Tanto en la recién estrenada Hotel by the river del director coreano Hong-Sang Soo, como en la novela de John Williams, Stoner, encuentro un vínculo, unos lazos que nos llevan de la mano, mucho más allá de lo que esperábamos al empezar.
En las dos la vida, simplemente, pasa.
Hay más, claro.
Desde el principio sabemos cómo terminará la historia: los protagonistas morirán. El final no nos sorprende; es el único posible, el que nos espera a todos.
La forma en que nos lo cuentan.
El director coreano, a su manera, con conversaciones entre los cinco personajes: dos amigas, por un lado, hablan de la ruptura de una de ellas; un padres y sus dos hijos, por el otro, aunque no sepan, se están despidiendo.
Stoner lo hace bajo una fina lluvia.
No ocurre nada extraordinario a lo largo de la vida de William Stoner. Sólo cuatro o cinco acontecimientos, vividos tal vez con mayor intensidad. Y una lejana indiferencia.
La pasión de los protagonistas.
En la película, por la poesía. En el libro, por la enseñanza y la literatura.
Poco a poco. Una lluvia fina. Pausado, gradual, paulatino.
El ritmo y el fluir de la vida.
¿No debe aspirar el arte y cualquier expresión artística a enseñárnoslo?
A veces se consigue.
Escribiendo un poema o acariciando un libro...
Si alguien viera el trailer de Una fotografía pensaría de inmediato: una película romántica melosa y sentimental. Y un servidor diría: ¡Paso, tengo cosas mejores que ver!
Se equivocaría.
La historia, sí lo sé, no es muy original. Veamos. Es el clásico chico conoce a chica; con una abuela que quiere casar al chico. Él decide pedirle a la chica que se haga pasar por su novia. Por supuesto, se enamoran durante el proceso. Nada que no hayamos visto antes en Hollywood. Como estamos en la India y siguiendo los cánones de Bollywood, el chico es pobre y la chica es universitaria y pertenece a la clase alta; es decir, un amor imposible. Y los matrimonios son concertados dentro de la misma clase social, no lo olvidemos. Visto así, lo normal es que alguien me preguntara: ¿Y estás escribiendo una entrada por esto?
Ya lo he dicho al principio. Es sencilla. Y me gusta que lo sea.
Y la forma, es decir, el ritmo y el tono lo cambian todo. No deberíamos olvidarlo.
El director, Ritesh Batra -que ha trabajado en Estados Unidos y Gran Bretaña-, se decide por la contención.
En los actores -gestos mínimos, miradas; palabras, las justas; emociones, controladas-. Los personajes no irán más allá de cogerse de la mano, una cita en el cine y otra, en casa de él, donde -no se imaginen otra cosa- sólo comerán un kebab del puesto de la esquina. Es la India y sus personajes aceptan las reglas de juego: las sociales, por supuesto.
En la forma también aparece esa contención -planos fijos en los personajes, mientras la realidad se mueve a su alrededor; se elimina lo superfluo con ayuda de elipsis inteligentes; los diálogos son simples, nos cuentan sólo lo que es necesario para que los personajes evolucionen-.
Tampoco es una obra de autor; no se confundan. El humor busca al gran público; no se pretende una profunda crítica social al sistema de castas o contarnos un amor trágico. La música acompaña las emociones de los personajes. Y los actores son conocidos en Bollywood. Ahí, está claro, perdemos guiños cinéfilos que en la India sí comprenderán.
¿Y qué decir del final? Un acierto. Se evita lo que cualquier espectador esperaría. Deja a los personajes en un punto; han cambiado y lo saben. No hay un gran final. Y termina con un sencillo flashback.
Habrá a quien no le guste; en realidad, parece que no pase nada, pero es como la lluvia fina. Piensas que no te va a mojar, pero acabarás empapado.
No todos las películas deben transformarnos o cambiar el mundo; algunas se contentan con hacerlo más amable. Esta es una de ellas.
Y se agradece.
Aunque es cierto que Verano Azul ha tenido muchas reposiciones, esta -la que hoy acaba de terminar- ha coincidido con el cuarenta aniversario de su rodaje. Y 40 años es ese momento de la vida en la que tomas conciencia de que empieza el lento declive. Ya no eres tan joven; y pronto llegará la vejez y la muerte. El tiempo, cuando sientes que te encuentras intelectualmente en el mejor momento de tu vida, se te empieza a escapar de las manos. Muchas personas a las que quisiste han desaparecido; están muertas.
