Si mencionas a Kaurismaki siempre se te vienen a la cabeza conceptos muy simples: sobriedad expresiva, sencillez argumental, conflictos sociales desde una perspectiva crítica, humor seco con aroma a cine mudo, cinefilia elegante.
Hay eso y mucho más en un cineasta que hace mucho encontró un estilo propio que le distingue del resto de su generación. Es un creador inclasificable, singular, único; es un director contenido, minimalista.
En Fallen Leaves recoge todo esto para destilarlo, sin dejar de contarnos uno de sus cuentos modernos, no exentos de moraleja.
La cinefilia la encontramos en los carteles de cine: desde Breve encuentro hasta Fat City pasando por Pierrot el loco y Rocco y sus hermanos. Los protagonistas tienen su primera cita en una película de Jim Jarmusch. El plano final es un homenaje, nada velado, a Tiempos modernos de Chaplin; en este caso, con perro, incluido.
Su peculiar humor es uno de esos rasgos que le caracterizan; cada cierto tiempo, de repente, añade un toque, una frase, un gesto que suaviza las aristas de lo que se esté contando. Porque, al final, de lo que se habla es de la historia de dos personas normales que viven al borde del precipicio, con trabajos precarios, obligadas a reinventarse, en una Finlandia gélida, en un otoño frío, y con un mundo en guerra, aunque esta parezca lejana.
La insistencia en la guerra de Ucrania, donde Rusia aparece como el único culpable, tal vez sea su única debilidad. Con el paso del tiempo, ahora uno no piensa en esa guerra, sino en otras, como la de Gaza, cuando escucha en numerosas escenas las noticias de la radio.
Sigue teniendo talento para narrar mucho en un solo plano, sin palabras: por ejemplo, si te llega una factura y no tienes dinero, con que la protagonista apague la radio y la luz, basta para decírnoslo. Las visitas a los bares y las canciones que escuchan -el alcoholismo es otro de los temas-, puede ser una válvula de escape para personas solitarias y tristes y nos lo cuenta, sin necesidad de enfatizarlo en exceso. La escasa expresividad y los silencios de los personajes dicen mucho más que largas parrafadas. O, por citar una frase genial:
-Bebo, porque estoy deprimido; estoy deprimido, porque bebo...
-Parece un círculo...
Lo que vemos es una historia sencilla de dos personajes que quieren ser felices. Y, sí, también se habla de solidaridad, humanidad. Optimismo antropológico: así podríamos definir todo el cine de este finlandés. O una bendita ingenuidad, que, sin duda, uno, escéptico consumado, agradece.
El ser humano merece existir, eso nos dice Kaurismaki.
Al menos, mientras disfrutamos de sus películas, creemos en ello.
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