sábado, 21 de septiembre de 2019

LABORDETA Y UN PAÍS EN LA MOCHILA


Durante el mes de septiembre están reponiendo Un país en la mochila.
Veinte, treinta años nos separan.
Después Labordeta iría al Congreso, daría varias lecciones morales a unos políticos corruptos y soberbios y se retiraría para morir dos años después.

Hay en esta serie un aroma de vino añejo. De esos que dejan poso.
Técnicamente, por supuesto, se nota el paso del tiempo, pero, incluso eso se agradece. Las entrevistas duran muy poco y a veces los cortes son bruscos, pero, sin duda, sabe elegir a la persona adecuada. No son gente rica ni cultivada. Son personas normales: agricultores, pastores; jubilados, ancianas y ancianos. Parejas que huyen al campo para empezar una nueva vida. Jóvenes que heredan los oficios de sus mayores, pesimistas, la mayoría; adaptándose a los nuevos tiempos. Y con ellos bebe un vino, comparte un trozo de queso o, como invitado, come las migas que acaban de preparar.
Él es uno de ellos. Y ellos lo saben.


¿Y qué decir de Labordeta? Con su cultura y curiosidad. Serio o sonriente, cuando habla con la gente. Irónico o crítico, cuando nos describe el abandono de algunos pueblos por los que pasa o la desidia de muchos políticos. Reflexivo. Sobre un puente o en una mina abandonada. Sentado en el banco de piedra o bebiendo agua de una fuente. A veces recita un poema; otras, canta una canción o escucha a quien entona una melodía perdida. Como en este capítulo, en el que un hombre, al principio, toca una dulzaina y, en la conclusión, él mismo, al borde de un acantilado, nos recuerda una de sus composiciones más conocidas.

SANTANDER

Hay gente que no muere; está viva, con nosotros.
Y lo que hicieron, no envejece, sino que conserva lo más importante: su esencia, su dignidad, su humanidad.

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