domingo, 31 de enero de 2021

EL AÑO DEL DESCUBRIMIENTO


Como profesor de Valores Éticos estoy aprovechando este trimestre para dejar algunos conceptos políticos y económicos básicos. Cuando nos ponemos a hablar de la situación política y económica -tanto la particular como la general-, enseguida te das cuenta, al menos, en Villaverde, de que casi todos mis alumnos son conscientes de que sus posibilidades laborales son limitadas, que la política tradicional y los políticos son un peso muerto, que la democracia es una palabra vaciada de contenido y que las soluciones no sólo son complicadas; tal vez, no existan...

Quizá la mayor virtud de El año del descubrimiento, que posiblemente gane el Goya a mejor documental este año, es ser capaz de mirar el presente y el futuro, partiendo de un hecho del pasado. ¿Cómo si no podríamos entender lo que ocurre en la actualidad? 
En el 92, cuando los medios nos vendían progreso y futuro, se quemó un parlamento, el de Murcia. Y este documental nos explica qué pasó. Una reconversión nefasta, mal planteada, en Cartagena, dentro de un sistema político y económico que, en el caso del español, parece abocado a una eterna dependencia de intereses muy concretos: monocultivos como el turismo o la construcción. 

De estos barros, estos lodos. 



De ese pasado nos habla la tercera parte del documental. La primera, en cambio, nos presenta a los personajes en un bar. Jóvenes y mayores nos describen su presente, el de su barrio, a pie de calle, aunque lancen una mirada de vez en cuando al pasado, al de la guerra civil, al de la posguerra o a la transición. 

La segunda parte, -precedida de un comida familiar, en el que escuchamos de fondo las noticias del 92, en una combinación perfecta de pasado y presente, sonido e imagen-, nos cuenta, como si fueran charletas de bar, los conflictos actuales. No hay esperanza, sino escepticismo. Entre los jóvenes con sueldos miserables y los mayores, comparando estos tiempos con otros; decepcionados todos. 

El epílogo plantea preguntas; no hay respuestas. Parecemos condenados a hundirnos más y más en el lodo. 

Es un documental que muestra la otra cara; esa que los medios de comunicación no nos enseñan. A estos les interesa más la representación. Sin embargo, este documental plantea otras preguntas.
¿Vivimos en una democracia o sólo es una farsa en la que participamos para sobrevivir? ¿Hay forma de cambiar el futuro que nos espera? 





sábado, 2 de enero de 2021

KIESLOWSKI VII: DOBLE VIDA DE VERONICA, AZUL, BLANCO Y ROJO

 

En 1991 rodó La doble vida de Verónica. 

La historia se apoya en la tradición del Sosias, esa persona idéntica a nosotros que vive una existencia paralela, sin que sepamos de ella. 

Hay mecanismos que el guión explora a lo largo del metraje. ¿Estamos solos o existe alguien en el mundo que podría comprendernos, que sería como nosotros, pero que toma las decisiones contrarias? 

Como se muestra en una de las escenas, la de las marionetas, está película es un cuento de hadas metafísico. 

La música, como sucede en Azul o en Rojo, tiene una presencia constante, avasalladora. 

Uno de los rasgos -aparte del detalle de la anciana encorvada, que aparece ya en el decálogo-, más interesantes es la mirada que, al menos, una vez en cada película, las protagonistas hacen directamente a la cámara.

Nos implican como espectadores. Nos convierten en personajes de una obra en la que un creador desconocido o conocido -el protagonista y pseudodemiurgo de Rojo- tal  vez mueve los hilos. Pero lo hace sin saber con seguridad qué ocurrirá. No hay un determinismo férreo en la mirada de Kieslowski, aunque se haga muy difícil cambiar el destino asignado a cada uno.

En Azul el personaje, tras sufrir la pérdida de su marido y su hija, se encierra, se endurece. 

Una Juliete Binoche, magnífica, en uno de los mejores personajes que ha tenido. Sólo logrará superar ese dolor, cuando acepte su papel -oculta hasta entonces a la sombra del marido-, y logre superar el pasado.

