El final de un viaje invita a la reflexión. No me sorprendió escuchar a Mikel Silvestre, motero y viajero peculiar y que me ha acabado por parecer encantador, mencionar la nostalgia al final de su ruta Trajana. O la ilusión al principio de cada viaje que él compara con los bombones.
O parafraseando a una amiga: buscando la mirra en Oriente.
Tampoco que leyendo a Schulten en su Historia de Numancia diga que, aunque encontrará otros yacimientos en mejores condiciones, nunca olvidará la emoción que sintió al descubrir Peña Redonda.
On revient toujors a ses premieres amours!
Las primeras impresiones y experiencias de un lugar o de una persona que amas son tan intensas, tan primigenias que nunca se olvidan.
Eso me pasó con Atenas. Vuelves a lugares donde estuviste, pero sabes que no puedes recuperar las sensaciones de ese primer encuentro.
Comencé con dos frases, hace dos semanas y, al final, la sorpresa estaba más cerca de lo que pensaba: una vida que se abre camino y un futuro para dos bellas personas incierto, lleno de expectativas, hermoso e inquietante.
A un final le sigue un comienzo, porque quien ha reflexionado sobre la vida sabe que no es lineal, como nos han contado desde Occidente y el cristianismo y los herederos de los griegos, sino circular, como también pensaban los antiguos; no son líneas rectas, sino curvas las que, como los cuerpos de las diosas madres eternas, regalan la vida.
A algo que muere, le seguirá siempre algo o alguien que nace. Y es un ciclo que nunca se detendrá. La rueda de Shiva, el eterno retorno. El nombre es indiferente.
Hagamos, pues, girar la rueda otra vez.
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