domingo, 12 de febrero de 2023

LA ESPAÑA VACÍA: LAS MITOLOGÍAS FAMILIARES

 

Una tarde, cerca de los cines Renoir, M. -a la que no veo desde hace años- me dijo que, cuando nuestra generación desapareciera, la guerra civil dejaría de ser fuente de conflicto. Habrían muerto no sólo aquellos que la vivieron -nuestros abuelos- o los que sufrieron sus consecuencias -nuestros padres- sino también los que escuchamos de viva voz sus testimonios. Y, entonces, ya solo sería una entelequia, irreal, una fantasía contada por personas a las que no conocimos, carecería de emociones vividas; ya no serían tan intensas ni tan cercanas...

No estaba de acuerdo con ella; pero, en ese momento, no logré encontrar argumentos que refutaran su tesis. Una conversación quedó pendiente... Probablemente nunca se producirá... 

Leyendo La españa vacía de Sergio del Molino se comprenden mejor las mitologías familiares que construimos. Muchas de ellas vienen del mundo rural, de ese espacio en el que nuestros abuelos o bisabuelos vivieron. La identidad homogénea, de diseño y a cartabón que se nos impone cada día o el discurso apolítico y conformista, consumista y oficial, se rebela vacío, hueco, en cuanto lo tocamos levemente, y necesitamos recuperar esas viejas historias que nos contaron, esos lugares de los que otros escaparon en los años sesenta o que fueron abandonados; porque allí sobreviven las sombras y los silencios de memorias, más firmes, intemporales... 

¿No sería el documental que hicimos y gran parte de lo que he escrito una manera de regresar y de encontrar una identidad propia? ¿No es ese el punto de partida de una idea que me ronda y me obsesiona desde hace tiempo: el de un doble viaje, el de mi tía abuela, Críspula, con sus dos niñas, y el mío propio, separados por casi cien años, por tres o cuatro generaciones? 

La reflexión sobre la identidad de lo español, como cualquier reflexión sobre identidades nacionales -sea la catalana, la vasca o, como aquí encontramos, esbozada en una parte del texto, la argentina-, siempre acaba, inevitablemente, en la contradicción. El gran acierto del autor es haber evitado aquí la actualidad política en el que termina enfangándose cualquiera que intente profundizar en estos temas. Me temo que en sus obras posteriores -sobre todo, en su reciente biografía de Felipe González- ha cometido ese error; uno espera que logre salir del atolladero en el que se ha metido, porque sus reflexiones en la España vacía son inteligentes y maduras. 

Trata temas variados y muy complejos. En algunos casos se limita a esbozarlos. Explica la función y el origen de la actual ley electoral -que facilita el bipartidismo y el control de las élites-; se inhibe y evita desarrollar las razones económicas que explican la existencia de esa España vacía, muy ligadas a los intereses de esas mismas élites. Prefiere tocar algunos de los mitos -siempre presentes, como demuestra el triunfo en los Goya de As bestas-: las Hurdes, Fago, el carlismo, el romanticismo, Don Quijote, la Institución Libre de Enseñanza... La literatura y el cine reflejan ese conflicto, lo sacan a relucir. La España vacía explica nuestros problemas, aunque no vivamos en ella. Forma parte de nuestros sueños y pesadillas.

Es posible que las próximas generaciones no tengan testimonios directos de la guerra civil, pero los mitos como los sueños, pueden ser tan intensos como la realidad. Construimos fantasías alrededor de historias familiares; las heredamos, a veces, incluso, rechazándolas. Y estas levantan, a su manera, un imaginario. El imaginario que toda identidad colectiva e individual necesita, aunque pretenda, a veces, buscar panaceas o sustitutos. El imaginario por el que se vive, por el que se crea, por el que se muere, por el que se mata...

No, no estoy de acuerdo con M. Otras generaciones, las futuras también -apoyándose en esas nuevas realidades que construirán y transformarán cuando necesiten, frágiles, recuperar una identidad propia-, harán de la guerra civil o de nuestras guerras civiles su caballo de batalla, como lo hemos hecho durante los últimos doscientos años. Y sus emociones serán tan intensas como las nuestras, como las de nuestros padres y abuelos y bisabuelos... Vivirán y morirán por ellas...



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