Visualmente el tratamiento fotográfico es impecable y la música es tan protagonista como los personajes que giran alrededor de ella. 

Blanco puede parecer menor y lo busca a sabiendas. Si la pretensión era hablar metafóricamente de la igualdad, hay una sutil ironía en que el capitalismo y la corrupción logren que al final los dos protagonistas sean iguales, a costa de estar separados. 

Finalmente, en Rojo, el juego de miradas e interpretaciones metalinguisticas alcanza su expresión más aquilatada. 

El demiurgo, un hombre anciano, un juez jubilado -¿tal vez el propio Kieslowski?-, intenta dirigir la vida de sus personajes, alejado del mundo. Se demuestra imposible. El azar nos sitúa a todos, parece decirnos el director, en un lugar y un tiempo, este que vivimos, en el que debemos implicarnos. 

Sus personajes sobreviven a un desastre marítimo, en el plano final. Una metáfora de nuestros tiempos. 

Es tal vez el final más humanista de una carrera que él terminó por sí mismo antes de que un infarto acabará con su vida. 

Por encima de modas, creo que Kieslowski ha superado el paso del tiempo. No amarás y No matarás me emocionan y me destrozan; sus últimas películas me atrapan. 

Sólo con este bajage debería ser recordado como uno de los grandes del cine. 

Lo es, sin duda. 


KIESLOWSKI VI: DECÁLOGO VII-X

 


En el séptimo episodio del decálogo asistimos a un conflicto en el que la maternidad es la clave; una maternidad entendida erróneamente como posesión y carencia. 

Una mujer joven, adolescente, tiene una hija; la madre -la abuela de la niña- decide mover los hilos para tener la patria potestad, pero no sólo eso, incluso le quita a su propia hija la posibilidad de ser madre, la sustituye en ese papel. Pasados los años, la joven decide llevársela. En medio dos hombres -uno, el abuelo, sometido; el otro, el padre, obligado a alejarse- son la personificación de la impotencia.

El final nos deja la sensación de que la víctima principal de esta historia será una niña -con pesadillas frecuentes- que crecerá escindida, rota. El amor materno puede ser terrible, si no viene acompañado de madurez y generosidad. Emociona ese último plano: la mirada perdida, confusa de una niña con un futuro incierto... 

En el octavo, partiendo del conflicto moral del episodio segundo -una mentira, a veces, es necesaria para salvar una vida-, volvemos al pasado. Una niña judía en 1943 recordó toda su vida que fue rechazada por una familia; la decisión la tomó una mujer a la que ella admira. Necesita saber el porqué en 1988.


Se construye una relación de amistad, poco a poco, apoyándose en mínimos detalles. Hay quien quiere volver al pasado, pero también quien -como ocurre con el hombre que pudo ser el padre adoptivo de esa niña- prefiere olvidar...

En el noveno hay una relación de pareja con el engaño, los celos y el amor; a pesar de las dificultades que surgen y el dolor que supone; al final, eso les hará más fuertes. 

Como curiosidad mencionar que, en una trama secundaria aparece un personaje, el de una cantante con problemas de corazón, un precedente evidente de la protagonista de La doble vida de Verónica y el nombre de un músico ficticio, Van den Budenmayer, que será clave en las películas posteriores. 

El décimo es una farsa en la que dos hermanos hacen causa común tras recibir la herencia paterna: unos sellos de gran valor.

Serán engañados y se quedarán sin nada, pero la risa final de ambos les descubre lo verdaderamente importante: ellos mismos y una pasión que desde ese momento van a compartir.

Kieslowski, Piesewicz y Preisner ya estaban preparados para dar el salto a Europa. La caída del muro, un año después, les abrió las puertas de un cine francés que les recibió con los brazos abiertos. Y ellos aprovecharían, sin duda, los cuantiosos medios y la distribución que les ofrecerá su industria. 

La doble vida de Verónica y la trilogía de los colores culminarán en un solo lustro y a gran altura la trayectoria de Kieslowski.