sábado, 7 de mayo de 2016

A TODOS LOS DIOSES. NUEVE DIÁS EN ROMA. DÍA 6.



I.

24 de abril de 2016.

Es domingo, el día del Señor, el de Júpiter...

Por supuesto, el mejor día para visitar las iglesias es este. Comienzo por la que tengo más cerca del alojamiento.

A dos calles tengo la de Santa Praesede. Destaca un mosaico de época bizantina: Santa Praesede y Pudenciana, mártires, son recibidas en el Cielo. La imagen del cordero sobre el trono es una constante en esta imaginería religiosa: representa el regreso de Cristo en el Juicio Final.

Las muertes de estas dos mártires me resultan familiares. Fueron asesinadas por proporcionar un entierro cristiano a otros. Me viene a la mente un mito griego, el de Antígona, que es condenada por querer enterrar a su hermano, aunque se lo habían prohibido. ¿Casualidad? Desconfío de esa palabra, sobre todo, si hablamos de la capacidad que tuvo el cristianismo de asimilar todas las tradiciones religiosas que le precedieron.

En San Pietro in Vincoli el ábside es mucho más descafeinado. Responde a otra época, el neoclásico. Falta vigor; yo iría más allá, carece de fe.

A su lado, el Moisés de Miguel Ángel se yerge como un titán. 


Tengo un pequeño privilegio: lo contemplo en soledad. Antes de que vengan cientos de grupos con sus guías y cámaras de fotos, puedo disfrutar de esta obra. ¿En qué te fijas? En los músculos de su cuerpo, en el rostro, la mirada terrible, digna. ¿Y qué decir de la barba? Y el manto, colocado sobre la pierna. Esta estatua despierta en quien lo ve un solo sentimiento: respeto.

Llegan cientos de turistas. Huyo.

Hago una excepción por mi ruta religiosa. Me interesa visitar la domus Áurea de Nerón. Tengo suerte; hay plazas para una visita guiada en unos minutos.

La Domus Áurea cubría un espacio inmenso en el centro de Roma.


Nerón quiso construir su villa privada en un lugar privilegiado. Aprovechó las consecuencias del incendio del 64 d.C. para levantar un entramado arquitectónico original y moderno. Tuvo a los mejores diseñadores y arquitectos a su disposición.



Nerón ha sido el gran vilipendiado de la historia. Los cristianos no le perdonaron que los acusara del incendio y las fuentes senatoriales le crucificaron acusándole de todo tipo de crímenes. La culpabilidad por el incendio ha sido puesta en duda desde hace decenios. Y sus crímenes están más ligados a las intrigas por el poder -asesinato de su madre y de sus esposas, conspiración de Pisón- que a una mente enferma o psicótica. No fue un buen gobernante, aunque hay que situarle en su justo término. Amó el arte y la cultura griega y se ganó el favor del pueblo; eso sí, dejando las arcas del Estado vacías.

Su gran obra de arte sería la Domus Áurea. Los emperadores que le siguieron enterraron el recinto. Los Flavios construyendo sobre el estanque el Coliseo. Trajano levantando unas termas y saqueando todo el mármol que pudo. Adriano con su templo de Venus y Roma.

Sin embargo, influyó y mucho en la arquitectura y pintura posterior.
Se piensa que Apolodoro de Damasco, el gran arquitecto de Trajano, pudo ver mucho de la Domus y que lo aprovechara en sus propias obras. 

Hay muchos lugares de la Domus Áurea que te recuerdan a los Mercados de Trajano o al mismo Panteón.

Tras su redescubrimiento, en el siglo XV, las pinturas parietales que se encontraron en las excavaciones influyeron en los artistas del Renacimiento, creando, incluso un nuevo término: grotesco, ya que se podían contemplar en grutas, excavadas en la tierra.

Trajano, que quiso hacerlo desaparecer, con la damnatio memoriae, curiosamente, facilitó su conservación. Enterrado durante siglos, la Domus Áurea ha sido excavada en los últimos años de manera sistemática y los tesoros que alberga son incontables.

                                                   


Notas la magia en el recorrido por esta antigua residencia. La zona que se encuentra bajo el parque de la colina Oppia, debió corresponder a un espacio o pabellón para recibir a autoridades o invitados. Caminas entre salas, salones, pasillos, antiguos pórticos, enterrados bajo metros y metros de tierra.

Sólo puedes intuir, muy de lejos, lo que sus contemporáneos debieron sentir al ver una obra de tal envergadura.

Parece que su conservación está en peligro por un extraño conflicto de intereses. Los árboles del parque con su peso aplastan la estructura.


