jueves, 29 de agosto de 2019

EL FINAL DEL VERANO


Aunque es cierto que Verano Azul ha tenido muchas reposiciones, esta -la que hoy acaba de terminar- ha coincidido con el cuarenta aniversario de su rodaje. Y 40 años es ese momento de la vida en la que tomas conciencia de que empieza el lento declive. Ya no eres tan joven; y pronto llegará la vejez y la muerte. El tiempo, cuando sientes que te encuentras intelectualmente en el mejor momento de tu vida, se te empieza a escapar de las manos. Muchas personas a las que quisiste han desaparecido; están muertas.
Te hallas, como diría el poeta, en la mitad del camino...

Verano Azul es una serie diferente en muchos sentidos. Hay tres formas de verla.

En primer lugar, estéticamente. Es evidente que en ese sentido ha envejecido. Cuarenta años después, nuestra visión ha cambiado. En el tratamiento fotográfico de las escenas, en el uso de la cámara fija o el zoom. Técnicamente nadie admitiría hoy la estética de Verano Azul; es otra época y su mirada es diferente.
Además, creo que no es la mejor serie de esa época, si me ciño al contenido. Creo que La huella del crimen es mucho mejor -tiene capítulos de gran calidad-; y fuera de España, Retorno a Bridshead o Yo, Claudio -aunque estas últimas parten de obras literarias de gran envergadura- tienen más calado; sin embargo, para mí es un buen ejemplo de serie familiar de la Transición.

Y con esto, me centro en el segundo aspecto.
La serie es el discurso oficial progresista de esa época, el correcto. No en el terreno político -que se evita de manera muy inteligente; si no, no hubiera tenido tanto éxito-, sino, más bien, en el sociológico.
Y dejo a un lado, la muerte de Chanquete, que fue un hito para nuestra generación. O el No nos moverán. Que todavía dan que hablar entre risas y lágrimas.
Desde esa perspectiva podemos contemplarnos a nosotros mismos y observar cómo hemos cambiado. No siempre a mejor.
Sin móvil. Alguien se imagina a Pancho escribiendo un wasap del tipo: Chanquete ha muerto? No sería lo mismo. Existía vida antes de la explosión tecnológica de las últimas décadas.
Entonces había más negocios a pie de calle; ahora, más centros comerciales. Aunque el lugar elegido intenta representar el pueblo que todavía no ha sido devorado por el turismo de masas, ya en los ochenta ese turismo estaba teñido de corrupción, pesadillas arquitectónicas y destrucción del medio ambiente. La masificación estaba a la vuelta de la esquina. Y no lo hemos parado.
Estaba el sueño de la segunda vivienda en la playa y el coche para la familia. Ahora mucha gente es desahuciada o tiene hipotecas de treinta años. Del "ponte a trabajar" de los padres a "no hay trabajo y con los que tienes no llegas a 1000 euros" de los jóvenes actuales.
No aparecen inmigrantes -como mucho, en uno de los capítulos, un grupo de hippies que van en moto-; y mucho menos, homosexuales; así que no hay opción para hablar de racismo o homofobia o violencia de género -aunque está todavía la educación "a base de hostias"-; sin embargo, hay cierto desprecio hacia el otro -expresiones como "el del pueblo", "la divorciada", "la pintora", "los barbudos"- en los personajes adultos -los padres- de la ciudad que deja traslucir esa capa de franquismo sociológico bien asentada tras cuarenta años de dictadura y reforzada, creo, tras cuarenta años de Transición, aunque ahora los objetivos a despreciar o perseguir sean otros.
Los protagonistas van en bicicleta, pero nadie más. Las familias representan más o menos los estereotipos que se esperan; los padres de Beatriz y Tito serían los más progresistas; los de Javi, conservadores -el padre es un nuevo capitalista, el individualista que se ha hecho a sí mismo-. Las mujeres son las señoras de la casa -no trabajan; no hay espacio para el feminismo todavía-. Encontramos, por supuesto al chico del pueblo, el currante, Pancho.
Julia y Chanquete serían, un poco, como la intelectual -con sus canciones amables- y el hombre del pueblo, sabio y sensato, aunque, en este caso, los guionistas y los actores -Ferrandis y María Garralón están maravillosos- saben crear personajes que van más allá de ese estereotipo inicial. Y por eso, siguen atrayéndonos.
Algunas expresiones lingüísticas -las de los adolescentes o niños que éramos- ya no se utilizan o nos hacen gracia; tiene un regusto a tiempos pasados.
El humor era indispensable. El dúo humorístico -el de Piraña y Tito- sigue siendo impagable. Estos no han envejecido.
Hay temas tratados por primera vez para la época en un estado muy embrionario: el ecologismo, la corrupción urbanística. Y otros, ya superados o en situaciones ya superadas: el divorcio, la sexualidad del adolescente, los extraterrestres, la violencia, la maternidad sin pareja, el conflicto generacional, el peso de la fama, los medios de comunicación.
La religión -la existencia de Dios o lo que hay más allá- es tratado con respeto; a veces, a través de cuentos o fábulas. Otras, en conversaciones razonadas y sencillas; con argumentos, no impuestas.
Siendo una serie familiar los temas no podían llegar más allá de un planteamiento que sirviera para darlo a conocer, sin molestar a nadie ni profundizar en exceso. Y así se hace. Se admite el discurso moral y comprensivo -sobre todo, cuando hablan Julia o Chanquete-, pero no desentona demasiado en el tono general de la serie.

