En largas filmografías uno tiene la sensación de que el director recoge toda su obra -tal vez pueda ser la última- y se recuerda a sí mismo. Erice o Woody Allen lo han hecho. Tal vez lo haga Scorsese en su reciente estreno, Los asesinos de la luna. Moretti, también.
Palombella rossa o Caro diario son referencias que uno tiene en mente, cuando contempla esta última, El sol dell`avvennire. Probablemente haya muchas más.
Encontramos en Moretti siempre dos películas. En El sol dell`avvenire, una habla del cine. El cine que fue y el que es. La escena en la que detiene un rodaje para reflexionar sobre la violencia -Woody Allen lo hizo más de una vez; recordemos la famosa secuencia en la cola del cine de Annie Hall-.
En este caso, su reflexión incluye la descripción de otra secuencia brutal, la de Kieslowski en No matarás... Para constatar que la violencia en el cine no solo debe ser estética sino, sobre todo, moral. Que cuando la veamos, queramos alejarnos de ella... Aquí está a partir del minuto 9. Recomiendo verla, para conseguir lo que desea Moretti.
Por supuesto, todo cinéfilo puede encontrarse estos homenajes más o menos velados. ¿Cómo no pensar en Fellini cuando vemos a los integrantes del circo, personajes secundarios de la película que el protagonista está rodando?
Por otro lado, ¿cómo sostener el cine? ¿Hay que aceptar las exigencias de los nuevos productores occidentales como Netflix, ridiculizadas por Moretti, aunque es probable que no se alejen demasiado de la realidad? ¿Apostamos por el dinero de Oriente, Corea o China, que te ofrecen, curiosamente, más libertad creativa?
Preguntas que cada uno deberá responder por sí mismo.
No olvidemos su interés sempiterno por rodar una película musical. ¿La del pastelero trotskista de Aprile? En este caso, le gustaría bailar o cantar clásicos italianos de los años sesenta y setenta. Y lo hace, y porque es Moretti se lo permitimos. Yo, al menos, sí.
Cuando baila esa familia ideal, la de los dos protagonistas jóvenes e ilusionados, que se dieron el primer beso al terminar la película de Fellini La dolce vita -¿hay una rima en la despedida de la niña y Marcelo en la playa con el final de El sol dell`avvenire?-,
lo hacen junto a un niño y una niña. La hija, ya crecida, sí la vemos en el metraje, pero no al hijo. ¿Será que murió, como ocurre en La habitación del hijo? ¿Será otro detalle autoreferencial?
En medio de un atasco, esta pareja se pelea. Y Moretti decide participar, recrear el diálogo que tuvieron él y su mujer. ¿Fue así o lo imagina Moretti o lo inventa? No importa. También Moretti, a su manera, sabe construir una historia de amor o de desamor.
La otra película es política. O una reflexión política. El año 1956 se rompió el sueño comunista. La URSS no dejaba sitio a sueños de comunas alternativas. En ese momento se sitúa la narración de la película rodada. Como siempre en Moretti uno desearía, como él, imaginar una posible utopía, ingenua, en la que el comunismo, el real, el que traiga la justicia a todos, hubiera sido posible, fuera posible con Trotski como referente y no con Stalin.
En cambio lo que nos queda es una Israel asesina, que masacra a palestinos, justificada por Occidente y una Rusia y una China dispuestas a enfrentarse militar y económicamente a Occidente que hace mucho -a no ser que creamos en la propaganda-, dejó de ser una referencia moral.
Solo así podemos entender y aceptar su final, el de un soñador, escéptico, pero que, con los años, puede permitirse hacer y rodar lo que le de la gana.
Moretti pasea por un barrio popular, el de Mazzini, como lo hacía en Caro diario, -aunque esta vez sin la vespa y con un patinete eléctrico-, sonriendo como un niño.
En el último plano, Moretti nos mira y se despide de nosotros con la mano. Uno desearía que no fuera una despedida sino solo un "hasta luego".
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