Si mencionamos sus títulos, cualquiera que sepa de cine y tenga la necesaria apertura de mente las identifica como obras maestras: Mulholland Drive, Cabeza borradora, Terciopelo azul, Twin Peaks...
Decir Lynch es hablar de ese oscuro y extraño lugar que todos ocultamos en lo más profundo de nuestra psique, ese inquietante lugar que solo nuestros sueños y pesadillas nos permiten intuir.
Decir Lynch es también, pese a algún exceso estético, hablar de experimentación visual; una búsqueda incesante de otras formas, donde la estructura temporal se resquebraja y la distorsión se extiende más allá de la trama, un atrevimiento que nos permite entender, o, al menos, acercarnos a lo que estamos condenados a ignorar: nuestra propia mente.
Sin embargo, tiene dos películas que a mí me conmueven, alejadas de su estética y más cercanas a una trama convencional: El hombre elefante y Una historia verdadera.
Estas dos obras siguen emocionando. Son sencillas. No buscan penetrar en un misterio complejo; solo cuentan una historia.
Y Lynch también sabía contar una historia simple. Y son siempre, aunque no lo parezcan, las más profundas.
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