Casualmente se me han cruzado en esta última semana dos obras que tienen un denominador común: Cristina Rosenvige.
La película Karen, recupera a Karen Blixen, la conocida escritora danesa. Nada que ver con la edulcorada Memorias de África. No creo que tampoco aquí veamos a la verdadera Blixen, aunque, seguramente, se parecerá mucho más que la versión de Streep.
En realidad más que de Karen se habla de la relación que establece con su criado, Farah Aden: una relación de dependencia, teñida de un afecto muy peculiar. La mujer que aparece en esta versión, -rodada no en África, sino en Extremadura; los medios son escasos, pero bien aprovechados y apoyándose en extractos y anécdotas contadas por la misma Blixen y por su hermano en una biografía- no es perfecta, ni lo pretende. Se siente sola y abandonada por su marido, confusa y perdida; intenta mantener sus propiedades, pero se endeuda. A veces se comporta como una niña que se aburre; otras, toma decisiones que no admiten réplica. Busca el apoyo del co-protagonista, pero no siempre lo trata como un igual -ella es la ama, la occidental y se lo hace saber de vez en cuando-, aunque, en general, le respete y lo aprecie.
Es una película sencilla y sobria, con ideas visuales y argumentales interesantes y dos interpretaciones muy medidas. Cristina Rosenvige borda un papel complejo y para nada idealiza a su personaje; es más, nos lo acerca, cuando otros habrían apostado por una hagiografía: nos lo muestra como alguien real, de carne y hueso, con defectos visibles.
Hace unos días volvió de repente, mientras escuchaba una canción en la radio del coche, otra Cristina Rosenvige. Ahí estaba la cantante de Chas! y aparezco a tu lado. De repente, en un flashback de cuarenta años, la mujer madura que interpreta en Karen se había transformado en una veinteañera juguetona.
No sabría decir si esto resume la carrera de Cristina Rosenvige, una artista, alejada y mucho del star system, independiente hasta la médula, que tal vez merecería más difusión en los grandes medios.
Aunque también es una elección. La calidad y, sobre todo, la independencia, a veces tiene sus riesgos y ella los asumió hace mucho tiempo, desde el principio de su larga, coherente y fructífera carrera.
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