domingo, 25 de mayo de 2025

COPOS DE NIEVE

 

Memorias colectivas.

Fosas comunes, miles de cuerpos enterrados, olvidados. 

En 1949 treinta mil personas de la isla de Jeju, fueron asesinadas: hombres, mujeres, niños pequeños. Comandos de ultraderechistas, reclutados por el gobierno prooccidental, llevaron a cabo la masacre. En 1950, iniciada la guerra contra Corea del Norte, más de 200.000 personas fueron ejecutadas sin juicio previo; sus familias no pudieron lamentar su muerte ni llorarles durante décadas. Los aliados y EEUU lo permitieron porque el objetivo era acabar con los comunistas, eliminarlos, a cualquier precio. Solo en los años noventa, cuando la dictadura militar en Corea del Sur cayó, comenzaron las inhumaciones. Quedan miles de cuerpos sin identificar. 

Entre 1944 y 1949 en Grecia hubo una guerra civil. Los ultraderechistas, los mismos que habían colaborado con los alemanes, amparados por los aliados, prohibieron el comunismo y laminaron toda oposición. Quienes sobrevivieron, o callaron o se exiliaron. 

Entre 1936 y 1945 miles de españoles acabaron en fosas comunes o fueron fusilados. Muchos todavía continúan enterrados. 

Y así podría seguir hasta el infinito. Todas las sociedades han cometido masacres; también las nuestras, esas tan orgullosas de sus democracias liberales. Todos construyen una historia oficial, una memoria falsa. A veces es la indiferencia; otras, es el cansancio o el miedo lo que permite que el olvido o la mentira se imponga. 

¿Por qué nos rebelamos? ¿Por qué nos repetimos que es Imposible decir adiós? ¿Por qué nos negamos a que las huellas en la nieve o en la arena desaparezcan? 

Han Kang recupera esa voces; lo hace en Actos humanos. También en Imposible decir adiós. 

Copos de nieve, cayeron, caen y siguen cayendo, aunque no queramos verlo. Copos de nieve que recogemos en la mano. Podemos ver su estructura molecular, hexagonal, síntesis matemática de la perfección, antes de que se diluyan y se disuelvan y se mezclen y se evaporen y se alejen de nosotros para siempre.


sábado, 24 de mayo de 2025

HORMIGAS EN LA TIERRA


Cuando alguien nos recomienda un libro, sea un amigo o un compañero, nos señala un camino desconocido. Que lo sigamos o no, depende de nosotros. Que ese camino nos lleve a otros o se cierre en falso, forma parte de la vida y de las experiencias que tendremos. Siempre hay que agradecer que nos guíen en una dirección o un rumbo que, tal vez, sin ese gesto, nunca hubiéramos tomado. Nos lleve al infierno o al paraíso. Eso no importa tanto.

Dos de mis compañeros, buenos lectores, me han recomendado sendos libros. Siempre he tenido en cuenta sus gustos, porque, aunque puedan ser parciales, saben de lo que hablan. Cuando hice una selección de libros que el instituto pudiera comprar para la biblioteca del centro -esa biblioteca que nunca existirá como tal, que llevará ese nombre, pero será un espacio de libros sin lectores- les pedí listas de sugerencias. Cada uno a su manera me dio su perspectiva y amplió y mejoró un catálogo desigual. 

Gracias a M. he descubierto a Richard Ford, un autor norteamericano, de esos que saben escribir la gran novela americana sin despeinarse. A., lo hizo con El jardinero y la muerte de Gospodínov; me dijo una frase que me atrapó de inmediato.

-Hay detalles en esa novela que solo pueden comprender los que han vivido la muerte de un padre o una madre. 

El jueves, antes de asistir a una conferencia sobre el epicureísmo y el estoicismo, busqué el libro por el centro. Se había agotado en muchas de las librerías; finalmente, lo compré en La Central. Caminé hacia el museo de San Isidro, el lugar donde se celebraría la conferencia, con la bolsa de papel en la mano. Cada vez hace más calor y los días primaverales que hemos disfrutado en abril y mayo se acaban; como hacen los gatos, epicúreos por naturaleza, me dejé acariciar por esta brisa y esta luz.