Una solución sería reducir el espacio del parque, eliminando gran parte del humus acumulado a lo largo de los siglos, pero eso supondría cerrarlo y acometer obras. Y el parque tiene un valor histórico -aquí chocamos con la Administración- y, además, los vecinos perderían un pulmón verde del que disfrutan. A la espera de qué medidas se tomen, cada sábado y domingo se puede visitar en grupos de 25 personas una de las grandes maravillas de la Antiguedad, enterrada durante siglos, y ahora, recuperada, aunque sólo sea pálidamente, para nosotros.

En el salón central que tenía la peculiaridad de moverse y cambiar de posición, afirma Suetonio que Nerón lanzaba pétalos de rosa a sus invitados desde el óculo, ese precursor del Panteón.


Nerón era un artista... incomprendido.

Al salir la luz del sol te ciega. Te acostumbras poco a poco a ella. 

Las paredes y los puentes de Roma te hablan. Graffitis, frases de protesta, corazones enamorados...

                                             

Caminando con tranquilidad llegas hasta el Circo Máximo. Asisto a una procesión laica. Hombres y mujeres, vestidos y vestidas como romanos. Los antiguos Dioses vuelven a las calles de Roma. 

                                                

Al otro lado, en el Vaticano, jóvenes católicos de todo el mundo celebran junto a Francisco I unas jornadas de la Juventud. Hoy es el día de los Dioses, sin duda.

Me refugio en la cercana Basílica de Santa María en Cosmedin. Mientras los turistas se hacen fotografías, poniendo la mano en la antigua tapa de cloaca, imitando a Audrey Hepburn y Gregory Peck, entro en la iglesia. Asisto a una celebración ortodoxa. Escucho los cantos. La música, monocorde me lleva a unos ritos profundos, misteriosos. El espacio se llena de extraños silencios. Te adentras, como ante la contemplación de la Naturaleza, en el interior de ti mismo.

Y así es también en la cercana isla Tiberina, junto al puente Roto. Cierras los ojos y escuchas a tu lado el fluir del río Tíber. Tranquilidad, serenidad. A lo lejos, los ruidos de la ciudad; el tráfico en domingo. El agua cae, fluye. Los ritmos del cuerpo y del mundo se asemejan. La sangre y el agua. Son sólo uno. La melodía de la vida que se desliza por nuestras venas.

Paso al otro lado del Tíber, el Trastévere.

Al llegar a Santa Cecilia llego a tiempo para una misa. Esta vez, católica. El coro canta el Aleluya de Haendel. De nuevo la música, el vehículo para acercarse a la Divinidad o al interior de uno mismo.

En San Crisognono miras hacia arriba, ¡cómo no! El artesonado del techo es una maravilla. Y el baldaquino, a semejanza del de San Pietro del Vaticano, es de Bernini.

Otra vez, Bernini, en San Francesco a Ripa. Y otra mujer, en éxtasis. El cristianismo convirtió el sexo en un tabú, pero el sexo no se puede ocultar; nos acompaña siempre. Bernini demuestra cierta experiencia en esta materia. 


Sus mujeres, en estado de trance, nos recuerdan que el éxtasis religioso y el corporal tal vez tienen demasiadas similitudes...

Es hora de comer. El restaurante de Augusto tiene una larga lista de espera. Me decido por L'Antico Moro, a dos calles. Disfruto de unas vongole y un tiramisú.

Para bajar el vino de la casa, continúo por el Renacimiento y el Barroco. Visito dos espacios en los que Bramante y Borromini brillaron con luz propia.

En San Pietro en Montorio, con ayuda económica de la Academia de España, anexa al edificio, han restaurado el templete de Bramante. Sencillez, perfección sin alardes.

Al otro lado del río, en el Palacio Spada, Borromini, añade un juego de perspectivas. Un gato, asiste, tranquilo, relajado, a las visitas de los turistas.


Cruzo la plaza del Panteón. Un grupo de armenios están celebrando una fiesta. Bailes tradicionales y alguna reivindicación, recordando la masacre de los turcos hace un siglo.

Nunca había entrado en el Castillo de Sant Angelo. Residencia y fortaleza de papas. Mausoleo que acogió las cenizas de Adriano. Las pinturas de las salas que los Papas prepararon y adecentaron, me recuerdan a las que he visto esta mañana en la Domus Áurea. Los artistas bebieron de esas fuentes, aunque fueran paganas.
Y pagano fue el lugar, una tumba para Sabina, el hijo adoptivo de Adriano, Lucio Vero y las cenizas del propio Adriano.

