sábado, 7 de octubre de 2023

O CORNO Y LAS OTRAS VÍCTIMAS

 


Hay temas que pocos se animan a tratar. Hasta hace poco el aborto clandestino fue uno de ellos. La tortura es otro. ¿Quién se atrevería a hacer una película de ficción donde viéramos a policías o guardias civiles torturando? Y eso ha sucedido en este país. De manera sistemática y estructural, al menos, hasta los años noventa. 

Pilar Miró en El crimen de Cuenca situó la acción a principios del siglo pasado. Solo eran un par de minutos de torturas. Aún así, secuestraron su película y tuvo que pasar por los juzgados. Algunos documentales -vascos y catalanes- lo han intentando. Por supuesto, han recibido escasa difusión. Y si alguno llegara a las grandes pantallas, la presión mediática de las grandes asociaciones de víctimas del terrorismo lo condenaría. 

Recuerdo sólo una miniserie muy reciente de Barroso, donde uno de los personajes era Meliton Manzanas; el tratamiento, suavizado y justificativo, daba, en mi opinión, vergüenza ajena. Y, con todo, Covite protestó y puso una cruz a la serie, porque otro de los personajes, Etxebarria, el primer muerto integrante de ETA, había sido humanizado. 

Pero la autocensura actualmente es más sutil de lo que pensamos. Si alguien escribe sobre la amnistía en el País -ayer mismo, sin ir más lejos-, pone ejemplos en Chile o Gran Bretaña, pero no se atreve a decir que aquí en 1977 miles de policías fueron perdonados y que a otros muchos no solo se les indultó, sino que incluso se les condecoró. Hay miles de víctimas de segunda o de tercera olvidadas.

Un alto cargo de la judicatura habló ayer de igualdad ante la ley. No sé si la palabra hipócrita le podría definir. A veces me pregunto si hay libertad cuando muchos no se atreven a decir determinadas cosas, porque eso les podría dejar sin trabajo y sin medios de subsistencia. Las democracias modernas no siempre son tan modélicas como pretenden hacernos creer. China y Rusia son menos sutiles, pero Europa y Estados Unidos también saben controlar a sus ciudadanos.

Las otras víctimas: la violencia policial durante la Transición de David Ballester es un estudio serio y concienzudo que merecería ser más difundido. Poca gente sabe que hubo, al menos, más de 150 muertos, ya fuera por "gatillo fácil", en manifestaciones o dependencias policiales en el periodo 1975-1982. 

En este enlace, podemos leer sus historias. Vale la pena dedicarles un poco de nuestro tiempo para conocerlos, para no olvidarlos. 

La tortura, como bien explica el autor, se extendió durante mucho más tiempo. No hubo limpieza ni depuración ni intención de hacerla en los cuerpos de la Benemérita o la Policía Nacional. No parece que importe demasiado. Esa Transición modélica tuvo muchos muertos que, como los de las cunetas de la guerra civil, se esconden bajo la alfombra. Quien manipula la Historia, construye el futuro con pies de barro.

Mientras esperamos una película directa y atractiva sobre la tortura de alguien valiente o de un "suicida", sí tenemos en los últimos años el tratamiento del aborto clandestino. Fuera de nuestras fronteras gran número de escritoras han tratado el tema desde diferentes perspectivas. Recuerdo, sin ir más lejos, la reciente premio Nobel de Literatura, Annie Ernaux, en su libro El acontecimiento. Muchas han escrito sobre esa experiencia. El aborto era peligroso, te podía costar la vida, pero existía, aunque se ocultara. 

Jaione Camborda ha situado su historia en 1971, a las puertas de la Transición. Silvia Munt, el año pasado, en Las buenas compañías, también ponía el foco en sus consecuencias. 

Por cierto, dejo claro que ahora mismo el cine español más interesante llega del País Vasco, Galicia o Cataluña y se rueda en gallego, euskera o catalán. El resto del panorama es desolador. O grandes producciones o películas de género -necesarias para la industria, rodadas profesionalmente, pero previsibles-. El cine que busca otros caminos llega de la periferia. 


Así que tenemos la segunda película de Jaione, que ha conseguido la Concha de Oro en San Sebastian. Se estrenará en unos días. Vale la pena verla, aunque pondré algunos peros. 

Jaione Camborda no ha nacido de la nada. Lleva trabajando en esto mucho tiempo. Ha sido diseñadora de producción y directora de arte antes de ponerse a escribir y dirigir sus películas. En Arima, su primer largometraje, asistíamos a un protagonismo coral. El estilo que le caracteriza -diálogos breves y concisos, personajes femeninos en un entorno rural, cierta frialdad o distanciamiento estético que oculta pasiones y emociones intensas-, ya aparece en esta opera prima. 

Los primeros diez minutos, que han despertado cierta controversia, no son para tanto. Me explico. Asistimos a un parto en tiempo real. Al menos, a su última parte. Se centra en el dolor y, sí, es muy físico y animal. Sin embargo, pocos han visto una película japonesa de un director de la nueva ola rodada en la década de los setenta, Kazuo Hara, Extreme private Eros: love song. Es una obra irregular, pero es imposible de olvidar el parto de su mujer. Mucho más realista que el de O corno. Vemos la sangre, el niño saliendo de la vagina. Literalmente. Jaione es más sutil. 

Incomoda el aborto, por supuesto, donde también apuesta por la fisicidad, aunque, al final, nos regale una imagen hermosa en su simplicidad; lírica, en su sentido más amplio: dos gotas de sangre. 

Hay una mirada, como no podía ser de otra manera, al placer femenino, un par de escenas más tarde. Ya tenemos todo: nacimiento, muerte y sexo. Sí, hay esa necesidad de querer contar todas las experiencias de una mujer -partera, abortera, libre sexualmente-, en muy poco tiempo. ¿Forzado? Podría ser, aunque no se nota mucho, mientras lo ves.

No hay interés por desarrollar personajes masculinos. Los que hay son sólo estereotipos, figuras externas: el marido de la mujer que pare y el padre de la que aborta, el amante, el contrabandista, el barquero, el propietario de una finca. No los necesitamos o no se atreve a darles más entidad. Es una elección. 

Tenemos después la historia de una huida. 

Quizá todo es previsible. Sabes perfectamente qué va a ocurrir. Lo importante, no obstante, es cómo se cuenta. 

Y aquí debo objetar que O corno podría haber sido más experimental. Jaione quiere un público -nunca será el gran público, pero necesita llegar, al menos, a las salas de cine- y pienso que no se atreve a romper completamente la baraja. Construye una historia sencilla, centrada en un solo personaje -este único punto de vista solo se aparta en tres ocasiones, y muy brevemente, con la chica joven que aborta, la familia que vive del contrabando en la frontera y la prostituta portuguesa, que la acoge en la parte final del metraje- y apostando por un tratamiento formal medido y casi documental. Sin embargo, en cada una de las escenas, siempre podría haber ido más lejos. Si lo hubiera hecho, es cierto, muy poca gente lo hubiera visto. Entiendo que, como hizo Erice, solo el cortometraje te permite esa libertad. 

El final, el último plano, me sobra. Reitera una idea que ya quedaba clara en el plano anterior, mucho más hermoso y sutil, pero también entiendo que quiera cerrar su historia de manera circular. 

En realidad, lo que me gusta más de O corno es que es una promesa. La promesa de un cine diferente. Espero que Jaione nunca busque al gran público. Su mirada, íntima, sensible, personal no debería hacerlo. El tiempo nos dirá. 



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