sábado, 20 de septiembre de 2025

BORRACHOS

 


Borrachos es un ensayo de Edward Slingerland. El propósito de su obra es demostrar con argumentos genéticos, antropológicos, culturales que una ingestión moderada de alcohol y similares drogas psicotropicas no solo ha permitido el desarrollo de la civilización, de su cultura, de su creatividad, sino que también facilita la supervivencia de la especie, su cooperación y socialización. La perspectiva es anglosajona y se enfrenta -aquí en el Sur lo tendría más fácil- con el moralismo protestante. Insiste que la ingestión debe ser moderada -vino, cerveza; insta a evitar bebidas destiladas- y, sobre todo, colectiva y compartida como bien podemos disfrutar en el cuadro de Tiziano, La bacanal de los andrios. El aislamiento nos lleva al desastre. 

No se olvida de factores culturales, de los riesgos que el alcohol puede suponer -presión social, su papel en los adolescentes o entre los jóvenes, violencia sexual contra las mujeres, resacas, hígados deshechos y otras situaciones más o menos desagradables-, pero al final el tono es amable y optimista. Dionisio puede ser un dios benéfico, aunque -nos avisa-, también es capaz de destruirnos -y eso lo sabían muy bien los griegos antiguos-.

El estilo es repetitivo y podría haber resumido su tesis en la mitad de tiempo, pero se nota que sus conocimientos son amplios y contrastados. Los ejemplos que menciona van desde la China Antigua, pasando por la Grecia clásica -el simposio-, al mundo azteca o inca mezclado con estudios e investigaciones serias, apoyados en datos científicos. Sin embargo, algo ha cambiado. Antes del XIX los encuentros eran colectivos, rituales controlados por la sociedad para liberarnos o ligarnos con la divinidad o la Naturaleza; ahora, muchos de esos encuentros con las drogas y el alcohol son solitarios y destructivos: consumismo descontrolado de una sociedad desmembrada.

Mientras iba leyendo, me fueron viniendo referencias cinematográficas. La primera fue alegre: John Ford. El tema principal de las películas de Ford es cómo el individuo puede integrarse en un grupo para, así, alcanzar un trozo de felicidad. Por eso siempre aparecen como secundarios personajes que beben, se emborrachan juntos y, cuando superan la resaca, son tus amigos para toda la vida. Puede que a veces haya peleas, pero siempre habrá reconciliación. 

La pelea más conocida y larga es la de El hombre tranquilo. Por supuesto, deben terminar o no... con una cerveza. 


Otra es Entre copas. Un canto a la amistad masculina, un viaje enológico por Francia. 

También las hay en el plano femenino, pero generalmente la bebida no es el acompañante habitual. Tal vez se pueda mencionar Una mujer bajo la influencia, aunque no sea el alcohol lo que explica las reacciones de la protagonista femenina 

o Noche de estreno, ambas, curiosamente, con Gena Rowlands y la dirección de Cassavetes.

Culturalmente, admitámoslo, la bebida ha estado más ligada al género masculino... hasta el momento. 

También tenemos al Dionisio oscuro. ¿Las Bacantes de Eurípides? Sí, Dionisio puede despedazarte... 

Hay una película danesa cuyos protagonistas, profesores de instituto, convertían la ingestión de alcohol en un experimento sociológico. Si beber desarrolla nuestra creatividad, ¿por qué no hacerlo antes de dar una clase? El problema, claro, es que luego no puedas controlarlo.


En el Hollywood clásico recuerdo dos grandes películas en este tono. Días de vino y rosas es la historia de una pareja que acaba cayendo en el precipicio del alcoholismo, interpretada por un Jack Lemnon y una Lee Remick impresionantes. 


Por otro lado, está Billy Wilder con su Lost weekend. 

O Leaving Las Vegas con un Nicolas Cage desatado.

La película de Pressburger, The small backroom, tiene una escena opresiva en el que el sonido de un reloj y la pulsión por beber se convierte en una pesadilla. 

