sábado, 31 de diciembre de 2022

FLORILEGIOS

 

Llegan las vacaciones y leo libros como si no hubiera un mañana. El trabajo no me deja disfrutar de una lectura continua y sosegada, así que es un hambre infinita la que me devora...

Dicen que Philiph K. Dick es "el creador de la ciencia ficción moderna". Sin duda, si nos atenemos a las innumerables versiones cinematográficas de sus historias, lo es. Más allá del género, descubres, leyendo sus relatos cortos, un autor capaz de inventar una realidad alternativa, un mundo nuevo que, como suele ocurrir, es el nuestro, si lo miráramos de otra manera. Las historias te atrapan y es difícil destacar alguna de ellas, pero siempre hay alguna que nos despierta un ligero temblor... Algunas peculiaridades de los ojos es un juego metalingüístico, una diversión que oculta mucho más. La paga sabe jugar con seis, siete objetos en un entramado perfecto dentro de un viaje en el tiempo. Hay más, algunos conocidos, como Minority Report, o humorísticos, como El mundo que ella deseaba, más aterrador de lo que puede parecer a simple vista, a pesar de su banalidad. Me faltan historias por leer; sobre todo, sus novelas...

En Tabú, un autor joven, Ferdinand von Schirach narra una biografía ficticia; tras ella, se nos descubre los juegos entre la realidad y el arte, esos que, a veces, hacen imposible que los podamos distinguir. 

Esos juegos de los que Vila-Matas es ya un avezado experto. Montevideo, como tantas otras de sus novelas o ensayos literarios, se explaya, desarrolla ideas, imágenes, recuerdos llevándonos a Montevideo, Paris, Cascais, Barcelona o Reikyavik. Metaliteratura o metalingüística en estado puro.

En Serge Yasmine Reza construye una historia que podríamos considerar banal: tres hermanos judíos con sus relaciones de pareja pierden a su madre y hacen una visita a Auschwitz. Los personajes que deambulan por sus páginas son divertidos, ridículos; la ironía y el humor transita por las páginas con ligereza, pero sin olvidar cargas de profundidad que, a veces, te hacen temblar. Como ya conocía por su mínima, pero intensa obrita experimental, Ninguna parte -que me prestó una amiga a la que seguramente nunca más volveré a ver-, la obsesión por una identidad está presente durante toda la obra.

Japón ha vuelto de manera extraña. 

R. -lejana y distante, bloqueada y tierna- me llevó hace un par de semanas a un restaurante japonés; un amigo de mi hermano me regaló El libro del té de Okakura. 

Sandrine Bailly -si buscas en google este nombre la mayor parte de las entradas te envía a una conocida deportista-, es también una escritora, atrapada por ese país elegante y refinado de colores y trazos suaves. Japón es un libro donde encontramos poemas, dibujos, fotografías, reflexiones... Respiras una realidad, un mundo ajeno, paralelo, gemelo... 

Viajas, aunque solo tengas en tus manos un libro. Tocas con tus manos las finas líneas de un trazo de tinta. Hueles un papel satinado que te recuerda que eres frágil, vulnerable.

Frente a mi casa, en un parque, junto a un bar, medio barrio celebra el fin de año. Beben cerveza, toman aperitivos, ponen música discotequera y los altavoces no permiten que te libres de su mal gusto. A medianoche, petardos y fuegos artificiales hasta las dos de la mañana con los que querrán ahuyentar los malos espíritus, como hacían sus antepasados. 

A todos el tiempo se nos escapa... 




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