jueves, 7 de noviembre de 2019

CUANDO DESCUBRÍ QUÉ SIGNIFICA LEER


Tendría ocho, diez años quizá.
Mi madre se acababa de apuntar al Círculo de Lectores.
Creo que entonces comprar libros, leerlos, -aunque, como sucedía con mi madre, no hubieras terminado más que la educación primaria y te pusieras a trabajar enseguida-, significaba otra cosa.
Era una manera de promoción social. Pertenecer a la nueva clase media con todas las de la ley, -a pesar de que fueras, como ella, una currante que estaba fuera de casa todo el día-, no te lo daba sólo el tener dinero. También necesitabas la cultura para alcanzar ese estatus.
En fin, los tiempos han cambiado, me parece.

Por eso en mi barrio, en mi ciudad, que era Móstoles, durante los años ochenta, la generación de nuestros padres tenía en las estanterías diccionarios y enciclopedias que no leían; libros que sólo servían de telón, meramente decorativos.
Mi madre, es cierto, no era una gran lectora, pero intentaba y se esforzaba en ampliar su escasa cultura. Y nos facilitaba que nosotros la adquiriéramos. A pesar de que cometía muchos errores al escribir cualquier nota o una carta, le agradaba leer, aunque fuera a ratos. Era curiosa; no se conformaba con quedarse parada, sin hacer nada, como si sucedía, en cambio, con mi padre. Por eso, se sacó el carné de conducir o se divorció, entre otras cosas. Y también, por supuesto, leía.
Cuando fui creciendo le pedía otros libros, libros que ella nunca hojearía. Obras de Borges, Nietzsche, Virginia Woolf, James Joyce, Dostoievski, Ray Bradbury...
Cuando crecí llegamos a un acuerdo. Al venir el señor del Círculo de Lectores con la revista -creo que sucedía cada tres meses; era un hombre de mediana edad, rondaría los cuarenta, cincuenta años-, yo podría elegir uno o dos libros que no fueran muy caros. Asi que, cuando tenía la revista entre mis manos, por supuesto -lo recuerdo como si estuviera allí mismo, en la cocina o en la mesa de mi habitación-, me sentía transportado. Era un momento mágico que disfrutaba como pocas cosas a lo largo de mi vida. Todo era posible. Tenía delante de mí el mundo entero. Podría asegurar, incluso, que me sentía feliz. Lo difícil era descartar la cantidad de maravillas que encontraba entre sus páginas. Los que tenían una portada atractiva te atrapaban. A veces mi madre me regalaba alguno de estos, fuera por mi cumpleaños, o en Navidad, para Reyes.
Y al llegar, tras una espera intensa y nerviosa de días, los tenía, por fin, entre mis manos, y, es curioso, recuerdo que me encantaba su tacto. Antes de leerlos, necesitaba tocarlos. Y olerlos.
He releído muchos de ellos a lo largo de mi vida. Aún los tengo en casa. Todavía forman parte de mí.
Dicen que Círculo de Lectores desaparece. Los tiempos han cambiado, sin duda.
Sin embargo, no olvido que sin esa editorial nunca hubiera sentido la lectura ni la escritura como la siento.
Ha sido mi gran historia de amor. La amaré hasta que deje de respirar.
Gracias, mamá, por apuntarte a Círculo de Lectores. Nunca te lo agradecí. Lo sé; es demasiado tarde, lo siento.
Ahora, lo hago, con todas las letras que me enseñaste a amar.
Gracias.
Y gracias a Círculo de Lectores por darnos espíritu crítico y abrirnos a mundos a los que sólo podemos llegar con la imaginación.
Gracias.

1 comentario:

  1. Anoche, de madrugada realmente, pude ver tu maravilloso documental. Ahora voy a leer el blog. Gracias. Por todo. En estos días tan extraños. Tan inciertos...

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