Como llegué antes de tiempo, me animé a echar un vistazo al museo. En realidad, lo que buscaba era un sitio donde sentarme y descansar. Ni un solo banco; solo pasillos y objetos tras cristales en semipenumbra. Me fijé que, al otro lado de una puerta de cristal, había un pequeño jardín interior. ¡Y un banco donde podría sentarme! Y así lo hice. Dejé la bolsa de papel a un lado. Miré a mi alrededor. Enfrente tenía el exterior, o más exactamente, el ábside de la iglesia de San Andrés. El ruido de la cercana plaza de los Carros, lleno de turistas, bares y terrazas a pleno rendimiento, no llegaba hasta aquí. Esa misma mañana, durante la clase, me irritó el zumbido de los alumnos, su cháchara intranscendente. Es una tortura buscar el silencio y tener una profesión donde eso es casi imposible. Sin embargo, ahora podía escuchar el canto de los pájaros, el fluir de una fuente. Un madroño, un olivo, un majuelo; hiedra, salvia, romero... El jardín de Epicuro. ¿Estaba en Madrid, ciudad moderna donde hay manifestaciones, tráfico, movimiento perpetuo, o en una de esas islas griegas a las que me gustaría vivir, cuando me libre de la condena del trabajo? La luz suave del atardecer dejaba sus postreros guiños en las copas de los árboles. 

Podía empezar la lectura. 

Leía unas cuantas líneas. Llegué a esta: 

¿Seguimos existiendo si se va la última persona que nos recordaba como niños?

Las imágenes se agolpan, una tras otra, una y otra vez. Cientos de palabras; no cabrían en un libro. Mucho menos en la entrada de un blog. 


Quería estar solo. Caminaba por las calles de Buenos Aires o las de Burgos. Un lunes; la gente iba a trabajar, se cruzaba conmigo. Su ritmo no era el mío. No encajaba; disonancia melódica. En mitad de la Avenida 9 de julio delante de un semáforo no puedo moverme. Me he convertido en una piedra; el dolor te convierte en una piedra. El semáforo está en verde, la gente pasa a mi lado, caminan muy rápido; ya no puedo seguirlos. Me pongo a llorar. 

Permanecer en la memoria de una niña.

Ellos morirán del todo, cuando mi hermano y yo no existamos. Es posible que ya sean inútiles las palabras que escriba, porque nuestra memoria es una sucesión de recuerdos falsos e inventados. Ellos dejaron de existir hace mucho tiempo. Cuando morimos, nuestra existencia es ligera, volátil: el vuelo de una mariposa, el llanto de un niño. Cuando mueren quienes nos conocieron, desaparecemos. Nadie nos recuerda. A no ser que antes se comparta con otros, a no ser que se deje algo por escrito. Y también desaparecerá. Engañaremos un poco más al tiempo, retrasaremos lo inevitable. Todavía escuchamos sus voces durante unos meses, pero tarde o temprano dejaremos de escucharlos. Todavía intuímos los trazos de una letra, el contorno de una palabra, antes de que se borren para siempre. 

Nunca más volvió la Navidad. Con ellos murió la Navidad. Y las llamadas de teléfono en mis cumpleaños. Y la infancia donde somos casi inmortales. 

Escribe con las manos las palabras en el aire. 

No hay palabras al final: un estertor, una mirada perdida, respiración agitada. Y, después, el frío, la descomposición, el olor acre y ácido que impregna la ropa, el aire.


Apagón en el sur de Francia. Hace unas semanas en toda España y Portugal. La oscuridad acecha al futuro.


Llamadas de madrugada. Quien llama de madrugada no trae buenas noticias. Le cerré los ojos. ¿Quién nos cierra los ojos, los que ya no ven, los que yacen, muertos, en el fondo de las pupilas?

La enterramos un día soleado de enero. Me gusta visitar los cementerios. En París, Madrid, Roma, Atenas. En Buenos Aires, San Francisco, Kioto, Pekin. En Tarancón, Ondárroa, Palermo, Nauplia. Llueve en esos cementerios. Brilla el sol allí. Bajo un árbol, en un secarral, cerca del mar o de una montaña. 

Las casas abandonadas. Murieron sus habitantes. Jardines abandonados; crece la maleza, las malas hierbas, los árboles se secan. También se mueren los jardines y las casas. Se mueren mundos, miles de mundos que ya no volverán. Del mundo antiguo, ¿qué nos ha quedado? Restos de un naufragio. Algunos nombres se conservan miles de años después, en las lápidas, en las inscripciones. Sus historias, los detalles, las pequeñas cosas que explicarían sus vidas se han perdido. Nombres. Solo los nombres. 

