En 1991 rodó La doble vida de Verónica.
La historia se apoya en la tradición del Sosias, esa persona idéntica a nosotros que vive una existencia paralela, sin que sepamos de ella.
Hay mecanismos que el guión explora a lo largo del metraje. ¿Estamos solos o existe alguien en el mundo que podría comprendernos, que sería como nosotros, pero que toma las decisiones contrarias?
Como se muestra en una de las escenas, la de las marionetas, está película es un cuento de hadas metafísico.
La música, como sucede en Azul o en Rojo, tiene una presencia constante, avasalladora.
Uno de los rasgos -aparte del detalle de la anciana encorvada, que aparece ya en el decálogo-, más interesantes es la mirada que, al menos, una vez en cada película, las protagonistas hacen directamente a la cámara.
Nos implican como espectadores. Nos convierten en personajes de una obra en la que un creador desconocido o conocido -el protagonista y pseudodemiurgo de Rojo- tal vez mueve los hilos. Pero lo hace sin saber con seguridad qué ocurrirá. No hay un determinismo férreo en la mirada de Kieslowski, aunque se haga muy difícil cambiar el destino asignado a cada uno.
En Azul el personaje, tras sufrir la pérdida de su marido y su hija, se encierra, se endurece.
Una Juliete Binoche, magnífica, en uno de los mejores personajes que ha tenido. Sólo logrará superar ese dolor, cuando acepte su papel -oculta hasta entonces a la sombra del marido-, y logre superar el pasado.
Visualmente el tratamiento fotográfico es impecable y la música es tan protagonista como los personajes que giran alrededor de ella.
Blanco puede parecer menor y lo busca a sabiendas. Si la pretensión era hablar metafóricamente de la igualdad, hay una sutil ironía en que el capitalismo y la corrupción logren que al final los dos protagonistas sean iguales, a costa de estar separados.
Finalmente, en Rojo, el juego de miradas e interpretaciones metalinguisticas alcanza su expresión más aquilatada.
El demiurgo, un hombre anciano, un juez jubilado -¿tal vez el propio Kieslowski?-, intenta dirigir la vida de sus personajes, alejado del mundo. Se demuestra imposible. El azar nos sitúa a todos, parece decirnos el director, en un lugar y un tiempo, este que vivimos, en el que debemos implicarnos.
Sus personajes sobreviven a un desastre marítimo, en el plano final. Una metáfora de nuestros tiempos.
Es tal vez el final más humanista de una carrera que él terminó por sí mismo antes de que un infarto acabará con su vida.
Por encima de modas, creo que Kieslowski ha superado el paso del tiempo. No amarás y No matarás me emocionan y me destrozan; sus últimas películas me atrapan.
Sólo con este bajage debería ser recordado como uno de los grandes del cine.
Lo es, sin duda.
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