miércoles, 4 de octubre de 2017

ZINEMALDIA 2017


Tres días en Donostia. Como era de esperar, siempre me encuentro con dos días de lluvia y uno de sol. Nunca falla. Es la media por estos parajes.

Donostia. ¡Ay!, sé que es pija, pero me encanta esta ciudad. No sé porqué. O tal vez, sí... Su cielo, su mar, sus montañas, su gente...

Disfruté de trece películas, aunque, en algún caso, tuve que salir un poco antes para poder ver la siguiente. Casi todas estuvieron a la altura del festival. Entre ellas, cuatro documentales. Empecemos por aquí. Este género se ha puesto de moda; es como si quisiéramos -me incluyo, aunque nuestro documental esté a medias y ¡quién sabe cuándo lo terminaremos!-, o no tuviéramos más remedio que reflejar la realidad, documentarla, interpretarla, manipularla, contar lo que ocurre en el presente o en el pasado. Es un rasgo de nuestra época. Desconfiamos del pasado, temblamos en el presente, no sabemos qué nos deparará el futuro. Debe ser la crisis. Época de crisis... Muchas...


Varda ha hecho Caras, lugares. Encantadora. Varda, ahora, es una abuelita de noventa años, que nos enseña que se puede ser libre y jugar hasta el final. Es una niña que investiga, inventa, se divierte. Cuando mueran, ella y Godard, echaremos de menos a una generación, la Nouvelle Vague, que experimentó y no dejó de hacerlo. La nuestra, cada vez, lo hace menos. Varda dice de Godard, al final de su documental: "No me quiere ver, pero yo le sigo queriendo... El cine necesita gente como él". Y como tú, Varda; a ti también te necesitamos...Y, sobre todo, te queremos.

Muchos hijos, un mono y un castillo es la primera película de un actor español, Gustavo Salmerón. Es una película familiar, rodada con pocos medios y la complicidad de toda su familia. La protagonista, su madre. Es una estrella cómica y ella lo sabe -en algunos aspectos, se parece a mi madre, porque está obsesionada con acumular objetos y es vitalista y optimista, pero esta mujer me parece más exagerada y surrealista que mi propia madre-. Y nos divierte, sin duda, pero te queda la sensación de que podría haber sido mucho más. Hay temas que insinúa -la crisis económica, la dictadura, la educación, la religión- y en los que podría haber profundizado. Ha apostado por no arriesgar; consigue una comedia, pero desaprovecha posibilidades.

Muy diferente en su percepción es otro documental, mucho más interesante, Conversos. También se proyectó en San Sebastíán, aunque yo la vi en Madrid, semanas antes. Aquí sí, se atreve el director, David Arratibel, a hurgar en la herida, una herida abierta. Esa herida es la religión y el conflicto que eso supone en la relación con sus hermanas y su madre. Y acierta. No llega hasta el final, no se rompe del todo, se protege; queda algo por contar y lo notas, pero es comprensible. Lo entiendo. En los dos casos.




Sus madres, sus hermanos y hermanas están vivas. Yo nunca grabé a la mía, ni mi hermano. Perdimos esa oportunidad. Sólo cuando murió empecé a escarbar, pero cuando están aquí, con nosotros, es muy difícil meter el dedo en la llaga, en las heridas familiares. No quieres hacer daño o no sabes cómo contarlo. Tienes que ser muy valiente. Sólo El desencanto lo consiguió, porque la familia Panero ya estaba hecha trizas, y, además, se hizo desde fuera. Conversos -sobre todo en su parte final- se ha acercado a la fuerza de El desencanto. Muchos hijos, un mono y un castillo no se ha atrevido. En cuanto a mí, no sé si aportaremos algo, cuando terminemos el nuestro, que valga la pena. Ya se verá...