Es posible que esta insistencia tan repetida del cine anglosajón en los aspectos negativos del alcohol -que nadie puede negar en nuestras sociedades modernas; y no me refiero solo a las calles apestando a alcohol y otros líquidos subsidiarios- forme parte de una campaña moralista, puritana y prohibicionista que no tiene en cuenta los aspectos beneficiosos. 

Hay que encontrar el justo término medio, si esta sociedad consumista y capitalista nos lo permite, y, aunque nuestra querida Ayuso apueste por las terrazas y desprecie la sanidad y la educación pública, el alcohol compartido puede ser benéfico y liberador, si sabemos combinarlo con lecturas, paseos por el parque, la montaña o cerca del mar, ejercicio físico saludable, escritura, visitas a museos, teatros y cines, dormir bien, buen yantar, buen sexo - aunque esto último sea optativo y prescindible-, carreras en la calle perseguidos por antidisturbios, reflexiones filosóficas, conversaciones variadas con amigos o contemplación budista del paso del tiempo.

Dionisio es un dios con dos caras. Si lo respetas y veneras -en su justa medida y en compañía- te proporcionará grandes momentos, te sacará de ese obsesionante yo que a veces te tortura y te agota, te hará más ligera la existencia, pero, por supuesto, debes temerlo, porque también es un dios terrible y nos lo hace saber con claridad, cuando no lo hemos honrado de la manera adecuada. 

¡Evohé, Dioniso, evohé!


viernes, 19 de septiembre de 2025

MEMORIAS DE ADRIANO: YOURCENAR Y LLUIS HOMAR


Memorias de Adriano es la versión que Yourcenar construyó alrededor de unos de los emperadores más complejos que gobernaron Roma. Cualquier adaptación tendrá una ventaja y un inconveniente. La ventaja es evidente: la prosa de Yourcenar es avasalladora, sea cual sea la manera de enfocar la historia. El inconveniente: es difícil conservar tal calidad literaria en la propuesta formal que hagas.

El texto de Yourcenar está ahí, sin duda. Una adaptación supone una elección: desechar algunos aspectos; destacar otros. Aquí queda desdibujado, del personaje que modeló Yourcenar, su amor por la cultura, sus intereses artísticos, su afán viajero. Y, sobre todo, me faltan sus reflexiones filosóficas sobre la muerte, la vejez y la crueldad de la guerra, aunque aparezcan a pequeños trazos.

La apuesta camina en otra dirección. Adriano ejemplifica también las contradicciones de un poder absoluto. Y en los actuales poderosos encontraremos -con los micrófonos, las cámaras, la imagen repetida y multiplicada- los símbolos de la autoridad y la propaganda. Esa puesta en escena funciona cuando el discurso oficial, el proyecto político de Adriano -o más bien el de Yourcenar- se expone; un proyecto que destaca lo que desea resaltar y oculta lo que no ha de contarse a los otros o a la posteridad. No va tan bien cuando la voz interior muestra sus contradicciones. En estos últimos iría mejor que el personaje se quedara completamente solo. La música elegida o el juego de luces o las proyecciones de palabras en latín o la intervención de un coro de figurantes en un entorno televisivo (secretario, maquillador, realizador) o la grabación y su aparición en pantallas de televisión y sus declaraciones a la manera de un político del siglo XXI se me hacen superfluas y banales. No tanto por el contenido -el texto es impecable-, sino por el envoltorio que le acompaña. Y no estoy tan seguro de que, como ocurre a veces con las representaciones del Calígula de Camus, el Adriano de Yourcenar represente, sobre todo, la ambición y las consecuencias del poder sin límites. En esta obra -como en toda gran obra- hay muchos más temas.

Y no es casual que el mejor momento de la adaptación sea aquel en que se cuenta la relación con Antinoo. La parafernalia -con todo, bastante sencilla- da paso a un duo simple y minimalista entre Lluis Homar y un joven actor que expresa en su tramo final a través del baile el dolor de una pérdida y, al mismo tiempo, el sacrificio inútil de otro ser. 

En cuanto a Lluis Homar, ¿qué se puede decir? Es un grandísimo actor y sostiene la obra. Siempre me quedará la duda de si -dejando a un lado el baile con ese imaginado Antinoo- un monólogo solitario de principio a fin me hubiera emocionado más.

¡He leído esta obra de Yourcenar tantas veces! A los veinte años, a los treinta, a los cuarenta, a los cincuenta. Y en cada lectura me acerco más al Adriano que concibió la escritora francesa, me acerco más al hombre que envejece, al que se preparará para la muerte. 

domingo, 14 de septiembre de 2025

LA SOMBRA DE TERSITES, EL SILENCIO DE RENÉ CLAIR Y LA INVENCIÓN DE TODAS LAS COSAS DE JORGE VOLPI

 


La sombra de Tersites es alargada. 

He leído un magnífico trabajo de Santiago Blanco sobre este personaje secundario del libro segundo de la Ilíada de Homero, que enlazo por si alguien desea leerlo completo.

Como ocurre siempre cuando partes de un buen original, las ideas fluyen y se expanden. 

La figura de Tersites ha variado a lo largo del tiempo. La aristocracia homérica lo consideraba alguien risible, despreciable, tanto por su apariencia como por su comportamiento. Hasta llegar a la interpretación que encontramos en este artículo de opinión, escrito por Juan Manuel Aragüés, se han dado muchos pasos.

Algunos de ellos nos obligan a evaluar el papel de Tersites. Nos encontramos a un hombre cuya función parece ser la de criticar y denostar a los héroes, decirles lo que nadie se atreve. En la Ilíada no muere -Ulises se contenta con humillarlo-, pero en otra obra épica de un autor menor acaba sin vida a manos de Aquiles. 

Si recorremos la historia de la literatura descubrimos al esclavo plautino, la commedia dell´arte o el personaje del bufón en Shakespeare: una mirada plebeya opuesta al poder o, al menos, que lo ridiculiza, bajándolo del pedestal. 

"¿Quién me puede decir quién soy?", pregunta un rey Lear desesperado. 

El bufón le responde: "Eres la sombra de Lear".

Épocas diferentes, interpretaciones diversas. Los mitos se transforman, se actualizan, se deforman, se parecen a los monstruos, como el propio Tersites, como el insecto de Kafka, al mirarnos en el espejo.

Laia, pintora del siglo I a. C., se autorretrató con un espejo. Velazquez se mira en otro en Las Meninas. 

René Clair no abandona las conquistas del cine mudo en su primera película sonora, Bajo los techos de París. 

Aparecen diálogos, una melodía que se repite, pero lo importante se cuenta sin palabras. El final feliz es una ficción; la recreación de este París, que ya no existe, es otra ficción. ¿Tal vez en nuestro mundo el silencio es ya otra ficción?

Jorge Volpi en La invención de todas las cosas nos habla de la ficción, es decir, de nosotros mismos. ¿Somos seres ficticios? ¿Creamos ficciones -sobre todo, el arte- para sobrevivir? ¿Lo que llamamos realidad, nuestra percepción de la realidad, no será otra ficción? El recorrido por toda la Historia del arte -sobre todo, la literatura, pero también la pintura, la música, la fotografía, el cine-, de la filosofía o de la ciencia le sirve a Volpi para desentrañar y intentar comprender estas ficciones. 

Hay ficciones y mentiras. Hay ficciones criminales, ficciones literarias, científicas... 

Necesitamos ficciones que nos sostengan y nos aparten del absurdo y el sin sentido.

¿Somos el sueño de una sombra, como diría Píndaro? ¿O la sombra de un sueño? 

viernes, 5 de septiembre de 2025

LA BUENA LETRA Y ELIA SULEIMAN

 


La buena letra, la segunda película de Celia Rico, tiene un gran personaje femenino. Basada en un libro de Chirves es una película correcta, bien ambientada y una adaptación que mantiene un ritmo moroso. 