Soñamos con los muertos. Creamos vidas paralelas. Mi abuela estuvo viva en mis sueños años y años. Se mezclan ahora las dos vidas: la que vivió en mis sueños y la otra, la que llamamos real. Sé que C. soñó con mi madre unos meses. Su espíritu se le apareció. Y con el tiempo también se marchó. 

Lejos están la tristeza, el dolor punzante, la descarga que te aplasta, que remueve el cuerpo y lo atraviesa. A mi lado se quedó la suave ternura de la nostalgia que sobrevive al dolor y a la ausencia. Donde está el gato, ahí tienes que estar tú. He aquí el ciclo circular del mundo: transformación eterna que nos libera y nos encadena. 

Las hormigas rodean la tumba de mi madre y mis abuelos. La tierra se llena de un negro sofocante, avasallador, brutal. Quisiera aplastarlas a todas, porque sé que se acercan a ese cuerpo que se descompone, lo roban, lo devoran para que el ciclo de la Naturaleza siga su curso. Son miles. No puedo acabar con todas. Me rindo. 

"Un jardincito, higos, quesitos y tres o cuatro amigos: esa fue la opulencia de Epicuro".

Solo nos salva, solo nos salvará la escritura. O la filosofía.



domingo, 18 de mayo de 2025

CHATEAUBRIAND Y EL ETERNAUTA

 


"Las cosas que huyeron de mí en la tierra y que echo de menos me matarían si no estuviera al borde del sepulcro; pero próximo al olvido eterno, verdades y sueños son igualmente vanos: al término de la vida todo es tiempo perdido". 

                                                                                                    Chateaubriand, Memorias de ultratumba.


Al menos setenta palestinos han sido asesinados en la franja de Gaza en mitad de intensos bombardeos israelíes...   

Chateaubriand pertenecía al viejo mundo, pero comprendió que un nuevo mundo llegaba y se quedaba. Tenía talento para describir situaciones, caracteres con finura psicológica y política -las de Napoleón, Talleyrand, Byron o Washington son precisas-; veía más allá de la superficie que vislumbramos en una primera ojeada. Y, sobre todo, toma conciencia de ese paso del tiempo, irreversible, "profundo olvido, invencible silencio..."

La UER amenaza con multas si se vuelve a informar de los muertos en Gaza al presentar a Israel en Eurovisión... 

El eternauta es la novela gráfica más conocida de Argentina. La historia de Oesterheld y sus dibujos -sobre todo en la versión de Breccia- han influido en obras posteriores. La primera temporada de la serie producida por Netflix ha recogido gran parte del original. 

No lo ha traicionado en contenido -sí formalmente, haciéndolo comercial-, aunque tampoco lo ha desarrollado plenamente. 

Han aparecido los personajes centrales; se han añadido algunos personajes femeninos de los que carecía la obra gráfica. Su familia, su mujer, su hija, obsesiones idealizadas en el personaje del cómic, aquí adquieren matices diferentes. La idea principal se mantiene, en líneas generales, creando tramas paralelas nuevas, asumiendo el subgénero -tan en boga en estos tiempos-, apocalíptico o distópico, que necesita de hombres y mujeres preparados, fuertes, dispuestos a sobrevivir en un mundo sin Estados, internet o electricidad. ¿Hay que leer entre líneas? 

En estos primeros capítulos han aparecido la nieve mortal, los "perros obedientes": las cucarachas gigantes o cascarudos y los hombres o mujeres-robots. Los "Manos", los personajes más interesantes, se han insinuado ligeramente. Ninguna alusión todavía a los "Ellos", los verdaderos invasores. 

Israel, segunda en Eurovisión, mientras se bombardeaba un campamento en Gaza... Consigue la máxima puntuación entre el público europeo y español...

Es extraño escuchar el concepto de "milicos" como defensores de una Argentina invadida, teniendo en cuenta que fueron "otros milicos" quienes hicieron desaparecer a Oesterheld. Intuyo ironía y una ligera carga crítica de los guionistas en los comportamientos puntuales de estos "milicos", pero también podría ser una manera de justificar a la sagrada institución del Ejercito. Curioso me parece también que el protagonista, Juan Salvo, estuviera en su juventud en las Malvinas. Son referencias que Oesterheld hubiera rechazado. ¿Es una forma sutil de consolidar un discurso reaccionario o marcharán la próxima temporada en una dirección opuesta?