Te hallas, como diría el poeta, en la mitad del camino...
Verano Azul es una serie diferente en muchos sentidos. Hay tres formas de verla.
En primer lugar, estéticamente. Es evidente que en ese sentido ha envejecido. Cuarenta años después, nuestra visión ha cambiado. En el tratamiento fotográfico de las escenas, en el uso de la cámara fija o el zoom. Técnicamente nadie admitiría hoy la estética de Verano Azul; es otra época y su mirada es diferente.
Además, creo que no es la mejor serie de esa época, si me ciño al contenido. Creo que La huella del crimen es mucho mejor -tiene capítulos de gran calidad-; y fuera de España, Retorno a Bridshead o Yo, Claudio -aunque estas últimas parten de obras literarias de gran envergadura- tienen más calado; sin embargo, para mí es un buen ejemplo de serie familiar de la Transición.
Y con esto, me centro en el segundo aspecto.
La serie es el discurso oficial progresista de esa época, el correcto. No en el terreno político -que se evita de manera muy inteligente; si no, no hubiera tenido tanto éxito-, sino, más bien, en el sociológico.
Y dejo a un lado, la muerte de Chanquete, que fue un hito para nuestra generación. O el No nos moverán. Que todavía dan que hablar entre risas y lágrimas.
Desde esa perspectiva podemos contemplarnos a nosotros mismos y observar cómo hemos cambiado. No siempre a mejor.
Sin móvil. Alguien se imagina a Pancho escribiendo un wasap del tipo: Chanquete ha muerto? No sería lo mismo. Existía vida antes de la explosión tecnológica de las últimas décadas.
Entonces había más negocios a pie de calle; ahora, más centros comerciales. Aunque el lugar elegido intenta representar el pueblo que todavía no ha sido devorado por el turismo de masas, ya en los ochenta ese turismo estaba teñido de corrupción, pesadillas arquitectónicas y destrucción del medio ambiente. La masificación estaba a la vuelta de la esquina. Y no lo hemos parado.
Estaba el sueño de la segunda vivienda en la playa y el coche para la familia. Ahora mucha gente es desahuciada o tiene hipotecas de treinta años. Del "ponte a trabajar" de los padres a "no hay trabajo y con los que tienes no llegas a 1000 euros" de los jóvenes actuales.
No aparecen inmigrantes -como mucho, en uno de los capítulos, un grupo de hippies que van en moto-; y mucho menos, homosexuales; así que no hay opción para hablar de racismo o homofobia o violencia de género -aunque está todavía la educación "a base de hostias"-; sin embargo, hay cierto desprecio hacia el otro -expresiones como "el del pueblo", "la divorciada", "la pintora", "los barbudos"- en los personajes adultos -los padres- de la ciudad que deja traslucir esa capa de franquismo sociológico bien asentada tras cuarenta años de dictadura y reforzada, creo, tras cuarenta años de Transición, aunque ahora los objetivos a despreciar o perseguir sean otros.
Los protagonistas van en bicicleta, pero nadie más. Las familias representan más o menos los estereotipos que se esperan; los padres de Beatriz y Tito serían los más progresistas; los de Javi, conservadores -el padre es un nuevo capitalista, el individualista que se ha hecho a sí mismo-. Las mujeres son las señoras de la casa -no trabajan; no hay espacio para el feminismo todavía-. Encontramos, por supuesto al chico del pueblo, el currante, Pancho.
Julia y Chanquete serían, un poco, como la intelectual -con sus canciones amables- y el hombre del pueblo, sabio y sensato, aunque, en este caso, los guionistas y los actores -Ferrandis y María Garralón están maravillosos- saben crear personajes que van más allá de ese estereotipo inicial. Y por eso, siguen atrayéndonos.
Algunas expresiones lingüísticas -las de los adolescentes o niños que éramos- ya no se utilizan o nos hacen gracia; tiene un regusto a tiempos pasados.
El humor era indispensable. El dúo humorístico -el de Piraña y Tito- sigue siendo impagable. Estos no han envejecido.
