jueves, 23 de diciembre de 2021

STEFAN ZWEIG: EL MUNDO DE AYER

 


"... pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, sólo éste ha vivido de verdad".

El mundo de ayer, Stefan Zweig.

Supe de Zweig hace tiempo, siendo adolescente, porque es el escritor de algunas biografías apasionantes. La de María Antonieta, la de Erasmo -casi una autobiografía espiritual-, María Estuardo... También de ensayos, novelas y narraciones cortas -la que más destaca es Carta de una desconocida, cuya versión cinematográfica de Ophuls, logra emocionarnos todavía-. 



                              

Hay una película sobre sus últimos años, Farewell to Europe. He olvidado gran parte de ella, pero recuerdo, sobre todo, el final: un plano secuencia de diez minutos que nos permite entrar en la habitación donde se suicidaron él y su esposa a la mañana siguiente. Me dejó impactado.

El final de El mundo de ayer de Stefan Zweig cierra una autobiografía muy peculiar por muchas y variadas razones.

La primera es el hombre; un judío, gran escritor, que trató y fue íntimo amigo de grandes personalidades de su época -Freud, Richard Strauss, Rilke...-, europeísta y humanista en un mundo en el que la concordia y el diálogo fueron arrastrados y pisoteados por el salvajismo y la crueldad, donde él mismo se convirtió en un "paria", un "exiliado", un inmigrante.

La segunda es la calidad literaria de lo escrito. 

Podemos recuperar en sus páginas a personajes que él conoció; sus descripciones nos traen una visión de ellos tan real que nos sorprende, tal vez porque sólo hemos leído sus obras y no imaginamos ni remotamente las personas de carne y hueso que había tras ellas. Algunas son tan vívidas, sobre todo al definir su carácter, que nos parece estar allí mismo junto a Zweig. Las de Freud, Croce, Gorki, Richard Strauss o las de sus amigos Rolland o Verhoeven nos dejan esa sensación, ese poso.

Es capaz como pocos de describir un ambiente. Lo hace cuando nos traslada a la época "dorada", anterior a la primera guerra mundial. Esa Viena y esa Europa confiada, ingenua, encorsetada en ámbitos tan decisivos como la educación o la sexualidad, ligera y despreocupada en sus teatros y tabernas y que acabará por desaparecer. Consigue llevarnos al periodo de "entreguerras", el de las hambrunas y las "revoluciones" y revueltas de nazis y comunistas; el de la ilusión breve de una prosperidad trufada de peligros y terrores, el que llevó a Hitler y Stalin al poder. Fue testigo de cómo el último emperador de los Habsburgo abandonaba Austria y de cómo los nazis se hacían dueños de las mentes y corazones de sus contemporáneos.

Ningún libro de historia es capaz de contarnos tanto y tan bien como lo hace Zweig con su prosa sobria y sencilla. 

No hay nada que sobre en este libro. Las anécdotas y detalles nos ayudan a entender ese mundo mejor que los grandes acontecimientos históricos o la propaganda o las narraciones ficticias o novelas históricas.

Su pasión por los grandes artistas del pasado y su interés por conocer el origen de la creación -el misterio de la creación como él lo llama-, le llevó a coleccionar sus manuscritos; tenía los de Balzac, Beethoven, Mozart, Goethe... 

¿Tal vez los suyos, -en la imagen inicial tenemos el de sus Diarios- nos ayudarían a comprender su talento, su espíritu?

Por último, mientras leemos el libro, nos damos cuenta que ese mundo del que habla, el nuevo mundo en el que se había impuesto la desconfianza y en el que la libertad individual quedaba constreñida y pisoteada, donde el desastre se veía venir, aunque todos negaran su existencia, es también el nuestro. 

Y como sus contemporáneos no queremos verlo. 

Por eso Zweig es tan moderno. 



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