Una rampa helicoidal -imaginamos la procesión que Antonino Pío, su sucesor, celebraría, llevando las cenizas de Adriano-, nos acerca al centro del recinto, el lugar donde se depositaron los restos del emperador.

                                       

Una placa recuerda sus últimos versos...
Animula vagula, blandula, hospes, comesque corporis...

En Santa María del Popolo, Caravaggio brilla, como siempre, entre la mediocridad. Hoy, domingo, hay una larga cola para ver sus cuadros. Prefiero volver otro día.

Termino las visitas con la iglesia de Gesú. Es el Barroco en su estado puro. Te aplasta.


II. 

El periodo de Adriano coincide con un florecimiento de la cultura griega en
todos sus ámbitos. La labor constructiva de Adriano en todo el imperio se apoyó en la fundación de ciudades y su modernización.

En Roma levantó entre otros, el Panteón, un auditorio, su propio Mausoleo, donde reposarían sus restos, los de su esposa y Lucio Vero, su primer hijo adoptivo y, finalmente, el templo de Venus y Roma, sobre algunas de las ruinas de la Domus Áurea neroniana.

En Grecia, concretamente, en Atenas, concluyó el templo de Zeus, abrió auditorios y centros culturales, reformó el foro romano, intensificó y apoyó a escuelas filosóficas y literarias. Construyó bibliotecas, acueductos, termas y teatros.

No olvido la Villa Adriana. Esta no hubiera sido posible sin Antinoo.

Adriano estaba casado con Sabina por obligación, ya que como muchos, los matrimonios políticos eran de conveniencia. Sus relaciones nunca fueron buenas, pero la respetó siempre, aunque según parece, participara, apoyando indirectamente, algún complot contra él.

Conoció a Antinoo en uno de sus viajes, en Bitinia. Tendría unos catorce años. Adriano vio en Antinoo a un efebo: la relación que mantenían un adolescente y un hombre maduro, relación que no era tanto sexual, sino de conocimiento y aprendizaje intelectual en la búsqueda de la perfección y la belleza. Bueno, en teoría. Fueron siete años que terminaron bruscamente con la muerte de Antinoo. Un gran misterio la envuelve. ¿Fue un suicidio ritual, un sacrificio? ¿Un accidente? ¿Un asesinato orquestado por grupos de presión en Roma que veían en peligro su influencia? Nunca lo sabremos.

Sí sabemos lo que hizo después Adriano. Convirtió a Antinoo en un dios. Construyó ciudades en su honor -Antinoopolis-, recreó su figura en estatuas y relieves que podemos encontrar a lo largo de todo el imperio. Templos que lo veneraban, sacerdotes que cuidaran de su culto. Y Villa Adriana.

Villa Adriana recuerda el lugar donde murió Antinoo. Egipto y su cultura, en la que lo griego se mezcla sin solución de continuidad. El último estertor de una época que se acababa...

Los últimos años de Adriano no fueron felices.

El levantamiento judío rompió con ese periodo de paz y concordia que parecía extenderse al resto del Imperio. Ninguno de sus sucesores podría disfrutar de la tranquilidad que tuvo durante su mandato.

Nombrar un heredero adecuado. Lucio Vero fue el primer elegido. Su muerte prematura obligó a Adriano a variar sus preferencias. Acertó. Antonino Pío y, a continuación, Marco Aurelio y el hijo de Lucio Vero.

La enfermedad lo abrumaba. El dolor era intenso. Vivir, un suplicio. El suicidio, una salida.

Recluido en Villa Adriana, despreciando Roma y sus oropeles, consciente de que su vida se acababa, tal vez escribiera entonces una autobiografía, parecida a la que Yourcenar, siglos después, publicó.

No sabremos qué pensamientos tendría Adriano en sus últimos meses. ¿Sentiría orgullo por la obra de su vida? ¿Se arrepentiría de decisiones que según parece tuvo que justificar en la mencionada biografía? ¿Notaría la soledad del poder, esa que acompaña a todo aquel que lo detenta?

Escribió unos versos antes de morir. Son los de un hombre que amó la vida, la cultura y todo lo que nos ofrece y que se despide con cierta melancolía y nostalgía...

Animula vagula, blandula, hospes, comesque corporis, quae nunc abibis in loca pallidula, rigida, nudula nec, ut soles, dabis iocos...

Pequeña alma, errante, suave, huésped y compañera del cuerpo, que irás ahora a un lugar pálido, helado, privado de todo; ya no disfrutarás, como acostumbrabas...



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