miércoles, 4 de mayo de 2016

A TODOS LOS DIOSES. NUEVE DÍAS EN ROMA. DÍA 2.




20 de abril de 2016

Los museos de Roma con una única excepción -los Vaticanos- son mucho más humanos, menos mastodónticos que los de otras ciudades europeas. El Louvre, el Metropolitan de Nueva York, el Museo Británico, el Prado... No puedes contenerlos entre las manos; te agobian, te saturan. Roma tiene tanto que ha decidido sabiamente distribuirlo en espacios diferentes.

No es posible contar ni ver todo lo que estos museos contienen. Necesitarías meses, tal vez, años para profundizar, comprender, disfrutar de cada uno de los detalles, de cada escultura, pintura, cerámica... Toda una vida. Y, como es de suponer, la vida es mucho más que el interior de unos museos, aunque sean tan ricos y variados como los de Roma.

Los Museos Capitolinos.

Situados en la mismísima colina Capitolina. No rechaza su pasado; lo asume. Lo convierte en una parte del mismo. Integrados en las salas encontramos las ruinas del templo de Júpiter, el de Veoive o el de Juno Moneta, sin olvidar el Tabularium.

Del templo de Júpiter sólo queda el basamento. Y, aún así, ¡qué impresión de grandeza dejan en tu retina! Era el templo del Dios de Dioses; era el símbolo del poder de Roma, del Dios que les proporcionaba el dominio del Mediterráneo. Sólo puedes imaginar la reacción de asombro y admiración que provocaría en aquellos que pudieron verlo. Y el terror que los enemigos de Roma sentirían al contemplarlo. Pensarían: Quien es capaz de construir esto, nos someterá sin compasión. Y no se equivocaban. Aunque los partos y los germanos no se amilanaran y conservaran su independencia a pesar de todo.

Del Tabularium no queda más que un largo pasillo que aprovecha todas las posibilidades arquitectónicas que Roma había aprendido de los pueblos conquistados: el arco, la bóveda, el uso del ladrillo y el mortero. Me emociona este lugar. No por lo que veo ahora, sino por lo que estuvo aquí. Documentos oficiales, pergaminos, papiros, la recopilación sistemática y continua de siglos y siglos de historia. Todo eso se ha perdido, pero estuvo allí, ocupó ese lugar. Y su presencia no ha quedado diluida por el tiempo.

Acepto que cada uno tiene sus preferencias. Algunos recordarán a sus lectores u oyentes que pueden ver a la Loba Capitolina cuyo origen etrusco se puso en duda. O a una Medusa de Bernini, que retrata a un ser humano dolorido más que a un monstruo, o los retratos de las damas de época flavia, elegantes y refinados. ¿Qué decir de esa mano inmensa de Constantino apuntando al cielo, separada del cuerpo al que perteneció? ¿Y la estatua de un Marco Aurelio en bronce, seguro, firme, conservada sólo porque los cristianos creyeron que era de Constantino?

A mí me gusta más un mosaico, sencillo en su disposición que representa una escena cotidiana: palomas que beben de una fuente. 



O la estatua encantadora de un chico que alza su pierna izquierda y la apoya sobre la derecha para quitarse, simplemente, la espina de un pie. O la del Gálata Capitolino, un bárbaro, herido de muerte, en su último gesto, digno, sereno. O la voluptuosidad de la Venus Capitolina o púdica. 

Todos ellos aspiran a captar un momento, un instante. Y lo consiguen...

Me cruzo esa mañana con muchos grupos de estudiantes. No sé si la mejor manera de enseñarles el mundo antiguo es obligarlos a hacer visitas de este tipo. Veo caras cansadas, agotadas, ajenas al espacio en el que se encuentran o a muchachos subiendo y bajando escaleras, huyendo tal vez del profesor o del guía, aprovechando el tiempo libre que les han concedido, riendo y bromeando.

Si queremos un pueblo culto, que no sea manipulado, necesitaríamos que conocieran toda la riqueza cultural que Occidente ha aportado hasta ahora. Que la historia no se olvide y que seamos conscientes del pasado del que venimos; sin embargo, a veces, pienso que es una batalla perdida. La minoría cultivada, los pocos que descubran y adquieran esa cultura, están condenados a ser sólo eso: una inmensa minoría. En las nuevas generaciones, como en las anteriores, la mayoría acabará por olvidar y enterrar el pasado. Y, con todo, hay que despertar esa sensibilidad o, al menos, intentarlo...

