lunes, 24 de enero de 2022

SOBRE LO CLÁSICO

 

En un momento en que lo clásico es recortado y apartado en los sistemas educativos aparecen cada cierto tiempo autores que intentan establecer puntos de encuentro entre nuestro mundo y aquel del que venimos. 

Sobre todo, esta recuperación se debe al éxito sorprendente, teniendo en cuenta que hablamos de ensayos, de autoras como la italiana Andrea Marcolongo o la española Irene Vallejo. Parece que hay un público interesado, aunque las leyes vayan arrinconando el griego y el latín poco a poco, por aquí y por allá. 

He empezado este año planteando un aprendizaje de las lenguas diferente, aprovechando que me dieron la plaza fija. No es nuevo el método Orberg o similares; hace décadas que llegó a algunas aulas. Es un experimento, lo admito; en mi caso, parece estar funcionando con un grupo bueno. Con otros, que no hacen nada o casi nada, el resultado es el mismo que con la metodología tradicional. ¿La conclusión es que sin trabajo da igual la metodología que utilices? Al menos, pienso, en el peor de los casos, si se confirman estas primeras impresiones, puedo arrastrar a alumnos, interesarlos más que con la traducción en bruto y, así, sobrevivir en este ambiguo y frágil entramado en el que la música, el dibujo, la filosofía o el francés desaparecen aplastados por los nuevos señores: la tecnología, el inglés y la educación física. Hay una intención ideológica, sin duda, en estas decisiones políticas y cada vez es menos sutil. 

Bueno, por lo menos, me divierto planteando las clases, hablando con ellos en latín o en griego clásico, jugando a recuperar una lengua muerta... 

Volviendo a las reflexiones sobre lo clásico, he estado leyendo dos obras que han llegado el año pasado a las librerías. 

Las Odiseicas de Carmen Estrada es una reflexión sobre el papel de las mujeres en la Odisea. Todos sabemos que la Odisea nada tiene que ver con la Ilíada y hay quien prefiere una o quien gusta de la otra. Yo soy de los que piensan que la Odisea es muchísimo más interesante. Tal vez ayuden los personajes femeninos. Y, sin duda, Odiseo que es demasiado parecido a nosotros frente a esos héroes tan de una sola pieza: Aquiles o Héctor. 

La primera parte del ensayo nos presenta a las mujeres y su relación con el personaje masculino. Una Calipso dependiente; una Circe inteligente; la astucia de Penélope; la reivindicación de Helena...

Aparece la idea de que pudo haber una Homero femenina. Se estable una relación entre el alfabeto escrito a la manera de los bueyes -brustofedón- y el telar. ¿Y si los escribas pensaron primero en el telar y sólo después prefirieron para describir la escritura la actividad masculina? Dos hipótesis curiosas, lanzadas al viento. ¡Quién sabe!

En la segunda parte ellas mismas nos hablan en una especie de monólogos literarios. No están tan bien traídos. En este caso tengo la sensación de encontrarme ante mujeres actuales y el estilo no alcanza excesiva altura literaria. 

En El hilo de oro David Hernández de la Fuente establece paralelismos entre nuestra realidad y la de Grecia y Roma. Las explicaciones a veces se nos hacen repetitivas; este es un aspecto que ya había notado en alguna obra suya. Nada tengo que decir sobre sus conocimientos en esta materia que son excelentes y que ya conocía de Oráculos griegos. 

Es muy decepcionante el capítulo tercero y resume bien las sensaciones que me quedan tras la lectura de este libro. Las comparaciones entre la democracia griega antigua y la española, su elogio al patriotismo constitucional o la moderación frente a los nacionalismos identitarios -Cataluña y los referéndums son anatemas para nuestro autor- sorprenden y te hacen pensar si no estás ante un intelectual al servicio del poder establecido o a alguien cegado por sus prejuicios e ideas preconcebidas. A veces tenía la sensación de escuchar a Aznar y, como defensa de su persona, no creo que tengan nada que ver. De vez en cuando vuelve a aparecer esta visión ideológica -su elogio a la tauromaquia o considerar como exempla colectivos a la Transición o el 12 de octubre- u oculta ciertos aspectos -habla de torturas y no menciona Intxaurrondo; habla de fascismos y Franco no aparece-. Es más convincente cuando la comparación la establece al hablar de epidemias, de feminismo o de aspectos de índole económico. 

En general, es como si echara de menos una idea de España grande y unida, pero se apoya, erróneamente, en conceptos simples y agotados de los que, me temo, no es consciente. O prefiere no darse cuenta. 

No niego sus amplios conocimientos en la materia; sin embargo, al final, su ideología deja el libro en un intento de reflexión superficial, fallido y baldío, con frases tópicas y manidas. Una gran decepción. 

Seguiremos hablando de los clásicos. Por eso lo son, ¿verdad?

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