¿Sin más? No, hay algo más. 

Lo que la hace especial es la interpretación de Loreto Monleon, porque consigue mostrarnos todas las emociones de un personaje silencioso, discreto, en el que nadie se fijaría, pero que tiene, precisamente por eso, una inmensa capacidad de observación. Es un personaje que sufre, que siente envidia, que se deja llevar en algún momento por la mezquindad o la frustración, generoso también y comprensivo, que muchas veces no sabe comunicar lo que se mueve en su interior, que no puede salvar a un hombre, su marido, roto por dentro. Sí, esas fueron nuestras abuelas, las que vivieron la posguerra, olvidadas por la Historia oficial, supervivientes de una época en las que el silencio se imponía por la fuerza y el miedo. 

Y la actriz sabe acercarnos a este personaje, entenderlo, hacerlo nuestro. Hay películas que se recuerdan por un personaje, aunque no destaquen en otros aspectos: esta es una de ellas. 


Palestina es una vergüenza para todos. Somos impotentes y cobardes para asistir en directo lo que cualquiera, si no se tuviera miedo del poderoso lobby proisraelí, llamaría por su nombre: genocidio.

Y es de agradecer que existan autores como Elia Suleiman. 

Elia Suleiman huyó, siendo joven, de Palestina y, aprovechó su exilio para aprender a hacer cine, en Londres y en Nueva York. Volvió en 1993 y, desde entonces, ha dirigido siete películas. 

Su estilo es peculiar. Él mismo es el protagonista de sus obras. Es inevitable que Palestina sea su tema central, pero el planteamiento es original. Se decide por la comedia y no una comedia al uso, sino uno que bebe de Tati o Buster Keaton o Kaurimaski o Roy Anderson. No me sorprende que al principio viera en Bresson o Cassavetes referentes. 

Sus dos últimas películas profundizan en el conflicto palestino y también en su estilo.

El tiempo que queda hace un recorrido completo desde la guerra de 1948 hasta la actualidad. 

El retorno de un exiliado es el punto de partida para contarnos la historia de una familia y es, sobre todo, una mirada irónica, absurda, crítica de ese conflicto eterno en Oriente Medio. Esa sonrisa se podría quebrar; desaparecería, si pensáramos en el sufrimiento. Suleiman no nos permite caer en el pesimismo. La vida es absurda; no hay que ocultar esa realidad, sino transformarlo en un acto de rebeldía. Y la risa o el humor siempre tendría que ser un acto de rebeldía. 

Aparecen otros temas: las relaciones padre-hijo; la educación y el discurso oficial; el paso del tiempo. 

La última, De repente el paraíso, toma otro rumbo. 

Si aparece Palestina es, en este caso, como un marco. Aquí se pregunta cómo les miran desde el extranjero. El director viaja a París o a Nueva York, contempla un mundo civilizado, irreal, una realidad edulcorada, ridícula, estúpida, la que vería un turista o un tipo, como él, que vive en los bordes, en los márgenes, y la contrapone, sin que tenga que mostrarla, a la violencia cotidiana que hay en su entorno. El humor se mantiene y la distancia necesaria para sobrevivir. Este Buster Keaton palestino mira el mundo con una sonrisa, pero es una sonrisa tierna, comprensiva, amable. Nunca encontraremos cinismo o sarcasmo.

De repente, el paraíso termina con el director en Cisjordania contemplando -sabio, tranquilo, epicuro, un cínico a la antigua sin los excesos de Diogenes de Sinope-, a unos jóvenes en una discoteca, bailando y cantando una canción rebelde y reivindicativa: Palestina libre. 

Palestina merece una juventud que pueda tener un futuro. Al menos nosotros, mientras el genocidio se confirma, no deberíamos mirar a otro lado. Y que la palabra y el humor sean nuestras armas, las únicas que nos quedan.