domingo, 22 de mayo de 2022

LE EVENEMENT

 


Descubrí a Annie Ernaux hace unos años. Si la escritura o el arte, en su mayor parte, es la investigación y el descubrimiento de uno mismo y saber comunicarlo a los demás, ella lo ha convertido, sin lugar a dudas, en su quehacer diario. Incluso en su primera novela Los armarios vacíos, reeditada este mes, es fácil distinguirla en su personaje central.

Los temas de Ernaux giran alrededor de su infancia y adolescencia, vivida en un pueblo francés, en plena posguerra. Toma conciencia de la clase social a la que pertenecía, de la vergüenza que sentía hacia sus padres y que ellos asumían como parte de las normas no escritas de una sociedad en plena transformación, de la libertad sexual, de la relación con su madre, compleja, entre el amor y el odio. 

Hubo un momento que marcó su vida más que ningún otro. Se quedó embarazada; no quería tener ese hijo. Pero el aborto estaba prohibido. Si colaborabas o abortabas, la cárcel. Si no querías convertirte en un ama de casa con un hijo no deseado, la única opción que quedaba era hacerlo ilegalmente, con los riesgos que eso suponía. 

De eso va Le evenement. 

Hay algunas diferencias con la novela original. La presencia de los padres se diluye en la película. Hay referencias puntuales en la obra literaria a películas u obras de teatro a las que asistió, mientras intentaba buscar una salida, que desaparecen en la adaptación, pero, en líneas generales, la trama principal es la misma. Y, sobre todo, es fiel a las emociones primarias, al tema central: la evolución psicológica de una mujer, su toma de conciencia. 

Aparece el miedo del entorno, las normas y leyes que someten a la mujer y todos a una injusticia y brutalidad de la que la gran mayoría no quieren tener nada que ver. Está la cobardía y la costumbre, dos de las claves que nos someten, sin que nos demos cuenta, a una servidumbre voluntaria. 

Es la historia de una mujer que sobrevive a un aborto. Y en ese proceso, se transforma; ya no será la misma. Es libre. Y contará esa historia para que otros sepamos que hubo un tiempo en Francia, en Europa, y que hay un tiempo ahora, en otros lugares del mundo, en que abortar te puede costar la vida. 

Sí, se habla de libertad. 

sábado, 21 de mayo de 2022

MÁSCARAS

 


No hay nada más convencional que yo sepa que una graduación. En los últimos años bajo influencia americana se ha extendido entre los estudiantes de segundo bachillerato y ya es una tradición que todos aceptamos.  

Ayer me encontraba en una de esas. De sesenta alumnos, sólo conocía a cinco. Para mí eso era una ventaja; nadie me tendría en cuenta y podría disfrutar observando la representación. 

En estas circunstancias siempre tengo la conciencia, muy intensa, de que interpretamos una obra teatral. La máscara social: los alumnos, los padres, los profesores... Como no se me da bien representar ese papel o me resulta incómodo, suelo evitarlas. Aunque soy curioso y aprovecho para mirar y observar, si asisto a dichos eventos. 

Sí, como en cualquier graduación que se precie de serlo, tuvimos las frases convencionales, algún poema de Benedetti muy sencillo, un intento de karaoke fallido y torpe, algún maestro o maestra de ceremonias más divertido y muchos nervios. Música de fondo que acompañe, amable como el Stand by me; discursos, premios, orlas...

Sin embargo, por debajo de las máscaras, entre la piel y la máscara, como dice Murakami en uno de sus cuentos, Carnaval, podías adivinar algo mucho más real. Aparecía a veces, como una herida abierta...

Una de las tutoras había perdido a su hermana hacía dos semanas. Cáncer terminal; semanas dolorosas vividas entre hospitales y sedaciones. Para el día de ayer se había puesto la máscara y el maquillaje. El duelo, aunque lo llevara por dentro, estaba ahí y lo verbalizaba. Nos pusimos a hablar, mientras ella explicaba su pérdida, de la de nuestros seres queridos. Vuelven en los sueños; y a veces esa realidad se solapa con la otra. 

En uno de los discursos, concluido con el tópico "esto no es el final, sino el comienzo", una de las alumnas, al principio, hizo una lista de situaciones divertidas, dignas de recordar. En todas, el profesor era burlado o engañado: apagar el proyector con el móvil, quedarse en el baño, perder tiempo en los pasillos, hacer que hablen de su vida privada para que no den clase, poner chinchetas en la silla del profesor... Se suele olvidar en estas galas que los alumnos, incluso los que llegan a la graduación, han dedicado gran parte de sus horas a reírse de los profesores o a criticarlos. Fue un momento sincero. "Nos lo pasamos bien"... Sólo le faltó decir "riéndonos de ellos". Pero, al final, tras este comienzo tan prometedor, como ya he dicho, se plegó a los tópicos de siempre. 

