domingo, 12 de noviembre de 2023

VILLA DE GUILLERMO CALDERÓN: MEMORIA Y OLVIDO

 


No existimos ni como sociedad ni como individuos sin memoria y sin olvido.

Guillermo Calderón ha basado su obra teatral en estos dos conceptos. El asesinato sistemático que Pinochet y los suyos llevaron a cabo durante dos décadas es una sombra larga y profunda que vuelve una y otra vez a nuestra memoria y a la suya. Pero Chile no es una excepción. Toda sociedad tiene que lidiar con las contradicciones en los que todos nos movemos cuando debemos tomar partido. Porque si no lo hacemos, otros construirán nuestra memoria. 

Es una obra que emociona; con grandes actrices. Aunque admito que, después de ver a Lidell el día anterior, notaba más las costuras. Removía, pero a veces me parecía previsible. Sí, no hay sorpresas, ya que la memoria, aunque sea compleja y laberíntica, no admite medias tintas. 

El punto de partida es una villa que sirvió para torturar, matar y violar a miles de mujeres. ¿Lo dejamos tal como está -ruinas-, montamos un museo que dulcifique el dolor o lo mostramos tal como fue o, mejor dicho, como lo recordamos? Tres víctimas o, más bien, tres herederas de ese dolor, trasmitido a la siguiente generación, deben decidir. Y la decisión supone mojarse; las heridas no han supurado. 

La memoria completa sería, como bien nos explicó Borges, una pesadilla. Sobrevivir nos obliga a olvidar, aunque sea parcialmente. Sin embargo, el poder siempre desea un olvido más amplio, si es posible, un olvido completo de sus crímenes, un punto final hipócrita. Y tendrá a muchos que preferirán girar la cabeza, porque el dolor de los demás, si no es vivido, acaba siendo incómodo. 

En Argentina decidieron en un barrio de Buenos Aires, en un lugar donde se torturó a muchísima gente, concebir un lugar mixto. Allí, gracias a los Kirchner, podemos encontrar un espacio para la memoria, pero también un museo de arte contemporáneo y talleres de todo tipo y pelaje. En Auschwitz se conservaron los edificios; en su interior podemos ver restaurados los lugares donde estuvieron las víctimas y también -todo dolor en exceso llega a ser insoportable- salas de exposiciones con calefacción central, blancas e inmaculadas. El turismo de los campos de concentración puede alejarnos de una memoria reflexiva. 

Milei hoy puede convertirse en nuevo presidente de Argentina. Chile en unas semanas votará una Constitución más regresiva, incluso, que la que Pinochet impuso. Hay dos Chiles y dos Argentinas. Una quiere recordar; la otra, por indiferencia o convicción, impone el olvido bajo el paraguas de un capitalismo salvaje.

Nuestro país también debe plantearse qué memoria quiere. Hay una España que olvida a los miles de fusilados en fosas comunes, a los torturados en las comisarías durante la Transición, a las víctimas por disparos de la policía. Sí, recuerda a las víctimas del terrorismo, pero, a veces, las convierte en las únicas, porque, por supuesto, son "las nuestras". 

La memoria es plural. En Cataluña y, sobre todo, en el País Vasco, el esfuerzo es mayor. Y, aún así, las divergencias son profundas. Al día de la Memoria, celebrado hace unos días, estuvieron todos, desde Bildu al PSOE, menos la derecha y ultraderecha española, que hizo su propia conmemoración. No quería recordar a los "otros", muertos o torturados. La izquierda abertzale, además, homenajeó paralelamente a las víctimas de la dispersión. Sin embargo, allí, hay más avances. Tal vez, porque no tienen más remedio. La convivencia, cuando existen tantas sensibilidades, exige acuerdos. 

La obra también habla de la necesidad de construir una memoria compartida y de cómo legar esa memoria a las generaciones futuras, esas mismas que heredan, aunque sea inconscientemente, los relatos de sus padres y abuelos. 

Y así, el futuro se alza sobre capas y capas de dolor y mierda, de olvidos y desprecios, de indiferencia e ignorancia. 

La memoria es un asunto muy serio. Somos lo que recordamos y olvidamos. 



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