Hay temas tratados por primera vez para la época en un estado muy embrionario: el ecologismo, la corrupción urbanística. Y otros, ya superados o en situaciones ya superadas: el divorcio, la sexualidad del adolescente, los extraterrestres, la violencia, la maternidad sin pareja, el conflicto generacional, el peso de la fama, los medios de comunicación.
La religión -la existencia de Dios o lo que hay más allá- es tratado con respeto; a veces, a través de cuentos o fábulas. Otras, en conversaciones razonadas y sencillas; con argumentos, no impuestas.
Siendo una serie familiar los temas no podían llegar más allá de un planteamiento que sirviera para darlo a conocer, sin molestar a nadie ni profundizar en exceso. Y así se hace. Se admite el discurso moral y comprensivo -sobre todo, cuando hablan Julia o Chanquete-, pero no desentona demasiado en el tono general de la serie.
También es cierto, como conclusión, que nosotros y la sociedad, en general, en estos 40 años hemos cambiado. Somos más cínicos, más escépticos. El futuro parece más oscuro.
Finalmente, en tercer lugar, está la parte emocional. Y esta, sí nos ha sobrevivido.
Sobre todo para aquel que la vivió como una parte de su infancia o educación sentimental. Recuerdo dónde y cuándo lo vi por primera vez; los domingos por la tarde en el salón de mi casa. El espacio -el de mi infancia- está indisolublemente unido a una emoción que va mucho más allá del valor intrínseco de la serie. Dos de las personas con las que vi Verano azul, ese primer Verano azul, en el otoño-invierno del 81-82 ya no están aquí.
Por eso continúo llorando, cuando muere Chanquete o cuando el verano se acaba al son del Dúo Dinámico, el grupo preferido de mi madre.
O me enternezco con la ingenua historia de amor entre Pancho y Beatriz. Ahora estarían follando y no pararían de soltar tacos y de drogarse, como en Euphoria.
Sus conflictos no se resolverían con una charla de Julia. Los tiempos han cambiado.
Visto ahora, tiene muchos defectos, como he dicho, pero con la mirada del adulto en que me he convertido, reconozco que hay un personaje que probablemente cuando se estrenó me resultó lejano. Chanquete era el mito. Los adolescentes o los niños éramos nosotros. ¿Y Julia? Es evidente que detrás de Julia estaban Mercero y sus guionistas. En el primer capítulo es ella quien con su voz en off nos habla del "mejor verano de su vida". En los mejores -que siguen funcionando muy bien-, Algo se muere en el alma, El final del verano o No nos moverán su papel es fundamental.
Tal vez lo que ocurre es que Julia ya soy yo mismo.
No puedo cerrar los ojos, cuando ellos piensan en Chanquete, después de enterrarle, porque no me puedo engañar.
Aunque no mueran del todo, como le dice Julia a Tito, ellos sí están muertos. No puedo verlos, no puedo oírlos, no puedo escuchar ni su acordeón, ni su voz ni su risa. Él no volverá a pescar en el mar. Él no volverá a traernos el pan. Ella no volverá a bañarse en la playa.
Y por eso, Julia tampoco cierra los ojos en ese plano final.
Aunque les diga, al final del verano, que tal vez se vuelvan a ver, todos sabemos que no ocurrirá. Olvidaremos. Nuestras vidas y las suyas se separarán.
Sin embargo, al final, entonces sí, después de ver imágenes del pueblo, desde el coche, Julia cierra los ojos.
Ha comprendido que ese verano ha pasado. Y sólo nos queda el recuerdo. Amable, triste, nostálgico. Agridulce.
"Aunque ya nada pueda devolver la gloria del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse; porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo..."
Y abrir los ojos de nuevo.
El final del verano, de nuestro verano ha llegado.
Es un hecho que desde hace más de una década las mejores ideas y algunas de las mejores historias están llegando de la televisión. Las cuatro series de las que voy a hablar -aunque lo hagan desde perspectivas que puedan parecer diferentes- son un buen ejemplo de cómo se reflejan nuestros miedos ante un presente y un futuro repleto de incognitas. Sobre todo, políticas. Y de estas voy a hablar.
Estética o artísticamente todas son de gran calidad. Los guiones son buenos, aunque haya aspectos de cierta fragilidad. Sobre todo, en la parte ideológica. Porque no lo olvidemos, toda obra artística conlleva un posicionamiento sobre la realidad. Que es también ideología y propaganda.
Por ejemplo, Years and years en el sexto y definitivo episodio no es capaz de llevar hasta las últimas consecuencias el discurso político que había iniciado. Son interesantes sus previsiones tecnológicas, pero, al final, comete varios errores de guion -sobre todo en este episodio final- que le lleva a buscar una "conclusión feliz" que no resulta creíble. Es decir, asume el discurso del sistema -los extremos se tocan- sin profundizar mucho más en los mecanismos del poder. O dicho de otra manera, promueve la equidistancia. En esto, Years and years es decepcionante.
La otra distopía, Mr. Robot, tiene más consistencia, aunque sitúa a China como el enemigo; seria una lucha de intereses en la que el sistema simplemente cambia de dueño. Nada se puede hacer para derribarlo; o, al menos, por el momento...
En ambas el planteamiento es muy similar: quien controle las nuevas tecnologías dominará el mundo. En Mr. Robot bajo el prisma de la locura del personaje -dividido en dos personalidades- es más oscura y enfermiza. Years and years, al contrario, resulta más convencional -la familia británica de clase media- y, si se aleja de su espacio, propone ideas ridículas -como que en España gobierne la extrema izquierda-. En el fondo, en una serie que critica el populismo y las políticas migratorias -la idea de los campos de concentración-, el cambio climático o la democracia, es incapaz de ir más allá, de atreverse a afrontar una visión apocalíptica o crítica hasta las raíces, sin límites que la coarten; y eso explica el decepcionante último episodio, más propio de una película americana de Hollywood que de una serie de calidad. Mr. Robot, sin embargo, vuelve al punto de partida, como si todo hubiera sido un juego de ideas. Después de cuatro temporadas, el protagonista nos sitúa de nuevo en la casilla de salida; pero esta vez ya sabemos quién mueve los hilos. En Years and years no se habla de quién controla los mecanismos -mass media, multinacionales-; y ese es su mayor error.
Chernobil mira al pasado. Es una serie cuidada, muy bien escrita, con personajes consistentes, pero, al final, uno tiene la sensación de que sólo ha servido para justificar el uso de la energía nuclear; eso sí, con las medidas de protección adecuadas. O para reflejar el entorno comunista, en el que el miedo y la delación estaban a la orden del día. Y aquí la visión es parcial. ¿Accidentes como estos sólo pueden suceder si el sistema está esclerotizado y el miedo y las dificultades económicas impiden tomar decisiones de seguridad básicas? Es posible, pero se pierde una oportunidad para explicar más ampliamente y con seriedad el final del comunismo. Se simplifica desde la perspectiva occidental y eso siempre supone un error. Y no se atreve a afrontar que el capitalismo también podría llevarnos a ese desastre.
Better call Saul va en otra línea. Se centra en dos personajes secundarios de otra serie de éxito, Breaking bad. Gran parte del trabajo ya estaba hecho: había un entorno construido con anterioridad con la ciudad de Alburquerque como epicentro, en Nuevo México -de corrupción, droga, carteles-, y personajes atractivos. Los creadores de la serie juegan sobre seguro y sigue funcionando. Quizá lo que interesa ideológicamente de esta serie es la constatación -que se da una y otra vez en las series actuales- del nivel de corrupción, asumido y aceptado por la sociedad, como mal menor, y que, de manera más o menos sutil, se nos dice que la única posibilidad de sobrevivir para muchos es engañar; es decir, sólo nos queda manipular las reglas de juego, porque, en el fondo, éstas sólo sirven a unos pocos y consolidan un mundo injusto.
Y la respuesta, como en Mr. Robot, sólo puede ser la de utilizar esas reglas para intentar dinamitarlo. O para aprovecharse de él, sin importar las consecuencias éticas, en Better call Saul.
Las soluciones, en ambos casos, son individualistas. Y te condenan a la locura, la soledad o la autodestrucción. En Years and years, refugiarse en un pequeño entorno familiar o social que te proteja no resuelve los conflictos; sólo permite resistir durante más tiempo.
A no ser que sirvan para enfrentarse a ellos.
No es un presente ni un futuro muy halagüeño el que reflejan estas series.
Pero, según parece, es el que tenemos.