lunes, 30 de agosto de 2021

VARIAE


Habiendo vista una media de una película por día - a veces, tres- tendré que hacer una selección. Elegiré una de cada apartado temático.

1. Animación:

La mejor sin discusión o, al menos, la que más me impactó fue Watership Down -Orejas largas (desafortunada traducción; sería más bien, la colina de Watership).


Fiel adaptación de un relato infantil en el que se narra la odisea de un grupo de conejos que deben encontrar un nuevo lugar donde poder sobrevivir. La historia que comienza con una especie de explicación mítica del origen de los conejos con dioses y castigos, que se asemejan al Génesis, es cruel y no oculta la dureza de la naturaleza y su violencia -con planos terribles de conejos desangrándose o asfixiados-. Una parte recuerda a Animal Farm, otra maravilla de la animación, 


con su crítica a los regímenes autoritarios -el mayor enemigo de estos conejos resulta ser una especie de dictador que anula la libertad de los demás-. 

Aunque pueda parecer una historia para niños, va dirigida a los adultos. 

Alegro, non troppo es una selección de extractos musicales animados -al estilo de Fantasía, con cierto aire paródico-; dos de ellos destacan por su imaginación y sensibilidad.

El vals triste de Sibelius: fantasmas o recuerdos de un gato, podría llamarse. Seis minutos llenos de ternura.


Y el Bolero de Ravel. Intenso, apasionado, brutal. Quince minutos sin descanso. 

2. Películas de vampiros:

Aparte de los clásicos; ya se sabe, Bela Lugosi, Christopher Lee, Coppola, volvimos a ver Nosferatu de Murnau. 


Aunque algunos aspectos nos resulten extraños, no ha envejecido casi nada. Sigue manteniendo la inquietud que debió provocar en los espectadores de su época. 

Cincuenta años después Herzog hizo un Nosferatu, fiel al original. Su gran acierto es mantener los aciertos de aquel, adaptándolos a un estilo de cine muy diferente. Y consigue, por ejemplo, que la Naturaleza nos parezca inquietante o que los actores principales -Kinski y Adjani- encajen con el estilo a la perfección.


El comienzo es un gran acierto -cadáveres momificados en el estertor de la muerte-. En general mantiene, como he dicho, su fidelidad al estilo y el espíritu de la obra original, pero aporta una visión personal y particular. 

3. Películas "filosóficas":

O de filósofos. La de Wittgenstein de Derek Jarman serviría para dar a conocer de manera sencilla su filosofía y vida. No es un obra redonda, pero nos ofrece una visión interesante; rodada con muy pocos medios, casi como una obra teatral. No oculta el carácter irascible y obsesivo de este genio, como se refleja muy bien en su incapacidad para enseñar a los niños -cuentan las crónicas que estos le tenían miedo-.


Con otro estilo tenemos El caballo de Turín de Bela Tarr, su testamento fílmico. Sólo se menciona al comienzo y en una narración en off la anécdota de Nietzsche y el derrumbe mental que supuso la visión de un caballo golpeado en las calles de Turín. El resto del metraje, empezando por un plano inicial sin concesiones,


es otra cosa... o tal vez no lo sea; tres personajes: un caballo, el propietario y su hija. La repetición de gestos: levantarse, vestirse, comer, recoger agua, entrar en el establo, sólo conduce a los personajes a lo largo de seis días a un hastío existencial sin salida. La Naturaleza hunde al ser humano, a los seres vivos -también al caballo- los condena al infierno. El estilo frío, seco no da opción al espectador. Quizá sea la película más nietzchiana y existencialista, sin que tengamos necesidad de que aparezca él mismo. Su espíritu sí está ahí... Como ejemplo, estos quince minutos de metraje... 


4. Películas recientes:

Me atrajo Annette. Todo musical es una estilización. Leo Carax siempre ha buscado eso en sus películas; pero en esta lo lleva al extremo. La historia es sencilla; podría haberse contado en media hora. Quizá su mejor aportación es ser capaz de ir más allá de lo convencional y jugar con el espectador -lo hace en el prólogo y el epílogo donde los actores se dirigen a nosotros sin dejar de cantar-. Logra emocionar -aquí está la escena final-, aunque para eso tengamos que aceptar sus reglas de juego. 


Las mil y una es una película argentina estrenada este mes de enero. Realista con cámara en mano recuerda en el fondo y forma a ese cine que quiere mostrar los entresijos de un mundo duro y despiadado que ha dado, en mi opinión, lo mejor del cine francés o latinoamericano. En muchos aspectos, sobre todo en los temas tratados, me recuerda a películas como La vida de Adèle o Girlhood de Sciamma. 


Los medios no son los mismos que tienen en Europa y Clarisa Navas, muy inteligente, apuesta por centrarse en un único tema: el desarrollo de la identidad sexual de una adolescente, jugadora de baloncesto, y, de manera secundaria, la de sus dos hermanos. Y se apoya no sólo en sus propias experiencias sino, sobre todo, en un estilo sencillo, sin música ni grandes efectos ni un guión muy complejo, que le permite reflejar de fondo el ambiente en el que se mueven los personajes: un barrio donde, con unos pocos trazos, señalados, mientras seguimos a la protagonista, intuimos que hay marginación, pobreza y delincuencia. 


Sin embargo, el contexto social -ese barrio de una ciudad de provincias- tras esa elección se convierte en un escenario, mostrado con gran talento, como ya he mencionado, sin necesidad de remarcar ni enfatizar; está en un segundo plano -escuchamos disparos, vemos en una ráfaga a unos policías deteniendo a un joven, se habla de drogadicción, prostitución-. Nada de violencia; ni siquiera vemos -solo lo escuchamos- cómo un hombre golpea a su caballo. Se insinúa en alguna escena -determinados comentarios machistas, miradas de los hombres, sexualidad, más o menos, forzada y despreciativa de estos (en la sala de fiestas o en una escalera de un edificio)-. Es una elección e, incluso, me parece muy atractiva, como si lo viéramos a través de una mirilla, tanto ella como nosotros, los espectadores.

Echo en falta, eso sí, que los protagonistas, la protagonista o los adultos se hagan una pregunta clave: ¿qué vas a hacer con tu vida si los estudios no sirven para nada, como dice ella en dos ocasiones, tras haber sido expulsada del centro educativo y del club de baloncesto? ¿Y los adultos? ¿Dónde están? La directora ha decidido que no lleven a cabo su tradicional función represiva o correctora; la madre es sensible y tierna, pero no se entera de nada; las tías son cotillas, pero no ejercen ningún control. El padre está desaparecido. 

No es el tema; decide centrarse en la relación que mantiene la protagonista con una chica conflictiva de pasado turbio y presente inquietante que, por otra parte, está muy bien contada desde sus inicios hasta el abrupto final.

La conclusión abre otra historia. No parece que la protagonista pueda vivir, como lo ha hecho ese verano, en un mundo en el que solo caben la toma de conciencia de sus emociones y la madurez de su identidad sexual, ajena al mundo que la rodea o intentando mantener distancias. Ni que nosotros, como espectadores, podamos tampoco ser ajenos. Deberá enfrentarse a él y tomar decisiones; pero esa es quizá otra película, una que Clarisa Navas tendrá que hacer algún día, si quiere convertirse en una gran directora. Talento no le falta. 

Bueno, se acabó el verano. Y el tiempo de las cerezas. 







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