Volviendo a ver las dos películas de Bardem, sólo separadas por un año, es fácil descubrir que estamos ante dos hermanos gemelos, dos miradas críticas a la sociedad de su tiempo y perspectivas paralelas.
Admito mi preferencia por Calle Mayor.
Como ejemplo, pongo la secuencia previa al final. El personaje, Isabel Osorio, feliz, ingenuo hasta ese momento, descubre la verdad -se han reído de ella, una solterona, mientras se enamoraba, aferrándose desesperadamente a su última oportunidad, de un pobre tipo compinchado con los bromistas, que nunca la ha querido-. El dolor es terrible. ¡Y cuánta dignidad! Me sigue emocionando, aunque ya la haya visto decenas de veces.
Es cierto que en ambas, como ya hemos visto en la escena anterior y apreciaremos en la siguiente, encontramos una planificación cuidada, exquisita: profundidad de campo, juego de luces y sombras y un montaje hilado a la perfección.
Aquí tenemos, como rima, el comienzo de Muerte de un ciclista; funciona como un mecanismo de relojería, sobrio y sin elementos accesorios. No necesitamos más para saber por qué actúan así los personajes.
En las dos, también es cierto que el discurso moral -la moraleja de la historia- chirría, resulta superflua con el paso de los años; pero no se nota tanto en Calle Mayor. Tal vez porque el personaje que interpreta Betsy Blair -una gran actriz y muy desconocida, con una historia personal de compromiso político que la obligó a dejar Hollywood- nos atrapa y emociona desde el primer momento.
En Muerte de un ciclista -no dejo de pensar que estamos ante una película de cine negro; está el héroe, Alberto Closas, que desea purificarse; la mujer malvada y egoísta, interpretada magistralmente por Lucía Bosé, que le lleva a la perdición- la crítica va dirigida a la élite franquista y su hipocresía social;
en Calle Mayor los dardos van dirigidos a la vida provinciana, a su hastío y aburrimiento. Sin embargo, el tema de la primera podría ser también la toma de conciencia, la asunción de responsabilidades. En Calle Mayor es, sobre todo, en mi opinión, la crueldad. Y el papel de la mujer en una sociedad que no la permite más libertad que la que encaje con el modelo imperante.
De los defectos que no podemos evitar como seres humanos tal vez el que me parece más detestable es este, el de la crueldad. Y todavía más, si es innecesaria. Pongo dos ejemplos.
En una guardia de recreo en la que estuve hace un mes, unos cuantos adolescentes -los típicos "malotes"-, aburridos, empezaron a molestar a sus compañeros. Al final -como les "reprimía" sus intentos de "montarla"-, acabaron imitándome, haciendo los mismos gestos que yo. Ningún problema: un parte a uno de ellos y al día siguiente, no les pasé ni una. Me fije en uno espigado, el más retorcido, el que marcaba el ritmo del grupo. Una semana más tarde, antes de entrar al cine a ver la película de Jonás Trueba, hablé con una compañera, S. de él. Me dijo que, al menos, si lo comparaba con el que había recibido el parte, este tenía un espíritu rebelde. El otro no era más que un "armario". Sin embargo, en el "rebelde" hubo algo que no podía soportar; detrás de esa careta de provocación a la autoridad, lo que encontrabas era solo crueldad.
La misma que en esa historia, al principio de la guerra de Ucrania, en la que dos viejecitos, pensando que llegan las tropas rusas, los reciben con una bandera comunista. Los militares, en realidad, son ucranianos; los graban con un móvil, se ríen de ellos y, finalmente, los humillan. Tal vez con esa grabación -difundida por ellos mismos- pensaban que ridiculizaban al enemigo; sin embargo, lo que hicieron fue mostrar una crueldad prescindible que luego intentaron ocultar con propaganda y entrevistas a la protagonista, controladas -no olvidemos que en una guerra nada es inocente-, respondiendo a la rusa, que ya la había convertido en un símbolo interesado. Es curioso que de todas las crueldades de esta guerra, las que se han visto y las que nunca conoceremos, esta me parezca la peor, la más despreciable.
¿Por qué me sigue emocionando una y otra vez Calle Mayor?
El débil siempre me merecerá más respeto y afecto, más cercanía. Suele ser así, si no convertimos al otro en un "enemigo" o un títere que merezca ser humillado. Eso también forma parte de la naturaleza humana.
Blanche, la protagonista de Un tranvia llamado deseo, como Isabel, un personaje frágil, necesitado de afecto y de un mundo ilusorio, despreciaba también la crueldad sin motivo. Y siempre agradecía, como dice al final, quebrada psicológicamente para siempre, "la amabilidad de un desconocido".
Al final preferiré siempre esa ingenuidad al sarcasmo. Uno también tiene sus defectos y no los puede evitar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario