El día empieza en la estación de autobuses. Dos parejas. Dos matrimonios. Uno feliz, lo parece. Otro, no tanto. Los dos, quizá, han visitado a sus nietos o a sus hijos. De camino el autobús para en un taller. Parece que tiene algo. Continuamos, aunque con la mosca detrás de la oreja. Llegamos a Delfos. Es un lugar mágico. Solo el escenario merece la pena.
El teatro, el onfalos, el tesoro de los Atenienses, el templo de Apolo, el templo de Atenea, el tolos... Por la tarde se encapota el cielo. Casi es preferible. El calor ha sido, como era de esperar, agobiante. Algo de aire me hubiera permitido volver a hace 3000 años.
Tras doce horas, la mitad en el autobús, llegamos a Atenas. Muchas motos. Se entiende con los problemas de trafico que hay. En una cadena de comida rapida, Everest, se come bien. Ya es de noche. Me pierdo por Plaka y por los alrededores de la Acrópolis.
Mucha vida turística. Los edificios iluminados. Turistas por todos lados. Se representa una obra de teatro en el Odeón. Unos chicos juegan en un campo de fútbol sala. Son flojos, menos uno que destaca entre los demás. Estoy cansado. Mañana la visita a las ruinas.
Atenas es una ciudad que vive cultura e historia. Creo que cualquier persona quisiera conocer los lugares típicos y que son reconocidos a lo largo de la historia. Son para soprenderse.
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