Tres películas que terminan con un plano similar: un coche y en su interior el personaje principal. Sin embargo, no pueden ser más diferentes.
Vidas pasadas, que se estrenará en noviembre en las salas, y 20.000 especies de abejas, que estuvo ya en los cines esta primavera, coinciden en varios puntos.
En primer lugar es la primera película de dos mujeres que tendrán, con toda seguridad, un gran futuro: Celine Song y Estíbaliz Urresola. Conscientes de que era una primera película se decidieron por tocar temas cercanos. Song echó un vistazo al entorno que conoce: Corea y Nueva York. Estíbaliz también: el País Vasco. Ambas se adaptan a las necesidades comerciales, pero dejando en sus obras una parte de su propia identidad. Saben medir sus fuerzas y buscan al gran público. Por tanto, no podían ni, seguramente, querían arriesgar en exceso. Sus historias están bien contadas y técnicamente irreprochables. Es cierto que no logran emocionarme del todo -aunque sienta cierta ternura por los dos personajes de la película de Song-, pero los personajes y la trama son sólidos en ambos casos.
Song prefiere contarnos una historia de amor imposible, cuyos protagonistas están separados por miles de kilómetros. Su estética es elegante, made in Hollywood, como bien se aprecia en este trailer.
Song construye con enorme delicadeza una historia que podría ser demasiado melosa o ridícula en otras manos. Para nada. Hay además en muchos de sus planos una reflexión de cómo la memoria interpreta la realidad o la transforma con el paso del tiempo.
Estíbaliz, en cambio, apuesta por lo familiar; reflexiona sobre la identidad sexual durante la infancia. Es más realista, aunque, eso sí, con muchas buenas intenciones y un objetivo políticamente correcto. Gira alrededor de dos personajes: la madre y una de las hijas. Más convencional y tal vez menos arriesgada de lo que uno podría exigir a una novata.
En la de Song quizá el último plano debería haber sido otro: ella, apoyándose en el hombro del marido y entrando en su casa. Elige el del chico, yendo al aeropuerto en un Uber, contemplando los rascacielos de Nueva York desde el interior del coche, haciendo tal vez una rima visual con el momento que ellos recuerdan como el más hermoso de su infancia.
La película española termina con la niña, mirando por la ventanilla. Y una canción en euskera de fondo.
En ambos casos, una nueva vida. La niña, que se llama Aitor, tendrá, incluso, un nuevo nombre: Lucía. El futuro es suyo, parece decirnos la directora.
El chico, en cambio, deberá aceptar que esa vida es pasada. Hay más melancolía y nostalgia. Sin duda, es una película muy madura y nos descubre un talento, el de Song, que deberemos tener en cuenta para los próximos años.
Frente a estos dos finales, más o menos optimistas, tenemos el de Panahi. Este director iraní vive una situación muy diferente. No puede salir de Irán. No le permiten rodar o, si lo hace, se topa con muchas dificultades.
Esta película, No bears, se estrenó hace unos meses. Son dos historias paralelas en las que el propio Panahi interpreta un personaje que sirve de enlace entre ambos relatos. Por un lado, tenemos una pareja que quiere salir de Irán con pasaportes falsos; ella, ha sido torturada, ha estado en la cárcel, pero no quiere irse sin él. Panahi los graba como si fuera un documental. El director no puede estar en el rodaje, pero sí busca un lugar cercano, un pueblo a dos pasos de la frontera. Y allí se convierte en observador de otra historia de amor, condenada desde principio, a causa de un matrimonio concertado. El miedo al poder y a las tradiciones son el centro de una historia que conduce con naturalidad, un realismo simple y escasos medios a un final inevitable: la muerte de tres de los personajes.
Por eso, el último plano es muy diferente. En las dos primeras películas el coche está en movimiento. La vida sigue.
En el de Panahi, en cambio, el director para el coche; apaga el motor. Hay una rebelión, un gesto político en esa decisión, un grito silencioso. El personaje nos dice: ¡Basta ya!
Fundido en negro; se escuchan claramente los sonidos de una Naturaleza ajena a las tragedias humanas. La muerte se ha impuesto.
No hay salida; no hay esperanza.
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