In intenso agora sería un documental histórico clásico, si no añadiera un elemento personal. Narra con imágenes de archivo y una voz en off, muy cuidada, tanto mayo del 68, como el final de la primavera de Praga. Lo que la distingue es que utiliza como transiciones, a lo largo del metraje, imágenes caseras, grabadas por su madre. Y esa idea, tan simple, convierte lo que sería un documental interesante, reflexivo sobre lo que significó el año 68, en un poema apasionante sobre la Historia y su familia.



El último es 12 días. Admito que me afectó. Se muestran las audiencias en las que un juez debe decidir, en presencia de su abogado, si un enfermo mental, ingresado durante doce días, sin su voluntad, debe continuar o puede salir del centro psiquiátrico. Puedo decirlo. No sale ni uno. Y eso te deja la sensación de que el sistema no permite ningún tipo de adaptación. Son cárceles para evitar que se hagan daño y nos hagan daño. Como ocurre en In intenso agora, las transiciones le dan un tono lírico y poético: los espacios, el interior y exterior del centro, los pasillos, los patios, esquizofrénicos girando sobre sí mismos, sentados, sin saber qué hacer. Terrible. Y necesaria denuncia.

El resto fue ficción. Un poco de todo. Películas de género, bien hechas, como La cordillera -thriller político- o 120 pulsaciones por minuto -cine gay que descubre una realidad poco conocida: la de los grupos de presión que, en Francia, cuando morían por culpa del sida, hacían escraches a políticos o empresarios para denunciar su situación-, Tres anuncios en las afueras de Ebbing -aunque hay algún personaje estereotipado que no me convence del todo, reconozco que tiene una buena historia y actores americanos que dan vida a personajes, como pocos saben hacerlo-.

Dos españolas, Handia y El autor, se mueven bien en el campo de juego que han elegido, pero no lograron emocionarme. Handia -la "película" en euskera del festival-, está muy bien hecha, pero la evolución de los personajes no funciona. Veo los hilos. Y eso no es bueno. El autor, por otro lado, es un juego y un divertimento. Y una reflexión sobre la creación y la literatura. Superficial, pero curiosa.

Dos películas argentinas. Las olas es un experimento peculiar que no logra cuajar. Tiene ideas interesantes, pero también grandes defectos. Lo ha intentado y hay que reconocérselo. En cambio, Una especie de familia, no ha arriesgado tanto.



Apostó por centrarse en el personaje principal y ese es su acierto. Podría haber hablado de las mafias que aprovechan la pobreza de la gente y que busca el dinero de aquellos que quieren un hijo, cueste lo que cueste. No lo hace, pero lo que le interesa es contar lo que vive y siente su protagonista, interpretada por Barbara Lenny de manera magistral. Me recordó a Paulina. No juzga a sus personajes; sólo los retrata. Y consigue que te emocione.

Al salir del cine, -la vi en el Kursaal-, me sentía tranquilo, sereno. Había dejado de llover. El sol te acariciaba el rostro. Era feliz. No sé porqué. ¿Es necesario saberlo?

The day after te atrapa, despacio, poco a poco. Es la historia de un trío, tal como la contaría un Rohmer, y dirigida por un coreano. Es una mezcla peculiar, pero te dejas llevar.

                                    

Finalmente, Cuerpo y alma. La historia podría haber sido ridícula. Un hombre y una mujer, que trabajan en la misma empresa, cuando duermen, tienen los mismos sueños. Es una idea maravillosa; se enamoran, en los sueños. Nunca se hubieran acercado el uno al otro, en la realidad. Sus problemas de comunicación son terribles, pero los sueños les permiten tener una oportunidad para ser felices. Es tratado con mucha sencillez, sobriedad y ternura.

Paseo por Donosti. Este año veo más esteladas que ikurriñas. ¿Me habré equivocado de país? Cerca del mercado de la Bretxa, en el patio de una ikastola, un niño se agarra a los barrotes. Tal vez haya descubierto que está en una cárcel. Una cuidadora -tendrá unos treinta años- rubia, ojos azules, guapísima, abre la puerta y se dispone a salir del recinto. Habla con el niño, le sonríe.

Me pregunto si el niño recordará esa sonrisa toda su vida...



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