En los aplausos a los mejores de su promoción los alumnos no ocultaron sus preferencias. Los profesores debemos mantener la compostura y aplaudir a todos por igual, pero ellos todavía no tienen esa hipocresía social tan marcada. Los alumnos de Ciencias eran mayoritarios y, por supuesto, ellos fueron los más aplaudidos. Un chico, ese tipo que destaca por su brillantez y que atrae multitudes por el desparpajo, recibió ovaciones. La chica, gótica, tímida, aplausos correctos, sin demasiado énfasis. Los profesores divertidos, los de Educación Física, gritos de apoyo y risas. Las profesoras y las alumnas, vestidas como si fueran a una boda, palabras de halago y admiración: "¡guapas!". 

Pero, tal vez, lo más interesante fue un detalle, ajeno a la organización del evento. La graduación se hizo en el patio del instituto, en medio de un barrio popular del extrarradio, el de Moratalaz. A un lado y a otro teníamos edificios levantados en los años ochenta, envejecidos, con fachadas desgastadas, abandonados al paso del tiempo. No hay dinero para una reforma. La belleza exterior no cabe, cuando hay pobreza. 

Justo detrás del escenario, nos fijamos en unos espectadores inesperados. Unos chicos y un par de chicas de segundo o tercero de la ESO, repetidores, se colocaron detrás de las rejas y asistieron a casi toda la ceremonia. Habían entendido, mejor que ninguno de los que nos encontrábamos allí, que estaban ante una obra de teatro. Ninguno de ellos irá mucho al teatro el resto de su vida; así que, asistían a ella, encandilados, con esa sonrisa escéptica y chulesca que encuentras en cualquier grupo de "malotes" que esté a la altura. Sin embargo, fueron respetuosos. Sólo se agarraban a las rejas o se sentaban delante del portal y, en silencio, haciendo comentarios entre ellos, con esa sonrisa en los labios, asistían atentos y curiosos. 

Esa reja, pensé, no era física. Ellos nunca se graduarán. Con suerte, harán una FP o un grado medio y, tal vez, encuentren un trabajo en el que no les exploten demasiado o cobren un sueldo que les permita llegar a fin de mes. Alguno acabará viendo rejas todos los días, si se pone a robar coches o a vender droga. Otro, si es avispado, se hará policía o militar. 

La representación terminó. Los chicos del barrio buscaron otro entretenimiento. 

Cuando volvimos a casa, nos quitamos las máscaras.

lunes, 2 de mayo de 2022

LAS ILUSIONES PERDIDAS


Se dice que un gran autor es aquel que, aunque haya escrito hace siglos, parece como si hablara de nosotros mismos.

Ese es Balzac. ¿Qué decir de él? ¿Disecciona la sociedad de su tiempo o está describiendo la nuestra: vicios y crueldades, egoísmo y apariencia, muerte y dolor, arte y mentira? 

La adaptación de Las ilusiones perdidas, ganadora de los César de este año, es digna y brillante. Balzac, gracias a ella, saca el bisturí y nos abre en canal. 


Sí, somos nosotros. Balzac es realismo salvaje y sus obras son políticas, en el sentido más amplio del término. El capitalismo o la burguesía decimonónica. ¿Qué importa? Las reglas cambian; las víctimas y los verdugos estuvieron y seguirán con nosotros, porque los seres humanos somos avariciosos, ingenuos, crueles, ambiciosos, estúpidos, manipuladores, farsantes, cobardes... Unos mueven los hilos, en las grandes empresas, en los medios de comunicación, en las élites culturales o políticas; otros sobreviven, aceptando o aprovechando su papel en la obra. La mayoría acabará olvidado, muerto o sin ilusiones. 

¿Dónde está lo que hemos perdido? ¿Recuperaremos lo que nos quitan todos los días, en las oficinas, en las aulas, en las plazas, en las calles?

Somos tan cobardes que nos quedamos de brazos cruzados. No, seamos compresivos con nuestro papel en la representación; es solo impotencia. 

Todos somos títeres de una gran obra: la ridícula y dolorosa comedia humana.