I
22 de abril de
2016
Noto vibraciones
en la habitación. ¿Será la resaca por la borrachera de anoche? ¿La
reminiscencia de un sueño erótico nocturno o por una noche loca con
una mujer de bandera?
No, no es nada de
eso. Ni bebo tanto ni mis sueños son tan interesantes. Y de
conquistas, mejor pasemos un tupido velo por el asunto.
No puedo
asegurarlo, pero debe ser el metro. Las obras de la línea C se hacen
eternas. Sólo hay dos líneas de metro, porque en cuanto las
excavadoras levantan un poco de terreno, se encuentran con piedras de
incalculable valor arqueológico y todo se paraliza y hay que volver
a planificar un nuevo recorrido.
Me ducho y
desayuno. En dos paradas estoy frente a las ruinas de las termas de
Caracalla. Se alzan como un esqueleto, orgulloso, gallardo. Caracalla
quiso pasar a la posteridad levantando un monumento público del que
disfrutaron generaciones. Sus termas responden al planteamiento
convencional: los baños fríos, templados, calientes. Y espacios
para el ocio: bibliotecas, saunas, jardines...
Caracalla asesinó
a su hermano delante de su madre. Fue brutal y despiadado. Eran
tiempos duros, que requerían de mano de hierro para mantenerse en el
poder. No le sirvió de mucho; se granjeó poderosos enemigos,
incluso, en el ejército. Su asesinato estuvo a la altura de sus
crímenes; mientras hacía sus necesidades, -no hay muerte más
humillante que la que tuvo- un hombre de su guardia, probablemente
pagado por los verdaderos conspiradores, lo apuñaló. A
continuación, mataron al asesino con una jabalina, cuando intentaba
huir. Una conspiración en toda regla, vamos. Como Kennedy y Lee
Harvey Oswald.
Las cornejas, los
cuervos levantan el vuelo entre las cúpulas y los arcos que han
sobrevivido al paso del tiempo. Las lagartijas encuentran un
escondite entre los huecos y las junturas. El ruido del tráfico, a lo
lejos, de un viernes por la mañana.
Hoy quiero ir al
campo. Y sí, con que camines un rato sales de Roma y retornas a las
viejas raíces en las que Roma se fundó. Tal como Cincinato la
conoció. O casi...
Salgo del caos
circulatorio. Para dirigirte a la Vía Appia Antica debes superar un
cruce. Los semáforos ayudan; que la luz verde sólo dure cinco
segundos, no tanto. Tras hacerte una buena carrera y demostrarte a ti
mismo unas dotes de atleta que desconocías, encaminas tus pasos
hacia la puerta de San Sebastián. Dudas en esperar al autobús 118.
Tarda demasiado tiempo y aún eres joven y con buena disposición
para el esfuerzo físico; tu ánimo ha decidido: ¡Viva el camino!
El día acompaña.
El tiempo es primaveral. En sombra, una ligera brisa. Bajo el sol, un
picorcillo alegre. A un lado y a otro, fincas o chalets de personajes
influyentes. El Mausoleo de los Escipiones como único reclamo
turístico.
La puerta de San
Sebastián te devuelve a la Via Appia Antica. Hay un grupo numeroso
de alumnos, acompañado de cuatro profesores. Parecen dispuestos a
caminar.
El primer tramo no
es muy alentador. La frecuencia del tráfico es muy alta. Y el
espacio para el peatón, escaso. Vamos en fila de a uno. Como mi
ritmo es más animado que el de estos muchachos, tengo que estar
atento cuando los adelanto a los coches que me vienen de frente.
Caminar exige estar con todos los sentidos alerta.
Llegamos al lugar
donde Jesús le dijo a Pedro: Quo vadis? Es un cruce de caminos.
Probablemente lo fue hace dos mil años. La Vía Appia continúa por
la izquierda. La carretera se estrecha; la acera, también. Mi
constitución -soy bastante delgado- permite que sobreviva a los
carros con motor; el caminante atisba la salvación. Uno no sabe cómo
ha llegado a la primera parada del recorrido: las catacumbas de San
Calixto.
Lo tienen muy bien
organizado. Hay visitas guiadas en italiano, español, alemán,
francés. Elijo la de italiano; tengo que practicar. El grupo lo
formamos tres amigos de Perugia, un servidor y un grupo de alumnos de
Bachillerato de Ciencias de Siena. El recorrido es rápido. Nos
detenemos puntualmente en alguna tumba o capilla. La guía se para
ante una lápida escrita en latín. Los estudiantes no tienen ni idea
de latín. La guía lo intenta.
- Esto es
nominativo. Y esto es dativo. Números romanos seguido de annis.
Entonces, ¿cómo se traduce?... Bene merenti, que significa...