La Cripta Balbi es un lugar curioso, aunque sólo lo sea para apasionados por la arqueología y las excavaciones. La evolución de ese espacio a lo largo de los siglos es un buen ejemplo de lo que ha ocurrido en toda Roma. Fue un templo pagano, luego, un templo de Isis, iglesia cristiana, viviendas medievales adosadas, palacio renacentista. Restos de todas esas épocas puedes encontrarlas en ese espacio, una sucesión de estratos, mientras subes y bajas escaleras. Incluso unas canalizaciones y las trazas de un acueducto de época augústea.

El largo Argentina es una plaza abierta, abierta en canal literalmente. Es una excavación que cualquiera que pase puede contemplar al otro lado de unas vallas. Han mejorado la información con paneles explicativos y, como era de esperar, han hecho descubrimientos en estos últimos años. Los cuatro templos, uno de ellos, circular, siguen allí, con sus restauraciones.

Eso sí, hay dos cosas que no han cambiado. Julio César fue asesinado muy cerca -eso es un hecho que nadie discute-. Las fuentes -Suetonio, Plutarco- coinciden que ocurrió en un edificio anexo al pórtico de Pompeyo que ahora se encuentra debajo del Teatro Argentina. Otra son los gatos, que los romanos protegen y alimentan. Es la colonia de gatos más numerosa de Roma, aunque he visto menos que en otras visitas. O se están domesticando o están desapareciendo.

La visita diaria del Panteón. Como siempre contemplar el interior me devuelve al ritmo lento, sereno, fluido...

En la plaza de Santa María sopra Minerva está el obelisco y el elefante de Bernini, símbolo de la inteligencia y la constancia de la fe.

Santa María sopra Minerva. Antiguo templo de Minerva, diosa de la sabiduría. En el interior otros Bernini y una obra del joven Miguel Ángel. Me conmueven los restos de Santa Catalina de Siena.

El escultor ha sabido plasmar una serenidad y tranquilidad que contrasta con la dureza y el realismo que encontraré en otra tumba similar, esa misma tarde, en la iglesia de Santa María della Victoria, la de una mujer con un vestido azul, en el instante de la muerte: la boca abierta, una herida en el cuello, ojos cerrados, la corona de flores blancas. 

                                          


Es un cuerpo conservado en formol. He visto dos veces algo así: con mi padre y con mi madre. Mis labios tiemblan. No hay serenidad alguna; sólo la constatación de que algún día nuestro cuerpo llegará a ese estado. La muerte nos espera...

O el placer o el éxtasis. La Santa Teresa de Bernini, a unos pasos solamente. 



La vida y la muerte de dos mujeres, 


una junta a la otra.






Cuando contemplas pinturas con cierta parsimonia y tranquilidad, con el paso de tiempo la mirada va adquiriendo una sensibilidad que, al principio, uno pensaba que no conseguiría. Por ejemplo, si ves en una capilla o en una sala del museo Barberini a Caravaggio y, luego, en la siguiente a Lippi, descubres las diferencias, a veces, sutiles, entre el artesano y el genio. 



Un experto podría proporcionarnos elementos de juicio que nos servirían para desentrañar la técnica utilizada. Bien sabemos que no es eso lo que los separa. ¿Por qué partiendo de temas parecidos o idénticos, uno refleja sólo una visión pálida, aunque digna, de la realidad que quiere transmitir y el otro, brilla con tanta intensidad que acabas ciego y sordo y mudo. ¿Es el punto de vista, la elección de los modelos, el tratamiento de la luz, los juegos de líneas, el uso del color? Sí y no. También es algo indefinible que ningún experto podrá explicar, que nos hace disfrutar de un cuadro más allá de la técnica; el misterio del arte que nos remueve por dentro, que nos transforma sin que podamos evitarlo.

Contemplo a la Fornarina, pintada por Rafael. 



El pintor amó a esa mujer. Y esa mujer le amó. No necesitas más. La complicidad de una pareja resumida con la mirada de una mujer.  

El Palazzo Altemps es un palacio renacentista. Como suele ocurrir, uno entra en este palacio para disfrutar de su colección de arte y escultura antigua.

