jueves, 7 de marzo de 2024

JOCELYN HA MUERTO

 

Jocelyn, nuestra alumna, ha muerto...

Sabía que estaba en la UCI y Raquel me comentó que se encontraba entre la vida y la muerte, pero no me lo creí. Tiene dieciocho años; es fuerte, saldrá adelante, me dije. 


Pero ahora está escrito en un correo. Y lo escrito permanece. Esas palabras son una inscripción en piedra: definitivas.

No puedo seguir catalogando libros. Lo dejo todo y salgo para el tanatorio.

Me llevo un libro con las poesías de Pasolini para el camino, pero no puedo leerlas. La noticia me ha dejado impactado. Intento recordar su rostro, pero solo tengo en mente lo último que me escribió, el examen de Griego y Latín que hizo desde el hospital, su nota: 9,2. 

A medio camino me doy cuenta de que me dirijo al lugar equivocado: al Tanatorio de la M30. Reviso el mensaje. Sí, mi intuición es la correcta: Jocelyn está en el tanatorio de la M40. Voy al de la M30, porque allí velamos a mi padre y a mi madre. Ya se sabe, la fuerza de la costumbre.

Un hombre nos pide dinero en el vagón del metro. Tiene sentido del humor. "Todos jodidos, muy jodidos... ¡Y como venga la guerra!..."

Aún así, llego puntual: a las siete y media en punto. Ya hay mucha gente esperando a que abran la sala. Su hermano, D. se acerca a mí, me saluda, me agradece que haya venido. 

A., la amiga de Jocelyn, me da la mano. Ma. y M. también me agradecen que esté allí. El hermano me lleva a la sala, pero luego se olvida de mí. Observo los abrazos al padre, los encuentros, las lágrimas de la madre.

"... un virus... le afectó al cerebro... su sistema inmunológico no pudo aguantar... fue todo muy rápido... la vimos con los ojos abiertos... muerte cerebral..."

Las palabras no tienen sentido, no llegan a expresar el dolor... Los detalles no tienen importancia frente a la muerte. Los detalles solo forman parte de la vida. 

Se reparte un libro de condolencias. Escribo pocas palabras: tópicos, ideas simples: "Buena alumna, respetuosa... bella persona".

En la pantalla aparece su nombre y apellidos. La miro varias veces para cerciorarme de que no me hallo en un sueño. 

Han descorrido la cortina. Mucha gente se acerca y arremolina para dar el pésame a los padres. Es agobiante. Esperaré. 

Ma. ha roto a llorar un par de veces. Sus amigos le abrazan. El hermano de Jocelyn mantiene la compostura. Hay algunos adultos; la mayoría son jóvenes. 

Ha pasado hora y media desde que llegué. Ya hay menos gente en la sala; me decido a entrar. Echo un vistazo al féretro. Sí, es ella, pero no la reconozco, encajada en el centro, aplastada entre el blanco del sudario y el color de las flores, bajo esa luz artificial que lamina el contraste. No se nota el maquillaje, pero sabes que no está soñando. No te engañas. Así no duerme nadie. 

Saludo a los padres. Las palabras se ahogan, son inútiles. Al irme, escucho un "gracias por venir" de la madre. Cientos, miles de gracias... Las palabras se pierden... 


Ma. rompe a llorar por tercera vez. Los abrazos son más débiles. 

¿Pensarán en este momento dentro de diez o veinte años? Todos vivirán una vida que Jocelyn ya no tendrá. ¿La recordarán? ¿Se olvidarán de su rostro, de su voz? 

-¿Salimos a tomar el aire? -insinúa uno de ellos.


Hace un día frío; las manos se te congelan. Ya he olvidado el rostro de Jocelyn; no recuerdo su voz.

Pasa el tiempo. Las palabras vuelven a conformar el mundo, lo definen, lo explican.

Empiezo a leer un poema de Pasolini.

"El amar, el conocer cuenta; no el haber amado, no el haber conocido"