Silencio. Los
chicos italianos de Ciencias no saben latín. Estamos perdidos...
A unos metros
están las catacumbas de San Sebastián. Mucho menos interesantes.
Destaca un cenotafio subterráneo, construido por un senador para toda
su familia, incluidos sus libertos.
La carretera se
acabó. Encontraré algún coche que se cuela -dos turistas se hacen
una fotografía, subidos a un coche; siempre podrán decir que
“caminaron” por la Vía Appia-, pero a partir de este momento, el
camino es peatonal. Sólo me cruzaré con ciclistas y parejas de
caminantes.
A un lado y a otro
vas encontrando lugares en los que detener tu mirada. El circo de
Majencio y la tumba que construyó para su hijo Rómulo. La tumba de
Cecilia Metella. La tumba de los Veti.
Hay zonas más
restauradas, con baldosas, colocadas como si no hubiera pasado el
tiempo por ellas. Otras torturan tus maltrechos pies.
La Villa Quintili o de Cómodo será la
parada final. Cómodo se enamoró de la villa y se la “compró” a
sus propietarios. Comprar es una forma sutil de decir que se la quitó.
Cómodo, sin duda, sabía cómo convencer a la gente. Parece que en verano
disfrutaba de las ventajas que le ofrecía vivir lejos de Roma y que allí entrenaba con gladiadores -una de sus grandes pasiones-.
Cuando salgo de la
villa, me encuentro con un grupo numeroso de cabras. ¿No querías ir
al campo? Pues, aquí lo tienes.
Un pastor alemán surge de repente
en el horizonte y empieza a perseguirlas; al principio, pienso que es
el perro del pastor o pastora que aparecerá de repente con su flauta en la mano, pero no... pronto escucho la voz de su propietario,
llamándole insistentemente. El pastor alemán se obsesiona con una
cabrita; al final, la deja escapar y obedece la voz de su amo. La
cabra se queda quieta, mirándole, mientras se marcha. Las otras se
han alejado de la Vía Appia. La cabrita, sola, descolgada, vuelve
con sus compañeras.
Vuelvo a verlo más
tarde. El propietario, que aprovecha para hacer footing. El pastor
alemán abriendo el camino. Y otro perrito, más lanudo, con la
lengua fuera, intentando no perderlos de vista.
La vuelta a la
ciudad es más cansada. Una siesta y una ducha siempre es de
agradecer, después de una ardua caminata.
Promocionan una
fiesta de la Naturaleza en Villa Giulia. Hago una escapada. Encuentro
tenderetes con comida y bebida vegetariana y un concierto de pop.
Todo muy políticamente correcto. Me aburre; así que prefiero pasear
por Roma.
Ya es de noche.
En Vía del Corso
me cruzo con parejas que han hecho sus compras. Ellas, con las bolsas
de tiendas de marca, apoyándose en los brazos de sus compañeros.
Un indigente me
dice que quiere enseñarme algo. Se lo agradezco, pero rechazo su
oferta. ¿Qué querría mostrarme? Siempre me quedará la duda...
Rastros del
pasado. La sede del PCI, Partido Comunista Italiano, ahora pertenece
a la coalición de izquierdas que detenta el poder. Gramsci
sustituido por Renzi; es la música de nuestros tiempos.
Sólo queda una
placa que lo recuerda.
En la antigua
Suburra el ambiente nocturno está en su punto álgido. Parece una
zona de marcha. Vendedores ambulantes meditan en las escaleras sobre
el sentido de la existencia. Un tipo duerme su borrachera, apoyado en
la barandilla.
Vuelvo a notar las
vibraciones en la habitación. Cierro los ojos...
II.
...Llegamos a la
cúpula, el tercer nivel del espacio interior, el elemento que
distingue al Panteón.
Se compone de
cinco filas de casetones, que decrecen a medida que se acercan al
punto más alto, el centro, donde encuentran un óculo de nueve
metros de diámetro. Se piensa que estarían forrados de bronce.
En el exterior se
arranca desde una sobreelevación del muro con siete anillos
superpuestos. El primer anillo debía estar cubierto de mármol; el
resto, con bronce, perdido a excepción de la zona del óculo.
¿Cómo se
sostiene la cúpula? Hay varios elementos arquitectónicos que lo
explican.
En primer lugar,
los muros de opera latericia, -hormigón y ladrillos- ocultos en un
primer nivel tras los nichos, pero que cumplen una función más
importante, la de sostener el peso de la cúpula a través de arcos
de descarga, visibles en la parte posterior del edificio en la
actualidad.
Por otro lado, los
anillos están construídos de manera parcial y sucesiva, sosteniendo
cada uno de ellos al otro. Y la abertura de casetones, los nichos,
las ventanas e, incluso, el óculo, además de su aparente función
decorativa -aunque se hayan perdido con el paso del tiempo los
elementos que los integraban- aligeraban el peso de los anillos.