Las pequeñas victorias de los personajes se destacan con música, fanfarria y gritos de alegría. Hay demasiadas en los dos últimos capítulos y me desconectan de la trama. La influencia de La invasión de los ladrones de cuerpos o de Walking Dead o de Spielberg, entre otros, ha dejado su poso y su ponzoña, para bien o para mal.

Sigue siendo una lucha coral, tal como la planteó el hombre que, formando parte de los Montoneros, -guerrilleros peronistas-, acabó siendo asesinado por la dictadura militar. El héroe es colectivo y ha de enfrentarse a fuerzas poderosas y solo la solidaridad y la violencia guerrillera nos permitirá vencerlas. Estas no son terroristas o extraterrestres, sino simbolizan otros poderes invisibles, gigantescos. Me pregunto si la serie se atreverá a mostrarlos. 

Son los que matan a niños y mujeres en Gaza; son los que se enriquecen, fondos de inversiones o similares, mientras mueren miles de personas en las guerras de este mundo nuestro... 

La alegoría del eternauta de Oesterheld podría convertirse, para no perder millones de espectadores y clientes potenciales, en una simple serie palomitera de Netflix. Aún no han decidido en esta primera temporada qué camino tomar.

La idea de la máquina del tiempo, la del viajero del tiempo, es decir, la del eternauta, solo se intuye en las pesadillas e imágenes recurrentes que tiene el protagonista. Como suele suceder, Juan Salvo solo es un intérprete, recibe los mensajes del tiempo descarnado, del viaje circular...

Chateaubriand y uno de sus herederos, Proust, me devuelven a mi obsesión principal.

"Nuestra vida es tan vana, que solo es un reflejo de nuestra memoria".




miércoles, 14 de mayo de 2025

MELANCOLÍA

 


Nido de víboras. 

La versión oficial que Montalbano escribe en su informe: los dos hermanos lo mataron por la herencia. 

La verdad: ella se acostaba con su padre y lo mató por celos. 

Protejamos a los inocentes. 

La versión oficial que escribo en la página web del instituto: han aprendido recursos en el concurso de Oratoria, han adquirido experiencia. 


La verdad: han participado de una farsa en la que sofistas posmodernos, los que tienen más dinero y más contactos, los que moverán el mundo, se preparan para construir el discurso oficial que miles obedecerán a pie juntillas. 

Las excepciones confirman la regla. 


La verdad es una víbora con cien cabezas. 

Un mendigo desdentado mira a través del cristal de un vagón de metro: el infinito o la nada. 

Acaricio el suave lomo de un gato soñador. 

El esfuerzo inútil me conduce a la melancolía. Es amable la melancolía. 


Una chimenea hecha de barro; la brisa, tierna, dulce esparce las cenizas de animales degollados por el cielo. 

La tormenta se acerca. 


viernes, 9 de mayo de 2025

EL TIEMPO PERDIDO

 


"La impresión es para el escritor como la experimentación para el científico con la diferencia de que en este último el trabajo de la inteligencia precede y en el escritor viene a continuación. Lo que no hemos tenido que descifrar, aclarar, mediante nuestro esfuerzo personal, lo que estaba claro ante nosotros, no es de nosotros. Sólo procede de nosotros mismos lo que sacamos de la oscuridad que está en nosotros y los demás no conocen"

Leo a Proust en las guardias. No sabría decir si es un experimento. Bajo en un abrir y cerrar de ojos de las alturas de la Literatura al fango y al absurdo. Dejo de leer y a los dos minutos una alumna me grita y me llama "psicópata", aunque por el contexto interpreto que el concepto que ella querría comunicarme es el de pervertido. Tras escribir un parte muy grave, intento regresar a Proust, pero ya no es posible alcanzar el grado de concentración que tenía antes del incidente. 

Aún así, vuelvo a la lectura.

