domingo, 8 de mayo de 2016

A TODOS LOS DIOSES. NUEVE DÍAS EN ROMA. DÍAS 8 Y 9. EL FINAL DE UN VIAJE




          I.

...Hay una inscripción en latín. Afirma que Agripa, hijo de Lucio, en su tercer consulado construyó el monumento. Agripa fue el principal lugarteniente de Octavio Augusto, el primer emperador...

Ciento cuarenta años después, Adriano lo reconstruyó. El templo había sido arrasado por uno de esos frecuentes incendios que destruían barrios enteros de Roma. Y Adriano tomó la decisión de levantar uno nuevo. Tenía, tal vez, al mejor arquitecto de su tiempo, Apolodoro de Damasco. No está claro quién elaboró el plan constructivo. ¿Fue Apolodoro? ¿Adriano, que tenía aficiones en este campo, propuso ideas?...

...Flavio Nicéforo Focas Augusto, emperador bizantino, gobernó durante ocho años desde 602 al 610. Llegó al poder con un levantamiento militar y fue depuesto por otro golpe de Estado. Su sucesor lo asesinó, decapitó, mutiló y quemó su cuerpo. Nadie recordaría a este emperador, si no fuera por dos decisiones que tomó a lo largo de su breve mandato.

La primera consistió en alzar el último monumento del foro Romano: la llamada Columna de Focas... La otra fue un regalo. Focas donó al papá Bonifacio IV el Panteón para que lo transformara en un templo cristiano. El lugar sagrado dedicado a Júpiter, Venus y Marte se consagró a la Virgen María y a todos los santos en mayo del 609. 

Gracias a ese gesto, el Panteón ha sobrevivido a la ruina, el abandono o la destrucción...

II.

26 de abril de 2016.

Los vagones del metro atraviesan un puente. El Tíber está a mis pies. Al otro lado del río se encuentra el Vaticano.

Espero sólo media hora en la cola. Supero el control de seguridad, asciendo por las escaleras de caracol; pasillos infinitos se abren ante mí.

Hay dos caminos.

Uno de ellos te lleva a las pinturas de Rafael y a la Capilla Sixtina y los frescos de Miguel Ángel. Encontrarás cientos, miles de personas, sentirás el agobio, la opresión, el fastidio. 


Desearás volver al punto de salida y que termine la carrera de obstáculos. Si, tras atravesar los cientos de salas, llegas a tu objetivo, tal vez tengas suerte y en un momento, muy breve, puedas disfrutar de las pinturas sin el ruido de fondo: palabras que explican e interpretan las figuras imaginadas en el silencio de un taller hace más de cinco siglos. No necesitan esas palabras...

¿Merece la pena?

Otro te lleva a lugares menos transitados. Cientos de antigüedades, colección adquirida o saqueada por decenas de papas, salas concebidas para que los pontífices alcanzaran la eternidad en la Tierra. 

                                           

La escultura romana, el arte egipcio, la cultura etrusca, la cerámica griega, el relieve, el mosaico...


Los Museos Vaticanos te debilitan, queman tus energías, si no buscas un refugio en el que tu espíritu descanse del ruido.

Subes al Duomo; bajas a las catacumbas. San Pedro. Estás arriba, en el cielo; estás abajo con los restos mortales de los pontífices, hacedores de puentes. Este no es mi centro del mundo. Siento vacío en el estómago.

El Gianícolo.
Rodeo los muros alzados por los representantes del Dios cristiano en la Tierra. Garibaldi contempla Roma a lomos de su caballo. Dos chicas jóvenes hacen bocetos de la vista que tienen a sus pies como hace unos días en las Termas de Diocleciano otros dos desconocidos. Un deja vu.
Mientras bajo las escaleras hacia el Tíber, me parece estar en Oporto, hace un par de años. 
Ella estaba viva entonces...

Los viajes se confunden. Me desoriento. Mezclo, revuelvo, combino los tiempos y los espacios. El Tiempo es flexible.

Noto en la boca el bacon crujiente. Pasta a la carbonara. 

Los placeres se enredan en la memoria...


III.

El óculo. El ojo. Miras a través de él.

