sábado, 11 de marzo de 2023

SOLARIS: LEM, TARKOVSKY Y SODERBERGH



"El ser humano ha emprendido el viaje en busca de otros mundos, otras civilizaciones, sin haber conocido a fondo sus propios escondrijos, sus callejones sin salida, sus pozos o sus oscuras puertas atrancadas...". 

La ciencia ficción quiere contarnos un futuro hipotético, aunque, en realidad, hable de nosotros mismos, en este aquí y este ahora. 

Solaris es una novela de Lem, autor reconocido en este género tan peculiar y tan contemporáneo, en el fondo. La primera versión de calidad -hubo otra anterior, pero ha sido olvidada-, la de Tarkovsky, consiguió recoger, aunque a su manera, el espíritu general de la obra. La de Soderbergh, más reciente, la vulgariza, aunque consiga una atmósfera sutil y seductora. 

La obra gira en torno a un planeta, Solaris, cubierto por un mar que funciona como una mente consciente. El personaje central Klein llega a una estación espacial, situada sobre Solaris; allí se encuentra con situaciones preocupantes y actitudes absurdas, en apariencia. Un conocido experto en el planeta, amigo de Klein, se acaba de suicidar y los dos científicos supervivientes se comportan de manera extravagante. Pronto descubrirá en sí mismo la razón de esta actitud: Solaris construye, durante los sueños, seres que parecen reales, productos de la imaginación o los recuerdos. Klein "recrea" a una mujer, Herder, a la que amó y que se suicidó diez años atrás. 

Es fácil ver las diferencias entre la novela y las dos versiones cinematográficas. 

Empecemos por la de Hollywood. Desde el principio no esconde su intención: quiere contarnos una historia de amor. Al contrario que la novela, en donde la historia de esa pareja es solo un elemento secundario que sirve de excusa para la idea central: la necesidad de comunicación o su imposibilidad y el ansia de conocimiento. Aquí, sin embargo, la trama romántica se impone. La referencia literaria es Dylan Thomas. El tema central: el amor más allá de la muerte. Los personajes que interpretan a los compañeros científicos de Klein quedan muy desdibujados -es curioso que uno de ellos, Sartorius, sea interpretadopor una mujer negra en vez de por un hombre (en la novela la mujer negra es el primer "visitante" que encuentra el protagonista, sustituido en la de Hollywood por un niño, otro "fantasma" de la obra literaria; en esta, el niño es un "gigante" de cuatro metros, surgido tras la muerte de un piloto en medio del mar, que parece representar también al mismo Océano en su inocencia creadora); el otro, Snaut, que tiene un papel muy importante en la novela y en la versión rusa, se convierte casi en un parodia-. 
El meollo de Solaris se insinúa con trazos muy suaves y puntuales en alguna conversación. Desaparece el universo del planeta, convirtiéndose en un fondo o en un escenario extraño, eso sí, dispuesto y condimentado para el gran público. Su gran acierto es la creación de un atmósfera sutil, una tela de araña bien urdida, pero le falta la profundidad que sí tienen la novela y la adaptación de Tarkovsky. Visualmente hay aciertos destacables: me gustan la mirada perdida de Herder, cuando va tomando conciencia de su no-identidad; o su "muerte" final, que recuerda mucho a la misma escena del director ruso, de la que bebe Soderbergh, sin duda. La conclusión, a su manera, también es un acierto, como luego contaré. 

