En Casablanca me sorprendió darme cuenta de que durante más de treinta segundos se mantiene el plano de Bergman, mientras escucha Time goes by. Pocas actrices superarían esta prueba de fuego.
Pues, sí, han pasado más de ochenta años y la película se disfruta como nunca.
Vacaciones en Roma es un cuento de hadas con una princesa llamada Audrey Hepburn. Nada que objetar. Todo lo contrario; a mí me encanta. Hay una escena conocidísima en la que los personajes meten la mano en la Bocca de la Verità. Por supuesto, esto ya no se puede hacer, aunque los turistas se hagan fotos como cosacos. Pero esta escena me gusta porque, según parece, se le ocurrió a Gregory Peck y William Willer. Fue una broma que le hicieron a Audrey, que no esperaba lo del "brazo cortado". Así que el susto es real; la reacción es espontánea. Y la complicidad entre los actores se traslada a la historia. No puedes evitar reírte con ellos.
Si pienso en la emoción, lo que me hace llorar cada vez que los veo, tengo en mente tres finales.
El primero es el final de una de las mejores películas de John Ford, El hombre que mató a Liberty Valance. La mentira que ha servido para construir un mito y una relación de pareja. Están juntos, pero, en realidad, les separa todo. Y John Ford sólo necesita dos planos; se ve a partir del minuto 5.
El mundo sigue de Fernando Fernán Gómez es una de las mejores películas del cine español de los 60, recuperada hace pocos años. Es una disección demoledora de la sociedad franquista. Nadie queda impune.
El final es uno de los más demoledores y terribles. Brutal, como toda la película, en la que los personajes para sobrevivir son hipócritas o viven en un mundo irreal de sueños y esperanzas imposibles. La tercera opción sólo podía ser la que elige la protagonista. Los elementos elegidos, el coche y la música alegre y desenfadada son el contraste perfecto, el reflejo distorsionado y deforme del mensaje oficial de aquella época. Me pregunto si alguien será capaz de rodar ahora algo así. Creo que tardaríamos sesenta años en darnos cuenta que esos personajes somos nosotros, en realidad.
¿Qué puedo decir de Matar a un ruiseñor? Me hubiera gustado tener un padre como Atticus Finch. Por supuesto, no lo tuve. Y, aún así, echas de menos lo que representa: la familia, el amor, el hogar. Tan lejanos...
Duelo en la alta sierra. El Peckinpah más clásico. Un pistolero, honrado y pobre ha muerto defendiendo lo justo, aunque el mundo que le rodea hace mucho tiempo le diera la espalda y un amigo le traicionara.
Hay que saber morir con dignidad, mirando con tristeza lo que se deja atrás: la vida.
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