-...Hipotiroidismo... Tiene los valores muy bajos... Deberá tomar cada día antes del desayuno una pastilla... Sí, es permanente, no podrá dejar nunca esta medicación... Aunque no haya síntomas evidentes, debe hacerlo, porque si no su situación empeorará... Tiene los medicamentos en la farmacia a su nombre...
- Perdone, ¿ha dicho hipo... qué?
Comprenderá, lector -tengo pocos, pero alguno habrá-, porqué hice la pregunta. Mis conocimientos de griego clásico me permitían saber que hipo significa "por debajo de", pero lo de la tiroides no es que me haya preocupado mucho hasta ahora, ni que conociera a alguien que la tuviera, así que las dudas eran comprensibles.
Pero, quizá, ustedes necesiten los antecedentes. ¿Por qué una médica me estaba hablando de esta enfermedad? ¿Y por qué me insistía, preocupadísima, en que de inmediato me tomara pastillas todas las mañanas? Bueno, vayamos al comienzo.
Se cumplían diez años en que me pusieron la antitetánica por última vez. Un papelito de cartón me lo recordaba y me recomendaba una nueva dosis de recuerdo. Pedí cita y la enfermera, solícita, encontró un botecito y ya está, pensé, todo terminado. Pero, al observar mi edad -venerables cincuenta años, peligrosa edad- y confirmar que hacía años no me habían hecho un análisis de sangre me aconsejó que no lo dejara pasar por más tiempo. ¿Viernes, nada más empezar las vacaciones? Perfecto.
Eran las ocho de la mañana. Nos pusimos en la cola -éramos una cincuentena; parecía que todos en el barrio habíamos elegido ese día para pincharnos-. ¡Cuanto antes, mejor! Nos iban pasando en orden de llegada. La señora mayor que me precedía llevaba un bote con orina y no sabía que hacer con él; tuve que esperar un par de minutos hasta que la médica consiguiera explicárselo. El pinchazo no dolió mucho; no hubo moratones, así que hasta ahí, miel sobre hojuelas.
Bueno, solo quedaba esperar. La cita con la médica de cabecera sería para después de Semana Santa. No tenía prisa.
Esto fue el viernes, mi primer día de vacaciones. Tranquilidad: me puse a leer a Pizarnik, Miyazawa, Paul Theroux... El lunes a última hora hubo una llamada del centro de salud, pero tenía el teléfono desconectado; pensé: Quieren adelantarme la cita... Como el martes no dieron señales de vida, me olvidé del asunto. Dediqué toda la mañana a visitar exposiciones: el museo de Bellas Artes de San Fernando, Carrington, Lucian Freud...
Y llegó el miércoles. Nueve de la mañana. Acababa de levantarme; todavía me estaba quitando las legañas de los ojos...
Reconozcamos que la médica fue al grano. Tenía pacientes al otro lado de la puerta y por teléfono las cosas han de decirse claras y rápido. Contestó a mis preguntas, las que se me ocurrieron a esa hora.
-... Si usted no las toma, podría acabar en coma o muerte... pero no pasa casi nunca...
Bueno, quizá no dijera muerte y mi memoria lo haya inventado -la memoria es poco fiable; es una mentirosa incorregible-, pero escuchar esa palabrita o una similar, nada más levantarse, no anima mucho.
-... Por si acaso, le haremos una ecografía; por si debemos hacerle una punción -aunque seguramente no será necesario-... Dentro de dos lunes...
Pensé en decir cáncer; ella, también, pero ya con la palabra muerte y coma, bastaba por hoy, así que ambos la evitamos con elegancia.
La conversación duró escasos cinco minutos. Los médicos saben hablar, pero no escuchar, como diría Moretti.
Necesito un vaso de agua...
Como comprenderán me quedé atontado. Diez minutos antes era un hombre sano -o eso creía- y ahora tenía una enfermedad permanente... Debo asimilarlo.
Síntomas, síntomas, no tenía. ¿O sí? Bien, habrá que informarse.
Nanni Moretti en cuanto le dijeron lo que podía tener buscó información en libros de medicina. No tuve que ir a ninguna librería o biblioteca; ahora tenemos internet.
"... no se producen cantidad suficiente de hormonas tiroideas... pueden no presentarse síntomas y confundirse con el envejecimiento... el proceso es lento... agotamiento, cansancio muscular, irritación en garganta... el metabolismo se ralentiza... pueden derivar en colesterol alto o problemas de corazón..."
Y más.
"...subaguda... se trata de una enfermedad poco común, resultado de una infección viral... En pocos casos puede ser permanente..."
Me pregunté si existía la posibilidad de que pudiera ser mi caso. Me surgían más dudas. ¿Y la alimentación? ¿No debería cambiar mis hábitos? Las páginas que consultaba recomendaban nueces del Brasil, frutas -sobre todo fresas-, leche, yogures... Nada de col; nada de soja... Mucho yodo... En fin, a veces había contradicciones. ¿Azúcar, sí o no? ¿Y las torrijas, qué? Eso sí que me va a doler... Con lo que me gusta el dulce... Lloro solo de pensarlo... No nos precipitemos... ¿No decían todos que el proceso es lento? Me puse a comer torrijas como un desesperado.
Bajé a la farmacia y compré el medicamento. Unos cuantos céntimos; cien pastillas de Eutirox con levotiroxina de sodio. A la farmacéutica, que no tendrá más de treinta años, se las habían prescrito, tras un embarazo.
- Aunque tenga sus contraindicaciones y sea para toda la vida, es mejor tomarlas que no tomarlas.
Leí el prospecto. Efectos secundarios: arritmias... Avise al médico, si tiene dudas... Arritmias, si las tomo; arritmias, si no las tomo... No hay salida, parece.
Intenté llamar al teléfono que aparecía en la memoria del móvil, pero saltaba el contestador del centro de salud. Me presenté en recepción:
- Comunica la doctora. Le pondremos en lista de espera.
Una hora después me llaman; no es la doctora, sino la farmacéutica.
- En estos casos, cuando hay dudas con un medicamento, siempre os ponen cita para los dos.
Conocía todo mi informe médico; me sorprendió. ¡Confiemos en la discreción deontológica!
- Nosotros no podemos ayudarte; es más bien, en posología y cosas así...
- Ya, me lo imaginaba... Esperaré a que me llame la médico...
- ¡Cuídate!
El miércoles no llamó; estaría ocupada. Y ahora se presentaban cinco días festivos seguidos. Después de Semana Santa, entonces. Me leí todos los cuentos de Tabucchi.
¿Habrá alguna alternativa a la medicación? ¿O este será el primer medicamento de muchos en la larga carrera por evitar el lento declive de mi cuerpo? ¿Ha empezado la vejez? ¿Me encontrarán alguna otra cosa?
Solo me queda esperar... No hay otra...
Que me pille bailando, si es posible...