Ozu la consideraba una película fallida. No deja de ser, es cierto, un melodrama convencional: una mujer se ve obligada a prostituirse para salvar la vida de su hijo; cuando su marido regresa, terminada la guerra, debe perdonarla para poder empezar de cero. Y sí, los personajes hablan a veces demasiado, hay mucha carga moral, un poco de sentimentalismo y un mucho de patriarcado tradicional.
A pesar de estos mimbres, Ozu ya domina todos los recursos, ha creado un estilo propio que se encuentra a la justa distancia. El exceso y el melodrama simplón es transformado en sencillez y elegancia.
Hay momentos en que sabe con muy pocos medios -un par de planos y gestos de una violencia extrema- describirnos una violación en un matrimonio o un "accidente" en el hogar. Es de tal brutalidad y simplicidad que nos deja helados.
El mismo personaje masculino es también capaz de tener un gesto de ternura con una desconocida, otra prostituta a la que conoce, cuando va al lugar donde trabajó su mujer. ¿Por qué va allí? Para mí es evidente. Necesita estar en la habitación donde ella se prostituyó; ese espacio adquiere una entidad física y así, piensa, podrá descargar su rabia y su dolor. Sin embargo, la prostituta que le presentan, muy humana, comparte con él un recuerdo de infancia y, más tarde, en otro lugar -un descampado donde el protagonista busca estar solo y ella suele ir para comer- Ozu nos mostrará con delicadeza un encuentro, un instante de comprensión y entendimiento entre dos personas.
Pero por encima de todo están esos planos "vacíos" o, más bien, sin personajes, pero llenos de un espíritu difícil de definir que forman parte del estilo de Ozu: el plano del lugar donde ella se ha prostituido -lo conocemos después de la acción, completamente elidida-; los planos de su casa, los del barrio, la casa de un amigo del marido, las nubes del cielo... Cada plano vacío nos cuenta una historia o muchas historias, las que allí han ocurrido, las que podrán suceder.
Esos planos nos dicen lo más importante, lo que todas las historias cuentan, lo que todas tienen dentro de sí: el paso del tiempo.