ruptura de una de ellas; un padres y sus dos hijos, por el otro, aunque no sepan, se están despidiendo.
Stoner lo hace bajo una fina lluvia.
No ocurre nada extraordinario a lo largo de la vida de William Stoner. Sólo cuatro o cinco acontecimientos, vividos tal vez con mayor intensidad. Y una lejana indiferencia.
La pasión de los protagonistas.
En la película, por la poesía. En el libro, por la enseñanza y la literatura.
Poco a poco. Una lluvia fina. Pausado, gradual, paulatino.
El ritmo y el fluir de la vida.
¿No debe aspirar el arte y cualquier expresión artística a enseñárnoslo?
A veces se consigue.
Escribiendo un poema o acariciando un libro...
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