domingo, 9 de mayo de 2021

KINUYO TANAKA: PECHOS ETERNOS Y FUMIKO NAKAJO

 


"Tengo alas ligeras; 
podría volar a dónde quisiera: 
me apoyaré en tu hombro".
 
En los años 50 del pasado siglo no había mujeres directoras en Japón. En Japón y en otras partes. 
Las pocas mujeres que dirigían abrieron el camino a las que ahora lo pueden hacer. Una de ellas fue Kinuyo Tanaka. 

Es más conocida como la actriz fetiche o "musa" de dos grandes directores japoneses, sin que el cine no sería lo mismo: Mizoguchi y Ozu. Pocos saben -ni siquiera yo hace una semana- que además dirigió seis películas en una década. 

Sus dos primeras películas se apoyaron en el guion de Kinoshita y Ozu. 

En la primera, Cartas de amor, ya demuestra un talento sorprendente. 


El protagonista, obsesionado por un primer amor perdido, acaba escribiendo cartas en inglés a mujeres que se prostituyen con soldados americanos. Un día reconoce a ese amor; también se ha prostituido...

Son pequeños detalles -como el de la puerta de un tren que se cierra, dejando a los dos amantes al otro lado, o un plano fijo y general en el que, mientras la protagonista se aleja, observamos las dudas de un hombre que la deja marchar, incapaz de perdonarla- que construyen un melodrama de la mejor calidad. 

El tema -la prostitución, a la que muchas mujeres tuvieron que agarrarse, como forma de supervivencia tras la posguerra- ya nos sitúa desde un punto de vista femenino. 

Será mucho más marcado en sus dos películas posteriores.

En la primera, con guion de Ozu, La luna se levanta, se mueve entre la comedia romántica y un ligero toque de melodrama, pero sin cargar las tintas. Hay frescura y un romanticismo que Ozu nunca hubiera aceptado. Pero ese es el toque de la directora. 

LA LUNA SE LEVANTA

Pasos que se alejan o

manos que hablan por sí mismas. 


Es en la tercera donde alcanza su mejor nivel. Es su guion y su historia. La escribió ella. Y se nota. 

En Pechos eternos hay múltiples temas. Está el principal, el de una mujer con cáncer de mama y la enfermedad que la llevará a la muerte. Pero hay muchos más; porque es también una mujer que se ha divorciado; su poesía es "exagerada", "cosas de mujeres", eso dicen de ella sus "colegas"; con dos hijos, poetisa y vive, además, dos amores imposibles. Uno, porque es el marido de su mejor amiga; el otro, porque llega demasiado tarde...


Basada en la vida de una poetisa japonesa, Fumiko Nakajo, estoy seguro que logra conseguir -aunque no conozca la obra de esta mujer- captar el espíritu de su poesía. De vez en cuando aparecen sus poemas: sencillos, delicados, sobrios, elegantes... 

Una colina con forma similar

a una mama que perdí,

flores marchitas la adornan

​en invierno...



Soy como esa flor en el lago; 

sin raíz... 

Está el deseo de vivir y el miedo a la muerte. Sin ocultarlo ni enfatizarlo en exceso.

Terrible la escena del pasillo en la que, tras escuchar los llantos de unos familiares, camina detrás de las enfermeras y la camilla de un cadáver, tomando conciencia, más que nunca, de que ese será su único futuro. 

¿Y qué decir de la escena en la que le pide a un periodista, que se ha enamorado de ella, que la acompañe y duerma a su lado? Sin necesidad de sexo hay un erotismo y una sensualidad intensa y carnal.

Y mucho antes de que le diagnosticaran el cáncer, el encuentro con el amigo, al que también amaba y que dará a conocer su poesía. 

Esa despedida... Es muy difícil conseguir eso, pero no hace falta que nos lo digan. Sabemos que se han querido y que se quieren. 


Una bufanda para que la niña no tenga frío; las palabras de ánimo y confianza en el talento de ella... 

Es imposible contar todos los maravillosos detalles que hacen de esta película una joya. 

Me conformaré con mencionar sólo dos:

Cuando se despide del periodista, tras la noche en la que han dormido juntos, él le deja una pluma para que siga escribiendo sus poemas. Los dos saben que no volverán a verse. Ella le pide que se vaya, cuando cierre los ojos. Él se marcha, cierra la puerta, pero vuelve a abrirla; ella está mirando por el espejo su reflejo; él sonríe. Después, cuando se marcha, ella sale a la ventana y le ve alejarse por el pasillo; llora. En la mano tiene, apretada con fuerza, la pluma. El amor y la creación, sintetizados en una sola imagen. 

En cuanto a la segunda, en medio de un final terrible, cuando todos saben que va a morir, hay un gesto delicado y tierno. El niño, su hijo, escribe en la arena del patio: "Ponte bien, mamá". 

Palabras en la arena, flores en el agua... Desaparecerán. 

Pero su poesía permanecerá. 

"Mi legado para vosotros, hijos, será mi muerte".