También es cierto, como conclusión, que nosotros y la sociedad, en general, en estos 40 años hemos cambiado. Somos más cínicos, más escépticos. El futuro parece más oscuro.

Finalmente, en tercer lugar, está la parte emocional. Y esta, sí nos ha sobrevivido.
Sobre todo para aquel que la vivió como una parte de su infancia o educación sentimental. Recuerdo dónde y cuándo lo vi por primera vez; los domingos por la tarde en el salón de mi casa. El espacio -el de mi infancia- está indisolublemente unido a una emoción que va mucho más allá del valor intrínseco de la serie. Dos de las personas con las que vi Verano azul, ese primer Verano azul, en el otoño-invierno del 81-82 ya no están aquí.
Por eso continúo llorando, cuando muere Chanquete o cuando el verano se acaba al son del Dúo Dinámico, el grupo preferido de mi madre.



 O me enternezco con la ingenua historia de amor entre Pancho y Beatriz. Ahora estarían follando y no pararían de soltar tacos y de drogarse, como en Euphoria.


Sus conflictos no se resolverían con una charla de Julia. Los tiempos han cambiado.

Visto ahora, tiene muchos defectos, como he dicho, pero con la mirada del adulto en que me he convertido, reconozco que hay un personaje que probablemente cuando se estrenó me resultó lejano. Chanquete era el mito. Los adolescentes o los niños éramos nosotros. ¿Y Julia? Es evidente que detrás de Julia estaban Mercero y sus guionistas. En el primer capítulo es ella quien con su voz en off nos habla del "mejor verano de su vida". En los mejores -que siguen funcionando muy bien-, Algo se muere en el alma, El final del verano o No nos moverán su papel es fundamental.

Tal vez lo que ocurre es que Julia ya soy yo mismo.
No puedo cerrar los ojos, cuando ellos piensan en Chanquete, después de enterrarle, porque no me puedo engañar.


Aunque no mueran del todo, como le dice Julia a Tito, ellos sí están muertos. No puedo verlos, no puedo oírlos, no puedo escuchar ni su acordeón, ni su voz ni su risa. Él no volverá a pescar en el mar. Él no volverá a traernos el pan. Ella no volverá a bañarse en la playa.
Y por eso, Julia tampoco cierra los ojos en ese plano final.
Aunque les diga, al final del verano, que tal vez se vuelvan a ver, todos sabemos que no ocurrirá. Olvidaremos. Nuestras vidas y las suyas se separarán.

Sin embargo, al final, entonces sí, después de ver imágenes del pueblo, desde el coche, Julia cierra los ojos.


Ha comprendido que ese verano ha pasado. Y sólo nos queda el recuerdo. Amable, triste, nostálgico. Agridulce.

"Aunque ya nada pueda devolver la gloria del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse; porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo..."

Y abrir los ojos de nuevo. 

El final del verano, de nuestro verano ha llegado. 






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