No siempre tenemos finales felices.
En La vida de Grace me temo que sí. ¿Por qué digo: "me temo"?
Veamos; es una película interesante, emotiva, muy humana.
Admiro la capacidad de adentrarse en las complicadas historias que tiene que tratar -empiezo a parecer Boyero- ¿Qué más se le puede pedir? Pero no me convence el final feliz...
En Omar, en cambio, no hay un final feliz. La historia sucede en la Palestina actual. Podía haber sido en otro lugar, porque los personajes y sus emociones son universales, pero es en Palestina. Y está bien que así sea: es una demostración de que los Palestinos también pueden hacer grandes películas. Paradise now del mismo autor, Hany Abu-Assad fue un buen ejemplo.
Y aún así, esta película palestina, orgullosa de serlo, nos habla de temas clásicos: una amistad traicionada, una triste historia de amor que pudo ser y no fue.
No, no tendremos un final feliz -como tampoco lo tendrán dos mil palestinos, entre ellos unos quinientos niños-, porque el final es un puñetazo en la cara y el silencio que le sigue, ese silencio, es terrible.
No, no siempre hay un final feliz.
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