¿Ves el fuego, hija?
No siempre los hombres hemos tenido el fuego.
¿Sabes cómo nos llegó el fuego?
Hace muchos años en esta tierra los hombres veneraban y respetaban a unos dioses muy poderosos. Estos dioses vivían en una montaña muy alta que llamaban el Olimpo. Los hombres, en cambio, vivían en un valle lejos de los dioses.
El dios más poderoso de todos se llamaba Júpiter, que significa en su lengua, el padre de los dioses. Había dioses menos fuertes y poderosos. Uno de ellos se llamaba Prometeo.
Prometeo miraba a los hombres y los veía frágiles, débiles. No tenían fuego. No podían cocinar, no podían protegerse del frío. Y Prometeo decidió darles el fuego. Pero Júpiter lo había prohibido. ¿Qué crees que hizo Prometeo? Sí, robó el fuego y una noche que Júpiter dormía, se lo dio a los hombres.
Cuando Júpiter lo supo, se enfadó. Castigó a Prometeo y lo encerró en una cueva.
Además pensó en castigar a los hombres. ¿Cómo lo haría? Decidió enviarles a una niña que llamó Pandora que en la lengua de estos dioses significaba “regalo”.
Era una niña muy guapa, muy simpática, tenía todas las virtudes de los dioses y un defecto que Júpiter conocía: era desobediente, rebelde y curiosa. Defecto que, a veces, es virtud, pero no en este caso, hija mía.
Los hombres recibieron a Pandora con los brazos abiertos y le enseñaron todo lo que tenían. Cuando llegaron a una caja de madera, Pandora preguntó: “¿Puedo abrirla?” y los hombres, temerosos, cobardes, le dijeron: “No, no puedes abrirla. Si no, pasará algo terrible”.
Al día siguiente, Pandora volvió a donde estaba la caja, se acercó y ¿sabes lo que hizo?
Sí, lo que no debía hacer. Se acercó despacio, despacito y… abrió la caja.
¡Ay! ¡Ojalá no la hubiera abierto!
¡Cuántos males escaparon de la caja!
Escaparon las enfermedades, el dolor, la tristeza; escaparon la guerra, la muerte, el hambre. Escaparon la soberbia, el egoísmo, la codicia. ¡Ay, cuántos males!
Entonces Pandora hizo algo que Júpiter no esperaba cuando la envió. La niña se dio cuenta de que había cometido un grave error. “Aún tengo tiempo de cerrar la caja”, pensó. Y la cerró antes de que escapara algo muy importante. ¿Sabes qué fue? La esperanza. Gracias a que Pandora se dio cuenta de su error, salvamos lo más importante.
Cuando todos los males nos aquejan, nos rodean, nos golpean, para poder enfrentarnos a ellos aún nos queda la esperanza… Pero, ¡cuidado! Nada es más doloroso que una esperanza baldía...
POSDATA "LARGA": PUNZADAS.
“ La fotografía no dice forzosamente lo que ya no es, sino tan sólo y sin duda alguna lo que ya ha sido”
“El lenguaje es ficcional por naturaleza... mientras la fotografía no inventa nada, jamás miente. Toda fotografía es un certificado de presencia”. La cámara lúcida, Roland Barthes.
1. Las fotografías.
En una ocasión M. nos enseñó a S., a E. y a mí las fotos.
Recuerdo que era un veintiuno de marzo.
Llevaba siempre en su cartera esas dos fotografías arrugadas, encartonadas, con las esquinas carcomidas, de un color sepia descolorido. No le gustaba que le hicieran fotos, pero enseñaba éstas con orgullo a todo aquel al que apreciaba.
En una, tendría ocho años; en la otra, unos doce. Le acompañaba su familia: su madre, su padre, sus hermanos y hermanas. Todos miraban a la cámara.