El Trono Ludovisi es un buen ejemplo de la elegancia del mundo griego. Lo que es posible hacer con un trozo de mármol, si tienes talento: insuflarle vida. No hay otro bajorrelieve que me emocione de tal manera.

La parte frontal representa el nacimiento de Afrodita. 



¿Qué nos queda? El rostro de Afrodita mirando a dos mujeres, las Horas, que la ayudan a levantarse, apoyándose en ellas; sus pechos, desnudos. El resto, cubierto por un lienzo. Lo que más me gusta de esta imagen en relieve es la transparencia de las telas. ¿Cómo es posible que el escultor haya sido capaz de crear unas ropas que parecen reales y nos permiten contemplar y disfrutar de las formas de los cuerpos que hay tras ellas?

Las imagenes laterales son, por un lado, la de una mujer cubierta con un velo delante de un incensario; en la otra, una flautista desnuda, con el típico aulós, y las piernas cruzadas.



Hasta los pequeños detalles me asombran; la flautista sólo lleva un peinado en forma de moño que destaca mucho más su desnudez. Además apoya su cuerpo en lo que parece un cojín. Se la nota muy relajada, como si disfrutara de una pasión, concentrada. Notas la música, fluyendo por sus venas. Escuchas la melodía. La mujer vestida, al otro lado, prepara el incienso. Se apoya en otro cojín, paralelo al de su compañera. La mirada también es concentrada; nos encontramos ante el instante, detenido en el tiempo, de dos mujeres, captado por un artista y un escultor genial.

Otra obra del Palazzo Altemps a la que siempre dedico minutos es el relieve del sarcófago Ludovisi.




La primera impresión podría confundirnos: sólo vemos guerreros, romanos y bárbaros, mezclados, en una batalla terrible. Hay que fijarse más. Esperar, mirar los detalles, uno a uno. Es un excelente ejemplo de la iconografía militar. Los romanos, cabello corto. Los bárbaros, cabellos largos y barba poblada. El protagonista, -según los expertos, tal vez alguno de los hijos del emperador Decio- en el centro de la composición, en la parte alta. Y en un espacio que no supera los dos metros de largo y el metro de alto, bárbaros y romanos. Cada uno con su propia personalidad, con la función que le corresponde. El dolor, la dignidad, la fuerza, el movimiento. Aunque sea la muerte el tema central de este relieve, ¡cuánta vitalidad hay en las formas!


El Galo Ludovisi, frente a él, encontrado en la Domus Áurea. El suicidio de un bárbaro, tras haber matado a su esposa. La dignidad del enemigo, su valor, para resaltar el nuestro.

Villa Giulia es la zona verde más importante de Roma. Entre sus árboles y mientras disfrutamos de la primavera que se acerca, a su manera, dubitativa, sin atreverse a extender el manto de color que le caracteriza, podemos visitar algunos museos. Hay uno al que nunca dejo de ir: el Etrusco.

Hay una palabra que define a este pueblo: elegancia. 


                                             


Su sonrisa, la que nos ofrecen, más allá de la muerte, es un gesto que siempre me los ha hecho muy cercanos. Los romanos aprendieron mucho de los etruscos. La religión, muchas de sus ceremonias, incluso la lucha de gladiadores, -que en un principio no dejaba de ser un sacrificio ritual o expiatorio-, el alfabeto. Grecia, antes de ser conquistada, llegó a Roma, a través de los etruscos. La Historia de los primeros siglos del que sería el gran imperio del Mediterráneo es etrusca, no romana.

Los etruscos, al menos, su clase dirigente, tenían una sensibilidad mucho más acusada que la de los duros y rígidos romanos. Se nota que disfrutaban de la vida, porque al enterrarse, dejaban un rastro en sus pinturas, en sus esculturas, del amor que sentían por ella. 

                                           


Sus dioses sonreían; ellos sonreían. La vida se terminó, pero habia valido la pena.

Al salir del museo, sigo viendo la sonrisa en una Naturaleza que se despereza, poco a poco. Me topo con otro rodaje cerca de Villa Giulia. Algunas chicas jóvenes están ya tomando el sol; no quieren esperar al verano. Se lo quieren llevar con ellas a sus casas, aunque sólo sea un trocito pequeño.

