domingo, 19 de noviembre de 2023

LA GRAN CACERÍA DE MAYORGA

 

"Quería entablar relaciones con las cosas sin intención"

Goethe refiriéndose a su viaje por Italia.


Goethe, a pesar de estar dos semanas en Palermo, no visitó los mosaicos de la catedral de Monreale. O, por lo menos, no los menciona en su libro, Viaje por Italia. Llegó a Sicilia con un nombre supuesto; no quería ser reconocido como el autor de Werther...

Más de siglo y medio después, se descubrieron los mosaicos de una villa romana: los de Casale. En uno de ellos, llamado la gran cacería, aparecen decenas de animales; capturados para ser transportados en un barco que se encuentra en el centro de la escena. Serán sacrificados en los anfiteatros del Imperio Romano; su muerte servirá para que miles de ciudadanos disfruten y olviden su pobreza o cualquier asomo de rebeldía...

Un hombre, que ha visitado tanto Monreale como Casale, vuelve en un barco a Nápoles. No puede dormir. No puede hablar con su hijo. Se obsesiona con Goethe, con Monreale, con Casale, con Noé y el diluvio, con los animales capturados y enjaulados, con el saqueo de África y Asia... La Divina Comedia de Dante, Platón, los campos de concentración, un esclavo que va a ser golpeado por un funcionario romano... 


La palabra es el instrumento que Mayorga utiliza para contarnos algo más que historias. Y las palabras se enlazan una tras otra, ligan, encadenan ideas. Desfilan ante nosotros círculos de palabras y junto a ellas los gestos, unos extraños compañeros... Los gestos riman, armonizan con los conceptos y también, se rebelan, buscan un camino paralelo. 

¿Qué sentido tiene el largo monólogo, el sueño y la pesadilla de un hombre insomne, encerrado en el camarote de un barco, confuso, desconcertante? ¿Somos nosotros mismos, condenados a buscar en detalles, a primera vista insignificantes, el significado de lo que nos rodea? ¿Somos responsables de la crueldad que ejerce el poder sobre los más débiles? ¿El Mare Nostrum es un símbolo de nuestra confusión y extravío?

En la última parte de la obra, el monólogo deja paso a una historia paralela y surrealista, toma un rumbo diferente; se transforma en la representación de una catástrofe, en una alegoría del fin del mundo o, más bien, el de nuestra especie. Los animales enjaulados se rebelan: son ahora dos personajes que quieren salvarse, pero... es inútil. Como nosotros, están condenados. 

Sí, nos encontramos ante una fábula apocalíptica, pero esta vez no habrá moraleja, no tendremos respuestas... 

Si bien, en ese tramo final, pierde algo de fuelle, la obra es un exponente del mejor Mayorga: el que conoce, mima y cuida las palabras, porque sabe que no solo comunican ideas o emociones, aunque sean imperfectas: pueden ir mucho más allá... 

Nos revelan nuestro futuro...


Y Mayorga nos pregunta: 

¿Se pueden entablar relaciones con las palabras sin intención?

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