"Un nombre: eso es lo único que con mucha frecuencia queda para nosotros de una persona, ni siquiera cuando ha muerto, sino en vida y nuestras ideas sobre ella son tan vagas o tan extrañas y corresponden tan poco a las que tuvimos que hemos olvidado enteramente haber estado a punto de batirnos en duelo, pero recordamos que, de niño, llevaba unas extrañas polainas amarillas en los Campos Elíseos, en los que, en cambio, pese a que se lo aseguramos, no recuerda haber jugado con nosotros". 

En el pasillo insisto a un alumno que entre en clase, cuando todos llevan más de diez minutos en las aulas. Me hace un comentario inesperado: "Quieres controlarlo todo; por eso, no te tienen respeto". No sé si me sorprende la inteligencia que me demuestra esta reflexión espontánea; o que pueda haber captado un rasgo de mi carácter que no soy capaz de negar. M., una compañera, jefa del departamento de Lengua, es capaz de convencer a dos alumnas que la acompañen sin hacer ningún aspaviento; las mismas que no me hacían ni caso minutos antes. ¿Hay finura psicológica en este alumno? ¿O será que llevo demasiado tiempo leyendo a Proust?

"... en hablar de los "hilos misteriosos" que rompe la vida, pero aún más cierto es que los teje sin cesar entre las personas, entre los acontecimientos, ya entrecruce dichos hilos o los reduplique para engrosar la trama, por lo que entre el menor punto de nuestro pasado y todos los demás una copiosa red de recuerdos sólo permite elegir las comunicaciones".

He estado en Numancia este miércoles en una visita extraescolar. En el interior de una choza de época romana, reconstruida para el turista, la guía, una colombiana que hace años perdió su acento, en medio de una oscuridad agradable nos habla del horno, de la rueda de molino, de las ventanas, del frío del Cierzo, del calor. Salimos de la sala central y nos trasladamos a la habitación más pequeña. A un lado, oculto en una esquina, me fijo en un telar. Ese párrafo me lleva, sin que pueda evitarlo, a ese telar. No pienso en Aracne, ni en los papiros, tejidos con láminas finas, ni en los hilos de Penélope o de Homero, su creador. Ese telar parece reunir en sí mismo la memoria y el recuerdo. 

"Una reunión vespertina como aquella en la que me encontraba yo era algo mucho más valioso que una imagen del pasado, pues me ofrecía, en cierto modo, todas las imágenes sucesivas -y que yo no había visto nunca- que separaban el pasado del presente y -más aún- la relación que había entre éste y aquel; era como lo que se llamaba en tiempos una vista óptica, pero de los años, no la vista de un momento, sino de una persona situada en la perspectiva deformante del tiempo".

Yume, mi gato, se rasca. En el gesto veo al anciano en que se ha transformado, igual que esta mañana cuando trotaba y me buscaba para saludarme, veía al joven que fue. Es como cuando observas, en un movimiento imperceptible de una mujer a la que amas, de perfil, a la anciana que será: sus arrugas, la papada, la piel macilenta, los ojos hundidos. Cuando gira la cabeza y te sonríe, ha regresado al presente. En un instante han pasado cuarenta años. El tiempo ha atravesado un espacio. 

"Es que, si bien nuestra vida es vagabunda, nuestra memoria es sedentaria y, por mucho que nos lancemos sin tregua hacia delante, nuestros recuerdos, clavados a los lugares de los que nos separamos, siguen, por su parte, conservando su vida casera en ellos..."

Miradas lánguidas al otro lado de la ventanilla de un autocar. Iglesias y ermitas en lo alto de una colina. Campos cubiertos de paneles solares. Pasillos vacíos. Persianas bajadas. Un río que fluye lentamente. Puertas que se cierran. La belleza espléndida de la juventud, sentada en un columpio, subiendo y bajando, subiendo y bajando... "henchida aún de esperanzas, risueña, en los años, precisamente, que había perdido yo se parecía a mi juventud..."

Las imágenes se sitúan unas sobre otras, se amalgaman, se funden, se disgregan.

"... si llegaba a disponer de bastante tiempo para realizar mi obra, no dejaría de describir en primer lugar a los hombres, aunque con ello los hiciera parecer seres monstruosos, como ocupantes de un lugar tan considerable, junto al -tan limitado- que les está reservado en el espacio, un lugar, al contrario, prolongado sin medida, ya que tocan simultáneamente, como gigantes sumergidos en los años, épocas tan distantes, entre las cuales tantos días han ido a situarse... en el tiempo".