Estaban muy serios con una dignidad parecida a la de las estatuas romanas. Las ropas eran de los 80, la fotografía en color, pero te recordaba mucho por la forma que tenían de posar o de esbozar una sonrisa a las que se hacían a principios del siglo pasado.Parecían fantasmas de otro tiempo, de un momento al que tal vez ella quería volver. Quince años atrás.
Su padre estaba muy serio...
La figura del padre nos marca a todos; también a ellas...
Es díficil saber lo que M. buscaba en un hombre. Supongo que lo que todas desean: que las quieran, que las hagan reír. Pero estas razones no son suficientes para explicar porqué dos personas se enamoran.
¿Por qué le gustaba tanto Desayuno con diamantes? ¿Qué emociones, profundas y abismales, despertaban en su interior cuando veía esa película? ¿Qué heridas abría? Ya nunca lo sabré...
Ella se enmarañaba en sus relaciones sentimentales. Las complicaciones, sin proponérselo, se le acumulaban nada más empezar. No tenía suerte o no quería tenerla... Recuerdo la que mantuvo con un hombre casado. Le conoció en un curso de fotografía. Se atrajeron de inmediato, pero desde el principio ella sabía que no tenían nada que hacer. Él no estaba dispuesto a dejar a su pareja y la huella que dejan años de convivencia a la larga fue infranqueable para los dos. Pasó más de un año hasta que cortó de raiz.
Su determinación era inquebrantable cuando se proponía cualquier cosa. "Nunca tendré hijos; no quiero tenerlos". Una declaración de intenciones que no admitía réplica. Se la escuché a los veinticinco años, pero para ella era definitivo. No había vuelta atrás cuando se decidía. Antes, las dudas daban vueltas en su cabeza, la reconcomían por dentro hasta que... "se acabó". Era pasado, historia.
Aún así, en cualquier momento de su vida en el que se encontrara, surgía de repente su sonrisa y ese humor tan ligero y ácido que la caracterizaba; reconocías a otra "Ella", tan real como la que dudaba y buscaba una máscara que la protegiera...
¿Por qué nos enseñó las fotos ese día a los tres?
No sé dónde acabaron las fotos. Porque, eso sí, nunca más volvió a enseñárnoslas.
Y no le pregunté el porqué.
2. La otra fotografía.
Aquel día que estuvimos en Donosti...
De cuando en cuando miro la foto que te hice allí: en la barandilla de la playa de la Concha.
Has sido sorprendida, pero con tiempo para insinuar una pose. El viento ha enmarañado tus cabellos y oculta una parte de tu rostro. Sonríes con total naturalidad; tu ojo izquierdo, el único que no tapa el pelo, también me sonríe.
No puedo separar esa foto de un sentimiento de alegría, de felicidad que no he vuelto a compartir. Esa sonrisa tuya que contemplo en la fotografía era también la mía.
Me sentía ligero. Era un musical en el que la letra y la música surgían sin esfuerzo. Todo iba solo. Era fácil. Una ilusión, seguramente.¿Qué es un musical en el fondo? Una ilusión.
Aquel día, en Donosti, me sentía ligero... cómodo.
No he vuelto a sentirme tan ligero desde entonces.
3. La última fotografía.
Soñó que le observaban.
Sabía que lo hacían aunque sólo pudiera distinguir sus siluetas entre las sombras.
Siluetas que tenían un halo de luz a su alrededor, una sombra luminosa... Siluetas sentadas, quietas, heladas...
Sentía la necesidad de escapar, de despertarse...
De improviso una de las siluetas se levanta; oculta entre las sombras no puede verla.
Acaban de encenderse las luces.
Sus ojos no pueden distinguirla; está ciego.
Va recuperando la vista.
La ha reconocido; es ella, pero su rostro ha cambiado...
Ya no era la misma.
“...es la misma triste decepción que experimento ante las fotos corrientes de mi madre; mientras que la única foto suya que me ha producido el deslumbramiento de su verdad es precisamente una foto perdida, lejana, que no se le parece, la de una niña que nunca conocí” La cámara lúcida. Roland Barthes.
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