El material
utilizado también tiene su importancia. Hormigón, tufo y escoria
volcánica. Es un hormigón mezclado con agua y los elementos
señalados. Eso permitía más resistencia y más porosidad al ser
mezclado con otros materiales. Se disminuyó el espesor utilizando
piedra pómez en lugar de la piedra travertina más pesada y, para
concluir, se reduce el peso de los materiales de manera progresiva
desde la base hasta el óculo.
Son procedimientos
que se utilizaban ya en los edificios termales de la época y que los
ingenieros romanos habían aprendido tras largos siglos de
experiencia constructiva. Es Adriano quien toma la decisión de que
se utilicen por primera vez en la construcción de un templo.
III.
Una noche.
El sueño es
ligero; no logro que sea continuo y profundo.
Tu respiración es
un leve parpadeo, un hilo fino que se rompe, se diluye. Una ligera
punzada cerca del corazón. Imágenes que se evaporan. Aire que se
escapa. Susurros. Oscuridad intuída a través de la luz.
Amanece. La vida
sigue, continúas vivo...
IV.
23 de abril de 2016.
Para llegar a
Villa Adriana, has de subir al metro y a un autobús interurbano; me
deja a unos diez minutos de la entrada.
Hoy es un día
nuboso; amenaza lluvia. Invita a la nostalgia. Muy apropiado, porque
las ruinas de la Villa de Adriano son las ruinas de un tiempo
perdido, desaparecido, aniquilado...
Adriano eligió
bien el lugar, cerca de las montañas, lejos de los conflictos de una
Roma que le despreciaba.
Han descubierto
recientemente un complejo constituido por templos y pórticos.
Parecen ligados a Antinoo y su culto.
El Canopo es el
límite. Más allá, se encuentra la zona que Adriano concedió y
reservó para su esposa, Sabina. No se puede visitar; es propiedad
privada.
A un lado y otro
del Canopo, me fijo en una chica que se hace selfies. Y en un chico,
que se sienta y reflexiona sobre la caducidad del mundo. O eso
parece.
Recorro los
espacios que Adriano levantó como homenaje a lo que más amaba y que
no pudo ver terminar. Teatro, termas, habitaciones privadas, salones
de recepción, bibliotecas...
Una ciudad construida a su medida,
aislada de todo y de todos. Le imaginamos caminando por las noches.
Un viejo solitario, acercándose a la muerte, asumiéndola con
entereza y desesperación.
Unas gotas de
lluvia caen al salir de Villa Adriana.
De camino decido
visitar Santa Constanza. Como Santa Agnese ambas iglesias están
vinculadas a la figura de Constantino y su madre. La iglesia está
abierta; coincido con un duelo y una misa en memoria de un fallecido.
Ropas negras, rostros serios y meditabundos. Un mosaico brillante que
promete la resurreción de los muertos y un juicio final a todos los
hombres.
El Museo Nacional
Romano es una delicia. No sólo te ofrece escultura -encuentras las
mejores aportaciones y copias de época romana-, o mosaico. Además
en la planta segunda tienes la mejor pintura parietal que se ha
podido conservar.
Por supuesto,
entre las esculturas, están Augusto como Pontífice Máximo o una
copia del Discóbolo o Níobide moribunda. Prefiero una Musa con el
hombro al descubierto o una koré que lleva un peplo muy sugerente.
De la pintura
destacan los de la Villa de Livia. La Naturaleza en su faceta más
delicada y elegante.
Que también aparece en una tumba en la zona del Vaticano.
Que también aparece en una tumba en la zona del Vaticano.
Más variadad
temática observamos en las que se encontraron en la Villa de la
Farnesina; son de una riqueza sorprendente. Se piensa que pudo ser
una residencia de verano de Augusto y su familia en la zona del
Trastevere.
Las dos son
reconstrucciones que aprovechan un amplio espacio para acercarnos,
aunque sólo sea de manera tímida, lo que pudieron ver los romanos
que la visitaron o habitaron.
También podemos
admirar una máscara crisoelefantina o la explicación extensa de una
historia desconocida por el gran público: la de los barcos del lago
Nemi, recuperados en los años 30, del fondo del lago
-fueron
verdaderos palacios flotantes para uso y disfrute del emperador
Calígula, de los que se hace eco Suetonio en La vida de Calígula,
XXXVII.2- y, lamentablemente, destruidos durante la segunda guerra mundial
durante un bombardeo o un incendio provocado.
V.
Llueve al otro
lado del cristal.
En los sueños se cuelan las gotas de lluvia: tal
vez sean resquicios de felicidad.
Las noches primaverales en Roma
arrullan tu sueño.
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