Las nubes pasan. El tiempo se desliza, resbala, fluye. Los ojos fijan su mirada en un punto. Blanco y azul. Gris y negro. Nada se detiene. Todo continúa moviéndose al ritmo del universo.

Descubres con tu mirada. Lo minúsculo y lo titánico. La célula y las estrellas.

Entra la luz. Las sombras te protegen o te persiguen. Depende de ti.


IV.


Me encuentro en un patio. No hay techo que me cubra. A mi alrededor los muros están derruídos; se alzan entre cascotes, algunos; de otros, sólo queda el esqueleto: ladrillos, piedras unidas entre sí por argamasa. Salgo del patio y entro en otro. El mismo panorama. Y en el siguiente. Y también en el siguiente.

No puedo salir del laberinto.


V.

27 de abril de 2016.

Una mañana en Roma. La última.
Los que van al trabajo tienen prisa. Atasco. El tráfico está congestionado.
Los primeros turistas se dirigen al lugar de encuentro. Los vendedores ambulantes ocupan sus puestos. Todo vuelve al comienzo de nuevo.

En el Panteón contemplo el óculo. Pasan las nubes. Un trozo de cielo. Su ritmo, el de la Naturaleza, es diferente al nuestro.
Estoy casi a solas durante quince minutos. Luego llega un grupo de turistas. 
La magia se ha roto.
Me marcho, pero ahí sigue y seguirá cuando ya no estén los seres a los que ha amado o a los que amé, cuando ya no estemos, cuando ya no esté...

En el Campo de Fiori sólo hay tres puestos de flores. El resto vende verdura, frutas o ropa.
Franqueo la entrada de dos iglesias menores. En una de ellas, veo a un hombre solitario, que reza a sus dioses; en la otra, oculta, en una capilla, a oscuras, un belén que espera su oportunidad.
En San Stefano, un sacerdote ortodoxo serio, hosco, silencioso.

No podré ver a Caravaggio o a Bernini en el Museo Borghese. Hay que reservar con mucha antelación. A cambio, paseo por el parque. El tiempo es agradable. La primavera está aquí. Disfruto de ese momento perfecto en el que ni el frío ni el calor molestan al cuerpo.

Los silencios entre dos puntos explican las junturas, rellenan los huecos...


En Villa Farnesina el Renacimiento te acoge. Rafael y otros artistas te insuflan de optimismo. Tienen fe en el hombre; todavía no la habían perdido.


En Augusto, un restaurante popular, degusto unos ravioli y una tarta de cerezas. El vino de la casa me resulta agradable. 

El hijo de la propietaria es un adolescente pegado a un móvil.

- ¡Deja el móvil! ¡Guárdalo! ¡No comas con el móvil! -le repite una y otra vez su madre.

Una mujer de cuarenta años acaba de llegar. Está hablando con la camarera y otra de las propietarias. Se conocen. ¿Un familiar, otra camarera que hoy tiene día libre? Viene del juzgado, por lo que parece. ¿Un divorcio? ¿Asuntos de herencias? Los gestos son de preocupación. Sus interlocutoras la comprenden y apoyan.

Una pareja de españoles quiere carne; intenta hacerse comprender. Una pareja de italianos se decide por pasta con salsa de tomate.

Dos horas después en la colina del Celio.

En Santa Sabina, columnas romanas. Estuvieron en un templo pagano; ahora sostienen otro católico. A la salida, una figura labrada en el tronco muerto de un árbol. Mi cuerpo tiembla.

 


A través de la cerradura contemplo una catedral de San Pedro, lejana. En otra iglesia exponen a fotógrafos y pintores desconocidos.

Me separo del Panteón.

Pasta alla amatriciana.
Concierto de un coro. Cantan un Stabat Mater. El autor es del siglo pasado. Identifico en uno de los espectadores un gesto similar al de mi madre. Me acuerdo de ella.

¡Quién sabe lo que está haciendo, en qué está pensando!
Como el río que fluye, nada tiene fin.

                                  

El eco de mis pisadas. Los últimos pasos que me despiden de Roma...


VI.

El Panteón estuvo dedicado a todos los Dioses.
El Dios cristiano cree que acabó con ellos; se equivoca.
Allí están todavía.
Nos protegen o se ríen de nosotros.
Así son los dioses.
Así es Roma.






  

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