I.
...Hay una inscripción en latín. Afirma
que Agripa, hijo de Lucio, en su tercer consulado construyó el
monumento. Agripa fue el principal lugarteniente de Octavio Augusto,
el primer emperador...
Ciento cuarenta años después, Adriano
lo reconstruyó. El templo había sido arrasado por uno de esos
frecuentes incendios que destruían barrios enteros de Roma. Y
Adriano tomó la decisión de levantar uno nuevo. Tenía, tal vez, al
mejor arquitecto de su tiempo, Apolodoro de Damasco. No está claro
quién elaboró el plan constructivo. ¿Fue Apolodoro? ¿Adriano, que
tenía aficiones en este campo, propuso ideas?...
...Flavio Nicéforo
Focas Augusto, emperador bizantino, gobernó durante ocho años desde
602 al 610. Llegó al poder
con un levantamiento militar y fue depuesto por otro golpe de Estado. Su sucesor lo
asesinó, decapitó, mutiló y quemó su cuerpo. Nadie recordaría a
este emperador, si no fuera por dos decisiones que tomó a lo largo
de su breve mandato.
La primera
consistió en alzar el último monumento del foro Romano: la llamada
Columna de Focas... La otra fue un
regalo. Focas donó al papá Bonifacio IV el Panteón para que lo
transformara en un templo cristiano. El lugar sagrado dedicado a
Júpiter, Venus y Marte se consagró a la Virgen María y a todos los
santos en mayo del 609.
Gracias a ese gesto, el Panteón ha
sobrevivido a la ruina, el abandono o la destrucción...
II.
26 de abril de
2016.
Los vagones del
metro atraviesan un puente. El Tíber está a mis pies. Al otro lado
del río se encuentra el Vaticano.
Espero sólo media
hora en la cola. Supero el control de seguridad, asciendo por las
escaleras de caracol; pasillos infinitos se abren ante mí.
Hay dos caminos.
Uno de ellos te
lleva a las pinturas de Rafael y a la Capilla Sixtina y los frescos
de Miguel Ángel. Encontrarás cientos, miles de personas, sentirás
el agobio, la opresión, el fastidio.
Desearás volver al punto de
salida y que termine la carrera de obstáculos. Si, tras atravesar
los cientos de salas, llegas a tu objetivo, tal vez tengas suerte y
en un momento, muy breve, puedas disfrutar de las pinturas sin el
ruido de fondo: palabras que explican e interpretan las figuras imaginadas
en el silencio de un taller hace más de cinco siglos. No necesitan esas
palabras...
¿Merece la pena?
Otro te lleva a
lugares menos transitados. Cientos de antigüedades, colección adquirida o saqueada por decenas de papas, salas concebidas para que los pontífices alcanzaran la eternidad en la Tierra.
La escultura romana, el arte egipcio, la cultura etrusca,
la cerámica griega, el relieve, el mosaico...
Los Museos
Vaticanos te debilitan, queman tus energías, si no buscas un refugio
en el que tu espíritu descanse del ruido.
Subes al Duomo;
bajas a las catacumbas. San Pedro. Estás arriba, en el cielo; estás
abajo con los restos mortales de los pontífices, hacedores de puentes. Este
no es mi centro del mundo. Siento vacío en el estómago.
El Gianícolo.
Rodeo los muros
alzados por los representantes del Dios cristiano en la Tierra.
Garibaldi contempla Roma a lomos de su caballo. Dos chicas jóvenes
hacen bocetos de la vista que tienen a sus pies como hace unos días
en las Termas de Diocleciano otros dos desconocidos. Un deja vu.
Mientras bajo las
escaleras hacia el Tíber, me parece estar en Oporto, hace un par de
años.
Ella estaba viva entonces...
Los viajes se
confunden. Me desoriento. Mezclo, revuelvo, combino los tiempos y los
espacios. El Tiempo es flexible.
Noto en la boca el
bacon crujiente. Pasta a la carbonara.
Los placeres se enredan en la
memoria...
III.
El óculo. El ojo.
Miras a través de él.
Las nubes pasan.
El tiempo se desliza, resbala, fluye. Los ojos fijan su mirada en un
punto. Blanco y azul. Gris y negro. Nada se detiene. Todo continúa
moviéndose al ritmo del universo.
Descubres con tu
mirada. Lo minúsculo y lo titánico. La célula y las estrellas.
Entra la luz. Las
sombras te protegen o te persiguen. Depende de ti.
IV.
Me encuentro en un
patio. No hay techo que me cubra. A mi alrededor los muros están
derruídos; se alzan entre cascotes, algunos; de otros, sólo queda
el esqueleto: ladrillos, piedras unidas entre sí por argamasa. Salgo
del patio y entro en otro. El mismo panorama. Y en el siguiente. Y
también en el siguiente.
No puedo salir del
laberinto.
V.
27 de abril de 2016.
Una mañana en Roma. La última.
Los que van al
trabajo tienen prisa. Atasco. El tráfico está congestionado.
Los primeros
turistas se dirigen al lugar de encuentro. Los vendedores ambulantes
ocupan sus puestos. Todo vuelve al comienzo de nuevo.
En el Panteón contemplo el
óculo. Pasan las nubes. Un trozo de cielo. Su ritmo, el de la Naturaleza, es diferente al
nuestro.
Estoy casi a solas
durante quince minutos. Luego llega un grupo de turistas.
La magia se
ha roto.
Me marcho, pero
ahí sigue y seguirá cuando ya no estén los seres a los que ha amado
o a los que amé, cuando ya no estemos, cuando ya no esté...
En el Campo de
Fiori sólo hay tres puestos de flores. El resto vende verdura,
frutas o ropa.
Franqueo la
entrada de dos iglesias menores. En una de ellas, veo a un hombre
solitario, que reza a sus dioses; en la otra, oculta, en una capilla,
a oscuras, un belén que espera su oportunidad.
En San Stefano, un
sacerdote ortodoxo serio, hosco, silencioso.
No podré ver a
Caravaggio o a Bernini en el Museo Borghese. Hay que reservar con
mucha antelación. A cambio, paseo por el parque. El tiempo es
agradable. La primavera está aquí. Disfruto de ese momento perfecto
en el que ni el frío ni el calor molestan al cuerpo.
Los silencios entre dos puntos explican las junturas, rellenan los huecos...
En Villa Farnesina
el Renacimiento te acoge. Rafael y otros artistas te insuflan de
optimismo. Tienen fe en el hombre; todavía no la habían perdido.
En Augusto, un
restaurante popular, degusto unos ravioli y una tarta de cerezas.
El vino de la casa me resulta agradable.
El hijo de la propietaria es un
adolescente pegado a un móvil.
- ¡Deja el móvil! ¡Guárdalo! ¡No comas con el móvil! -le repite una y otra vez su madre.
Una mujer de cuarenta años acaba de llegar. Está hablando con la camarera y otra de las propietarias. Se conocen.
¿Un familiar, otra camarera que hoy tiene día libre? Viene del
juzgado, por lo que parece. ¿Un divorcio? ¿Asuntos de herencias?
Los gestos son de preocupación. Sus interlocutoras la comprenden y
apoyan.
Una pareja de
españoles quiere carne; intenta hacerse comprender. Una pareja de
italianos se decide por pasta con salsa de tomate.
Dos horas después en la colina del
Celio.
En Santa Sabina,
columnas romanas. Estuvieron en un templo pagano; ahora sostienen otro católico. A la salida, una
figura labrada en el tronco muerto de un árbol. Mi cuerpo tiembla.
A través de la
cerradura contemplo una catedral de San Pedro, lejana. En otra iglesia exponen a fotógrafos y pintores desconocidos.
Me separo del
Panteón.
Pasta alla
amatriciana.
Concierto de un coro. Cantan un Stabat Mater. El autor es del siglo pasado.
Identifico en uno de los espectadores un gesto similar al de mi
madre. Me acuerdo de ella.
¡Quién sabe lo
que está haciendo, en qué está pensando!
Como el río que fluye, nada tiene fin.
El eco de mis pisadas. Los últimos pasos
que me despiden de Roma...
VI.
El Panteón estuvo dedicado a todos los Dioses.
El Dios cristiano cree que acabó con ellos; se equivoca.
Allí están
todavía.
Nos protegen o se
ríen de nosotros.
Así son los
dioses.
Así es Roma.