Tarkovsky interpreta Solaris con su mirada particular. Aparecen sus obsesiones personales: algunos motivos recurrentes en su filmografía como el caballo salvaje, la naturaleza y su panteísmo místico -la pieza de Bach-; las referencias literarias beben del Quijote, la literatura rusa o el Fausto de Goethe -la inmortalidad no deseada de esos visitantes fantasmales-. Es fiel a los personajes y al planteamiento de la novela, pero no puede evitar dar al amor un peso muy potente en la narración. Su humanismo parece defender el romper con una tecnología que nos ha alejado de nuestras raíces. Así se explica el prólogo -que no existe en la novela-, situado en un entorno natural, casi un paraíso, donde el agua estancada o en movimiento es observada por un Klein triste y meditabundo, 


a la que sigue más tarde un viaje por los túneles de una ciudad deshumanizada. Tras ese prólogo que aprovecha el director ruso para explicar las complejidades de Solaris en una proyección de 16mm -la novela, en cambio, lo hace por medio de la lectura de libros y tesis escritas por científicos o grabaciones de radiocasetes-, desde la llegada a Solaris Tarkovsky es muy fiel, tanto en los personajes y diálogos como en los hechos de la narración. Rompe esa fidelidad, de cuando en cuando, como en una escena que no encontramos en la novela, situada en la biblioteca. Allí, mientras Herder pide humanidad y amor a los que la consideran "algo no humano" -su monólogo y la interpretación de la actriz es impresionante-, el científico Snaut reflexiona sobre la incapacidad de comunicarse con ese "Otro", sea extraterreste o parecido o similar a nuestra propia naturaleza. Es tal vez la clave de la versión tarkovskiana. También nos muestra un sueño -en la novela quien se le aparece es su amigo científico- donde la visita de la madre -no es casual el parecido con Herder- le devuelve a la infancia, otro de los motivos recurrentes de Tarkovsky. Visualmente, con escasos medios técnicos, nos encontramos ante una película inmensa. 
La presencia de ese Océano de Solaris es constante y opresiva. Es ahí donde Tarkovsky logra atrapar al verdadero personaje de la obra y mostrárnoslo en toda su belleza y complejidad. Aunque la obra literaria abra más puertas, que Tarkovsky sólo insinúa -y hay que reconocer su esfuerzo en ese sentido-, la adaptación cinematográfica es, con todo, de una gran intensidad.

El final en las tres es circular. La escena inicial se repite en todas, pero el sentido, evidentemente, difiere y mucho. Coinciden en un punto clave: que el personaje prefiera quedarse en Solaris. 
Soderbergh da una oportunidad a Klein y Herder para que puedan recuperar ese amor en una especie de mundo paralelo -al cual el "niño" Océano se encargará de llevar a nuestro protagonista-; ni muertos ni vivos, se atreve a decir el guión, para que así el espectador de palomitas pueda comprender el simbolismo elegido. 
Tarkovsky, apoyándose en la idea de una isla -que también está en la novela- vuelve al prólogo; el paraíso en la Tierra, que vimos al principio, es recreado de nuevo, rodeado por ese Océano vivo y pensante al que se añade una idea mística de perdón y arrepentimiento, dirigido tal vez -arrodillándose y abrazando a su "padre" -a ese otro ente vivo que es la Tierra. 

Lem, que criticó educadamente las dos versiones, tiene una percepción diferente. Klein se queda en Solaris; sí, admite que desea volver a ver a Herder, pero, en realidad, lo que quiere es conocer. Por eso, sale de la estación espacial en una nave -así empezó la novela, llegando a esa misma estación- y desembarca en una isla, en medio de ese Océano. Juega con las olas; intenta contactar con ellas. Y, después, reflexiona. Espera que Solaris vuelva a sorprenderles, que sea posible comunicarse algún día con ese Otro, ajeno, o tan cercano, porque nos refleje, como en un espejo. 

Si las versiones cinematográficas parecen asumir que no hay más opción que refugiarse en un mundo soñado o recreado -en una visión conservadora, reaccionaria y, quizá, pesimista; aunque Tarkovsky sea ambiguo y Soderbergh prefiera la idealización romántica-, Lem, más optimista o confiado en el progreso y las posibilidades que todavía nos ofrece este, piensa que la Humanidad aún puede encontrar nuevos caminos, si está dispuesta a asumir riesgos. 

Pero como dicen tantos expertos solaristas: "cada lector encontrará y recreará su propia visión e interpretación de Solaris".


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