sábado, 11 de mayo de 2019
DOCUMENTA MADRID 2019 (I)
El jueves empezó oficialmente el festival de documentales de Madrid. Al menos, el más conocido.
Como el año pasado, veré películas. Y daré mi opinión sobre ellas.
Empiezo con Cerro quemado.
En todo documental hay que tomar decisiones. En Cerro quemado la decisión fue contar sólo el deseo de recuperar un espacio perdido por parte de tres mujeres y tres generaciones -la nieta, la madre, la abuela-. Es sencillo y la puesta en escena es peculiar: con planos detalles -a veces vemos una parte del rostro, la boca, los ojos-, unas manos; o la cámara se coloca, mientras ellas caminan, a su espalda. El espacio se impone. Pero...
Se ha quedado a medias; sólo se cuenta -a las claras, en un letrero, tras el último plano- la razón por la que este lugar ha sido abandonado. Como siempre, la explotación y el capitalismo. Sin embargo, eso te decepciona. ¿No se podría haber integrado en la narración mucho más? Aunque es cierto que se cuenta algo al hablar de la muerte del padre o de la vida del abuelo, la sensación es que esa información, de haberse ampliado, podría haber sido muy interesante y hubiera enriquecido la narración. Incluso en la historia que decide contar se echan en falta más detalles de las tres mujeres.
Es como si estas ideas tan atractivas se hubieran insinuado, pero no hubiera podido o no hubiera querido llevarlas más allá.
The border fence -se podria traducir algo así como La valla fronteriza-, tiene un planteamiento simple.
Entrevistas -muy sintetizadas, en planos fijos- con personas que viven y trabajan en la frontera, entre Austria e Italia, en el Tirol. Entre ellas, imágenes de transición, donde aparece el espacio fronterizo en cuestión. Nada más. Le basta.
Es un documental muy pedagógico. Lo que piensan allí, se piensa también aquí; no somos tan diferentes. He escuchado esos argumentos en los bares, en las aulas, en las televisiones de nuestro país. La inmigración vista como problema o como aportación; los argumentos que sirven de excusa. Y la presión de los políticos y de los medios. Al elegir este formato se pierde la visión general, pero cada opinión es un motivo de reflexión, al salir de la sala. Podría haber apostado por un tratamiento más arriesgado, pero probablemente no lo ha buscado.
La ciudad oculta.
No tengo ninguna duda. Este documental se venderá en televisiones; gustará a cierta crítica y cierto público, pero es una cáscara vacía.
Me explico. Técnicamente estoy seguro de que es el mejor documental. Un sonido y una imagen perfectos. Crea un ambiente y una atmósfera de primera -a veces puedes pensar que estás en una película de ciencia ficción o de terror, como Alien, por ejemplo, con ciertas tentativas experimentales-, pero yo me haría dos preguntas.
¿Esa es la realidad que hay en el subsuelo de nuestras ciudades, en Madrid? ¿Dónde están las vidas, las preocupaciones, las experiencias de los que viven bajo el subsuelo? Las ves sí, bajo esa máscara, pero dentro de un artefacto que los contiene. No son libres; se nos presentan como partes de una recreación artística. Es una elección; no sería la mía.
En Idrissa, crónica de una mort qualsevol veo más sinceridad y menos manipulación.
Incluso, admito que podrían -son una cooperativa- haber sido más calculadores. Echo de menos calidad técnica; artísticamente no está a la altura de otros documentales de este festival. Tiene un estilo más televisivo, ya que el objetivo es otro: no quieren hace arte; pretenden llegar al gran público -al menos, al más crítico- y que este conozca una realidad ocultada por los medios.
¿Y cuál es? Que hay inmigrantes que mueren en los CIES (centros de internamiento provisional) en circunstancias extrañas; se oculta la verdad; se cierran casos y, luego, además, la administración ni se preocupa de sus familiares. Esa falta de humanidad del sistema jurídico-político en el que vivimos, contrasta con la sensibilidad y el respeto con el que se trata el tema. La historia podría haber ido por investigar en las cloacas del Estado -algo que hicieron con más claridad en Ciutat morta, documental que podéis ver completo, a continuación-,
pero se decide por otro camino: contar cómo el cuerpo de un inmigrante vuelve después de más de seis años a la tierra que lo vio nacer, juntos a los suyos.
Ese es, sin duda, su mayor acierto.
Por último, Hasta que las nubes nos unan/Guardiola-Diola.
Si la anterior es una obra colectiva, aquí me encuentro ante una visión personal, la de alguien que se siente atraído por grupos humanos o colectivos que, en este caso, conservan la calidez y la vitalidad más espontáneas. Esa que nosotros, los occidentales, perdimos hace mucho.
Sus defectos y sus virtudes tienen un único origen: Lluís Escartín. Un tipo excéntrico: un anarquista vital. La obra es irregular. Intuyo que toda su filmografía debe serlo. Su idea inicial: comparar el silencio y la frialdad del trabajo en su pueblo, en el interior de Cataluña, con las canciones y el optimismo de un grupo animista de Senegal.
Se decide por descompersarlo todo; no le interesa mostrar muchas imágenes de su pueblo materno. Podría, por ejemplo, haber opuesto el silencio de unos espacios, los nuestros, con la alegría de los otros, los de Senegal. Hubiera sido una obra más redonda y no tan irregular.
Al contrario. Elige, sin dudarlo, el paraíso perdido y en peligro. Y, con todo, su virtud es precisamente esa: despreciar lo que conoce de memoria; amar y admirar lo que le atrae, esa África que le ha atrapado, a la que ya pertenece, quizá desde Nescafé-Dakar, por lo que he leído en algún blog.
Nescafé - Dakar from Lluís Escartin on Vimeo.
Cuando nos cuenta en el debate posterior su experiencia -tuvo que superar unas pruebas; vivió con ellos unos cuantos meses; estuvo enfermo, delirando, al borde de la muerte-, una experiencia que no aparece de manera explícita en el documental, entiendes lo que este hombre, libre, buscaba.
Es más que una obra etnográfica; es un canto sincero y respetuoso a las raíces de la humanidad. En el que la alegría y la vida -femenina, de eso no hay ninguna duda- surge, con absoluta naturalidad, de la muerte cotidiana. Y es también un mundo que en poco tiempo desaparecerá, devorado por el monoteísmo -en este caso, el Islam-.
Y el que venga en su lugar, será frío, desangelado. Como el nuestro. No valdrá la pena.
Lluís Escartín parece haberlo entendido...
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