Me da tiempo a bajar hasta Termini. En el museo de lasTermas de Diocleciano, en un pórtico, dos jóvenes, un chico y una chica, tal vez estudiantes de Arte, hacen bocetos de las estatuas antiguas, colocadas en las paredes del recinto. En el museo, lápidas funerarias y alguna reconstrucción de tumbas, salvadas de la destrucción. El entorno son las ruinas, el esqueleto de uno de los espacios termales más impresionantes de la Antigüedad. Parte de su estructura, el frigidarium, aún sobrevive en la iglesia de Santa María de los Ángeles.

En la salas veo los huesos de un gato. O los monumentos funerarios de una pareja. 



La recuerdo. Captaron mi atención en una visita anterior. Juntos, contemplan la eternidad. Y lo seguirán haciendo...

Hay alguna novedad. Tienen preparada una actividad en 3D sobre la casa de Livia, la de ad Gallinas Albas. Hay que acercarse a las nuevas generaciones; una sucesión de lápidas y estatuas puede llegar a ser agotador y aburrido, incluso para alguien tan interesado como lo pueda ser yo.

Y un Conócete a tí mismo. 



De camino al restaurante, descubro una excavación cerca del foro Trajano, enfrente de la Piazza Venezia. Los arqueólogos piensan que podría ser un auditorio, construído por Adriano.

En el restaurante Antonio, cerca del Panteón, disfruto del bacón entre la salsa de los rigatoni que he pedido. Me encanta cómo cruje el bacon al masticarlo. No sé cómo lo consiguen; es una experiencia culinaria maravillosa. Me hubiera gustado completarlo con un tiramisú. No fue posible.

El sitio responde al prototipo que voy observando en los restaurantes italianos. Fotografías de actores romanos e imágenes de películas, disfrutando de comida italiana, por supuesto; alguna fotografía de Vacaciones en Roma con Audrey Hepburn no puede faltar. Aparecen en las paredes también los propietarios haciéndose fotografías con famosos, aunque la mayoría no los reconozco.

En este restaurante -en casi todos- quienes llevan la voz cantante son las mujeres. En este caso, la propietaria y una encargada. El marido, tal vez el co-propietario, se pasea entre las mesas, pero sin que haya ningún género de dudas, intuyes que si la supervivencia del negocio dependiera de él, ya habría cerrado hace tiempo. Es simpático y, me temo, también un inútil. Ellas son el alma y el motor del negocio. En general, te acogen y te tratan bien. Y disfrutas de la comida, que es lo esencial.

No puede faltar un paseo de noche por Roma. Me gusta perderme por calles poco transitadas, vacías, silenciosas. También atravieso lugares atestados de gente: Piazza del Panteón, Piazza Navona, la Fontana di Trevi -aprovecho para tirar una moneda, como debe hacerse, de espaldas, de derecha a izquierda. Y, si es posible, echando un vistazo para ver dónde ha caído-.

Llego hasta la Plaza de España. Está en obras. No puede uno subir por las escaleras y hacer como Gregory Peck, que se encuentra por casualidad a Audrey Hepburn. Habrá que dejarlo para otra ocasión. Tal vez entonces encuentre a mi Audrey Hepburn...

De vuelta al catre, asisto a una discusión entre una pareja de españoles. Sólo escucho unas cuantas palabras.

- Ni te lo crees -replica la chica.

Es morena; tiene carácter. Él, rubio, con cierta hechura, guapo, mantiene la tranquilidad; parece consciente de que ha metido la pata y quiere arreglarlo.

La chica intenta zafarse. Él se disculpa. Han bajado el tono de voz; ya no puedo escuchar sus palabras. Ella mantiene las distancias, se apoya en la pared; le atiende. El chico tendrá una oportunidad.

Ella al escuchar unas palabras, se tapa la cara. Llora. Está pidiendo que la abracen. Él se acerca con cuidado; la toca levemente en el hombro. Nota la tensión. Aún no es el momento, piensa. Continúa hablándola; palabras tranquilas. Ella se recupera; alza el rostro. Tiene los brazos cruzados, y permanece en silencio.

Los dejo en la esquina de una calle solitaria, a dos pasos de la Plaza de España. En ese espacio, dos cuerpos se escuchan. Tal vez se reconcilien...  

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